Procedencia de Dios

Equipo de Teología
Mercabá, 26 julio 2021

           Para saber de dónde procede algo, o cómo procede o para qué procede, es necesario analizar bien el término procesión, tanto en su versión de procedencia como de producción. A nivel general, se puede decir que una procesión o producción puede ser:

-transeúnte, cuando el término producido sale del principio que lo produce (como el caso de la creación),
-inmanente, cuando el término producido permanece en el principio que lo produce (como el caso de las procesiones divinas).

           En el caso de Dios, toda procesión divina muestra una identidad (esencial) real entre las personas originantes (Padre e Hijo) y las originadas (Hijo y Espíritu Santo), dada la unicidad del ser divino.

           Todas las procesiones divinas brotan del Padre, principio sin principio de la divinidad. Se trata de la fecundidad del Padre, asentada sobre un fondo de comunicación derivado de la plenitud y sobreabundancia de su perfección. Un fondo que muestra:

-genéricamente, lo espiritual de la naturaleza divina (su conocer y querer),
-
específicamente, la persona del Padre como primer donador, esto es, como generador del Verbo y como espirador del Espíritu.

           La fecundidad del Padre, pues, no radica en su condición de ingénito (sin principio), sino en su condición de principio (engendrador y espirador), ya sea porque es primero o porque es acto primero. En este sentido, Tomás de Aquino fundamenta el concepto de comunicación divina en la metafísica del acto:

Hay que decir (afirma el Aquinate) que la naturaleza de cualquier acto consiste en comunicarse en la medida de lo posible. Ahora bien, la naturaleza divina es acto máximo y purísimo. Luego se comunica en la medida de lo posible. Se comunica a las creaturas por la sola semejanza, en cuanto que toda creatura existe por asemejarse a ella. Pero la fe católica establece otro modo de comunicación de la naturaleza divina, en cuanto que ella misma se comunica cuasi naturalmente, de modo que aquel a quien se comunica la deidad sea Dios verdadero y no sólo semejante a Dios. Cuando la naturaleza divina se comunica, dado que subsiste por sí misma... por un mismo ser existe en el comunicante y en el destinatario de la comunicación, y así en ambos es la misma numéricamente[1].

           Y puesto que la naturaleza divina es puramente espiritual, al comunicarse se da en ella una emanación espiritual que puede llamarse concepción, por su parecido con la emanación del Verbo inteligible que se forma en el entendimiento, cuando se conoce o tiene conciencia de sí mismo[2]:

Cuando nuestro entendimiento se concibe a sí mismo en lo que es él mismo, la forma entendida y formada por la inteligencia procede del inteligente a lo entendido, manteniéndose la unidad de la forma concebida y emanada con el principio de donde emana, por cuanto ambos tienen un mismo ser espiritual, aunque una cosa sea el entendimiento y otra la forma inteligible llamada verbo del entendimiento... También en Dios hay un verbo semejante al principio de donde procede. El verbo del entendimiento divino es de su misma esencia. Y siendo este entendimiento la misma naturaleza divina, la comunicación inteligible es tan natural que puede llamarse generación. Y si en Dios hay generación, debemos conceder que en él hay potencia generativa[3].

           La comunicación de Dios ha de ser, pues, acto que emana del acto (puro). Pero de la comunicación de Dios, bondad infinita, no se deduce que algo infinito tenga que proceder de él (como decía Abelardo). Ni tampoco que, para que el bien poseído sea satisfactorio, “su poseedor haya de tener consortes” (como pretendía Ricardo de San Víctor). Pues éstos serían necesarios sólo si ese bien no es pleno. Ni siquiera son suficientes las semejanzas (empleadas por san Agustín) que se toman de la operación intelectual, “porque la inteligencia no se halla unívocamente en Dios y en nosotros”[4]. No obstante, y sabiendo por revelación que en Dios hay emanación espiritual, puede entenderse que esta emanación divina:

-no procede como el acto que emana de la potencia (ut operatio), sino como el acto que emana del acto, ya que en Dios no hay devenir o pasaje de la potencia al acto,
-no procede
como un acto que emana de otro acto diverso (ut operatum), sino como un acto que emana de sí mismo (per modum operati), ya que en Dios hay un solo acto infinito.

