Semana XXIII Ordinaria

Dios Hijo engendrado

Equipo de Teología
Mercabá, 9 septiembre 2024

         El Dios de Jesús es ante todo su Padre (su Abbá) y nuestro Padre. Esta revelación del nombre del Padre está permanentemente presente en la enseñanza de Jesús (Jn 17,6[1]), algo que implica un misterio de paternidad y filiación. Jesús da testimonio del Padre que está en los cielos en el Sermón de la Montaña (Mt 5,16.45.48), en la oración del Padre nuestro (Mt 6,9-13; Lc 11,1-4), en la parábola del amigo inoportuno (Lc 11,5-8) y en las parábolas sobre la eficacia de la oración (Lc 11,9-13).

         Es más, Jesús pretende ser el Hijo único de este Padre celestial, que pone en él su complacencia y le envía su Espíritu (Mt 3,16). De ahí que aluda repetidas veces a mi Padre, en singular (Mt 12,46-50[2]).

         Su modo peculiar y personal de dirigirse al Padre como Abbá (Mc 14,36[3]; Mt 11,25), distinguiendo entre mi Padre y vuestro Padre (Lc 6,36[4]; Lc 12,30.32[5]), denota la relación única e intransferible de Jesús con Dios, su singular conciencia de filiación. Una filiación que no se pierde ni siquiera en el momento supremo de la muerte y ausencia, cuando Jesús pasa por la experiencia del abandono.

a) Dios Padre engendrador

         El concepto de paternidad divina es ambiguo en la Escritura, porque puede significar a Dios como padre (cualidad) o a la persona de Dios Padre. De hecho, algunos sólo ven en la revelación de Cristo un completar lo que ya se dijo de la paternidad de Dios en el AT. La terminología de los evangelios parece confirmar esta continuidad, en sus continuos intercambios de la palabra Dios con la palabra Padre. Con todo, conviene discernir la intención de Jesús en el uso de tales expresiones.

         Es evidente que Jesús habla de su Padre, que es Dios. Pero añade una novedad respecto del AT, al poner el nombre Padre en relación con una persona divina singular, que no constituye el todo de la divinidad. Dirigiéndose a esta persona, y llamándola Abbá, Jesús se comporta como hijo que mantiene con él las relaciones más familiares. Pero no un hijo más, puesto que Jesús no se dirige propiamente al Dios del AT (como un judío más). Jesús reclama para sí el título de Dios, el Hijo de Dios, y es esta identidad filial la que Jesús quiere poner de manifiesto.

         Aquel que Jesús invoca con el nombre de Padre es una persona divina caracterizada por la paternidad (y, por ello, distinta de sí en cuanto Hijo). De este modo, Jesús nos está descubriendo una verdad que concierne a la realidad profunda de Dios: la pluralidad de personas en Dios. Lo cual supuso una novedad insalvable para la religión judía.

         Es verdad que Jesús salvaguarda la creencia del AT en el Dios único, pero haciendo ver que ese ser único y absoluto no era una persona, sino varias. Tal revelación es exclusiva de Cristo, aunque a la luz de su verdad podamos discernir (en posteriores capítulos) cierta preparación trinitaria en el AT.

         Jesús no habló jamás de 3 personas divinas ni de unidad de naturaleza. Pero explicó su propia existencia como la de un Hijo que, enviado por el Padre, venía a cumplir la misión encomendada. De este modo, revelaba al Padre como persona divina distinta de sí.

         Jesús reconoce en el Padre el origen e iniciador de su vida terrestre, y declara hacer en todo su voluntad. Le llama Abbá, expresando su conciencia de haberlo recibido todo de su paternidad. Y aun reconociendo la autoridad del Padre, y subrayando su dependencia filial, no deja de describir sus relaciones con él desde la intimidad y reciprocidad perfectas: reciprocidad de conocimiento, de pertenencia, de inmanencia y de amor. Sugiere, pues, una igualdad fundamental, sin eliminar la prioridad del Padre (en cuanto principio del que recibe esa misma igualdad).

