Ser circunstancial de Dios

Equipo de Teología
Mercabá, 28 junio 2021

           La prueba de Job constituye el ejemplo más cabal de la naturaleza misteriosa e incomprensible de la ira divina, descargada tanto sobre el pecador como sobre el justo. Y es que ante los designios y el obrar desconcertante de Dios, sólo cabe inclinarse y callar, pues para invalidar el juicio del Altísimo habría que ser tan poderoso como él (Job 42,3; 40,4; 40,8).

           Nos hallamos ante el problema del sufrimiento del hombre inocente, en el que Dios permite que la desgracia sobrevenga sobre el justo, y aparentemente rompe las buenas relaciones que mantenía con él.

           En efecto, la desgracia que se abate sobre Job resulta incomprensible. Se trata de una profunda grieta que se abre sobre el edificio espiritual y cósmico en el que Job reconocía el origen de la sabiduría de Dios y de sus decretos. Nuestro personaje entra de repente en la espiral de la angustia, despojado de sus bienes económicos, alejado de sus hijos, afectado por una enfermedad dolorosa y aislado socialmente. Hasta que, marginado y en una desgracia total, el mal se triplica en Job mediante el sentimiento del absurdo: el porqué de su dolor. Por eso, Job exige de Dios una respuesta: Si Dios es bueno, ¿por qué se comporta así?

           Dios invita a Job a reconocerse incapaz de comprender su poder y sabiduría, lo que hace a Job retractarse (Job 42,6) y abandonar la imagen que tenía de Dios. Y es que Dios no desvela su misterio, y simplemente pide su reconocimiento. Pero un reconocimiento desde lo más profundo y desnudo del espíritu humano, como era el caso en que se encontraba Job[1].

a) Yahvé, el Dios fiel y benevolente

           La Escritura presenta a Yahvé como el que tiene hesed por mil generaciones (Ex 20,6). Con este término, hesed, los hebreos se refieren a la solidaridad de pensamiento y acción entre personas que se han unido mutuamente, en una relación comunitaria. En el lenguaje de la Antigua Alianza, hesed viene a significar la benevolencia que Dios siente por su pueblo, una benevolencia que no se reduce a meros sentimientos, sino que se traduce en actos. Esta forma de actuar de Dios, movido por sentimientos favorables a la Alianza, es lo que constituye propiamente su hesed. Y conforma de tal manera la personalidad de Yahvé, que éste merece ser llamado como “el que guarda la alianza y el hesed (Dt 7,9.12; 1 Re 8,23; 2 Cr 6,14; Dn 9,4). En cierto sentido, su hesed desborda la alianza histórica y se dirige a todas las criaturas (Sal 33,5; 36,7; 89,15; 119,64).

           Pero si ese fue el significado inicial de hesed (= fuerza de atracción), pronto comenzó a dársele el sentido de solidaridad, con sus ingredientes de fidelidad o lealtad (= fuerza que liga a un aliado con otro), a nivel de confianza mutua. La fidelidad pasó a ser la fuerza que garantizaba la berith (= alianza[2]), así como la hacía sólida y duradera.

           Dios era eternamente fiel a esa Alianza, y el matrimonio comenzó a ocupar el lugar prototípico de esa fidelidad, en clave de un amor que era capaz de animar al aliado, y restablecer la unión aun cuando ésta se hubiera roto por infidelidad (Jer 3,12[3]; Is 54,7-8). Se trataba de una fidelidad sólida y permanente, fundada en la verdad y en el propio emeth (= estabilidad) de Dios, en su mismo ser y santidad (Sal 99,5).

b) Yahvé, el Dios justo

           La raíz hebrea tsedaqah indicaba en el mundo hebreo la condición de objetos, o la conducta de personas, que se ajustaban a una norma (= lo que debe ser), y fue utilizada por el AT indistintamente para los sacrificios realizados según el rito (Sal 4,6), las medidas tomadas que se ajustan a la verdad (Lev 19,35) y las personas que se portaban conforme al deber (Ez 16,52).

           En el ámbito de Alianza de Dios con el hombre, ser justos significada ajustarse a las normas (lo convenido) del Pacto (los mandamientos), sin olvidar que esas mismas son justas por haber sido establecidas por Dios. Luego la última referencia de la justicia es el ser personal de Dios y su santidad, pues Dios es como debe ser.

