Dios en el NT

Equipo de Teología
Mercabá, 27 septiembre 2021

           La Escritura revela en el AT el amor infinito del Padre y la permanente acción del Espíritu, y en el NT la acción salvadora del Hijo, así como la comunicación plena del Espíritu a los hombres. En efecto:

-el Espíritu se halla en las raíces mismas de la vida de Jesús (su encarnación), y en el origen de su ministerio (su bautismo),
-el Hijo posee al Espíritu y con su poder expulsa los demonios, así como enseña la gracia con su sabiduría,
-el Padre ama al Hijo y hace obedecer al Hijo (abandonándolo en Getsemaní y en la Cruz), así como lo resucita de entre los muertos,
-el Hijo promete a los hombres al Espíritu (antigua promesa del Padre), compartiendo así ese don del Padre.

           En el NT se encuentran numerosas perícopas y fórmulas que muestran siempre la misma terna divina: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En algunos textos sus autores aportarán fórmulas incompletas de Dios (binarias, al faltar alguno de los tres), y en otros aportarán las fórmulas completas de Dios (ternarias, al aparecer en ellas los tres). Entre estos últimos, cabe distinguir textos:

-triádicos, en los que se nombra a los tres, pero no se indican expresamente las relaciones entre ellos (Col 1,6-8[1]; Jud 20-21[2]; Lc 2,26);
-tripartitos, en que se les presenta actuando conjuntamente en la obra divina de creación, redención y santificación (1Pe 1,2[3]; Cor 12,4-6);
-trinitarios, en que se hallan íntimamente unidos en su mismo ser o, consecuentemente, en la adoración monolátrica de los cristianos. Profundizan y aclaran el significado de los textos tripartitos y explican, con estos, la verdadera razón de la terna divina y los textos triádicos.

a) En los textos de Juan

           San Juan (Jn 5,17-22) afirma la estrecha relación existente entre el Padre y el Hijo, una relación de dependencia de éste respecto de aquel[4], una identidad operacional[5] y una unidad en el amor que se traduce en transparencia[6]. Si el Hijo puede realizar las mismas obras que el Padre es porque tiene conocimiento y poder para ello, porque le ve y porque puede imitarle.

           En otro lugar (Jn 1,18; 6,46; 7,29) el evangelista habla de esta visión, que sólo es posible al “que está sentado en el seno del Padre, al Hijo unigénito. Por eso, sólo éste, el Hijo, “el que viene de parte de Dios porque procede de él” (ontológicamente), puede darlo a conocer.

           Ver a Jesús es ver al Padre”, ya que el Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo” (Jn 14, 9-12; 17,21-23). Se afirma, pues, la mutua compenetración entre ambos. Hay identidad operacional y mutua transparencia porque hay compenetración personal: el uno está en el otro, y viceversa. San Juan llega a poner en boca de Cristo “el Padre y yo somos una cosa (Jn 10, 30). Tal es la unidad entre al Padre y el Hijo: una unidad plural (“somos) y óntica (“una sola cosa).

           Tampoco el Espíritu Santo, “el Espíritu de la verdad, obra según San Juan (Jn 16,13-15) por su cuenta”: habla lo que oye” de otro y da a conocer “lo que recibe de Cristo. Así mismo, el Hijo comparte todo cuanto tiene con el Padre, y afirma que “todo lo que tiene el Padre es mío. Hay, por tanto, una común posesión (comunidad) entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

b) En los textos de Pablo

           En 1 Cor 2,10-16[7] san Pablo nos habla del Espíritu como “el que sondea hasta las profundidades de Dios, y que por eso Dios puede darnos a conocer “por su medio tales profundidades. Y puede hacerlo porque el Espíritu procede de Dios, es decir, de su propia intimidad. El que tiene este Espíritu posee el pensamiento de Cristo”.

