Conocimiento natural de Dios

Equipo de Teología
Mercabá, 31 mayo 2021

           Llamamos teología natural a la teología que se levanta sobre el conocimiento de Dios que se adquiere por vía meramente racional. Natural equivale aquí a racional: un hablar sobre Dios fundado en la razón. La tradicional teología natural se ha ocupado ante todo de estudiar los presupuestos de comprensión de la fe, articulándose en torno a dos ejes fundamentales:

relaciones entre razón y fe,
2
º relaciones entre
naturaleza y gracia
.

           Pero la situación actual de la teología natural es crítica. Por un lado, se encuentra con el fenómeno de la reducción de la experiencia a la percepción sensible (positivismo), con la pérdida de la dimensión del misterio en lo cotidiano y con la incomprensión del lenguaje sobre Dios; por otro, con el descrédito (por razones históricas complejas) en el seno de la misma teología.

a) En la Biblia

           La Biblia no reflexiona explícitamente sobre los presupuestos naturales de la fe, pero hace alusión a ellos. La historia del pueblo de Israel es esencialmente religiosa. Por eso no siente la necesidad de justificar su fe en Dios; sin embargo, hace teología natural. Por ejemplo, los salmos de creación reconocen y alaban el poder y la gloria de Dios manifestados en sus obras (Sal 8; 19; 29; 104; 148). Y lo manifestado (poder y gloria de Dios) en una obra manifiesta puede ser conocido por el que es capaz de conocer. Sólo el necio es incapaz de descubrir a Dios en la creación  (Sal 14,1). Y los que, pudiendo elevarse a través de los elementos del cosmos (fuego, soplo, aire ligero, astros, agua impetuosa) al Dios verdadero, los divinizaron cautivados por su belleza, son inexcusables (Sap 13,1-5). Y lo son porque, pudiendo elevarse hasta el reconocimiento de Dios, su Hacedor, se quedaron a medio camino, tomando por dioses a quienes son sólo creaturas de Dios. Según esto, Dios puede ser conocido con un conocimiento mediato y racional a partir de sus creaturas.

           También san Pablo sostiene que a la mente humana le es posible conocer a Dios a partir de la creación (Rm 1,19), y califica de inexcusables a quienes no lo recono­cieron, negándole el culto debido (Rm 1,20). Si son inexcusables es porque podían haberlo conocido, dado que Dios ha manifestado sus perfecciones a través de las cosas visibles. Y, según los Hechos de los Apóstoles, las experiencias religiosas de los paganos son automanifestación de Dios en la naturaleza y en la historia (Hech 14,16; 17,22-28).

           Tras este modo de pensar se encuentra la creencia de que hay una correlación entre la creación y el Creador, entre la obra y el Artífice, de modo que en la primera se manifiesta y es, por tanto reconocible, el segundo; más aún, que entre el orden de la creación y el de la salvación hay tal correspondencia que puede recurrirse al primero para narrar o explicar el segundo. La naturaleza, según la Biblia, no es un orden óntico independiente frente a la gracia, sino expresión de una estructura relativamente autónoma dentro del orden de la gracia. La revelación histórica es interpretación profética de la realidad y la fe no supone la renuncia al uso de la razón.

b) En la Tradición

           Los Padres de la Iglesia afirman la posibilidad de conocer a Dios tanto por medio de las cosas visibles (la creación remite al único Creador; la obra reclama un solo fabricante, y el orden cósmico revela al ordenador[1]) como a través del alma humana (idea innata de Dios en el hombre de Justino y Juan Damasceno).

           La tradición escolástica expresa la continuidad creación/redención con fórmulas como la fe presupone la razón o la gracia presupone la naturaleza[2]. Ello significa que la revelación de Dios requiere un sujeto capaz de oír, entender y optar, un ser consciente y libre.

           Según Tomás de Aquino, entre el Dios que nos descubre la razón y el Dios revelado (o Dios de la fe) hay correspondencia. Pero el fundamento de esta correspondencia no es el conocimiento (racional) aportado por las vías metafísicas, sino el ofrecido por los nombres revelados, que le dan su pleno sentido. Así, se puede afirmar que:

-el primer motor no movido por otro ( vía) es el que renueva el universo sin salir de sí mismo (Sab 7,27) y sin padecer cambio alguno (Sant 1,17),
-la primera causa incausada (
vía) es la que lo hizo todo (Is 44,24),
-el absolutamente necesario (3ª vía) es
el que existe desde siempre y para siempre (Sal 90,2; 93,2),
-el ser más perfecto (4ª vía) es
el que es y existe en plenitud (Ex 3,14; Sab 13,1),
-la suprema inteligencia que imprime su fin en los entes carentes de entendimiento (5ª vía) es
la que gobierna de modo excelente el universo (Job 38,31-33; Sab 8,1).