         En el evangelio, el término Dios suele estar referido a la persona del Padre[6]. Con todo, esta aplicación no es exclusiva, y en ciertos textos encontramos la palabra Dios referida a Cristo. San Pablo se sirve de los términos Dios y Señor (1Co 8,6) para salvaguardar la distinción de personas del Padre y del Hijo, sin romper su unidad. En San Juan, Dios con artículo designa al Padre, y Dios sin artículo al ser divino en general, sin especificación de persona, así como el calificativo unigénito sirve al apóstol para distinguir a Cristo de Dios Padre.

         Se advierte así, pues, que el concepto Dios aplicado en los inicios al Padre revelado por Jesús, comienza poco a poco a caracterizar también al Hijo (Mt 1,25; 1,21; Mc 2,7; Lc 17,21; 11,20). Una evolución que pretende hacer ver que el Padre, siendo persona divina, no puede identificarse sin más con Dios, puesto que Cristo (el Hijo) también puede ser llamado con toda propiedad Dios.

         Según Glorieux, cuando Jesús habla del Padre se está refiriendo a la Trinidad entera, y no a la primera persona de la Trinidad[7], no otorgando a la paternidad divina más que un valor de apropiación. Pero esto significaría no respetar el sentido propio con que el término Padre es empleado en el NT, ya que la palabra Padre no se puede entender como sinónimo de Dios trino. Como dice Galot, el principio de las obras comunes ad extra no puede ignorar que, aunque la encarnación es obra del Dios trino, sólo la persona del Hijo se ha encarnado.

         Cuando Jesús pronuncia las palabras mi Padre y vuestro Padre (Jn 20,17), está hablando, pues, de una paternidad en sentido propio: el Padre de Jesús y nuestro Padre son la misma persona. Es nuestro Padre porque es Padre de Cristo, y nosotros somos sus hijos en tanto que participamos de la filiación divina de Cristo. El Padre no es nuestro Padre en virtud de una apropiación, sino en su cualidad (propiedad) de Padre. Es Padre de Cristo de modo distinto a como lo es nuestro, pero en ambos casos lo es en sentido propio.

         En consecuencia, Padre no es la designación pura y simple de Dios. Pues aunque el Dios del AT era en realidad el Dios trino, no se revelaba aún como trino. Y si se presentaba como padre del pueblo, también lo hacía como esposo de Israel. Luego la persona divina del Padre sólo se nos da a conocer en Jesús, y por su medio.

         La novedad cristiana consiste precisamente en la revelación de una persona que es Padre (en tanto que Dios), y Padre de un Hijo (que es también Dios). Se trata de una persona divina que es enteramente Padre, y que es Padre en virtud de su relación con el Hijo que engendra (en la eternidad).

         En el AT, la paternidad de Dios se define por su relación con los hombres, y Dios se proclama Padre en relación con su pueblo (Ex 4,22). En el NT, la paternidad de Dios se define por su relación con el Hijo único. Para ser Padre, Dios no necesita de los hombres, pero sí necesita engendrar a un Hijo. He ahí la diferencia entre ambos Testamentos.

b) Jesús, procedente de Dios Padre

         Jesús procede de Dios Padre, porque es enviado por Dios (Lc 20,13[8]; Rm 8,3) y tiene su ser en él (Jn 6,46[9]; Jn 8,26-29).

         Se trata de una procedencia vista como lo otro del Padre y como alguien distinto del Padre, ya que Jesús es enviado por él (Jn 17,3), se relaciona con él (Jn 17,4), habla de él (Jn 17,6) y habla con él (Jn 17,5) como de otro y con otro. No obstante, el enviado se distingue del enviante (Jn 14,24[10]), y la persona que viene (= se encarna) no es el Padre, sino el Hijo a quien aquel envía. Las preposiciones con que Juan (Jn 1,1-2; 1Jn 1,2) describe al Logos preexistente (Jn 17,5) en el seno de Dios (en acusativo de dirección) indican encaramiento, lo que equivale a afirmar la distinción e interrelación personal entre ambos.

         Se trata de una procedencia en semejanza. En efecto, Jesús es imagen de Dios (Col 1,15), pero no con la forma de esclavo (Gn 1,27) sino con un ser igual a Dios (Flp 2,6-7). La misma denominación de Logos, que Juan aplica a Jesús, conlleva al parecer este proceder en semejanza.

