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Paternidad de San José

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            Padre es el nombre propio de la persona de la Santísima Trinidad: Dios Padre, paternidad susbsistente[1]. Nadie como él puede ser llamado Padre en el sentido más pleno y perfecto, según la propias palabras de Jesucristo, revelador del Padre: "A nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra, porque sólo uno es vuestro Padre, el celestial"[2]. Pero a la vez, doblando las rodillas ante el Padre del cielo, como escribe San Pablo, podemos y debemos afirmar que de él "procede toda paternidad en los cielos y en la tierra"[3].

            Ahora bien, toda paternidad humana se deriva del Padre, y lo mismo ocurre con toda maternidad, ya que en el Padre se encuentra en un nivel superior todo lo que es propio de la maternidad o de la paternidad. Así, pues, la formación de cada familia se hace bajo la influencia del Padre. Toda paternidad y toda maternidad reciben del Padre el poder de comunicar la vida. La grandeza de la paternidad del Padre, que está en el origen de todo el desarrollo de la vida en este mundo nos hace ver mejor la nobleza de la generación y la responsabilidad de quienes tienen la misión de transmitir la vida.

            Por otra parte, la paternidad del Padre, que se despliega en la obra de la gracia, ilumina la necesidad de una formación espiritual de los hijos en la familia humana. La paternidad y la maternidad no tienen solamente el encargo de favorecer el desarrollo de la vida física; el padre y la madre tienen una responsabilidad esencial en la formación espiritual de los que se les ha confiado. El Padre celestial tiene la audacia de dejarles una responsabilidad tan alta y tan importante para el porvenir y el destino del hijo. El padre y la madre están llamados a asumir la tarea de la educación procurando imitar lo más posible a ese supremo educador que es el Padre[4].

            Jesucristo, el Hijo Unigénito del Padre, reconoció la paternidad presente en las criaturas. Un lugar especial lo ocupan la paternidad de José y la maternidad de María. La paternidad de José de Nazaret hizo las veces de padre suyo en la tierra; san José fue la sombra del Padre en la tierra, como le llama la tradición, reconociendo esta paternidad como un don del cielo. "Al no ser concebible que a una misión tan sublime (afirma Juan Pablo II) no correspondan las cualidades exigidas para llevarla a cabo de forma adecuada, es necesario reconocer que José tuvo hacia Jesús, por don especial del cielo, todo aquel amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer"[5].

            Jesús, por supuesto, continúa llamando madre a la Virgen Santísima, pero es preciso recordar que la participación más importante en la paternidad del Padre celestial consiste en la maternidad concedida a María. Ella fue una madre ideal, siendo para su Hijo el reflejo perfecto del amor del Padre. Ella recibió la misión de velar por la educación humana del Salvador. En ella alcanzó su cima más alta la audacia del Padre de confiar a una persona humana una responsabilidad educadora: María dio al Hijo de Dios todo lo que podía prepararle para su misión. Ella, además, es también "madre espiritual", Madre nuestra, como nos enseñó Jesús desde la cruz: "Hijo, ahí tienes a tu Madre"[6]. Personalmente, María recibió en el Calvario una maternidad espiritual, que imprimía más vivamente en ella un reflejo de la paternidad universal del Padre. Todos los tesoros de cariño, de indulgencia, de bondad misericordiosa que le atribuyen los cristianos tiene su primer origen en esta paternidad y manifiestan su alcance. En esta misión, estaba unida a José, que gozó también de una semejanza con el Padre, asumiendo un papel paternal en la educación de Jesús. Él tuvo el privilegio de ser llamado Abba por Jesús, que reconocía en él al representante del Padre celestial.

            Los apóstoles, conscientes de haber recibido la misma misión para la que Cristo fue enviado por el Padre[7], se sabían y se sentían depositarios de una inefable paternidad espiritual. Dirigiéndose a los cristianos de Corinto, San Pablo escribe: "Aunque tengáis diez mil pedagogos en Cristo, no tenéis muchos padres, porque yo os engendré en Cristo Jesús por medio del evangelio"[8]. Se palpa en el apóstol el orgullo que siente por esta paternidad. No obstante, la formación de los cristianos no puede alcanzarse sin sufrimientos. Nunca está íntegramente acabada. Por medio de un continuo parto doloroso la paternidad del apóstol se parece a la paternidad del Padre celestial: "Hijos míos, por quienes padezco otra vez dolores de parto, hasta que Cristo esté formado en vosotros"[9].

            Finalmente, conviene subrayar el valor de la paternidad y de la maternidad espiritual asignadas a aquellos y a aquellas que se consagran al servicio de la Iglesia o se entregan al trabajo apostólico. En el sacerdocio y en la vida religiosa, en todas las formas de consagración a Dios, hay una fecundidad que refleja la fecundidad soberana del Padre. Las vidas consagradas están destinadas efectivamente a difundir la vida espiritual en toda la humanidad. El Padre es fuente de una paternidad hecha de dolor y de gozo, tanto en el marco familiar como en el marco de la vida espiritual y apostólica de la Iglesia.

            El misterio de nuestra filiación divina excede por completo nuestra capacidad de comprensión. Por eso, ¡cuánto tenemos que agradecer a Dios que haya querido reflejar su paternidad concediéndola a sus criaturas en diversos órdenes y modos! Y entre todas las criaturas ocupa un lugar privilegiado, José de Nazaret, porque su paternidad es tan peculiar, que no se agota diciendo que fue una paternidad espiritual (como la que ejercita, por ejemplo, San Pablo). José hizo las veces de padre de Jesús en la tierra y vivió en su hogar, con María.

            Desde luego, "con la potestad paterna sobre Jesús (sigue diciendo el Juan Pablo II), Dios ha otorgado también a José el amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra"[10]. Gracias a esta realidad, la filiación humana, en general, es camino para vivir la filiación divina; así nos conduce Dios a descubrir su amor de Padre, y nos enseña que podemos tratarle tan sencilla y confiadamente como un hijo pequeño se conduce con su Padre, llamándolo familiarmente, movidos por el Espíritu Santo, ¡Abbá, Padre! Y, en particular, ¿que sucede con San José? Él es el único que puede llamar hijo al Hijo de Dios; él es el único que puede ser llamado Padre por aquél que es hijo del Padre celestial.