           Para Santo Tomás, pues, entre los niveles gnoseológico y revelado:

-no hay identidad, porque el Dios revelado supera al Dios descubierto por la razón,
-sí hay correspondencia,
la misma que se da entre la razón y la fe. Y el teólogo debe intentar ponerla de manifiesto.

c) En el Magisterio actual

           El Magisterio se pronuncia sobre este asunto tomando postura frente al:

-ontologismo, que consideraba que la idea de Dios como ser infinito era la primera de todas las evidencias inmediatas de la inteligencia,
-
fideísmo, fruto del agnosticismo kantiano,
-tradicionalismo, para quienes sólo la fe en la revelación o en la tradición
permitía acceder al verdadero conocimiento de Dios, y cualquier otra vía de acceso sería idólatra y falsa
.

           El Concilio Vaticano I condenó ambas corrientes en su declaración dogmática Dei Filius, afirmando que:

-el hombre, en cuanto tal, tiene capacidad radical para conocer a Dios (DS 3004[3]),
-
el hombre, concreto e histórico, tiene necesidad moral (no absoluta) de la revelación, para adquirir de modo fácil, cierto y sin mezcla de error un conocimiento de Dios
, que no es de suyo inaccesible a la razón humana (DS 3005).

           Luego no siendo la revelación absolutamente necesaria para que el hombre pueda conocer (naturalmente) a Dios, éste le dio la revelación para para ordenar al hombre a un fin sobrenatural, y permitir que éste pudiera participar de los bienes divinos, los cuales superan totalmente la inteligencia de la mente humana (DS 3005).

           Para la interpretación del texto conciliar debe tenerse en cuenta:

           1º que el concilio no aborda la quaestio facti, sino sólo la posibilidad de la razón humana para conocer a Dios como principio y fin de todas las cosas (Mansi 50,76; 51,272). Con esto bastaba para rechazar el agnosticismo kantiano y al fideísmo, que negaban a la razón esta posibilidad (CL VII, 238b);

           2º que el contenido de este conocimiento es Dios como principio y fin de todas las cosas. Nada se dice, por tanto, de la cognoscibilidad natural de los atributos divinos. Sin embargo, Pío XII agregó en su Humani Generis como contenido el conocimiento de un solo Dios personal, quien con su providencia conserva y gobierna al mundo (DS 3875). Así como para Juan Pablo II este conocimiento no queda reducido a algo absoluto, último o fundamental (FR 83), porque alcanza a la percepción de Dios como Creador (FR 8; 19), su trascendencia soberana, su amor providente (FR 17) y su poder y divinidad (FR 22);

           3º que con las palabras naturali rationis lumine e rebus creatis: 1º se excluye la necesidad de una revelación sobrenatural positiva, para este conocimiento de Dios (por un lado); 2º se indica el camino de acceso al mismo, un camino racional que parte de las criaturas y que supone que la idea de Dios a la que se llega a través de él es adquirida y mediata, es decir, a posteriori[4]. Pío XII excluirá también la necesidad de la gracia divina para conocer a Dios (DS 3890), aunque mantiene el oscurecimiento que el pecado provoca a la razón a la hora de razonar, así como la necesidad moral de la revelación;

           4º que tal afirmación (naturali rationis lumine) es válida para todos los estados concretos y posibles del hombre en su recorrido histórico-salvífico, incluido el estado de naturaleza caída (Mansi 51,272), aunque sin afirmar que toda ignorancia de Dios sea culpable;

           5º que el concilio eligió expresamente la palabra cognosci en vez de demonstrari (Mansi 51,276), prefiriendo la fórmula más mitigada. No obstante, en el Juramento Antimodernista (DS 3538) se recuperará el término más fuerte, equiparando conocer con certeza con demostrar, pues Dios puede ser conocido y, consiguientemente, demostrado con certeza;

           6º que la expresión certo cognosci posse debe ser completada con la de DS 3005, que dice que sólo mediante la revelación divina se hace realmente posible lo que de suyo no es inaccesible a la razón humana. Es decir, que Dios puede ser conocido por todos (aun en la condición presente del género humano) y fácilmente (con firme certeza y sin mezcla alguna de error) (DS 3005[5]). No obstante, el posse de la primera afirmación, que expresa una posibilidad real en el hombre, se ve de ordinario trocado por ideas insuficientes y desviadas (idolátricas) de la divinidad (politeísmos, panteísmos, animismo...).

