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Homilías I sobre San José

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I

            "Antes de vivir juntos, ella esperaba un hijo". Ningún evangelista como Mateo ha subrayado la dimensión humana del misterio de la encarnación. Solemos escuchar el evangelio como lo mismo de siempre. Y solemos escuchar el modo de intervención de Dios como si se tratase de magia. Pero a José, como a María, como a nosotros, la gracia de Dios no nos dispensa de responsabilidad y, muchas veces, de aires de tragedia.

            Todos podemos entender perfectamente la situación que describe el evangelista. José desposado con María y, antes de hacer vida común, resulta que ella está embarazada, y no de José. Pongámonos en el caso de José. ¿Qué hacer? La gracia de Dios no evita la duda y la amargura. Pero José, que era un hombre cabal, está decidido a no perjudicar a la mujer que quiere. Frente a la evidencia del embarazo, la evidencia de su amor y estima por aquella mujer, para él la mejor de todas.

            "El ángel del Señor anunció a José". Los cristianos hemos hecho una devoción deliciosa de la Anunciación a María; pero hemos olvidado injustamente la Anunciación a José. Porque también el Señor envió su ángel a José para ponerlo en antecedentes de lo que pasaba. Dios informa a José, antes de pedirle su consentimiento para que la obediencia de José fuera responsable, corresponsable. Por eso José entra de lleno en la encarnación y en la redención, o sea, en la historia de nuestra salvación.

            La duda de José, su tragedia humana, no era tanto la de considerarse un esposo engañado por su esposa, cuanto la de saberse o creerse al margen de los planes de Dios. Si Dios había decidido hacerse hombre, sin contar con José, él, que era cabal, no podía aceptar el honor inmerecido de pasar por ser el padre de Jesús. José no quería vestirse con plumas ajenas, debía permanecer en su sitio, en segundo plano, donde Dios le quería. Y Dios confió su propio Hijo a José.

            Pero Dios le quería para mucho más y para ello necesitaba la aceptación, la obediencia de José. Los evangelios dejan bien clara la concepción virginal, excepcional, de Jesús. El Hijo de Dios se hizo carne en el seno de María por obra del Espíritu Santo, que no por obra de varón. Pero Jesús sería hombre y ciudadano de un pueblo por obra de José. José le dio el nombre y el linaje, la condición social y la socialización. Por eso será llamado "hijo de David", porque de José recibió el linaje real.

            Así eran las cosas en aquel tiempo, y así tenemos que entender el papel confiado por Dios a José. Lo de "padre nutricio" o "padre legal" no expresa adecuadamente toda la realidad de la auténtica paternidad de José para con Jesús.

            José fue un hombre cabal, obediente a Dios. Y la respuesta de José al enviado de Dios, como la de María, fue de obediencia, de aceptación responsable de la voluntad de Dios. Si María respondió diciendo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra", José obedeció sin rechistar. Toda su vida, la que nos consta por el evangelio, es una vida de obediencia, de escucha de la voz de Dios. Hasta en sueños estaba pendiente de la palabra de Dios.

            Por voluntad de Dios, que José interpretó en la orden del emperador, se desplazó con su esposa a Belén. Por obediencia a Dios, y para evitar la persecución de Herodes, llevó a María y a Jesús hasta las tierras de Egipto. Por obediencia a Dios, muerto el perseguidor, regresó del exilio con Jesús y María. Por obediencia a Dios, para evitar los antojos del tirano Arquelao, regresó con su familia a Nazaret.

            Siempre obediente, siempre pendiente de la palabra de Dios, siempre en silencio, como cuando Jesús se quedó en el templo. Y en silencio se fue, sin que nos quede constancia en los evangelios del día y de la fecha. Pero este silencio de José resuena hoy por toda la tierra y se escucha en todo el mundo. En San José, la palabra de Dios, obedecida y realizada, resuena con su original pureza, sin el más leve añadido, en el silencio profundo de la más plena responsabilidad. Porque creyó contra toda esperanza, contra todo lo humanamente razonable, creyó y confió en Dios, como Abraham.

