Dios Padre trascendente

Equipo de Teología
Mercabá, 23 agosto 2021

           El acceso a Dios en sí sólo puede darse a través de una revelación (sobrenatural) en sentido estricto; más aún, a través de una comunicación absoluta del mismo Dios, que se revela como el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob” (Mt 8,11; 22,31; Mc 12,28-34), como su Dios y nuestro Dios”, como su Padre y nuestro Padre” (Jn 20,17), con un Hijo referido (Jn 14,9) y prometedor del Espíritu Santo (Jn 14,15; 16,13).

           Partiendo de estos supuestos cabe preguntarse: ¿Existe una revelación preliminar de este misterio que se ha revelado definitivamente en Cristo? ¿Hay algún tipo de preparación que se ordene a la revelación definitiva del Dios trino?

           Es evidente que toda auténtica revelación de Dios tiene que ser, al mismo tiempo, revelación del Dios trino[1], pues el único Dios verdadero es solamente el Dios trino. Pero ello no significa que cualquier conocimiento del Dios verdadero implique ya un conocimiento formal de su trinidad de personas. Luego para hablar de una revelación preliminar del misterio de Dios no será preciso andar a la caza de tríadas precursoras, como la de la teofanía de Mambré (Gn 18); bastará con tener noticias del verdadero Dios Padre, tal como se ha revelado desde antiguo. Por ejemplo, todo lo que en el AT se dice acerca de la paternidad de Dios, o de su palabra, sabiduría o espíritu, puede ser considerado como una preparación al conocimiento explícito del Dios trino del NT.

           Un razonamiento paralelo viene a ratificar este  planteamiento: si hay una auténtica economía salvífica divina en el AT, que prepara la irrupción de la plena y definitiva economía de la salvación, ¿por qué no ha de haber también (en el AT) una preparación a la revelación del Dios trino? La misma economía salvífica de Dios debe ser su preparación, dado que la acción y presencia salvífica de Dios es también, eo ipso, comunicación reveladora del mismo, orientada a la consumación del Dios con nosotros.

           Pero antes de indagar sobre esa revelación preliminar de Dios en el AT, cabe preguntarse: ¿para qué ocuparse de algo que es preparación, teniendo ya ante nuestros ojos la plenitud? Por una razón muy simple: sólo se llega a conocer realmente a una persona observando las sucesivas fases de su existencia. La plenitud de la revelación se alcanza sólo a través de un devenir histórico, condicionado por la actividad de Dios y la del hombre. Pues bien, no es posible conocer el presente (la plenitud del NT) sin referencia al pasado (la preparación del AT) que lo condiciona.

a) Dios Padre

           En el NT la expresión Theos (= Dios) se refiere casi exclusivamente a Dios Padre. Cristo (y con él el NT), tras aceptar con toda naturalidad la doctrina del AT sobre la unicidad de Dios (Mc 12,28-34), anuncia definitivamente a este Dios como su Padre y nuestro Padre. Desde esta proclamación, podemos entender todas las afirmaciones del AT sobre Dios como referidas de modo especial a Dios Padre.

           Al comienzo del AT, el término Padre no es el característico de Yahvé, sino uno de los muchos calificativos que se le aplican. La apelación, rara antes del destierro a Babilonia (s. VIII al VI a.C), se hace frecuente en la época postexílica. Antes, se evitaba el nombre de Padre por la connotación biológica y política que podría confundirse con las divinidades circunvecinas, naturalistas y localistas, de la Baja Mesopotamia (Jer 2,27[2]).

           A partir del destierro, la idea específica de la paternidad se fundamenta en la Antigua Alianza con este sentido (Is 63,8; 64,7[3]). Luego es un concepto que nada tiene que ver con la generación biológica: alude a la constitución libre y amorosa de un pueblo entero (Israel) por parte de Dios, y a la modalidad de su conducta permanente para con ese pueblo ya constituido.