         Se trata de una procedencia en filiación verdadera, única y perfecta. Jesús es verdadera y propiamente Hijo de Dios, título aplicado en el AT a los ángeles (Jb 1,6; 4,18; Sal 81,1.6), al pueblo de Israel (Ex 4,22-23; Dt 8,5-6; 32,5-15; Is 63,16), al rey ungido (1Sm 16,12), al mesías escatológico (2Sam 7,14; Sal 2,2.6-8; 88,27) y a los justos que cumplen la ley (Sir 4,10; Sab 2,12-18; 5,5).

c) Jesús, Hijo de Dios Padre

         En el NT, el Dios único del AT recibe el nombre y título (no simple predicado) de Padre. En 15 textos se resalta la unicidad de ese Padre (Mc 12,29[11]), en 8 de ellos se le distingue de Cristo, y en 3 se le llama el Padre (Mt 23,9-10[12]; 1Cor 8,6[13]; Ef 4,6). Y ese artículo determinativo (el) contribuye a convertir al Padre Dios en Padre de algún hijo. En otros texto prevalecen los genitivos (de, del), lo cual supone una paternidad plural, pero apuntando a el Padre de Jesucristo. En esta idea se compendia el mensaje del NT.

         En efecto, el fin de los evangelios es anunciar que Cristo es Hijo de Dios (Mc 1,1; Jn 1,1-5; 20,31), con testimonio ex profeso del Padre (Mc 1,11; 9,7) en las teofanías del Bautismo (Mt 3,17) y la Transfiguración (Mt 17,5), y las confesiones del mismo Cristo (Mc 14,61-62[14]) y de Pedro (Mt 16,16[15]).

         Los kerigmas de Pedro (Hch 3,13[16]), Felipe (Hch 8,37) y Pablo (Hch 9,20; 13,33) en los Hechos de los Apóstoles confirman este testimonio. Y en las cartas apostólicas, Pedro y Pablo (4 veces) lo caracterizan como el Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo (1Pe 1,3).

         La utilización del término el Padre no es, pues, un simple título dado a Dios, sino un título absoluto dado a Dios (sin genitivo), en correspondencia con el título el Hijo aplicado a Jesús (Mt 11,27[17]; Lc 10,22), e incluso en contraste con el término aplicado para los ángeles (Mc 13,32[18]; Heb 1,4-13).

         Jesús tiene conciencia de su filiación divina. De hecho, el uso de la palabra Abbá, vocablo connatural del niño con su padre, y nunca empleado en ningún lenguaje religioso de la historia, así lo delata. De hecho, fue el motivo de continuos escándalos para la sensibilidad religiosa de los judíos.

         Así, pues, sólo Jesús es el Hijo de Dios en plenitud (Jn 3,35), y de ahí que pueda ser llamado , y de ahí que pueda ser llamado Unigénito (= el único) y Primogénito (= el primero de una serie), a la vez y sin contradicción. Para Pablo, Jesús es el primogénito entre muchos hermanos (Rm 8,29), pero como hijo propio de Dios (Rm 8,32), y a cuya imagen se conforman los demás (Rm 8,29). Para Juan, Jesús es el unigénito, que hace a los demás hijos adoptivos de Dios (1Jn 2,29; 3,1-2), constituyéndose así en primogénito de entre los muertos (1Jn 4,9).

         Y tanto el Unigénito (en Juan) como el Primogénito (en Pablo), Jesús es creador y salvador con Dios Padre (Col 1,15-20; Jn 5,17-30). Pablo considera a Cristo de condición divina igual a Dios (Flp 2, 6), Hebreos le aplica la inmutabilidad divina (Heb 1, 10-12) y Juan le hace copropietario con el Padre (Jn 16,15[19]; Jn 17,10[20]), llegando a afirmar la unidad de ser entre ambos (Jn 10,30[21]) y explicando que llamar a Dios Padre suyo era hacerse igual a Dios (Jn 5, 18).

d) Filiación divina de Jesús

         No faltan en el NT, sin embargo, rasgos de un cierto subordinacionismo. Pues Jesús, siendo igual a Dios, es Hijo, y el término Hijo, incluso en situación de glorificado (1Cor 15,28[22]; Flp 2,11), conlleva cierta subordinación al Padre (Mc 13,32; 14,36; Jn 14,28[23]).