            Saberse hijos de Dios en Cristo, partícipes de su filiación, supone vivir, por expresarlo de algún modo, metidos en el corazón del Padre, embebidos de su paternidad. Y así el corazón de un hijo de Dios ha de ser también de algún modo, un corazón de padre. ¿Cómo sería el corazón de san José? Dicho de otra manera, a la vez que nos sabemos hijos pequeños de Dios, hemos de conducirnos como hermanos mayores que se sienten partícipes de la responsabilidad de sus padres. Jesús, con quien nos hemos de identificar, como cristianos, es el Hijo unigénito del Padre y el "primogénito entre muchos hermanos", como expresa el apóstol[11]. La filiación divina nos conduce necesariamente a la fraternidad.

            La paternidad de José de Nazaret se ha expresado concretamente, según Pablo VI, "al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa"[12]. San José, precisa Juan Pablo II, "ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad. De este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente ministro de la salvación"[13].

a) La filiación de Jesús

            En Jesús de Nazaret conviven una doble filiación, divina y humana. La 1ª es la más excelsa; la 2ª es también verdadera en cuanto a la maternidad y paternidad, pero de diferente modo. Es más, la singular "generación virginal permite la extensión de la paternidad divina: a los hombres se les hace hijo adoptivos de Dios en aquel que es Hijo de la Virgen y del Padre. Así, pues, la contemplación del misterio de la generación virginal nos permite intuir que Dios ha elegido para su Hijo una madre virgen, para dar más ampliamente a la humanidad su amor de Padre"[14]. Los primeros a quienes llega el amor del Padre eterno son María y José. Y es una experiencia admirable, todo un descubrimiento: Dios ama a su Hijo a través de ellos. Y viceversa, no es menos conmovedor ver que el amor infinito de Dios se vierte sobre ellos a través de Jesús. Cuando el hijo los mire, cuando les sonría, cuando por 1ª vez salga de sus labios una palabra de ternura, cuando (ya adolescente) les desvele la inmensidad del plan divino, es Yahveh (el Eterno, el Todopoderoso) quien les sonríe, se confía a ellos, les revela sus secretos y les manifiesta su amor.

            Además, el Padre no engendra más que por amor, el amor más puro y perfecto y así desea darse a su Hijo de la forma más plena. Después de descubrir el amor del Padre celestial hacia su Hijo, que embarga y atraviesa su paternidad humana, María y José entrevén el amor filial de Jesús a su Padre por la ternura que a ellos les manifiesta. Así van accediendo poco a poco al gran misterio velado en la Antigua Alianza, desconocido por los filósofos e ignorado por las demás religiones: el mismo que Jesús viene a revelar a los hombres que Dios es, a la vez, Padre e Hijo. Y es el Hijo encarnado, quien es ahora hijo de María y José. Viéndolo vivir bajo sus ojos, aprenden ambos con qué amor filial deben amar los hombres, y ellos en primer lugar, a su Padre celestial. Y, sin duda ninguna, Jesús les enseñó que este amor lo infunde el Espíritu Santo en el alma de los creyentes[15].

            Como sucede entre los hombres, el amor de Jesús por su madre es distinto del que siente por su padre. Y también esto es un motivo de meditación para José y María: comprenden que el amor filial a Dios presenta diferentes matices. Jesús niño, con María, es todo abandono y confianza: un instinto infalible le hace buscar junto a ella el alimento del cuerpo y del corazón, la dulzura y la sonrisa. Y más tarde, cuando crezca, María será para él ese puerto de pureza y de ternura que el adolescente necesita imperiosamente. Representa a sus ojos la imagen de la otra presencia (la del Padre), siempre atenta y acogedora, a través de la maternidad.

            El amor filial de Jesús hacia José toma un aspecto distinto: está hecho de admiración por la silenciosa sabiduría y la fortaleza tranquilizadora de su padre en la tierra. ¡Con qué alegría se lanza, niño, a los brazos vigorosos del carpintero que vuelve del trabajo! Más tarde, al crecer, se asombrará viendo en la paternidad de José el purísimo reflejo de la autoridad, de la imperturbable serenidad, del inmenso amor de su Padre celestial. Representa a sus ojos la imagen de la otra presencia, la del Padre, ese Padre a cuyos brazos confiará su alma, en la última hora de su vida, llamándole Abbá, Padre[16].

b) La peculiar paternidad de san José

            La paternidad de San José es ciertamente peculiar. Es un hecho tan sublime, en su honor y reverencia, que las inteligencias más insignes la han considerado y contemplado con verdadera admiración. Advierte San Agustín que el nombre de padre de Jesús, según aparece en las Sagradas Escrituras, se le dieron a San José, no solamente las gentes del vulgo, que le creían padre natural, sino también la Santísima Virgen y el evangelista san Lucas[17]. ¿Qué podemos decir ante unos testimonios tan claros y autorizados? La Virgen Santísima y el evangelista, personas tan santas y perfectamente conocedoras de la verdad del misterio, ¿cómo dan este nombre a José, en ocasiones tan solemnes? Los nombres sabiamente impuestos, expresan la naturaleza, la dignidad de la persona a quien se imponen, pues tienen por objeto representarla con la mayor perfección posible. ¿Y qué más sabiamente impuestos que los nombres que impone el mismo Dios? Por consiguiente, cuando el Padre eterno comunica a san José este gran nombre de padre, que era propio suyo, claramente manifiesta la excelencia de San José, a quien comunica, juntamente con el nombre, las condiciones de Padre. "Esto nos da a entender (observa Suárez) que no sin disposición singular de Dios se da a José este nombre; porque ni la Santísima Virgen ni San Lucas hablaron sin especial inspiración del Espíritu Santo"[18].

            Ahora bien, conviene reflexionar sobre el contenido de este título para descubrir la realidad oculta bajo esa palabra. Y como observa Gasnier[19], se distinguen habitualmente 2 clases de paternidad: la natural (que lleva consigo la transmisión de la vida, de la que resulta la venida al mundo de un nuevo ser) y la adoptiva (que es una simple atribución por la cual un hombre se compromete a reconocer y aceptar legalmente como suyo un niño engendrado por otro). Sin embargo, ninguna de estas 2 paternidades convienen en absoluto a José. La 1ª dice demasiado y la 2ª poco. Es histórica y teológicamente cierto que José, según el modo ordinario y natural, no fue padre de Jesús, el cual no tuvo padre humano. ¿Quiere decir esto que fue solamente su padre adoptivo o putativo, según la expresión consagrada por el uso y sancionada por la liturgia de la fiesta del 19 de marzo?

