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San José, patrono y modelo

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            Honremos a San José, "el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1, 16).

            Nosotros honramos hoy a José como al elegido por Dios para dar al Verbo de Dios, que se hace hombre, el nido, la genealogía histórica, la casa, el ambiente social, la profesión, el custodio, la parentela. En una palabra, la familia, esa célula primaria de la sociedad, comunidad de amor (libremente constituida, indivisible, exclusiva, perpetua) mediante la cual el hombre y la mujer se revelan recíprocamente complementarios, y destinados a transmitir el don natural y divino de la vida a otros seres humanos, sus hijos.

            Jesús, Hijo de Dios, tuvo su familia humana, por lo cual pareció y fue también Hijo del hombre. Y con esta elección suya ratificó, canonizó, santificó esta común institución (generadora de la existencia humana) sobre la cual nuestra oración y nuestra meditación proyectan hoy la piadosa, silenciosa y ejemplar figura de San José.

            La verdad es que tenemos que enunciar enseguida una observación fundamental sobre este santo personaje, destinado a hacer de padre legal (no natural) de Jesús, cuya generación humana aconteció de manera singularísima (prodigiosa) por obra del Espíritu Santo, en el seno de María, la Virgen Madre de Dios. Jesús, su hijo verdadero, y sólo oficialmente, como se creía (Lc 3,23; Mc 6,3; Mt 13,55), "hijo del carpintero" José.

            Aquí se abriría a nuestra consideración la historia personal de José y su drama sentimental (su novela), que rozó el hundimiento de un amor que, con intuición privilegiada, había elegido a María (la "llena de gracia", es decir, la más hermosa, la más amable de todas las mujeres) como su futura esposa, cuando supo que ya no era suya. En efecto, ella estaba a punto de ser madre, pero no de un hijo propio. Y José, que era justo (es decir, capaz de sacrificar su amor en aras del destino ignoto de su prometida), pensó dejarla sin hacer ruido, sacrificando lo que más quería en la vida: el amor de aquella incomparable doncella.

            Pero José, aunque humilde artesano, era también un privilegiado, y tenía el carisma de los sueños reveladores. Y uno de ellos, el primero registrado en el evangelio, le dijo así: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de los pecados" (Mt 1, 20-21). Es decir, aquél niño sería el Salvador, el Mesías, el Emmanuel, el Dios con nosotros (Mt 1, 23).

a) La Sagrada Familia

            José obedeció, feliz y al mismo tiempo generoso, en el sacrificio humano que se le pedía. Será padre del que va a nacer "non carne, sed caritate", como escribe San Agustín (Sermón LII). Será marido, "custodio y testigo de la divina maternidad de María" (Sermón CCV). Situación única, milagrosa, que no sólo pone de manifiesto la santidad personal de la Virgen, sino también la de su modesto y sublime esposo José, el santo que la Iglesia presenta a nuestra festiva celebración aun durante el tirocinio cuaresmal.

            Y ¡henos aquí ante la Sagrada Familia!

            Sí, queridas, queridísimas familias cristianas, convocadas hoy a esta celebración por vosotros, que nos alegramos viéndoos rodeadas de multitud de peregrinos y de fieles. Sí, debemos expresar con nuevo fervor, con nueva conciencia nuestro culto al cuadro que el evangelio pone ante nuestros ojos: José con María, y Jesús, niño, muchacho, joven con ellos. Es un cuadro típico. En él puede estar reflejada cualquier familia. El amor doméstico; el más completo, el más hermoso según la naturaleza, irradia de la humilde escena evangélica y se expande inmediatamente en una luz nueva y deslumbrante: el amor cobra esplendor sobrenatural.

            La escena se transforma: en ella domino Cristo; las figuras humanas que están cerca de él asumen la representación de la nueva humanidad, la Iglesia; Cristo es el esposo; la esposa es la Iglesia; el cuadro del tiempo se abre al misterio del ultratiempo; la historia del mundo se hace apocalíptica, escatológica; dichoso quien ya, ahora sabe entrever su luz vivificante; la vida presente se transfigura en la futura y eterna; nuestra casa, nuestra familia se convertirá en paraíso.

b) La vida cristiana

            Escuchad, hijos queridísimos. Aceptar como programa la vida cristiana resulta hoy un ejercicio fuerte. Los hábitos tradicionales de nuestras casas, ordenadas, sencillas y austeras, buenas y felices, no aguantan ya por sí mismos las costumbres públicas, defensa de las virtudes domésticas y sociales, están en vías de transformación y, en ciertos aspectos, en vías de disolución. La legalidad parece suficiente para satisfacer las exigencias de la moralidad, pero no siempre lo es. Están en tela de juicio las leyes fundamentales de la familia: su unidad, su exclusividad, su perennidad.

            Os toca a vosotros, esposos cristianos; a vosotras, familias bendecidas con el carisma sacramental; a vosotros, fieles de una religión que tiene en el amor, en el verdadero amor evangélico, su expresión más alta y más sagrada, más generosa y más feliz, a vosotros os toca redescubrir vuestra vocación y vuestra fortuna; a vosotros preservar el carácter incomparablemente humano y espontáneamente religioso de la familia cristiana; a vosotros regenerar en vuestros hijos y en la sociedad el sentido del espíritu que eleva a su nivel la carne. Que San José os enseñe cómo. Hoy nosotros lo invocamos también con ese fin.

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PABLO VI, Roma, Italia

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 Act: 01/03/21       @año de san josé            E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A