           Dios es Juez no sólo porque declare la justicia en juicio forense, ni porque castigue la injusticia como expresión de su santidad (Is 5,16[5]), sino porque:

-la implanta, castigando al culpable y liberando al inocente oprimido (Sal 7),
-la reclama, garantizándola
en medio del pueblo y exigiendo a los poderosos que respeten el derecho de los débiles (Am 2,6-8[4]; 4,1-3; 5,7-17).

           Se trata, además, de una justicia libre y benéfica, que rebasa los límites de la mera justicia distributiva (según la Alianza) y que se traduce en actos de perdón y salvación restauradores (Is 40,2[6]; Miq 7,9[7]). Tampoco se reduce al pueblo de Israel, puesto que se extiende a todos los pueblos (Is 42,6[8]; Sal 64,6).

           Ante el problema de las injusticias de la vida (Jr 12,1[9]), se ofrecen en el AT diferentes intentos de solución. La sabiduría rabínica responde que la felicidad de los malos es sólo aparente y fugaz, y que el sufrimiento de los justos es un medio divino de prueba y educación (Pr 3,11; Job 5,17). Job, en cambio, niega al hombre la posibilidad de comprender las acciones retributivas de Dios. Y en algunos textos de la literatura sapiencial se vislumbra ya la idea de una retribución a cada uno más allá del tiempo (Sal 49,16; 73,26), cuando entonces haga Dios justicia. Isaías abre el horizonte del sufrimiento como expiación por los pecados (Is 53) y, por tanto, como instrumento salvífico para muchos. Pero ante todo se descubre el brazo de Yahvé, que castiga el pecado, que es fuente de salvación, y que al final coloca al probado en la gloria de los redimidos. En el trasfondo de todo, late la idea de que la gracia de Dios es superior al juicio (Ex 20,5; Os 11,8; Jr 3,12; Is 60,10; Sal 104,44).

c) Yahvé, el Dios misericordioso

           Los verbos hebreos que significan amar, tales como ahab (= querer posesivo), raham (= querer compasivo) y hanan (= amor benevolente), son referidos por el AT a mucho tipo de personas, pero también a cosas concretas como un guiso suculento[10] o un sueño[11], y a cosas abstractas como la justicia[12], el bien y el mal[13] o la palabra embaucadora[14]. En el caso del verbo ahab, éste se limita a indicar preferencia por una mujer[15] o por uno de los hermanos[16], y en algunos casos alude al amor tanto sexual como paternal, al de amigos como hacia el enemigo.

           El amor de Dios al hombre es expresado raras veces por el AT bajo el termino ahab, y casi siempre recurre para ello al término hesed (= fuerza de atracción), en su connotación de predilección. Dos notas caracterizan este amor: la fidelidad y la misericordia, las cuales son eternas (Sal 25, 6; 77, 9; 86) y se concentran en la alianza. La creación fue ya un primer acto de amor al hombre (Sal 136[17]), y la encarnación su epifanía (Jn 3,16[18]; Jn 1,12).

           Los profetas dan testimonio de este amor de Dios, y lo describen como:

-amor conyugal, que funda la alianza y que se mantiene firme a pesar de las infidelidades de su esposa (= su pueblo), así como castiga a su esposa infiel para recobrarla (Os 11,8; 2,16-25; 12,14; Jer 3,12). En este sentido, Israel es su eternamente repudiada y castigada, pero amada (Jr 11,15; 12,7; Ez 16,1-58; Is 54,2-8[19]);
-amor paternal, en que Israel es el hijo amado (
Dt 14,1; Is 1,2) y el primogénito de Yahvé (Ex 4,22), por su pertenencia a Dios,
su Señor y protector. Los profetas acentúan aún más este amor de Dios, que toma en brazos a su pueblo y lo rodea de lazos de bondad y de amor (Os 11,1-4[20]; Jer 3,19), como su pastor (Os 4,16) y su médico (Num 12,13). De hecho, Israel no cesará de clamar a Dios como Padre mío (Jer 3,19). En este sentido, la Torah es un regalo amoroso del Dios de la Alianza (Dt 4,6-8), y sus amenazas y castigos tienen carácter educativo (Dt 8,5[21]).