            No es tarea fácil para los teólogos determinar en qué consiste la paternidad de José. Se han avanzado varios calificativos (padre putativo, adoptivo, legal, nutricio, virginal...), aun estando convencidos de que la paternidad de José no se puede encasillar en ninguno de ellos. Los teólogos afirman unánimemente que las expresiones corrientes son minimizantes por diversos motivos y no expresan más que una verdad incompleta. Esos títulos, por honorables que sean, sólo señalan una paternidad fáctica, ficticia, prestada: una especie de simple protección. Ya es algo, pero la realidad sobrepasa esos calificativos.

            Por ejemplo, el término padre putativo es usado muchas veces en los documentos pontificios. La adopción, en cambio, supone esencialmente que un extraño, por afecto, escoge al que trata como un hijo. Pero en ningún momento José fue un extraño para Jesús, ni Jesús para José: desde que se encarnó en María, al hacerse divinamente fecunda, Jesús perteneció legítimamente a José, ya que el esposo y la esposa, según el orden querido y establecido por Dios, son una sola cosa y sus bienes comunes. ¿Aceptaremos entonces como suficiente el nombre de padre nutricio? Este título indica uno de los deberes importantes del padre para con sus hijos, pero no significa la misma paternidad; por tanto es impropio para expresar la paternidad verdadera de San José.

            ¿Podría entonces tomarse como título más adecuado el de padre virginal de Jesús? Tampoco es aceptable por completo este nombre, porque María es también madre virginal por haber dado su propia sustancia al Verbo encarnado, lo cual no acontece en San José. Pero es un término empleado ya por el magisterio desde Pío X[20].

            ¿Será más exacto el nombre de padre legal? Más exacto tampoco, pero aquí los autores disputan. Para unos resulta insuficiente, porque la ley del levirato es considerada una argucia jurídica para que el difunto pudiera tener sucesión (los hijos de la esposa-viuda en este matrimonio, al menos el primogénito, tenían al difunto por padre legal) y así su nombre no quedaba borrado de Israel. Esta paternidad, claro está, no corresponde a la de San José.

            Sin embargo, para otros, el acercamiento a la Escritura nos pone frente a una concepción de la paternidad diversa de las corrientes en la cultura occidental. Encontramos, por ejemplo, el reconocimiento como hijos legítimos de los nacidos de la relación del marido con la esclava, cedida a él por la mujer a fin de tener descendencia[21]; también en la ley del levirato se considera perteneciente a un padre diverso del real, el hijo nacido de la viuda y el hermano del marido difunto[22]. La paternidad de José vista desde una tradición semita, que relativiza la generación biológica en favor de una paternidad real en otro plano, podría ser aceptada. Y el relato de Mateo autoriza a concebir a José como padre de Jesús, aun manteniendo el hecho de su concepción virginal, en un sentido que no encuentra categorías occidentales idóneas para expresarlo. Así, por ejemplo, Brown opta por la expresión padre legal como "designación mejor que la de padrastro o padre adoptivo". En efecto, "no es que José adopte como hijo suyo a otro, sino que reconoce como hijo legítimo propio al hijo de su mujer haciendo uso de la misma fórmula con la cual otros padres judíos reconocían a sus propios hijos legítimos"[23]. Esto ocurrió en el caso de José mediante el ejercicio del derecho paterno de imponer el nombre al niño: así lo reconoce como propio y se convierte en su padre legal[24]. Es decir, el verdadero padre de Jesús, el Padre eterno, que lo engendra desde la eternidad según su naturaleza divina, confía a José de Nazaret la misión de ser en la tierra su vicario; y por eso tuvo que poner en él algo del amor infinito que tiene al Verbo[25].

            Valga como resumen intuitivo de la dignidad de José (sólo superada por la Madre de Dios) este párrafo de un autor espiritual. En efecto, como observa Beringuer:

"Los reyes de la tierra han de inclinarse en su presencia porque él es más rey que todos ellos, puesto que gobierna al Rey de los reyes, rige la Sagrada Familia y manda al Rey del mundo. ¡Qué grande es el reino interior de Nazaret! Tiene algo de infinito. Rigiendo a Jesús, rige en cierto modo toda la naturaleza creada, resumida en la humanidad de Nuestro Señor. Es, realmente, una maravilla que José reine sobre unos seres tan superiores como Jesús y María, quienes le aventajan respectivamente según un grado infinito y según un grado que no se puede concebir. Reverenciemos las maravillas del buen Dios y no olvidemos que, habiendo sido José tan honrado por Dios, es de razón que nosotros le rindamos también un alto tributo de honor"[26].

            Quizá hoy el psicoanálisis pueda ayudar a expresar la verdadera paternidad de José cuando invita a evitar la confusión entre padre y genitor. Pues "le bastan al hombre tres segundos para ser genitor, pero ser padre es una aventura, y sólo existen padres adoptivos"[27]. Sin desconocer el hecho de ser genitor responsable, esta perspectiva psicológica valora la función de José, que podría ser llamado en sentido profundo padre (adoptivo y legal) de Jesús sin ser su genitor. Más aún, José de Nazaret es padre, pues, en un sentido único, extraordinario, sublime. Y no dice poco en favor de San José que ningún nombre, por expresivo que sea, puede dar idea exacta de su admirable paternidad.

            Aún excluyendo la generación física, la paternidad de José fue una paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y progenitor, una antigua monografía sobre la virginidad de María afirma que "los compromisos adquiridos por la Virgen y José como esposos hicieron que él pudiese ser llamado con este nombre (padre); un padre, sin embargo, que no ha engendrado"[28]. José, pues, ejerció en relación con Jesús "la función de padre (dice Juan Pablo II), gozando de una autoridad a la que el Redentor libremente se sometió, contribuyendo a su educación y transmitiéndole el oficio de carpintero"[29].