           Luego la procesión divina carece, por ello, de causalidad propiamente dicha, o proceso de causa a efecto.

           La analogía de la emanación espiritual permite entender la procesión del Verbo en el dicente, y la del Amor en los amantes[5], teniendo en cuenta que:

-dicente es el sujeto (quod) de la dicción o emanación espiritual, determinada por el acto esencial del entendimiento en cuanto principio quo,
-verbo es el término personal inmanente de esta emanación espiritual, de igual forma que la forma de la casa pensada por el arquitecto es término inmanente de su acto de planificar
[6],
-
amantes designa el sujeto (quod) de la dilección o emanación espiritual, determinada por el acto esencial de la voluntad en cuanto principio quo,
-amor es el término personal (quod) de esta emanación espiritual.

           ¿En qué difieren tales procesiones? Según Tomás de Aquino, en que:

-en la 1ª, uno (el Hijo) procede de uno (el Padre),
-en la 2ª, uno (el Espíritu Santo) procede de dos (el Padre y el Hijo), de modo que si el Espíritu no procediera del Hijo no sería posible distinguirles
[7].

           Luego para distinguir al Espíritu Santo del Hijo no basta decir que uno procede a modo de voluntad y otro a la manera del entendimiento; hay que agregar que el Espíritu procede también del Hijo (no sólo del Padre)[8]. El Aquinate recurre, pues, no al modo (intelectivo o volitivo) de su procedencia, sino a su relación de origen: el Hijo procede del Padre (como Hijo) y el Espíritu Santo del Padre y del Hijo (como Don mutuo). Un Principio de Procedencia que afectará también al modo de proceder, pero sin que ese modo determine la diferencia, puesto que conocer y amar en Dios se identifican. Y puesto que en la naturaleza divina sólo caben dos acciones (entender y querer), en Dios no puede haber más que 2 procesiones: la del Verbo y la del Amor[9].

           Que en Dios no haya más que 2 procesiones divinas es de fe católica por tradición común, en Oriente y Occidente. Pero que tales procesiones se distingan por ser emanación intelectual (la 1ª) y emanación volitiva (la 2ª), es sólo doctrina común en la teología latina. Así como es exclusivo de Santo Tomás el concebirlas como verbo emanado del dicente y como amor espirado de los amantes[10].

a) Procedencia natural de Dios

           Ha de responder de inmediato, y antes de cualquier otro análisis, a una pregunta fundamental: la procesión divina, ¿es libre o necesaria? Porque si el Hijo (por ejemplo) procede del Padre:

-necesariamente, el Padre estaría sometido a una necesidad, y habría algo por encima de él,
-libremente
, el Hijo habría podido no proceder, si el Padre así lo hubiese decidido (o el Hijo hubiese sido contingente y dependiente).

           Tomás de Aquino responde: no por necesidad (necesariamente) ni por voluntad (libremente), sino por naturaleza (naturalmente). Pues la generación del Hijo fue un acto natural, al haber procedido de la misma naturaleza del Padre.

           No obstante, la naturaleza es presupuesto de toda libertad, y de ahí que no elimine la voluntariedad en el acto del Padre. El Padre tuvo de forma natural al Hijo, pero era plenamente consciente de lo que hacía, y actuó con absoluta espontaneidad: Dios quiso tener un Hijo, y lo tuvo sin que nadie le obligara a ello.

           Y también se puede decir lo mismo sobre la necesidad: el Hijo procede necesariamente del Padre, porque no puede no proceder de él, siendo consubstancial. Eso sí, añadiendo a renglón seguido que esta necesidad no le fue impuesta por ser algo ajeno a sí mismo. Era la necesidad propia del mismo ser de Dios, que era acto puro, y que a su cualidad de acto pertenecía tanto el engendrar como el espirar.