           El Vaticano I define, pues, la posibilidad (humana) de conocer a Dios; pero también la necesidad moral de la revelación para el hombre concreto, afectado por el pecado. Supone que tal conocimiento es natural y, aunque evita el término demostrar y excluye la enmienda que quiso añadírsele (con argumentos metafísicos, cosmológicos y morales), parece equiparar el conocimiento cierto con la causa a partir de sus efectos o demostración[6].

           La perspectiva del Vaticano II es mucho más concreta e histórica. Analiza las dificultades del hombre actual para llegar al conocimiento de Dios y las diversas formas de ateísmo moderno resultantes, como la de quienes:

-niegan a Dios expresamente (ateos),
-afirman que de Dios no puede decirse nada (agnósticos),
-entienden que la cuestión religiosa es inútil o carece de sentido (positivistas),
-pretenden explicarlo todo desde una base puramente científica (cientificistas),
-rechazan toda verdad absoluta (relativistas),
-exaltan tanto al hombre que dejan sin contenido la fe en Dios,
-obvian la cuestión de la existencia de Dios (indiferentes),
-protestan contra la existencia del mal en el mundo (
Camus), casi siempre desde el ateísmo,
-
absolutizan y divinizan ciertos bienes humanos
[7].

           Pero tampoco carecen de culpa los creyentes frente a los ateos, cuando por su inadecuada exposición de la doctrina, o por su defectuosa forma de vivir la fe, han velado más que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión[8].

           La Iglesia, que reprueba las perniciosas doctrinas y conductas como las inspiradas en el ateísmo marxista (GS 20), juzga que los motivos del ateísmo deben ser objeto de un examen más serio y profundo. Pues en contra de lo que aquellas propagan, el reconocimiento de Dios en modo alguno de opone a la dignidad humana, al tener esa dignidad en Dios su fundamento y perfección (GS 21). Según GS 22, el remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina, y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros.

           Finalmente, destaca el Vaticano II que la respuesta definitiva sobre el hombre sólo puede encontrarse en la revelación de Jesucristo, Verbo encarnado, dejando abierta la relación existente entre el aspecto trascendental (natural) e histórico (filosófico) en el conocimiento de Dios[9].

           Concluyendo, la Iglesia ha estado siempre convencida de la razonabilidad de la fe, de la compenetración entre naturaleza y gracia, y de la unidad entre el orden de la creación y el de la redención.

 Act: 31/05/21     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

________

[1] cf. IRENEO, Contra las Herejías, II, 9, 1.

[2] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 2 a. 1.

[3] Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por medio de la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas (cf. DS 3004).

[4] No se ve por qué habría de dar esta indicación (a rebus creatis) si las criaturas no sirviesen más que (como ocurre en el inmanentismo) para despertar en nuestra alma una noción de Dios que todos los hombres poseen desde el nacimiento (cf. VACANT, A; Constitutions du Concile du Vatican d'après les actes du Concile I. Constitution Dei Filius, París 1895, pp. 296-297).

[5] Huic divinae revelationi tribuendum quidem est, ut ea, quae in rebus divinis humanae rationi per se impervia non sunt, in praesenti quoque generis humani conditione ab omnibus expedite firma certitudine et nullo admixto errore cognosci possint (cf. DS 3005).

[6] cf. SAYES, J. A; La Trinidad. Misterio de Salvación, p. 339. Sayés cita a uno de los padres conciliares, GASSER, que ante la solicitud de un colega que abogaba por introducir la proposición puede ser demostrado con certeza, con argumentos metafísicos, cosmológicos y ontológicos, afirma que aunque conocer con certeza y demostrar expresan más o menos lo mismo, sin embargo la diputación de la fe prefiere una forma suave a otra un poco más dura (p. 340).

[7] Quienes voluntariamente (afirma el Concilio) pretenden apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa (cf. VATICANO II, Gaudium et Spes, 19).

[8] cf. VATICANO II, Gaudium et Spes, 19. [9] cf. VATICANO II, op.cit, 22.