            En fin, tan misteriosa, tan sublime, es la paternidad de san José, que, como advierten varios autores, ni en nuestro idioma, ni en ninguno de la tierra, hay vocablo que, con toda propiedad, pueda expresarla. "Se trata (dice Billot) de un caso único en su género, y para tal excepción no hay palabra propia en los diccionarios de los hombres"[30]. No es fácil, desde luego, calificar la paternidad de José de una manera precisa; si se puede decir así, es un caso único en la historia de la paternidad, que requiere, si el vocabulario ofrece la posibilidad, un título nuevo, adaptado a la función ejercida. No dudemos en repetir la expresión de Bossuet, tomada por él mismo de San Juan Crisóstomo: "Dios ha dado a José todo lo que pertenece a un padre, sin detrimento de la virginidad, y llama a José de Nazaret ministro de la salvación[31]. Dicho de otra manera: José no tuvo ninguna participación en el nacimiento natural de Jesús, pero exceptuando eso, su paternidad implica todos los deberes y derechos, obligaciones y privilegios que normalmente tiene en el hogar un padre de familia; y ha sido llamado por Dios (puntualiza Juan Pablo II) para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús[32].

c) Fundamento de dicha paternidad de José

            Lo que está claro es que José es padre de Jesús por derecho de matrimonio. El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: "A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne"[33]. María, a consecuencia del contrato matrimonial, reconocido por la ley y sancionado por Dios, era el bien de José y, por lo tanto, todo lo que le podía suceder eventualmente a María, incluso milagrosamente, se convertía inmediatamente en propiedad de José, su esposo. Fue José quien conservó la virginidad de su esposa, estimada por Dios indispensable; y los 2, de común acuerdo, la habían ofrecido al cielo como un bien que fue aceptado, a cambio del cual recibieron ambos un hijo que les pertenecía por igual, ya que era como el fruto de su alianza virginal.

            Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna de Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José (una relación que lo sitúa lo más cerca posible de Jesús, término de toda elección y predestinación[34]) pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia[35]. En efecto, "los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en aquel momento se ha conservado la virginidad[36], llaman a José esposo de María y a María esposa de José[37]. Esta es la razón de que en los Evangelios las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José: «y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José"[38]. Como reflexiona a este respecto San Agustín:

"¿Por qué no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? La Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo"[39].

            Pero hay más, pues a San José le corresponde el derecho de "padre de Jesús", y no sólo por el título matrimonial que acabamos de considerar (o título de accesión, a nivel jurídico), sino por otros más altos. Es falsa la idea de que no hay verdadera paternidad sin la fecundidad física del matrimonio. En San José existe una paternidad moral, pero real y verdadera, más importante que la paternidad material. De 2 maneras, dice Santo Tomás de Aquino, puede un hijo ser fruto de un matrimonio: 1º porque el matrimonio, de su mismo ser, le ha dado la vida; 2º porque el matrimonio fue expresamente constituido para que aquel hijo naciese. Esto último es lo que acontece en el matrimonio de María y de José: en el plan divino, "este matrimonio fue el medio expresamente elegido para introducir en el mundo al Hijo de Dios hecho Hombre"[40]. Tenemos, pues, que Jesucristo es, por disposición divina, fruto de aquel matrimonio; y es también, en este sentido, hijo de José. "El Espíritu Santo (dice San Agustín) descansando en la santidad de ambos, dio a los dos el Hijo". O como poco antes había dicho, "lo que obró el Espíritu Santo, lo obró para los dos. Por lo cual José, así como fue castamente marido, fue castamente Padre"[41].

            Y si esto no fuese bastante, los teólogos añaden otro motivo: por el matrimonio, los cónyuges se dan uno a otro el dominio de sus cuerpos, en orden a la procreación de los hijos. De tal manera, que según las palabras de Dios en el Génesis, "son dos en una carne"[42]. Por consiguiente, en este sentido, puede sostenerse que Jesucristo nació también de José según la carne, pues nació de María (esposa de José, "una sola carne con él" según las palabras del Génesis)[43]. ¿Qué falta, pues, sino aclamar a José padre de Jesús? Padre, no propiamente en el orden físico y material, sino en un orden sublime y misterioso. Pero padre real y verdadero, por la eficacia del Espíritu Santo, que ha sabido conciliar en él la virginidad más perfecta con la verdadera paternidad.

            Para colmo de la dignidad de San José, hay que añadir que su paternidad se extiende, en la forma explicada, no sólo de la humanidad de Jesucristo, sino hasta su misma persona, que no es otra que la Persona del Verbo. En Jesucristo, aun como hombre, no hay más persona que la divina. La Virgen María no es solamente Madre de la humanidad de Cristo, sino también de la persona divina unida a esa humanidad, como la fe nos enseña: es Madre del Verbo humanado, es Madre de Dios. Pues bien, la paternidad de San José, entendiéndola siempre en el sentido arriba expuesto, tiene la misma amplitud que la maternidad de su santísima esposa: hace también referencia a la Persona del Verbo.¡Qué asombrosa dignidad!

            La liturgia de la Iglesia, al recordar que han sido confiados "a la fiel custodia de San José los primeros misterios de la salvación de los hombres"[44], precisa también que a José de Nazaret "Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito"[45]. José de Nazaret es el custodio del Redentor, y por eso ministro de la salvación. León XIII subraya la sublimidad de esta misión: "José se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre"[46].

d) Verdadero matrimonio, verdadera paternidad

            La verdadera paternidad de José de Nazaret se fundamenta en el matrimonio verdadero con María. Y en éste no faltaron los requisitos necesarios para su constitución, pues como observa San Agustín, "en los padres de Cristo se han cumplido todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Y conocemos la prole, que es el mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio"[47]. La tierra virginal de María dio fruto por la bendición de Dios; ese fruto bendito pertenece a José, de quien era aquella tierra. Como bellamente explica San Francisco de Sales:

"Si una paloma llevara en su pico un dátil, y le dejara caer en un jardín, la palma que del dátil brotara, pertenecería por derecho al dueño del jardín. ¿Quién duda, pues, que, traído por la celestial paloma del Espíritu Santo el dátil divino al jardín cerrado del seno de María, la palma real del hombre-Dios, nacida de esa celestial semilla, es propiedad del dueño de ese jardín cerrado, del patriarca San José?"[48].

            En consecuencia, Jesús nacido de la carne de su esposa, la cual le pertenecía en razón del sagrado lazo y de la donación propia del matrimonio, tenía un necesario parentesco con José, y al revés. Además, al ocupar José un lugar insustituible al lado de María, había sido ese instrumento considerado indispensable por Dios para que el misterio de la encarnación pudiese insertarse en el seno de una familia compuesta por las 3 unidades habituales. No convenía que el hogar donde había de nacer el niño se viese desprovisto de su cabeza. Tenía, pues, José el derecho de llamar a Jesús hijo suyo y a considerarle como tal. Por eso los padres de la Iglesia no dudan en verle junto a Jesús, como una especie de "sacramento del Padre eterno"; o en expresión más habitual consagrada por la tradición, como "la sombra de Dios Padre".