           De vez en cuando adquiere este amor de Dios hacia el hombre rasgos maternales (Is 49,15[22]), e incluso en alguna ocasión integra a los no israelitas, en relación al establecimiento del reino de Dios o restauración mesiánica (Is 2,2-4; Miq 4,1-4; Is 25,6-8).

           El amor de Yahvé al individuo aparece en los nombres propios compuestos de El y Ab (padre), que ponen a su portador bajo el paternal cuidado y protección de la divinidad. Y viceversa es un amor que se desborda en los salmos (Sal 40,2[23]; 42; 43; 51; 130; 116,1) y oraciones personales, expresando la especial confianza del hombre en la protección divina, y recurriendo a su misericordia. Con todo, rara vez se dice que Yahvé ama a un individuo, como a Salomón (2Sam 12,24); más bien se habla de su amor a determinados grupos humanos, como a los limpios de corazón (Pr 22,11), los justos (Pr 15,9) o los extranjeros (Dt 10,8).

           El amor de Yahvé es también misericordioso, es decir, maternal (de rehem = seno materno). La misericordia divina es enteramente gratuita (Os 2,21; 11,8; Jr 12,5; 31,20; Is 14,1; 30,19) y no conoce límites, y los castigos de Dios no persiguen otra cosa que remover los obstáculos a su donación (Os 2,16; Jr 3,12.22; 4,1; Ez 18,23; Dt 8,5). Únicamente la obstinación del pecador puede obstaculizar la misericordia divina (Is 9,16; 27,11). Se puede hablar, pues, de un querer divino resistido por el hombre (Pr 1, 24) y otro querer cumplido sin resistencias (Is 46, 10).

d) Yahvé, el Dios irascible

           En el AT hay episodios de oposición humana a la majestad y perfección moral de Dios, a forma de reacción o resistencia. Viene provocada aquellos que rompen su Alianza y aplican su propia justicia vindicativa. Es entonces cuando la Escritura echa mano de términos como haron (= ardor), hema (= excitación) y ruah (= aliento), para reproducir el efecto que esos comportamiento humanos han provocado en Dios.

           Se trata de la ira de Yahvé, descrita en el AT como una pasión violenta que necesita descargarse para calmarse (Ez 16,42[24]), que es origen de calamidades (Num 11,1-10[25]; 25,3; Jue 2,14[26]) y de las plagas (= golpes) de Dios (Ex 9,14; 1Sam 6,5; Num 11,33), que es castigo frontal al pecado (deliberado, y no arbitrario) sin perder su justicia (Jer 11,20[27]; Dt 32,35.41; Ez 25,12-14), que estalla ocasionalmente sin motivos aparentes (Ex 4,24-26) y que provoca en los vecinos criticar el carácter vengativo del Dios de los hebreos[28]. No obstante, en todas estas ocasiones la ira de Dios ha venido precedida de una trasgresión ritual (Gn 17,10), tanto el los casos de circuncisión (Gn 17,14) como en los del arca y trono de Yahvé (1Sam 6,19; 2Sam 6,6), cuya violación acarrea el castigo de Dios.

           Con todo, y a pesar de las numerosas expresiones hebreas para significar la ira de Yahvé, éste nunca recibe el sobrenombre de iracundo o airado, como sí lo tiene de celoso (Ex 20,5; Dt 4,24). Además, son muchos los testimonios que hablan de la paciencia de Dios (Ex 34,6; Nm 14,18; Jr 15,15; Sal 86,15), que no guarda rencor perpetuo (Jr 3,12[29]) a propósito de la catástrofe del exilio (Is 54,8). Los arrebatos divinos de ira, que tanto relieve confieren a la personalidad de Yahvé, se encuentran, por tanto, sometidos a su voluntad de restablecer continuamente la Alianza, hasta el día final en que todo se acabe (el día de la ira) y Dios se manifieste en todo su fulgor (Sof 1,18). Mientras tanto, él es “lento a la ira y rico en misericordia” (Ex 24,6; Nm 14,18; Sal 85,15; 103,8).

e) Yahvé, el Dios celoso

           Subraya la exclusividad de Yahvé, que no tolera el culto ofrecido a otros dioses. Yahvé es un Dios celoso porque reclama para sí, en exclusiva, el culto de su pueblo (Ex 20,4[30]; Ex 34,14; Ez 5,13; 16,42; Sal 78,58), profanado a causa del destierro de Israel (Ez 36,23-28; 39,27-29).