           Ambas procesiones del Padre, la del Hijo y la del Espíritu, fueron secundum naturam. La generación y procedencia divina, pues, fueron son actos naturales o de naturaleza, llevados a cabo en el amor.

b) Virtud productiva de Dios

           Para Tomás de Aquino, lo que da razón de una procesión de origen es su virtud productiva, y ésta no puede ser sino aquello en lo que se asemejan principio originante y término originado[11], es decir, la esencia divina que se comunica. El principio productor es formalmente tal (Padre) por lo que comunica, esto es, su misma esencia, no su propiedad personal (paternidad), que es incomunicable. Dice el Aquinate:

Aunque el Padre pueda engendrar y el Hijo no, de ahí no se sigue que el Padre posea una potencia de la que carece el Hijo. Del Padre y del Hijo es la misma potencia por la que el Padre engendra y el Hijo es engendrado, pues la potencia es algo absoluto y, por tanto, no se diversifica en Dios, como no se diversifica la bondad y demás atributos esenciales. Engendrar y ser engendrado no significa algo absoluto en Dios, sino que señala tan sólo las relaciones divinas. Las relaciones opuestas en el único y mismo absoluto son factores de comunicación, no de división de este absoluto[12].

           En efecto, no poder engendrar no significa poder menos que el que sí puede engendrar (Padre), porque la paternidad (relación) no añade ser al ser divino, sino sólo referencia al Hijo. Según esto, el Hijo no puede engendrar en el sentido de que no puede estar referido al Hijo (es decir, a sí mismo) como lo está el Padre; pero tampoco puede el Padre ser engendrado, “ni estar referido a sí mismo como el Hijo lo está al Padre”. Por tanto, aunque el Hijo no puede engendrar como el Padre, sí puede dar (o hacer) todo lo que el Padre da (o hace) en la generación. Si el Hijo tiene todo el ser que tiene el Padre, ha de tener también la paternidad del Padre “en cuanto esencia divina, no en cuanto relación al Hijo”.

           Concluyendo, la operación de engendrar estaría en el Padre y en el Hijo, “aunque en modo distinto o según relaciones distintas”: en el Padre engendrando, y en el Hijo naciendo[13]. Pero ¿es lo mismo engendrar que nacer? Esencialmente sí, pero relacionalmente no. Porque si el Padre, engendrando, confiere existencia al Hijo, también “el Hijo, naciendo, confiere existencia al Padre”. Pues no es inferior el poder de uno o de otro.

c) Procedencia de Jesucristo

           Entre nosotros, expresar una palabra o concepto no significa generar, porque el ser del concepto es meramente intencional, no real. Nuestro entendimiento entiende algo, pero no hace que lo entendido exista ni que sea otro respecto de nosotros. Pero en Dios no ocurre lo mismo, porque su entender es su ser. Ello significa que el Dios entendido es el mismo Dios que es, el Dios verdadero. Cuando Dios (Padre) se piensa a sí mismo, se reproduce o produce a otro que es idéntico a sí mismo. Se trata de una identidad en la alteridad. Lo engendrado, en cuanto engendrado, es otro respecto del engendrador, pero el mismo Dios por la misma divinidad indivisible.

           Llamamos generación al origen de un viviente a partir de otro viviente con el que está unido, expresa Tomás de Aquino, que añade que sólo hay generación cuando el viviente que procede es semejante al viviente del que procede. La procesión del Verbo es generación porque procede a la manera de una operación espiritual, en la que se genera a un semejante a partir de un principio vital al que permanece unido, como sucede con la concepción del entendimiento, que es semejanza de la cosa entendida. En Dios, el Verbo concebido tiene existencia real en la misma naturaleza divina, porque en él entender es lo mismo que ser[14]. Luego el Verbo divino no es como nuestro verbo o idea, sino algo subsistente y existente[15].

           Concluyendo, la emanación del Verbo es verdadera generación, porque emana de un viviente al que está unido consubstancialmente”, y porque emana a modo de semejanza natural y no meramente intencional, ya que el Dios entendido es subsistente y existente, no una idea subjetiva.

d) Procedencia del Espíritu Santo

           La emanación del Amor en Dios no es generación, como la de Jesucristo, porque no procede a modo de semejanza, sino a modo de impulso. En este sentido, nos dice Tomás de Aquino que:

La voluntad no se pone en acto porque en ella esté la semejanza de lo querido, sino por una inclinación hacia la cosa querida. Por eso en Dios lo que procede por modo de amor, no procede como engendrado o como hijo, sino como espíritu, nombre que designa la moción o impulso vital, en cuanto que por amor somos movidos o impulsados a hacer algo[16].