            Dice San Pablo que Jesús se hizo obediente al Padre hasta la muerte y que por eso fue exaltado y recibió el nombre sobre todo nombre. Parafraseando al apóstol, también podemos decirlo de José. Por su obediencia radical, por su fidelidad a la palabra de Dios, San José es hoy un modelo cristiano. De él podemos aprender su reverencia por la palabra de Dios, su determinación en secundar la voluntad de Dios, su eficiencia y empeño en obedecer y cumplir los designios de Dios. Su responsabilidad supo discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos e instituciones de su tiempo, en el sueño y en la vigilia, en la mediación de un ángel o de un emperador romano, en los naturales temores y en los mejores deseos de sacar adelante a los suyos.

Noel Quesson

II

            La fiesta de San José que hoy celebramos es como una fiesta de familia. Siempre que en nuestra reunión recordamos a alguno de los hombres y mujeres que antes que nosotros han sido fieles a Dios y viven ahora ya la alegría del padre, ocurre como si celebrásemos el cumpleaños de alguien de nuestra casa, de alguien conocido y querido. Porque todos nosotros, todos los que hemos creído en el evangelio, formamos la misma familia y caminamos juntos hacia la misma vida.

            Hoy nuestra fiesta familiar recuerda de modo especial a aquel hombre que, hace ya muchos siglos, vivió muy cerca de Jesús, lo ayudó a crecer, lo enseñó a hacerse hombre. Hoy (día en que, además, en muchas de nuestras familias hay ambiente de fiesta entrañable) recordamos gozosamente la imagen de aquel que estuvo profundamente unido a la fuente de nuestra vida cristiana. De este modo, recordando la figura de San José, podemos hallar hoy un nuevo impulso en el camino de la renovación cristiana que hemos emprendido.

            José es modelo de fidelidad. Las lecturas que hemos escuchado nos pueden ayudar en esta renovación. Porque nos han hablado (si hemos prestado atención) de que José fue un hombre que quiso, ocurriese lo que ocurriese, seguir fielmente lo que Dios quería. Un hombre que, a pesar de todos los reparos que pudiera tener (¿os habéis fijado en que fue necesario que Dios le mandara un ángel para quitarle el miedo?) al fin se lanzó a hacer lo que sabía que era la voluntad de Dios.

            Y lo hizo porque fue capaz de anteponer a sus reparos y sus ansias de tranquilidad, una certeza: la certeza de que no caminamos solos; la certeza de que con nosotros está, siempre, la mano amorosa del Padre que nos acompaña y da firmeza a nuestros pasos. La certeza que nos permite apoyarnos en la esperanza y creer contra toda esperanza.

            Este camino, el camino de José (como el camino de Abraham, o el camino de cuantos han sido verdaderos creyentes), debe ser nuestro camino. También nosotros debemos ser capaces de ir descubriendo en cada momento cuál es la voluntad de Dios, qué es lo que espera Dios de nosotros, y ser fieles. Aunque nos resulte difícil, aunque nos dé mucha pereza. Pues este seguir la voluntad de Dios, debemos llevarla a cabo con la misma confianza que José: sabiendo que nuestro Padre nunca nos deja de su mano, sabiendo que por muchas dificultades que encontremos él no falla nunca, sabiendo que tenemos abierto ante nosotros el camino de la vida.

            Sabiendo, en definitiva, que el propio Dios ha vivido esta vida, que el Hijo de Dios ha sido fiel hasta la muerte, y que su muerte ha sido una fuente de luminosa liberación para todos: sabiendo que este esfuerzo de conversión no lo hacemos porque sí, sino que lo hacemos con los ojos puestos en la promesa de victoria que la Pascua significa.