           Esta conciencia va adquiriendo un tono más universal. Dios, en cuanto creador (Is 64,7[4]) y guía providente (Sab 14,3), es también padre de todos los pueblos (Jer 3,17-20), de los pobres y débiles (Sal 9,19), de los niños de pecho (Is 49,15), de los huérfanos y viudas (Sal 68,6) y del rey, a quien adopta como hijo primogénito (Sal 89,28; 2Sam 7,14) y del que proceden oraciones de súplica y alabanza  (Jer 3,4.19[5]). Se trata de una paternidad, incluso, que adquiere rasgos maternales (Os 11,1-9).

b) Trascendencia de Dios Padre

           Dado que Dios es único, así como única ha sido su manifestación progresiva, a lo largo del AT y del NT, todo progreso en el conocimiento trascendental de Dios en sí (esencia) ha de haber sido también progresivo. Lo que nos permite obtener datos de esa misma evolución, que va tanto del Dios monopersonal de Abraham al Dios tripersonal de Jesucristo, como al revés: de la diferenciación personal (trina) en Dios al esclarecimiento de su esencia (una).

           En Israel, ese conocimiento de Yahvé fue también progresivo, y profundizó siempre en torno a sus cualidades de unicidad, espiritualidad, distinción... Cualidades que se fueron imponiendo paulatinamente en el AT, y forjando la conciencia religiosa del pueblo de Israel, pero pivotando siempre en torno a su primitiva:

-trascendencia, desde el primigenio Yo soy el que soy (Ex 3,14) hasta el final Yo soy el alfa y omega (Ap 1,8)
-paternidad trascendente, desde el primigenio
Yo soy el Dios de tus padres (Ex 3,15) hasta el final Yo soy el Dios de tus padres” (Hch 7,32)

           Se trata de una línea bíblica infranqueable, que repite tanto en el AT como en el NT la trascendencia (lo inaccesible) y santidad (lo distinto) de Dios, a la que se irá incorporando lentamente su inmanencia: Dios, a pesar de su grandeza e inaccesibilidad ontológicas, se hará presente y actuante en medio de su pueblo, a través de su Palabra, Sabiduría y Espíritu. Se trata de mediaciones que hacen que el Padre no haya actuado nunca solo, y que han ido revelando progresivamente al Dios incomprensible, y totalmente distinto a los hombres. En su palabra, sabiduría y espíritu, Dios irá acercándose lentamente a su pueblo, y se irá convirtiendo en Emmanuel. Al mismo tiempo, estas mediaciones se irán lentamente personificando, hasta alcanzar, ya al final del NT, en un expresión inequívoca de hipóstasis.

c) Emanaciones de Dios Padre

           Dios salva por medio de hombres excepcionales a quienes envía con esta misión. Varias son las figuras del AT que apuntan a una salvación superior y definitiva, y consecuentemente a un salvador supremo en la esperanza y tensión escatológicas. Estas figuras son, en la línea ascendente de emanaciones divinas:

           El Mesías, como persona ungida (Sal 105,15) y mensajera (Mal 3,1), y sus variantes de príncipe, pastor y juez (Is 16,5; Jer 23,5-8; Ez 34,23-24; 37,24-26; Dn 9,25). Se trata de una figura humana (Jr 25,5), aunque idealizada escatológicamente hasta lo sobrehumano (Sal 2[6]; Sal 119).

           El Hijo del Hombre, figura individual y colectiva, netamente humana (Ez 1,1; Is 56,2), aunque grandiosa en su función apocalíptica y escatológica (Dn 8,17-18). En el judaísmo posterior adquiere rasgos sobrenaturales (Dn 7,13-14) y condición de preexistente a la creación (II Esdras, I Henoc, 37-41), convirtiéndose así en la figura más idealizada (Is 11,12) de las emanaciones de Dios.

           El Siervo de Yahvé, figura humana doliente (Is 52,14; 53,3), individual (Is 49,5-6[7]) y colectiva (Is 44,21[8]; Is 49,3), crecida a la sombra de Dios (Is 53,2) y a quien Dios salva de los sufrimientos (Is 52,15) y de la muerte por él aceptada (Is 53,4-5) para remisión de los pecados (Is 52,13-53,1-12[9]).