            Ahora bien, San José no llevó sólo el nombre de padre de Cristo, sino que participó también de lo que este nombre significa, en cuanto, sin haberle dado el ser, puede participarse por un hombre. Y lo participó de manera que ni en el cielo se comunicó jamás a otro, ni jamás se comunicará en la tierra. En la Sagrada Familia, verdadera familia humana formada por el misterio divino, José de Nazaret es el padre, con una paternidad no aparente ni sustitutiva, sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana[49]. José tuvo también un papel activo en el nacimiento de Jesús. Cuando el ángel le dijo "tú le pondrás por nombre Jesús", le estaba indicando de alguna manera: "Mira, José el padre de este niño es Dios, pero él transmite sus derechos. Eres tú el designado para hacer de padre. Tendrás con él un verdadero corazón paternal y ejercerás sobre él tus derechos de padre". Y así fue. José cuidó de Jesús, amándole a la vez como su hijo y adorándole como su Dios. Y el espectáculo (que tenía constantemente ante los ojos) de un Dios que daba al mundo su amor infinito era un estímulo para amarle más y más y entregarse cada vez con más generosidad. Amaba a Jesús como si realmente le hubiera engendrado, como un don misterioso de Dios otorgado a su pobre vida humana. Le consagró sin reservas, de forma total, sus fuerzas, su tiempo, sus inquietudes, sus cuidados. No esperaba otra recompensa que poder vivir su consagración cada vez mejor. Su amor era a la vez dulce y fuerte, tranquilo y ferviente, apacible y ardiente, emotivo y tierno. Podemos representárnoslo tomando al niño en sus brazos, meciéndole con canciones, acunándole para que se duerma, sonriéndole, paseándole, fabricándole graciosos juguetes, jugando él mismo con él como hacen todos los padres, prodigándole sus caricias como actos de adoración y testimonio del más profundo afecto.

e) La maternidad de María, fundamento de la paternidad de José

            Demos un paso más. La nueva autoridad paterna de José se ancla en la Sagrada Familia, según el proyecto divino. Es precisamente del matrimonio con María del que derivan para José su singular dignidad, su autoridad y sus derechos sobre Jesús. Como bien explica León XIII:

"Es cierto que la dignidad de madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad (al que de por sí va unida la comunión de bienes), se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo de la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella"[50].

            Ahora bien, en la Sagrada Familia, está María, la Mujer (como la llama San Juan). Y así como la Antigua Alianza se hizo el corazón de Abraham, así la Nueva Alianza se hizo en el corazón de María. En efecto, Abraham es nuestro padre en la fe que le justifica[51]. Y si su paternidad fue divina (y doblemente, en razón de su fe y de nuestra fe[52]), ¿no iba a ser divina, sino tan solo milagrosa, la especial intervención de Dios en su estéril esposa Sara? El fruto de esta paternidad fue Isaac, el "hijo de la promesa", y eso que no era el Mesías (el verdadero Hijo de Dios). Pues bien, la Nueva Alianzatiene un alcance mucho más profundo que la Antigua Alianza, porque tiene como término el misterio mismo del Hijo de Dios. Y ésta es la razón teológica por la que se lleva a cabo en una maternidad virginal, divina. Para mostrarlo, Dios quiso ir más allá (no en contra) de la carne y de la sangre. Y se encarnó. Dios no destruyó nada de lo que había hecho antes, pero lo llevó a su plenitud. Y María debía vivir una maternidad divina, tanto por su fe como en su propia carne.

            La Sagrada Familia representa, pues, un punto de inflexión del proyecto divino. Y por tener lugar dicho punto de inflexión en el corazón de María, por eso ella es la guardiana de la autoridad paterna. Y con ella José alcanza toda su autoridad paterna, en toda su fuerza. Estamos ya en un nuevo orden, el orden del Espíritu Santo. La nueva lógica divina ya no es simplemente humana, es el amor que se despliega en el orden de la sabiduría. Todo es nuevo en el corazón de María y la autoridad paterna de José se inscribe en el corazón de María. La autoridad paterna está ligada al misterio de una fuente (una nueva fecundidad maternal) que viene directamente de Dios. En su maternidad virginal, María vive como hija predilecta del Padre, porque todo lo refiere y conduce al amor paterno de Dios como a su fuente.

            El niño no sólo recibirá la sangre de María y los cuidados que ambos (José y María) van a prodigarle, sino el mismo ser de sus padres, el amor de ambos está puesto a su servicio. Amar es darse el uno al otro para darse juntos. Ahora que tienen un hijo a quien querer y criar, su matrimonio ha alcanzado la plena razón de ser, ha llegado a su más perfecta realización. Fruto de la unión de José y María, y nacido en el interior de su matrimonio, Jesús va a crecer en medio del resplandor del más perfecto amor conyugal, recibiendo del padre y de la madre la ternura y los cuidados que requiere el armónico desarrollo de una personalidad de varón. Al inclinarse juntos sobre su hijo, al amarle con un solo corazón y una sola alma, José y María descubren la paternidad de Dios. Comprenden que el torrente que los inunda y los empuja hacia el recién nacido no tiene su origen en ellos, sino en el amor mismo del Padre por el Hijo. Tienen la experiencia de ese amor, están asociados a él; a través de ellos, se derrama en aquel que el Padre ama desde toda la eternidad. El Padre les ha iniciado en el amor a su hijo con Su mismo amor: ésta es la conmovedora realidad que ensancha sus corazones.

            Esta experiencia del amor del Padre por el Hijo es a la vez común y distinta en José y María. José descubre en sí mismo la imperiosa necesidad de proteger a su hijo, de proveer a sus necesidades, de ayudarle en su desarrollo. Le enseña los preceptos de la ley, lo inicia en su oficio, lo introduce en la sociedad de los hombres. Esta misión paternal le permite entrever algo del amor paternal de Dios: amor creador, don eternamente inagotable, protección celosa, providencia infalible. Como Yahveh para su pueblo, José quiere ser roca y pastor para su hijo.

            La joven ternura maternal de María, por su parte, proyecta una luz nueva sobre sus textos favoritos de la Escritura[53]. No se equivoca al pensar que Dios es también madre. Lo suponía desde hacía tiempo. Ahora sabe por experiencia que un amor maternal, que no procede de ella, pero que penetra y trasciende el suyo, se extiende sobre Jesús, su hijo.