            Recordando hoy, pues, la figura de San José, oremos a nuestro Padre. Oremos por nosotros para que sepamos ser fieles al camino de renovación de nuestra vida. Oremos por toda la Iglesia, por todos los cristianos, para que verdaderamente sepamos ser signo de fidelidad al amor de Dios y de gozosa confianza en la salvación que hemos recibido. Y oremos también, en esta fiesta de familia, para que, así como José ayudó a Jesús en su crecimiento, también dentro de la Iglesia haya suficientes cristianos dispuestos a dedicarse a ayudar a que la comunidad crezca en la fidelidad y la confianza firme en el amor del Padre.

Josep Lligadas

III

            En el mundo romano, justo era quien se comportaba correctamente, bien porque observaba razonablemente las leyes, bien porque profesaba una verdadera virtud. Del adjetivo justo provienen el sustantivo justicia y el verbo justificar. Según la Escritura, uno no es justo en sí mismo, sino en relación a Dios, juez único de vida y de muerte. Pero la justicia de Dios es salvífica: cumple las promesas de salvación. Por eso Dios justifica. La justicia del creyente consiste en vivir en alianza con Dios, conforme a su voluntad.

            La justicia de José, ciudadano de Nazaret, se refleja en el ejemplo de su conducta y la piedad de sus sentimientos. Según el relato de la infancia de Jesús que nos ofrece Mateo, hay 2 rasgos que caracterizan a José: los sueños (signo de comunicación con Dios, por medio del ángel) y las dudas (propias de una persona que, a pesar de sus miedos, acepta en última instancia ser responsable). José meditó pausada y religiosamente su decisión antes de aceptar en su propia casa a Dios.

            San José es un patrón y un modelo. Fue un trabajador (carpintero o artesano) al que se consideró como padre de Jesús, al cual dio nombre y cobijo, y estuvo toda su vida centrado en torno al misterio de Dios. Entra en escena discretamente y desaparece del mismo modo. Apenas habla; en un determinado momento, reprende; no comprende lo que Dios quiere, pero actúa con justicia. Es un justo. Os dejo una reflexión cristiana: ¿qué imagen hemos heredado de San José? ¿Qué significa para nosotros considerarlo justo?

Casiano Floristán

IV

            Recordamos hoy a San José, santo popular por excelencia, y figura entrañable del evangelio en torno a Jesús. Le podemos contemplar como el modelo de cómo cumplir en nuestras vidas el plan salvador de Dios, o como maestro (silencioso pero elocuente) del camino cristiano, pues él aceptó con generosidad la voluntad de Dios y la cumplió con  fidelidad. En todo caso, fue modelo de fe para todo cristiano, y de modo particular para los que han recibido la vocación al sacerdocio (como tuvo Jesús).

            Las dudas de José son interpretadas por los exegetas en el sentido de  que él, hombre sencillo y respetuoso del plan de Dios, intuyendo que allí sucedía un  misterio (luego el ángel le asegurará que ha actuado el Espíritu de Dios) se siente indigno de entrar en terreno sagrado y decide retirarse. Pero el ángel le anuncia de parte de Dios  que sigue teniendo una misión a cumplir, como cabeza de la entrañable familia del Mesías.

            Ante todo, José es una persona creyente, de fe abierta a Dios, obediente a la misión que se le encomienda, "servidor fiel y prudente que pusiste al frente de su familia" (prefacio de la Misa). El papa Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris Custos, repitió varias veces el versículo que según él más retrata a San José: "Hizo lo que le había  mandado el ángel del Señor".

            Nos anima, por tanto, a cumplir la misión que Dios nos encomienda a cada uno. Para él fue la de ser custodio de Jesús y esposo de María: "Se entregó por entero a servir a tu  Hijo, nacido de la Virgen María" (ofrendas de la Misa). Cada uno tiene su misión de parte de Dios, en la familia, en la sociedad, en la parroquia, en la comunidad religiosa. José nos enseña a cumplirla fielmente.

