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Trabajo de San José

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La Iglesia, al presentarnos hoy a San José como modelo de trabajador, no se limita a valorar una forma de trabajo[1], sino la dignidad y el valor de todo trabajo humano honrado. En la 1ª lectura de la Misa[2] leemos la narración del Génesis en la que se muestra al hombre como partícipe de la creación. También nos dice la Escritura que puso Dios al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivara y guardase[3].

El trabajo, desde el principio, es para el hombre un mandato, una exigencia de su condición de criatura y expresión de su dignidad. Es la forma en la que colabora con la Providencia divina sobre el mundo. Con el pecado original, la forma de esa colaboración, el cómo, sufrió una alteración: "Maldita sea la tierra por tu causa" leemos también en el Génesis[4], pues "con fatiga te alimentarás de ella todos los días de tu vida, y con el sudor de tu frente comerás el pan".

Lo que habría de realizarse de un modo apacible y placentero, después de la caída original se volvió dificultoso, y muchas veces agotador. Con todo, permanece inalterado el hecho de que la propia labor está relacionada con el Creador y colabora en el plan de redención de los hombres.

Las condiciones que rodean al trabajo han hecho que algunos lo consideren como un castigo, o que se convierta, por la malicia del corazón humano cuando se aleja de Dios, en una mera mercancía o en "instrumento de opresión", de tal manera que en ocasiones se hace difícil comprender su grandeza y su dignidad. Otras veces, el trabajo se considera como un medio exclusivo de ganar dinero, que se presenta como fin único, o como manifestación de vanidad, de propia autoafirmación, de egoísmo... olvidando el trabajo en sí mismo, como obra divina, porque es colaboración con Dios y ofrenda a él, donde se ejercen las virtudes humanas y las sobrenaturales.

Durante mucho tiempo se despreció el trabajo material como medio de ganarse la vida, considerándolo como algo sin valor o envilecedor. Y con frecuencia observamos cómo la sociedad materialista de hoy divide a los hombres "por lo que ganan", por su capacidad de obtener un mayor nivel de bienestar económico, muchas veces desorbitado. Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad[5].

Esto es lo que nos recuerda la fiesta de hoy[6], al proponernos como modelo y patrono a San José, un hombre que vivió de su oficio, al que debemos recurrir con frecuencia para que no se degrade ni se desdibuje la tarea que tenemos entre manos, pues no raras veces, cuando se olvida a Dios, "la materia sale del taller ennoblecida, mientras que los hombres se envilecen"[7]. Nuestro trabajo, con ayuda de San José, debe salir de nuestras manos como una ofrenda gratísima al Señor, convertido en oración.

El evangelio de la Misa de San José Obrero[8] nos muestra, una vez más, cómo a Jesús le conocen en Nazaret por su trabajo. Cuando vuelve Jesús a su tierra, sus vecinos decían: "¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No es su madre María?". En otro lugar se dice que Jesús siguió el oficio del que le hizo las veces de padre aquí en la tierra, como ocurre en tantas ocasiones: "¿No es éste el carpintero, hijo de María?"[9].

El trabajo quedó santificado al ser asumido por el Hijo de Dios y, desde entonces, puede convertirse en tarea redentora, al unirlo a Cristo Redentor del mundo. La fatiga, el esfuerzo, las condiciones duras y difíciles, consecuencia del pecado original, se convierten con Cristo en valor sobrenatural inmenso para uno mismo y para toda la humanidad. Sabemos que el hombre ha sido asociado a la obra redentora de Jesucristo, "que ha dado una dignidad eminente al trabajo ejecutándolo con sus propias manos en Nazaret"[10].

Cualquier trabajo noble puede llegar a ser tarea que perfecciona a quien lo realiza, a la sociedad entera, y puede convertirse, con todas sus incidencias, en medio para ayudar a otros a través de la comunión que existe entre todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Pero para esto es necesario no olvidar el fin sobrenatural, además del humano, que deben tener todos los actos de la vida, incluso los que se presentan como más duros y difíciles. El condenado a galeras bien sabe que rema con el fin de mover un barco, pero para reconocer que esto da sentido a su existencia, tendría que profundizar en el significado que el dolor y el castigo tiene para un cristiano; es decir, tendría que ver su situación como una posibilidad de identificarse con Cristo. Ahora bien, si por ignorancia o por desprecio no lo logra, llegará a odiar su trabajo.