           En 1 Cor 6,15-20[8] san Pablo se refiere a nuestros cuerpos como “miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo. Pero no sólo templos del Espíritu, sino también de Dios Padre (1Cor 3,16-17) y de Cristo (2 Cor 6,14-16; Ef 2,22; 1,22-23; 4,15-16). Y si somos templos de Dios es porque el Espíritu, que hemos recibido del Padre, está en nosotros. Ello significa que ya no nos pertenecemos, pues hemos pasado a pertenecer a aquel por el que fuimos comprados.

           En 1 Cor 12,4[9] la obra de la santificación es común al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. Así, los carismas (o dones) del Espíritu, los ministerios del Señor Jesús, y las operaciones de Dios Padre, “son las mismas acciones salvadoras. En concreto, el apostolado y los demás ministerios (curaciones, milagros, profecías, la glosolalia y su interpretación...) son atribuidos indistintamente al Espíritu (1Cor 12,8-10), al Padre (1Cor 12,28) y a Cristo, como cabeza del cuerpo místico (1Cor 12,27).

c) Orígenes de la fe trinitaria

           La Trinidad es una novedad propia del cristianismo. Pero ¿cuándo y cómo surgió su formulación? Su origen parece estar en ciertas fórmulas cristológicas de la liturgia, como la salutación de 2 Tes 3,18[10] o de 2 Cor 13,13[11], para la bendición de despedida (1Cor 1,4; Rm 1,8-15; 1Cor 3,9-16).

           En efecto, las confesiones de fe de tiempos de Jesús eran ciertamente monoteístas, y en la época evangélica cristológicas. Entre ellas, las primeras parecen ser las unimembres o cristocéntricas: se centran en Jesús (sin descuidar su relación con el Padre), al que se describe como Mesías, Hijo de Dios, Señor y Dios. Son, pues, fórmulas antropo-teológicas (Mt 16,16[12]; Flp 2,9-11; Jn 20,28), que parecen haberse explicitado en fórmulas bimembres o referidas al Padre y al Hijo (1Cor 8,6; Jn 17,3[13]).

           Pero el origen de nuestras fórmulas de fe trinitaria hay que ponerlo en la vivencia cristiana del Espíritu Santo como “persona distinta”, comunicada por Cristo resucitado. La experiencia de nuestra salvación, que Jesús resucitado y el Espíritu (heteropersonal) realizan como autores divinos inmediatos, está a la base de los textos del NT (Hch 9,17[14]; Jn 7,38-39; 1Cor 6,11; Mt 12,28). De esta misma experiencia brotan las concisas fórmulas litúrgicas trinas.

           De hecho, es en la Ascensión, 40 días después de Cristo resucitado, cuando Jesucristo envía a sus discípulos a bautizar al mundo entero, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19[15]). Los tres nombres de la terna, cada uno con su artículo, aparecen unidos por la cópula y. El Espíritu Santo es, pues, equiparado al Padre y al Hijo, todos ellos nombres evidentes de personas. El término no puede significar aquí un nombre propio, porque estando en singular:

-se aplica a tres nombres (propios) diversos,
-no puede designar a un individuo (o persona), pues el ser es común a los tres,
-alude a una categoría, dignidad o especie.

           También puede significar unión con o pertenencia a alguien, cuyo nombre se lleva. Así, en Lc 10,17 y Mt 7,22,  profetizar, echar demonios y hacer milagros “en el nombrede Cristo es hacerlo en unión con él y como representantes suyos; y venir “en nombre del Señor (Mt 21,9) es venir representándole. Estas acepciones del término permiten ver en Mt 28,19 un texto estrictamente trinitario. Otros textos bautismales también confirman esta apreciación (Hech 8,16; 19,5; 1Cor 1,12-13; 1Cor 12,13; Gal 3,27-29; Rm 6,3).