            Seguro que él tuvo también dificultades y momentos malos en su vida. Como Abraham, como María, como Cristo, como nosotros. José supo de emigración y persecuciones, de pobreza y oscuridad. Antes del gozo de la vida de Nazaret (y también después, por ejemplo cuando lo del hijo perdido en el templo) experimentó lo que es el dolor. Su ejemplo nos puede dar ánimos a todos. Sin discursos ni gestos solemnes, desde la humildad de su trabajo y de su vida diaria, José supo cumplir con elegancia espiritual lo que Dios quería de él.

            La figura de José tiene también una dimensión eclesial, y si hoy se celebra el Día del Seminario, convendrá hacer una aproximación en este sentido. Si de José decimos "le confiaste los primeros misterios de la salvación" (colecta de la Misa), porque Dios le encomendó la custodia de Jesús y María, se añade en seguida que Dios ha confiado a la comunidad eclesial el conservar y llevar a plenitud esos misterios en su misión salvadora.  José intervino en los inicios. Ahora la Iglesia colabora en hacer madurar esa salvación.

            Además, la misión especial de José consistió en una paternidad distinta, pero verdadera.  No todo ni lo más importante es lo biológico. Aquí se revela, como decía Juan Pablo II, "el misterio de la perfecta comunión del hombre y la mujer, en este caso a la vez misterio de una singular continencia por el reino de los cielos, al servicio de la perfecta fecundidad del  Espíritu de Dios".

            También el sacerdote (y la Iglesia entera) está llamado a una paternidad especial, abierta a la acción del Espíritu, una paternidad universal, hecha de entrega y de mediación salvadora de bienes que no son propios sino que vienen de Dios: el amor, el  perdón, la Palabra. Una paternidad como la de Pablo: "Yo os he engendrado por el evangelio en Cristo Jesús". Y así, como José, la comunidad cristiana, y de modo particular el sacerdote, colabora en la venida de Cristo a este mundo.

José Aldazábal

V

            El evangelio de hoy, fiesta de San José, nos habla de los antepasados de Jesús y de cómo el Espíritu Santo engendró en María un hijo, creando confusión en su esposo José, que aún no vivía con María. El texto nos dice que José resolvió dejar en secreto a María, ya que era justo y no se atrevía a hacer público por su cuenta lo ocurrido en ella. En estas andaba, cuando se le apareció en sueños un ángel que le explicó las cosas y le pidió que se quedara con María.

            La pregunta que ordinariamente nos hacemos es ésta: ¿cómo se entiende la justicia de José, la cual lo lleva a actuar de una manera tan extraña, tan contraria a nuestros criterios occidentales? La contradictoria conducta de José la entenderemos, si recordamos lo que significa justicia en la Biblia. Un ser humano es radicalmente justo, cuando acopla su conducta a la voluntad de Dios.

            Pero esto sólo sucede cuando alguien es capaz de mantenerse como criatura ante Dios su creador, respetando su plan, aceptando colaborarle aunque no lo entienda, no tratando de apropiarse lo bueno que encuentre en él. Es decir, una persona es justa cuando respeta la misteriosa acción de Dios en la historia, sin apropiársela, poniéndose a su servicio. De esta manera Dios será siempre Dios y el ser humano su criatura.

            Este es el caso de José. Frente al misterio que encierra María en su vientre, la justicia bíblica le pide respetarlo, dejarle a Dios que él mismo lo revele y lo aclare por el medio que a él le parezca. Al no comprender José la gravidez prematura de María, trató de hacer lo que una persona justa debía hacer: retirarse, para no apropiarse la paternidad del Hijo que pertenecía a Dios. Pero si Dios quería que él desempeñara algún papel en ese misterio, estaba dispuesto a ocupar el lugar que Dios le asignara. La Biblia guarda memoria de esta justicia, para fomentar justos de la talla de José.

Juan Mateos

VI

            Hoy celebra la Iglesia la solemnidad de San José, el esposo de María. Y bueno es aquel que, elevando su mirada, hace esfuerzos para que la propia vida se acomode al plan de Dios. Y es bueno aquel que, mirando a los otros, procura interpretar siempre en buen sentido todas las acciones que realizan y salvar la buena fama. En los dos aspectos de bondad, se nos presenta a San José en el evangelio de hoy.