Un efecto similar puede darse cuando el fruto o el resultado del trabajo (no su retribución económica, sino lo que se ha trabajado, elaborado o hecho) se pierde en una lejanía de la que casi no se tiene noticia[11]. ¡Cuántos cada mañana, por desgracia, se dirigen a su trabajo como si fueran a galeras! A remar para un barco que no saben a dónde va, ni siquiera les importa. Sólo esperan el fin de semana y la paga mensual. Ese trabajo, evidentemente, no dignifica, no santifica, difícilmente servirá para desarrollar la propia personalidad y ser un bien para la sociedad.

Pensemos hoy, junto a San José, en el amor y aprecio que tenemos a nuestra tarea, el cuidado que ponemos en acabarla con perfección, la puntualidad, el prestigio profesional, el sosiego (no reñido con la urgencia) con que lo llevamos a cabo, la consideración y el respeto que tenemos por todo trabajo, la laboriosidad... Si nuestro quehacer está humanamente bien hecho, podremos decir con la liturgia de la Misa de hoy: "Señor, Dios nuestro, fuente de misericordia, acepta nuestra ofrenda en la fiesta de San José Obrero, y haz que estos dones se transformen en fuente de gracia para los que te invocan"[12].

La obra bien hecha es la que se lleva a cabo con amor. Apreciar la propia profesión, el oficio al que nos dedicamos es, quizá, el primer paso para dignificarlo y para elevarlo al plano sobrenatural. Debemos poner el corazón en lo que tenemos entre manos, y no hacerlo "porque no hay más remedio".

San José nos enseña a amar el oficio en el que empleamos tantas horas: el hogar, el laboratorio, el arado o el ordenador, el traer y llevar paquetes o el cuidar de la portería de aquel gran edificio. La categoría de un trabajo reside en su capacidad de perfeccionarnos humana y sobrenaturalmente, en las posibilidades que nos ofrece de sacar la familia adelante y de colaborar en obras buenas en favor de los hombres, en la ayuda que a través de él prestamos a la sociedad...

San José tuvo delante a Jesús mientras trabajaba. A veces le pedía que le sostuviera una madera mientras aserraba y, otras, le enseñaba a manejar el formón o la garlopa. Cuando estaba cansado miraba a su hijo, que era el Hijo de Dios, y aquella tarea adquiría un nuevo vigor porque sabía que con su trabajo estaba colaborando en los planes misteriosos, pero reales, de la salvación. Pidámosle hoy que nos enseñe a tener esa presencia de Dios que él tuvo mientras ejercía su oficio. No olvidemos a Santa María, a la que vamos a dedicar, con mucho amor, este mes de mayo que hoy comenzamos. No olvidemos ofrecer cada día alguna hora de trabajo o de estudio, más intensa, mejor acabada, en su honor.

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JESÚS M. BALLESTER, Valencia, España

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 Act: 01/03/21       @año de san josé            E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

[1]. Desde 1955, se celebra litúrgicamente la memoria de San José Obrero, recordando así "a ejemplo de San José, y con su patrocinio, el valor humano y sobrenatural del trabajo, como colaboración en la obra de Dios Creador". Un trabajo que, desde Jesucristo, ha quedado convertido en caridad hacia los demás, auténtica oración y apostolado seglar. [2] Gen 1, 26; 2, 3. [3] Gen 2, 15. [4] Gen 3, 17-19. [5] ESCRIVA, J. M; Es Cristo que Pasa, 47. [6] JUAN PABLO II, Redemptoris Custos, 22. [7] PIO XI, Quadragesimo Anno, 15-V-1931. [8] Mt 13,54-58. [9] Me 6, 3. [10] CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes, 67. [11] BERGLAR, P; Opus Dei, ed. Rialp, Madrid 1987, p. 309. [12] MISAL ROMANO, Oración sobre las Ofrendas.