            En suma, la autoridad paterna de José es mucho más grande que la de los patriarcas, porque él tuvo autoridad sobre el mismo Hijo de Dios. En efecto, la autoridad es más o menos grande según las personas sobre quienes se ejerce. ¿No es por eso, por lo que leemos en la escritura que "el Señor glorifica al padre en sus hijos"[54]? Se ve así la grandeza de la paternidad de José, que será glorificada por el sacerdocio de Cristo, por el Hijo amado del Padre. José, en verdad, tiene autoridad sobre el el Hijo unigénito del Padre. ¿Por qué? Porque él está unido a María. Se ve así clara la diferencia entre la relación de Abraham y Sara, y la de María y José... María es la Mujer, la que es totalmente de Dios, inmaculada, toda pura, toda amante. Y porque es totalmente de Dios, ella es más mujer que cualquier otra mujer. Ella tiene un corazón más tierno, más amante, con más capacidad de amor y está unida a su esposo José más que ninguna otra esposa pueda estarlo con su esposo. La autoridad paterna de José de Nazaret procede de esta unión con María y de esta intimidad querida por Dios entre ellos.

            En este sentido se podría decir que la autoridad paterna de José es una autoridad gracias a la "mediación mariana", pero, a la vez, es una autoridad que representa directamente la del Padre celestial. La mediación de María es tan limpia y recta que siendo su maternidad virginal soporte de la autoridad paterna de José, a la vez, ella esta sometida a la autoridad de su esposo. Dicho de otra manera, la autoridad de José le viene de Dios por María, y, al mismo tiempo, María desea y vive sometida a José porque así lo dispone su Señor.

f) Paternidad virginal y salvífica de José

            José de Nazaret no se encontró por casualidad siendo padre de Jesús. Si las circunstancias (morada, edad, parentela, amor...) habían llevado naturalmente a José a unir su vida con la de María mediante el vínculo del matrimonio, llega luego este momento divino en el que Dios entra como dueño en su santuario doméstico para inaugurar aquella economía superior que exige una nueva generación no dependiente de la carne y de la sangre.

            Los vínculos precedentes no quedan disueltos, y justamente por ello José es incitado por el ángel a aceptar a María; pero ha de comprender que la parte que está asumiendo en el plan de la redención le constituye en padre en un orden de parentesco que no es igual al natural de los "hermanos y hermanas (lit. parientes) del Señor". El parentesco de la sangre no es el parentesco que puede pretender derechos al reino de Dios. José entra a formar parte de una nueva familia, que tiene su origen únicamente en una iniciativa divina. Ese acceso supone una llamada de lo alto y una respuesta impregnada de obediencia y de fe, instrumentos de la nueva generación. El nuevo parentesco que liga a Jesús no puede fundarse en derechos personales y naturales, sino en la sola voluntad divina[55]. Constituido padre de Jesús por esta voluntad soberana, José se introduce como elemento necesario en la ejecución del plan divino de la salvación y entra con toda justicia en el grupo de los patriarcas como su máximo exponente. Si José toma consigo a María, "no es para iniciar una vida matrimonial en sentido pleno, sino para cumplir el mandato de Dios, que por ese camino quiso que el hijo de María naciese en la casa de David para ser el heredero de las promesas"[56].

            En suma, José de Nazaret encabeza la Sagrada Familia por Jesús. Y éste es el significado cristológico-salvífico de su paternidad. Su presencia en la Sagrada Familia está requerida y justificada en último término por su relación con Jesús[57]. José, aceptando permanecer al lado de María en atención a la voz de Dios, acepta responsablemente la paternidad salvífica de Jesús[58]. El ángel manda, ante todo, a José que imponga el nombre al niño, y sólo secundariamente que tome consigo a María. Todo el mensaje del ángel va dirigido a probar la condición mesiánica del niño y la función de padre que debía asumir en relación a este niño[59].

            Veamos ahora una última cuestión. ¿Qué otro significado puede tener una paternidad virginal en un matrimonio virginal? Estamos ante un hecho novedoso: María y José nos introducen ya en la Nueva Alianza. La virginidad no era entendida en la Antigua Alianza, pero el matrimonio sí, y "desde el principio" (como explicará Jesús en su vida pública). Toda la vida de Cristo, desde sus orígenes, fue una discreta pero clara separación de lo que en el AT determinó tan profundamente sobre el significado del cuerpo. Cristo nació de María como nace todo hombre (como todo hijo de su madre), y su venida al mundo estuvo acompañada por la presencia de un hombre: José de Nazaret, esposo y marido de María, ante la ley y ante los hombres. Sin embargo, la maternidad de María fue virginal, y se correspondió con el misterio virginal de José[60].

            Por tanto, la concepción virginal y el nacimiento de Jesús pasó oculto a los ojos de los hombres, por lo que sus contemporáneos pensaban que era "el hijo de José", el "hijo del carpintero". Pue si el Mesías era "descendiente de David", y de estirpe real "según la carne", ¿qué sentido tenía ellos la virginidad? Sólo María y José fueron testigos de una fecundidad diversa de la carnal: la fecundidad del Espíritu, pues "lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo"[61].

            El matrimonio de María con José (en el que la Iglesia honra a José como esposo de María y a María como esposa de él) encierra en sí el misterio de la perfecta comunión de las personas, del hombre y de la mujer (en el pacto conyugal) y un misterio singular: la "continencia por el reino de los cielos", que en la historia de la salvación serviría para la más perfecta "fecundidad del Espíritu Santo". Más aún, en cierto sentido, era la absoluta plenitud de esa fecundidad espiritual, ya que precisamente en las condiciones nazarenas del pacto de María y José en el matrimonio y en la continencia, se realizó el don de la encarnación del Verbo Eterno: el Hijo de Dios, consustancial al Padre, fue concebido y nació, como hombre, de la Virgen María. La gracia de la unión hipostática diríamos que está vinculada precisamente con esta plenitud de la fecundidad sobrenatural, fecundidad en el Espíritu Santo, participada por una criatura humana, María, en el orden de la "continencia por el reino de los cielos". La maternidad divina de María es también, en cierto sentido, una sobreabundante revelación de esa fecundidad en el Espíritu Santo, al cual somete el hombre su espíritu cuando elige libremente la continencia "en el cuerpo": precisamente la "continencia por el reino de los cielos"[62].