            Dios tiene sobre cada uno de nosotros un plan de amor, ya que "Dios es amor" (1Jn 4, 8). Pero la dureza de la vida hace que algunas veces no lo sepamos descubrir. Lógicamente, nos quejamos y nos resistimos a aceptar las cruces. No le debió ser fácil a San José ver que María "antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). Se había propuesto deshacer el acuerdo matrimonial, pero "en secreto" (Mt 1, 19). Y a la vez, "cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños" (Mt 1, 20), revelándole que él tenía que ser el padre legal del Niño, lo aceptó inmediatamente "y tomó consigo a su mujer" (Mt 1, 24).

            Pidamos al buen Dios "por intercesión del esposo de María", como diremos en la colecta de la misa, que avancemos en nuestro camino de conversión imitando a San José en la aceptación de la voluntad de Dios y en el ejercicio de la caridad con el prójimo. A la vez, tengamos presente que "toda la Iglesia santa está endeudada con la Virgen Madre, ya que por ella recibió a Cristo, así también, después de ella, San José es el más digno de nuestro agradecimiento y reverencia" (San Bernardino de Siena).

Ramón Malla

VII

            La grandeza de la santidad de María y la infinita santidad de Jesucristo de tal modo nos deslumbran que en medio de tantísima luz queda como oculta la santidad, que no es pequeña, del buen José. Sobre el misterio de este ocultamiento de san José, ya escribió bellamente Juan Pablo II:

"Durante su vida, que fue una peregrinación en la fe, José, al igual que María, permaneció fiel a la llamada de dios hasta el final. La vida de ella fue el cumplimiento hasta sus últimas consecuencias de aquel primer pronunciado en el momento de la anunciación, mientras que José en el momento de su no pronunció palabra alguna. Simplemente él. Y este primer es el comienzo del camino de José. A lo largo de este camino; los evangelios no citan ninguna palabra dicha por él. Pero el silencio de José posee una especial elocuencia, y gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el evangelio" (Redemptoris Custos, 17).

            Y más adelante reflexiona sobre el misterio de la santificación de José en virtud de la presencia del Verbo encarnado:

"La comunión de vida entre José y Jesús nos lleva todavía a considerar el misterio de la encarnación precisamente bajo el aspecto de la humanidad de Cristo, instrumento eficaz de la divinidad en orden a la santificación de los hombres. Entre estas acciones los evangelistas resaltan las relativas al misterio pascual, pero tampoco olvidan subrayar la importancia del contacto físico con Jesús en orden a la curación y el influjo ejercido por él sobre Juan Bautista, cuando ambos estaban aún en el seno materno" (Redemptoris Custos, 27).

            El testimonio apostólico no ha olvidado la narración del nacimiento de Jesús, la circuncisión, la presentación en el templo, la huida a Egipto y la vida oculta en Nazaret, por el misterio de gracia contenido en tales gestos, todos ellos salvíficos, al ser partícipes de la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo. Si este amor se irradiaba a todos los hombres, a través de la humanidad de Cristo, los beneficiados en primer lugar eran ciertamente: María, su madre, y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divina había colocado en su estrecha intimidad.

            Puesto que el amor paterno de José no podía dejar de influir en el amor filial de Jesús y, viceversa, el amor filial de Jesús no podía dejar de influir en el amor paterno de José, ¿cómo adentrarnos en la profundidad de esta relación singularísima? Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior.

            José es un testimonio maravilloso de las virtudes que más necesita nuestro tiempo. La agresividad y el afán de lucro propios de nuestra vida acelerada se enfrentan con la mansedumbre, la generosidad y la paciencia de este hombre sencillo y santo. El ansia de placer y el consumismo desbocado tienen que humillarse delante de la pureza y austeridad de este hombre limpio de corazón. La ebriedad de soberbia y los deseos de venganza que marcan tantas vidas de nuestro mundo convulsionado podrían aprender muchísimo de la existencia discreta y de la solícita obediencia de este hombre con rostro de genuino creyente. El escepticismo cínico de nuestra época y la vanidad con que se quiere comerciar con todo, desde el cuerpo hasta la conciencia, han de frenar su ímpetu ante este hombre que con su fe derrotó al infierno y con su profunda caridad empujó la puerta del cielo.