           Pero Dios también crea y salva enviando a este mundo sus atributos interiores, más o menos distinguidos de sí y personificados. Son sin duda mediaciones que destacan la trascendencia e inmanencia divinas y que, por su alto grado de personificación, van completando progresivamente la revelación de Dios. Entre las más relevantes cabe señalar, en la línea descendente de las emanaciones divinas:

           El Ángel de Yahvé, o Malak Jahweh, personaje individual enviado por Dios con una misión salvadora, que hace funciones de guía (Ex 14,19), defensor de los profetas (Gn 24,7.40), juez (1Sam 14,7.20) y justiciero (2Sam 24,16) que castiga las ofensas cometidas contra Yahvé. Hay textos, sin embargo, en los que no se le puede distinguir claramente de su Señor, sino que su apariencia y lenguaje coinciden con la apariencia y el lenguaje de Yahvé (Gn 16,9.13; 31,11.13; 48,15[10]).

           La Palabra de Dios, o Dabar Jahweh, instrumento con el que Dios actúa, instruye, crea, profetiza y salva (Gn 1,3[11]; Is 55,10-11[12]). Se trata de una Palabra instructiva que revela la voluntad de Dios y otorga la salvación al que la obedece (Dt 4,5), que va destinada a los hombres de todos los tiempos, que interpreta proféticamente el momento presente (Is 20,1) y la actuación del Dios que salva (1Sm 3,10). Ella domina sobre el profeta haciendo de él un enviado de Yahvé (Is 6,8; Jr 1,7; 14,14) y la boca de Dios (Jr 15,19); ella está allí donde está Yahvé actuando, anunciando, dirigiendo, salvando, juzgando (1Sm 3,10; 9,27; 2 Sm 7,14; Jr 1,10); ella es la fuerza decisiva de la historia, una fuerza irresistible y de infalible eficacia, inicialmente condicionada por el tiempo pero después fijada por escrito, para instrucción de las futuras generaciones y como promesa de la salvación definitiva (Is 55,10; Jr 36,1; Os 2,16).

           Se trata también de una Palabra creadora, que llama a la existencia a lo que no es (Gn 1,3; Is 48,13) y lo mantiene en el ser (Job 37,16; Sal 19; 147,15), en íntima conexión con el mismo Dios, hablando con poder personal y libre en su voluntad. Es Palabra que sale de Dios (trascendencia) para cumplir su encargo en el mundo (inmanencia). Y en Sab 18,15-16 aparece sobre todo personificada, al modo antropomórfico[13] y como un Dios que experimenta una especie de bilocación o reduplicación en su Palabra (la cual, haciéndose inmanente, ilumina su trascendencia).

           El Espíritu de Dios, o Ruah Jahweh, como algo interior a Dios, sinónimo de su vida personal o de él mismo, pero del que también se sirve como instrumento para crear (Gn 1,2[14]; Gn 2,7[15]; Sal 103,30), estimular (Jue 13,25) y salvar (Is 61,1), comunicándolo a las creaturas de forma abundante, y universalmente en los últimos tiempos (Jl 3,1[16]).

           Su actividad es supratemporal y supralocal, y sus efectos psicofísicos (Jue 13,25) y espirituales (1Sam 10, 6.10), tales como éxtasis, profecías, interpretación de sueños... descansa sobre los profetas (Is 61,1-3) y el Mesías, que será su portador (Is 42,1-3[17]; Is 11,1-5). En el AT no aparece nunca personificado con figura propia, pero sí se muestra a veces dotado de sentimientos, conocimientos y palabras (Is 63,10[18]; 2Sam 23,2; 1Re 22,4[19]; Sab 1,7[20]) como una persona; con todo, no se puede probar su distinción de Yahvé, puesto que no aparece en relación (dialogal) con él.

           La Sabiduría de Dios, o Hokmah Jahweh, con su doble sentido de: 1º cualidad natural del hombre que se desarrolla con la educación y la experiencia, y conduce al éxito (arte del vivir); 2º atributo particular de los dioses gratuitamente comunicado a los hombres (que, por ello, adquieren inteligencia y discernimiento). En el caso de Salomón, lo característico de la Sabiduría es su capacidad de donación gratuita, así como su acierto en el juicio práctico, a la hora de administrar justicia (1Re 5,9-14; 3,4-28).