         En efecto, Jesús es confesado por los textos del NT como Hijo de Dios. Pero ¿cuándo comienza a ser tal según los textos? Ya se ha hablado de la preexistencia de Jesús (como el Enviado), de su unigenitura y primogenitura y de su acción creadora. Pero la pregunta que ahora nos hacemos nos pone en contacto con el problema del adopcionismo. Tres niveles temporales (y modales) aparecen en la filiación divina de Jesús: su concepción, su bautismo y su resurrección.

         Según el NT, Jesús es Hijo de Dios desde el instante de su concepción (encarnación) en el seno de María por obra del Espíritu Santo (Lc 1,35[24]; Rm 1,3; Gal 4,4, Lc 2,48-49). Pero también se dice que lo es a partir del bautismo (Mt 13,17) o unción por el Espíritu (Hech 10,38), con vistas a cumplir su misión entre sus hermanos (Lc 3,22[25]). Más aún, se afirma que es engendrado en su resurrección (Hech 13,32-33[26]; Rm 1,4[27]), momento de su plena (y también corporal) divinización y filiación.

         Tales afirmaciones no son contradictorias, pero pueden dar a entender que Jesús:

-en su humanidad, sea Hijo de Dios desde su encarnación (y no en su preexistencia),
-en su realidad sustantiva,
vaya cumplimentando su filiación divina, a forma de deiformación.

         Lo que requiere una concisa explicación, que es lo que hará la Teología. Eso sí, se trata de afirmaciones que no declaran que Jesús no sea Dios (como el Padre), sino que pueda ser (a lo mucho) Dios originado. Y que mientras el Padre posee la divinidad por sí mismo (ingénita), el Hijo la posee de otro distinto (génita). A todo ello habría que decir, para abrir boca, que Cristo recibió su filiación ab aeterno del Padre, desplegándola temporalmente en su humanidad.

 Act: 09/09/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

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[1] Padre, yo les he revelado tu nombre (cf. Jn 17,6).

[2] Quien cumple la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre (cf. Mt 12,46-50).

[3] Abbá, Padre, todo te es posible, aparta de mí este cáliz (cf. Mc 14,36).

[4] Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (cf. Lc 6,36).

[5] Vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas. No temas, pequeño rebaño, porque plugo a vuestro Padre daros el reino (cf. Lc 12,30.32).

[6] cf. RAHNER, K; Escritos de Teología, vol. I, Madrid 1961.

[7] cf. GLORIEUX, P; La révélation du Père, en Mel. de Science Religieuse XLII (París 1985), pp. 21-41.

[8] Dijo el amo de la viña: Enviaré a mi Hijo querido, tal vez a éste le respetarán (cf. Lc 20,13).

[9] Sólo el que procede de Dios, ése ha visto al Padre (cf. Jn 6,46).

[10] La palabra que oís no es mía, sino del Padre que me ha enviado (cf. Jn 14,24).

[11] Escucha Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor (cf. Mc 12,29).

[12] No llaméis a nadie entre vosotros padre sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre, el celestial (cf. Mt 23,9-10).

[13] Para vosotros no hay sino un único Dios, el Padre (cf. 1Cor 8,6).

[14] ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito? Jesús dijo: Yo soy (cf. Mc 14,61-62).

[15] Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo (cf. Mt 16,16).

[16] El Dios de nuestros padres glorificó a su Hijo Jesús (cf. Hch 3,13).

[17] Todo me lo entregó mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar (cf. Mt 11,27).

[18] Ni los ángeles en el cielo ni el Hijo, sino el Padre (cf. Mc 13,32).

[19] Todo lo que tiene el Padre es mío (cf. Jn 16,15).

[20] Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío (cf. Jn 17,10).

[21] El Padre y Yo somos una misma cosa (cf. Jn 10,30).

[22] Cuando le sean sometidas todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá, a Aquel al que se sometieron todas las cosas (cf. 1Cor 15,28).

[23] Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, pues el Padre es mayor que yo (cf. Jn 14,28).

[24] El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por ello, lo que ha de nacer se llamará también santo, Hijo de Dios (cf. Lc 1,35).

[25] Tú eres mi Hijo; Yo te he engendrado hoy (cf. Lc 3,22).

[26] Dios resucitó a Jesús, tal como estaba escrito en el salmo: Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy (cf. Hch 13,32-33).

[27] Jesucristo fue constituido Hijo de Dios, con poder según el Espíritu, por su resurrección de entre los muertos (cf. Rm 1,4).