Nelson Medina

VIII

            El NT nos da muy pocos datos sobre quién fue José. La Iglesia, en ese momento decisivo de su historia en que fija el canon de los libros que forman parte del NT, no recoge mucho material sobre la vida de José, de un carácter claramente legendario, que aparece en los llamados evangelios apócrifos.

            La figura de José aparece muy presente en los relatos en torno a la infancia de Jesús, pero desde la peregrinación a Jerusalén, que recoge el evangelio, ya no vuelve a aparecer  personalmente en el evangelio. Únicamente se alude a él a propósito de la sorpresa de los nazarenos ante el mensaje y la actividad de Jesús: "¿No es este el hijo de José, el carpintero?".

            La tradición de la Iglesia ha sido también muy parca respecto a su figura: prácticamente se limita a convertirlo en el "patrono de la buena muerte", basándose en la suposición (no recogida por los evangelios) de que murió rodeado por Jesús y por María. Todo ello es muy  poco para poder elaborar, como a veces se ha intentado, una josefología, una reflexión teológica sobre el buen José.

            La Anunciación a María tuvo posiblemente lugar en esa pobre gruta que hoy se encuentra en el subsuelo de la Basílica de Nazaret. No lejos de allí hay otra Iglesia, construida sobre lo que pudo haber sido la casa de san José, que tuvo su precedente en una basílica de la época de los cruzados. En aquel emplazamiento habría tenido lugar el acontecimiento que ha sido llamado el de "las dudas de José" y que, en realidad, debería llamarse el de la Anunciación a José.

            No se debe hablar de las dudas de José, referidas a la honestidad de su mujer. Las dudas se refieren a sí mismo, a su propia dignidad: se pregunta si puede estar tan cerca del misterio de Dios que se ha introducido en su vida. Es lo que sintió Moisés en la manifestación de Dios en aquella zarza que ardía sin consumirse. Moisés se descalza, se cubre el rostro y se postra en tierra. José tiene reparos en llevar a su casa a su mujer María y al misterio de Dios que está creciendo en su vientre.

            Es el momento en que el ángel se le aparece en sueños, como acontece en otros momentos importantes en la Biblia, y le dice: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella venga del Espíritu Santo". Precisamente el relato acaba con la afirmación de que José "hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer".

            En este relato de la Anunciación a José se repite una expresión que también dice el ángel en la Anunciación a María: "Le pondrás por nombre Jesús". Para la legislación judía, sólo el varón adulto era una persona jurídica válida, y únicamente el padre era el que podía dar nombre a su hijo y enraizarlo de esta forma en el pueblo de Israel.

            José entraba, por tanto, en los planes de Dios; es como si el ángel en sueños le hubiese  dicho: "No te alejes, José, que tú no eres insignificante, sino importante y necesario. Tú eres el que va a dar nombre a la criatura de María, que viene del Espíritu Santo. ¡No te alejes! Tú también tienes una misión muy importante que cumplir en ese regalo que Dios hace a los hombres, en ese Jesús que salvará a su pueblo de los pecados".

            Basándose en los evangelios apócrifos se ha presentado a José como un hombre de edad avanzada, cuando dadas las costumbres judías debía ser un hombre joven. El evangelio apócrifo llamado Historia de José el Carpintero dice que José contrajo matrimonio a los 40 años, y Jesús habla de él como "el buen viejo José" y que "era un varón  justo y alababa a Dios en todas sus obras".