            Así las cosas, el matrimonio y la procreación no constituyen el futuro escatólogico del hombre. En la resurrección pierden, por decirlo así, su razón de ser. En el "otro siglo", como nueva patria del hombre, emerge definitivamente del mundo actual, que es temporal, a través de la resurrección. La Resurrección, según las palabras de Cristo referidas por los Sinópticos, significa no solo la recuperación de la corporeidad y el establecimiento de la vida humana en su integridad, mediante la unión del cuerpo con el alma, sino también un estado totalmente nuevo de la misma vida humana.

            Cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el reino de los cielos[63]. En la virginidad (o celibato por el reino de los cielos) han visto siempre los teólogos un motivo escatológico. La reflexión sobre la resurrección hizo que Santo Tomás de Aquino omitiera en su antropología metafísica (y a la vez teológica) la concepción filosófica de Platón sobre la relación entre el alma y el cuerpo y se acercara a la concepción de Aristóteles[64].

            También la relación entre celibato apostólico y resurrección de la carne es abordada por el Juan Pablo II en su encíclica Familiaris Consortio, al subrayar que "en la virginidad el hombre está a la espera, incluso corporalmente, de las bodas escatológicas de Cristo con la Iglesia, dándose totalmente a la Iglesia con la esperanza de que Cristo se dé a ésta en la plena verdad de la vida eterna. La persona virgen anticipa así en su carne el mundo nuevo de la resurrección futura"[65].

            La figura evangélica de San José nos sitúa ante la función esponsal del varón. Una función que no se reduce a la mera sexualidad, sino que adjudica al cuerpo varonil aquellas misiones y tareas más directamente relacionadas con sus cualidades varoniles, y no sólo sexuales. Y entre esas cualidades entra, por encima de todas, la de proteger a la familia, la de representarla jurídica y socialmente, la de ganar el sustento, la de educar a los hijos... Y en aquella época, la tarea de formar a su hijos en un oficio (normalmente el mismo que ellos ejercían) y dotar a sus hijos de un brazo fuerte y un corazón magnánimo, para enfrentarse a las dificultades de la vida. Todos esos cometidos los ejercitó San José con María y Jesús, como cualquier buen esposo y padre de familia. Y tal como nos lo presentan los evangelios, con especial personalidad varonil[66].

g) Paternidad fiducial y espiritual de José

            La paternidad de José de Nazaret recoge de alguna manera aquella modélica paternidad de Abraham, que no se limita a los descendientes del hijo de la promesa, Isaac, sino que se extiende (aunque se incluye ante todo a los hijos de Agar, la esclava egipcia[67]) a todos los pueblos de la tierra. De todas formas, no es precisamente la paternidad carnal, sino la espiritual, el fundamento de las bendiciones divinas. La participación en ellas, tanto para los hebreos como para el resto de las naciones, está condicionada por la unión moral con el Patriarca. Y ello es así esencialmente por la elección y promesa divinas, que fundan una economía de gracia universal.

            Las circunstancias de la vocación de Abraham y el cumplimiento de la promesa en su fase inicial (con el nacimiento de Isaac) permiten adivinar el carácter universal y sobrenatural de la paternidad de Abraham. Dicha paternidad, obra de la bondad y del poder divinos, se nos presenta, por tanto, en su aspecto físico y moral, elevado a un plano superior, por encima de la mera paternidad humana. Es en realidad una participación de la paternidad divina[68].

            Así fue también la paternidad de José de Nazaret, pero no tanto una paternidad "según la carne", sino "según la fe y el Espíritu". La fecundidad de su virginidad, como la de María, procedía del Espíritu Santo. Y ambas almas (José y María), iluminados por el Paráclito divino, no dejaron de descubrir esta relación íntima entre la venida de Cristo y la vocación de Abraham. Ejemplos significativos son la Virgen María, Zacarías y Simeón, según lo reflejan sus respectivos cánticos[69]. También Juan el Bautista vio con claridad la relación del mensaje evangélico con la llamada divina de Abraham, enfrentándose a los que negaban hacer penitencia con el pretexto de que les bastaba ser hijos de Abraham para no incurrir en la indignación divina[70].

            Consecuencia de la unión inseparable entre la promesa a Abraham y su cumplimiento en Cristo, es que muchos pudieran presentar el título de "hijos de Abraham" (según la carne) como un derecho para participar en los bienes del Reino de Dios; pero quedarán tristemente excluidos por negarse a creer en Jesucristo. Y, al contrario, la fe hará que los gentiles participen de las bendiciones del patriarca[71]. Su paternidad se torna salvífica. También, José de Nazaret, patriarca del nuevo Pueblo de Dios, es "nuestro Padre y Señor", porque gracias a su fe hizo posible que llegasen a nosotros las promesas a Abraham y a su descendencia. José aceptó, desde el principio y mediante la "obediencia de la fe", su paternidad humana respecto a Jesús, siguiendo la luz del Espíritu Santo[72].

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JOSÉ MARÍA MONFORTE, Madrid, España

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 Act: 01/03/21       @año de san josé            E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

[1] CEC, 198. [2] Mt 23,9. [3] Ef 3,5.

[4] cf. GALOT, J; Padre ¿quién eres?, ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1997, pp. 69-81.

[5] cf. JUAN PABLO II, Redemptoris Custos, 8.

[6] Jn 19, 27. [7] Jn 20, 21. [8] 1 Cor 4, 15. [9] Gal 4, 19. [10] RC, 8c. [11] Rom 8, 29.

[12] cf. PABLO VI, Alocución del 19-III-1966, en Insegnamenti, IV (1966), p. 110.

[13] RC 8. [14] AUG, 31-VII-1996. [15] Rom 5, 5. [16] Lc 23, 46.

[17] cf. AGUSTIN DE TAGASTE, De Consensu Evangelistarum, 1.

[18] cf. SUAREZ, F; De Mysteriis Vitae Christi, VIII, I, 3.

[19] cf. GASNIER, M; Los silencios de San José, ed. Palabra, Madrid 1999, p. 150.

[20] El Congreso nacional de Canadá, celebrado del 1 al 9 agosto 1955 en el Oratorio San José de Mont-Royal, formuló el siguiente voto: "que además de las fórmulas tradicionales de padre putativo y de padre nutricio, no se tema utilizar la expresión padre virginal, empleada en la oración aprobada por San Pío X".

[21] Gen 30, 1-13. [22] Gen 38, 8; Dt 25, 5-6.