           En la literatura sapiencial del AT es donde la Sabiduría pasa a ser concebida como algo divino, en la medida en que es experimentada, aprendida y transmitida a los hombres, y viene a identificarse con la instrucción histórico-salvífica. Así, la Sabiduría estaría ya actuante en la creación (Jr 10,12; Prov 3,19; Job 28) como instrumento divino de creación (Prov 3,19[21]), educación y salvación (Sab 9,17-18[22]). Se trata de una Sabiduría creada (o poseída) por Dios antes de la creación del mundo, pero que de algún modo se distingue de Yahvé (Prov 8,22-31[23]), siendo enviada por Dios como un don (Sab 9,1-4.6.9-11) para convivir con los hombres (Sir 24,3).

           Aun así, los rasgos personales que la Sabiduría representa de ser racional (Sab 7,22), consejero de Yahvé (Sab 8,4), autor de lo creado, protector, asistente, instructor, imagen (Sab 7,25), esposa de Dios... no deben entenderse como la representación de una persona divina (en el sentido del Logos del NT) distinta de Dios y con operación autónoma. Han de interpretarse más bien como expresiones figuradas de un atributo divino personificado, que en su indeterminación prepara el camino para la plena y definitiva revelación del Dios trino.

 Act: 23/08/21     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

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[1] Debe advertirse que el término trinitas es un término abstracto que nos sirve únicamente para describir la tri-personalidad del Dios único (el Dios del cristianismo), que no es en modo alguno una abstracción, sino un ser concreto en tres personas, cada una con su propia configuración (personal): Padre, Hijo y Espíritu Santo.

[2] Los que dicen al madero: Mi Padre eres tú, y a la piedra: Tú me diste a luz (cf. Jer 2,27). 

[3] Yahveh se ha escogido un pueblo para sí, permaneciendo siempre a su lado con sentimientos de padre (cf. Is 64,7).

[4] Yahveh, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros (cf. Is 64,7).

[5] ¿Es que entonces no me llamabas Padre mío? Y añadí: Padre me llamarás y de mi seguimiento no te apartarás (cf. Jer 3,4.19).

[6] Los caudillos conspiran contra Yahveh y su Ungido. Luego en su cólera les habla: Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión, mi monte santo... Él me ha dicho: Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy (cf. Sal 2).

[7] Dice Yahvé, el que me plasmó desde el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a él y que Israel se le una (cf. Is 49,5-6).

[8] Recuerda esto, Jacob, y que eres mi siervo Israel (cf. Is 44,21).

[9] He aquí que mi Siervo prosperará. Por sus desdichas, mi Siervo justificará a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con los poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los pecadores (cf. Is 52,13-53,1-12).

[10] cf. EICHRODT, W; Teología del Antiguo Testamento, en Mysterium Salutis, II-3 (Madrid 1969), p. 7.

[11] Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz (cf. Gn 1,3).

[12] Así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié (cf. Is 55,10-11).

[13] Tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real, en medio de una tierra condenada al exterminio. Empuñando como cortante espada tu decreto irrevocable, se detuvo y sembró la muerte por doquier (cf. Sab 18,15-16).

[14] El espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas (cf. Gn 1,2).

[15] Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente (cf. Gn 2,7).

[16] Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu sobre toda carne (cf. Jl 3,1).

[17] He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él (cf. Is 42,1-3).

[18] Mas ellos contristaron al Espíritu santo, y él se convirtió en su enemigo (cf. Is 63,10).

[19] El espíritu de Yahveh habla por mí (cf. 1Re 22,4).

[20] El espíritu del Señor llena el mundo, y él, que todo lo mantiene unido, conoce cuanto se habla (cf. Sab 1,7).

[21] Con la sabiduría fundó Yahveh la tierra (cf. Prov 3,19).

[22] ¿Quién hubiera conocido tu voluntad si tú no le hubieses dado la sabiduría y no le hubieses enviado tu Espíritu santo de lo alto?... Y gracias a la Sabiduría se salvaron (cf. Sab 9,17-18).

[23] Yahveh me creó (dice la Sabiduría), primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Cuando no existían los abismos fui engendrada. Cuando asentó los cielos, allí estaba yo. Yo estaba allí, como arquitecto (cf. Prov 8,22-31).