            Acostumbraba José a salir forastero con frecuencia, para ejercer el oficio de carpintero. Y más tarde Jesús dice en el mismo apócrifo: "Mi  padre José, el bendito anciano, seguía ejerciendo el oficio de carpintero, gracias a cuyo  trabajo nosotros podíamos vivir. Jamás se pudo decir que él comiera su pan de balde, sino que se comportaba en conformidad con lo prescrito por la ley de Moisés". La tradición, por otro lado, ha presentado la muerte de José antes de la vida pública de su hijo.

            Los evangelios son mucho más sobrios. José es el padre de familia que, por 2 veces, toma al niño y a su madre para huir a Egipto y regresar después a Nazaret. Sin citarlo explícitamente, el evangelio nos dice que José fue testigo de cómo su hijo crecía en estatura, sabiduría y gracia, y que vivía sujeto a sus padres. También nos describe la persona de José con un único calificativo: "Era justo".

            Se trata de un término (justo) que, para la Biblia, está preñado de contenidos: no sólo se refiere a que era bueno y no quiso denunciar a su mujer. Para la Biblia la expresión justo califica a un hombre religioso, fiel, honesto; como dice un comentarista: "Justo es el que adopta en cada  situación la actitud adecuada". Por eso, fue justo José al preguntarse sobre su dignidad ante la cercanía del misterio de Dios en su vida y fue también justo cuando se llevó a su mujer a su casa.

            Escuela de padres es una institución que tiene el siguiente lema: "Los hijos no aprenden, imitan". En el troquelado de la personalidad de un hijo influyen, sin duda, sus genes, los medios de aprendizaje y formación que va a recibir en su vida; pero nadie puede discutir  que hay una impronta básica que proviene de las personas más cercanas, especialmente de los padres.

            Muchos cristianos hubieran deseado que los evangelios nos hubieran dado más datos sobre el buen José. Y, sin embargo, hay un camino para conocer a José poco explorado: el de la personalidad humana de su hijo. ¿No debe decirse que en aquel crecimiento escondido durante 30 años se fue forjando la personalidad de Jesús que estaba  imitando lo que tenía más cerca de sí, a sus propios padres? 

            Antes decíamos que Jesús necesitaba un padre, aunque no fuese genético, para poder recibir un nombre y formar parte de un pueblo. Tendríamos que añadir que Jesús necesitaba un padre para aprender a ser hombre, porque el principal modelo de identificación de todo niño es precisamente su propio padre. ¿No es justo decir que esos rasgos tan impresionantes de la personalidad de Jesús: su libertad, su valentía, su coherencia, su desprendimiento... los aprendió y, sobre todo, los imitó en aquellos años escondidos en que estuvo sujeto a José? 

            Uno de los rasgos más característicos de la predicación de Jesús es llamar a Dios abba (lit. papá, en arameo), una expresión que impactó tanto a sus oyentes que se nos ha conservado en la propia lengua de Jesús. Debió ser también, sin dudas, la misma palabra con la que Jesús se dirigía a ese buen José, al que estuvo sujeto tantos años. En ese crecimiento en  estatura, sabiduría y gracia de Jesús, ¿no aprendió también de su padre José cómo dirigirse a su Padre del cielo? 

            Recuerdo haber leído que San Francisco de Asís habla de Dios preferentemente con rasgos femeninos, quizá porque su relación con su propio padre (el comerciante Bernardone) no fue positiva. Jesús no fue así: él tuvo la suerte, como tantas personas a lo largo de los siglos, de tener un padre en el que pudo aprender a conocer la bondad de Dios, la ternura del Abba... Hay un proverbio chino que dice que los padres deben dar a sus hijos raíces y alas: fue esto lo que José dio a su hijo Jesús.