[23] cf. BROWN, R.E; El Nacimiento del Mesías, ed. Cristiandad, Madrid 1982, p. 157 en nota.

[24] Mt 1, 21.25.

[25] José ha sido llamado por los clásicos castellanos "criador del Creador", "providencia de la Providencia", "cuna que a Dios mece", "brasero de amor que le calienta", "cama blanda donde se adormece", "árbol donde Dios se arrima y regocija", "árbol que con su buena sombra a Dios cobija", "redentor de Jesús, liberador y salvador", "descanso de Jesús y María", "dulce refrigerio de Jesús y María", "ángel de la guarda de Jesús y María", "don de Dios", "viceparáclito"...

[26] cf. BERINGUER, R; San José, ed. CAM, Barcelona 1932, p. 2.

[27] cf. DOLTO, F; L'évangile au risque de la Psychanalyse, ed. Delarge, París 1977, p. 26.

[28] cf. DE MARGARITA, Virginidad de María, s. IV.

[29] AUG, 21-VIII-1996.

[30] cf. BILLOT, C; De Verbo Incarnato, XLIV, 29.

[31] cf. JUAN CRISOSTOMO, Homilías de San Mateo, V, 3.

[32] RC, 8.

[33] cf. AGUSTIN DE TAGASTE, De Nuptiis et Concupiscentia, I, 11-12; De Consensu Evangelistarum, II, 1-2; Contra Faustum, III, 2.

[34] Rom 8, 28. [35] RC, 7a. [36] Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38. [37] RC, 7b. [38] RC, 7c.

[39] cf. AGUSTIN DE TAGASTE, Sermones, LI, 10 y 16.

[40] cf. TOMAS DE AQUINO, Sentencias, IV, d.30, q.2, a.4.

[41] cf. AGUSTIN DE TAGASTE, Sermones, LI, 20.

[42] Gen 2, 24.

[43] cf. LEPICIER, C; Tractatus de S. Ioseph, I, a.7.

[44] cf. MISAL ROMANO, Collecta en Sollemnitate S. Ioseph Sponsi. [45] MISAL ROMANO, op.cit.

[46] cf. LEON XIII, Quamquam Pluries, lc.

[47] cf. AGUSTIN DE TAGASTE, De Nuptiis et Concupiscentia, I, 11, 43; Contra Iulianum, V,12, 46.

[48] cf. FRANCISCO DE SALES, Entretien XIX sur les vertus de S. Joseph.

[49] RC, 21.

[50] cf. LEON XIII, Quamquam Pluries, lc.

[51] Gen 15, 6; Rom 4, 3-22. [52] Rom 4, 16; Gal 3, 7-9.

[53] "Como cuando a uno le consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros... y latirá de gozo vuestro corazón (Is 66, 13-14)". Pues ¿acaso puede una mujer olvidarse del hijo de su corazón, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré jamás" (Is 49, 15).

[54] Sir 3, 2. [55] Mt 12, 50; Lc 1, 27.

[56] cf. WEISS, B-BOUSSET, W; Die drei älteren Evangelien, Gotinga 1917, p. 85.

[57] La expresión "no la conoció hasta que", omitida en algún códice (k, Syr), no añade nada a la concepción virginal ya realizada. Y ni siquiera es apta para indicar el nacimiento virginal de Jesús. En cambio, su inserción se explica bien si con ella Mateo ha pretendido poner de manifiesto que José no recibió a María para un matrimonio común. La versión Syr inicia el versículo con "y vivió santamente con él".

[58] El paralelismo entre el anuncio (v. 21) y la ejecución (v. 24) requiere que la 1ª enunciación ("recibió a su esposa") no se separe de las otras, como si ella sola fuese el objeto del precepto angélico.

[59] cf. STRAMARE, T; "La circoncisione di Gesú", en BibOr, XXVI (1984), pp. 193-203; BOUTON, A; "C'est toi qui lui donneras le nom de Jésus", en Asamblées du Seigneur, VIII (1962), pp. 37-50; GERMANO, I.M; "Privilegium nominis messianici a S. Ioseph imponendi", en VD, XLVII (1969), pp. 151-162.

[60] "La historia del nacimiento de Jesús (dice Juan Pablo II) está ciertamente en línea con la revelación de esa continencia por el Reino de los cielos, de la que hablará Cristo a sus discípulos. Pero este acontecimiento permanece oculto a los hombres de entonces, e incluso a los discípulos. Sólo se desvelará gradualmente ante los ojos de la Iglesia, basándose en los testimonios y en los textos de los evangelios de Mateo y Lucas" (AUG, 24-III-1982).

[61] Mt 1, 20. [62] AUG, 24-III-1982.

[63] En efecto, a este respecto dice acertadamente San Juan Crisóstomo: "Quien condena el matrimonio, priva también a la virginidad de su gloria; en cambio, quien lo alaba, hace la virginidad más admirable y luminosa. Lo que aparece un bien solamente en comparación con un mal, no es un gran bien; pero lo que es mejor aún que bienes por todos considerados tales, es ciertamente un bien en grado superlativo" (Tratado sobre la Virginidad, X).

[64] AUG, 2-XII-1981. [65] Mt 22, 30; FC, 16.

[66] cf. CASCIARO, J.M; "La sexualidad en los evangelios Sinópticos", en AA.VV; Teología del cuerpo y de la Sexualidad, ed. Rialp, Madrid 1991, pp. 284-285.

[67] Gen 21, 12-13.

[68] La razón de la elección del extraño rito de la circuncisión se ha de buscar, sin duda, en la promesa de la bendición a la descendencia, y por eso se santifica y consagra el órgano de la transmisión de la vida. Santo Tomás de Aquino considera la circuncisión como figura del bautismo, el sacramento de la iniciación cristiana, y piensa que por ella, y mediante la fe de los padres en el Mesías, se perdonaba el pecado original (Suma Teológica, III, q.70, a.1 ad 3).

[69] Lc 1, 54-55; Lc 1, 68-75; Lc 2, 29-32. [70] Mt 3, 7-10; Lc 3, 7-9.

[71] El caso del centurión de Cafarnaúm motivó una clara advertencia del Señor en este punto. En las palabras de Cristo se refleja además una imagen, cuyos elementos son tanto del AT como de la tradición judaica: la gráfica imagen del festín mesiánico en el que debieran tomar parte todos los israelitas (Mt 8, 10-12; Lc 13, 28-29).

[72] RC, 21 in fine.