           En los profetas se identifica el celo de Dios con el efecto de su santidad. Así, Yahvé tiene celo de su santo nombre, y ese celo fue la causa fundante de sus promesas de liberación (Is 9,1-6[31]; Is 37, 30-32), que le llevó a obrar sobre su pueblo rebelde (Ez 5,13[32]) y a actuar en favor de los oprimidos (Is 42,13; Sal 79,5).

 Act: 28/06/21     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

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[1] cf. LAFONT, G; Dieu, le temps et l'etre, París 1986, pp. 198-211.

[2] cf. Dt 7,2.

[3] Vuelve, Israel apóstata, oráculo de Yahveh, no estará airado mi semblante contra vosotros, porque soy piadoso y no guardo rencor para siempre (cf. Jer 3,12).

[4] Así dice Yahveh: ¡Por los tres crímenes de Israel y por los cuatro, seré inflexible! Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; los que pisan la cabeza de los débiles y el camino de los humildes tuercen (cf. Am 2,6-8).

[5] El Dios Santo muestra su santidad por su justicia (cf. Is 5,16).

[6] Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, que ya ha satisfecho por su culpa, pues ha recibido de mano de Yahveh castigo doble por todos sus pecados (cf. Is 40,2).

[7] Soportaré la cólera de Yahveh, ya que he pecado contra él, hasta que él juzgue mi causa y ejecute mi juicio; él me sacará a la luz, y yo contemplaré su justicia (cf. Miq 7,9).

[8] Te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes (cf. Is 42,6).

[9] ¿Por qué tienen suerte los malos y son felices los hombres desleales? (cf. Jr 12,1).

[10] cf. Gn 27,4. [11] cf. Pr 20,13. [12] cf. Sal 45,8. [13] cf. Am 5,15. [14] cf. Sal 52,5. [15] cf. Dt 21,15; 1Sam 1,5. [16] cf. Mal 1,2.

[17] Si hubieras aborrecido algo, no lo habrías creado (cf. Sal 136).

[18] Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único (cf. Jn 3,16).

[19] Porque tu esposo es tu Hacedor, Yahveh Sebaot es su nombre, y el que te rescata el Santo de Israel... Porque como a mujer abandonada y de contristado espíritu, te llamó... Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido, dice Yahveh, tu Redentor (cf. Is 54,2-8).

[20] Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí... Y con todo yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole en mis brazos, mas no supieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él para darle de comer (cf. Os 11,1-4).

[21] Date cuenta de que Yahvé, tu Dios, te corregía como un padre corrige a su hijo (cf. Dt 8,5).

[22] ¿Acaso puede olvidar una madre a su niño de pecho, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues aunque ella llegase a olvidar, yo no te olvido (cf. Is 49,15).

[23] En Yahveh puse toda mi esperanza, él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Me sacó de la fosa fatal, del fango cenagoso; asentó mis pies sobre la roca, consolidó mis pasos (cf. Sal 40,2).

[24] Desahogaré mi furor en ti; luego, mis celos se retirarán de ti, me apaciguaré y cesaré en mi cólera (cf. Ez 16,42).

[25] El pueblo profería quejas amargas a los oídos de Yahveh... Se encendió su ira y ardió un fuego de Yahveh entre ellos y devoró un extremo del campamento... Moisés intercedió ante Yahveh y el fuego se apagó (cf. Num 11,1-10).

[26] Entonces se encendió la ira de Yahveh contra Israel. Los puso en manos de salteadores que los despojaron, los dejó vendidos en manos de los enemigos de alrededor y no pudieron ya hacerles frente (cf. Jue 2,14).

[27] ¡Oh Yahveh Sebaot, juez de lo justo, que escrutas los riñones y el corazón!, vea yo tu venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa (cf. Jer 11,20).

[28] cf. VOLZ, P; Das Dämonische in Jahwe, Gotinga 1924.

[29] En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido (cf. Jr 3,12).

[30] No te postrarás ante ellas (esculturas e imágenes) ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres (cf. Ex 20,4).

[31] Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia. Desde ahora y por siempre el celo de Yahveh Sebaot hará eso (cf. Is 9,1-6).

[32] Me vengaré y sabrán entonces que yo, Yahveh, he hablado en mi celo, cuando desfogue mi furor en ellos (cf. Ez 5,13).