            La figura de José es hoy nuestro modelo. También nosotros nos sentimos indignos de  acercarnos a Dios, porque hay en nuestro ser tanto barro, tanta debilidad... Y, sin embargo, una voz nos debe decir hoy al corazón: "No tengas reparo": no son tus méritos los que te  acercan a Dios; es Dios quien se acerca a ti; nadie es insignificante para un Dios que se ha  hecho Enmanuel, compañero de nuestros caminos, de nuestras alegrías y penas, de  nuestras ilusiones y fracasos... Tú no eres insignificante; cada ser humano, para sus hijos y para todo hombre, tiene la misión de ser Enmanuel, el Dios-con-nosotros; de ser las manos y el corazón de un Dios que nos sigue dando la gran señal del Enmanuel a través del buen José y de todo hombre que vive en el amor. 

Javier Gafo

IX

            Los textos litúrgicos de la fiesta de San José nos permiten situarlo en el plan salvador de Dios y, de esa forma, situar también nuestra vida en ese designio salvador. Más que una biografía de José nos encontramos en ellos con el "recto José" (Mt 1, 18) y, gracias a él, con el sentido verdadero de la rectitud cristiana. Colocando en la promesa y no en la ley el origen de la justicia, Rom 4,13-22, aunque con otro lenguaje, nos ofrece el marco adecuado para interpretar rectamente la figura de José en Mt 1, 16-24.

            En el ámbito originario del texto existen dos formas de comprensión de la ley. El fariseísmo de la época entiende la ley como una suma de prescripciones, las cuales se deben asumir integralmente en su singularidad. Para el evangelista, por el contrario, la ley debe entenderse como cumplimiento del designio de Dios para la existencia humana. En esta última comprensión, la ley no es otra cosa que la concreción de la Petición del Padrenuestro: "venga tu Reino, hágase tu voluntad".

            Cada integrante de la comunidad está llamado a recorrer el camino de José en la comprensión de la ley. Pasar de la mera aceptación de puntos o artículos exigidos por Dios a la comprensión de todo el designio salvador para el propio pueblo y para la humanidad. La justicia del Reino sólo puede hacerse realidad en la asunción de responsabilidades que ofrezcan en espacio familiar, y con él, un espacio a la presencia de Jesús en todos los órdenes de la existencia.

Confederación Internacional Claretiana

X

            El evangelio de hoy, fiesta de San José, nos habla de los antepasados de Jesús y de cómo el Espíritu Santo engendró en María un hijo, creando confusión en su esposo José, que aún no vivía con María. El texto nos dice que José resolvió dejar en secreto a María, ya que era justo y no se atrevía a hacer público por su cuenta lo ocurrido en ella. En estas andaba, cuando se le apareció en sueños un ángel que le explicó las cosas y le pidió que se quedara con María.

            La pregunta que ordinariamente nos hacemos es ésta: ¿cómo se entiende la justicia de José, la cual lo lleva a actuar de una manera tan extraña, tan contraria a nuestros criterios occidentales? La contradictoria conducta de José la entenderemos, si recordamos lo que significa justicia en la Biblia. Un ser humano es radicalmente justo cuando acopla su conducta a la voluntad de Dios.

            Pero esto sólo sucede cuando alguien es capaz de mantenerse como criatura ante Dios su creador, respetando su plan, aceptando colaborarle aunque no lo entienda, no tratando de apropiarse lo bueno que encuentre en él. Es decir, una persona es justa cuando respeta la misteriosa acción de Dios en la historia, sin apropiársela, poniéndose a su servicio. De esta manera Dios será siempre Dios y el ser humano su criatura.

            Este es el caso de José. Frente al misterio que encierra María en su vientre, la justicia bíblica le pide respetarlo, dejarle a Dios que él mismo lo revele y lo aclare por el medio que a él le parezca. Al no comprender José la gravidez prematura de María, trató de hacer lo que una persona justa debía hacer: retirarse, para no apropiarse la paternidad del Hijo que  pertenecía a Dios. Pero si Dios quería que él desempeñara algún papel en ese misterio, estaba dispuesto a ocupar el lugar que Dios le asignara. La Biblia guarda memoria de esta  justicia, para fomentar justos de la talla de José.

Servicio Bíblico Latinoamericano

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EQUIPO DE LITURGIA DE MERCABÁ

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 Act: 01/03/21       @año de san josé            E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A