           No es que el amor no tenga que ver con la semejanza, porque, aunque el amor no sea semejanza, la semejanza es principio del amor[17]. El amor presupone, por tanto, la semejanza; pero no es generación porque no se ordena a producir un semejante, sino a unirse afectivamente con el semejante. De esta unión afectiva deriva la mutua inmanencia del amado en el amante, y del amante en el amado[18].

           La realidad de este amor está constituida por el acto mismo del amor, no por su producto. Es decir, no reside en el término del acto de amar, como sí veíamos que residía en el caso del verbo (que era término del acto de entender) o del hijo (que era término del acto de engendrar). El Espíritu Santo no es término del acto de amor (de los Amantes), sino el acto mismo en sí: un acto de amor con el que se aman Amante y Amado (Padre e Hijo).

e) Procedencia del Amor divino

           Entre las personas divinas no hay prioridad ni posterioridad, explica Santo Tomás, pero sí orden de origen, por el cual una persona existe por otra”: el Hijo existe por el Padre, y el Espíritu Santo por el Padre y por el Hijo[19]. Este orden intratrinitario comprende no sólo a las personas en cuanto originantes y originadas, sino también a las mismas procesiones divinas, en la medida en que una (la espiración) presupone a la otra (la generación). Este orden impide que las separemos, como si el Padre y el Hijo formaran un conjunto a partir del cual espiran al Espíritu Santo, descomponiendo la tríada en dos díadas. Y no cabe separar la espiración de la generación, porque el Amor espiritual emana del Verbo y es inseparable de él.

           Aunque generación y espiración son coeternas (el Hijo no fue engendrado antes de que fuera espirado el Espíritu Santo, pues ambos son eternos), en el orden trinitario el Espíritu Santo es consecutivo a la relación entre el Padre y el Hijo”, pues brota de esta relación y es la perfección trinitaria de la misma. No cabe separar, pues, generación y espiración, pues:

-el Padre no engendra (al Hijo) sin espirar por medio de éste (al Espíritu Santo),
-el Hijo no es engendrado (por el Padre) sino en la medida en que la espiración pasa por él.

           Pero el Espíritu Santo no precede al Hijo, porque el Hijo caracteriza como Padre a aquel de quien procede el Espíritu Santo. Si el Espíritu Santo es Espíritu del Hijo, el Hijo no es Hijo del Espíritu sino sólo del Padre, aunque del Padre espirante.

 Act: 26/07/21     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

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[1] cf. TOMAS DE AQUINO, Sobre la Potencia, q. 2, a. 1.

[2] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 27, a. 1c.

[3] cf. TOMAS DE AQUINO, Sobre la Potencia, q. 2.

[4] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 32, a. 1, 2m.

[5] cf. TOMAS DE AQUINO, Contra Gentiles, IV, 11.

[6] cf. TOMAS DE AQUINO, Contra Gentiles, I, 54.

[7] cf. TOMAS DE AQUINO, Sentencias, I, d. 13, q. 1, a. 2.

[8] cf. TOMAS DE AQUINO, Contra Gentiles, IV, 24, 12.

[9] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 27, a. 5.

[10] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 36, a. 2.

[11] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 41, a. 5.

[12] cf. TOMAS DE AQUINO, Sobre la Potencia, q. 9, a. 9 ad 3.

[13] cf. TOMAS DE AQUINO, Sentencias, I, d. 20, q. 1, a. 1.

[14] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 14, a. 4c; q. 27, a. 2c.

[15] cf. TOMAS DE AQUINO, Contra Gentiles, IV, 11.

[16] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 27, a. 4.

[17] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 27, a. 4, 2m.

[18] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 28, a. 2c.

[19] cf. TOMAS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 42, a. 3c ad 2m.