           Recapitulando, el bautismo pedido por Cristo fue visto por los escritores del NT como una adscripción a la esfera o categoría común al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como una dedicación al culto de la terna. Su valor trinitario está en destacar la unidad (en el nombre) en la diversidad (del Padre, Hijo y Espíritu Santo).

d) Desarrollo de la fe trinitaria

           El NT ofrece 3 distintos esquemas trinitarios:

           Padre, Espíritu, Hijo. Se trata de un esquema en que el Padre es el origen, el Espíritu es el mediador que desciende y reposa sobre el Hijo (posibilitando su encarnación e impulsándole a cumplir su misión) y Cristo es el término en el que habita la plenitud de la divinidad. En este esquema, el Espíritu procede del Padre y reposa sobre el Hijo, que es por ello su Ungido. Lo cual hace el Espíritu, pero no tanto como lazo de unión del Padre y del Hijo, sino como unción de Cristo, que es el lugar de la presencia del Espíritu desde toda la eternidad. El Hijo y el Espíritu son los enviados del Padre, su origen. Cristo es el término en el que reside la plenitud del Espíritu (= divinidad), pero también es su donante.

           Hijo, Padre, Espíritu. Es el esquema evocado por San Pablo (2Cor 13,13[16]), según el cual Cristo nos revela al Padre y nos promete la plenitud del Espíritu Santo, y el Padre nos revela (en él) al Hijo. Fruto de esta unión estaría el don del Espíritu.

            Padre, Hijo, Espíritu. Se trata de un esquema en que el Padre y el Señor glorificado envían al Espíritu Santo, Espíritu de comunión. El Espíritu aparece así como término de la revelación. Este esquema completa los anteriores. Su movimiento se encuentra en las confesiones bautismales de los primeros símbolos de la fe, y se traduce en la secuencia Padre-Creación, Cristo-Redención y Espíritu Santo-Santificación en la Iglesia. Es el esquema que determina la plegaria eucarística, oración dirigida al Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo. Pero el dinamismo trinitario puede entenderse también a la inversa: el Espíritu Santo nos lleva a Cristo Redentor y, por su medio, al Padre, en el que se consumarán todas las cosas.

           Han de tenerse en cuenta, pues, las tres perspectivas. Si el Hijo es Aquel en el que reposa el Espíritu, es también el que da el Espíritu.

e) Principales problemas trinitarios

           El núcleo central del problema trinitario reside en la explicación de la relación Padre-Hijo. A ellos se añade la cuestión de la relación Espíritu-Cristo y Espíritu-Padre.

           Al menos tres escritores del NT (Pablo, Juan y Hebreos) fueron ya conscientes del problema. Pablo y Hebreos se concentran en la relación binaria Hijo-Padre. Juan, en cambio, tiene presente también la relación de ambos con el Espíritu Santo (perspectiva trinitaria).

           El examen de las cartas paulinas revela un intento consciente de solucionar el problema. Pablo reconocía a Cristo como Dios, y admitía sin reservas que Jesús era creador, salvador y juez, y pertenecía al orden de la divinidad. Aunque, en cierto modo Cristo era inferior al Padre, y eso generaba un problema a la hora de conciliar la unidad de Dios con la divinidad de Cristo (1Cor 8,6[17]). Ante sí se encuentra Pablo con esta dificultad, cuando afirma que Cristo entregará su Reino al Padre” (1Cor 15) y cuando describe a Cristo recibiendo la adoración de todas las criaturas “para gloria de Dios Padre (Flp 2,10).

           Pablo se refiere a Cristo y al Espíritu como personas distintas e intercesoras, pero no siempre los distingue con claridad (Rm 8,9-11). Tampoco aclara la relación del Espíritu con el Padre y con el Hijo. No obstante, el módulo trinitario está siempre en la raíz de su doctrina.

           Es Juan el que ve con toda claridad la naturaleza trina del problema. Los tres son mencionados juntos (Jn 1,33-34; 14,16; 14,26; 20,21-22; 16,15; 1Jn 4,2; 1Jn 4,13-14), el Espíritu descendió sobre Jesús bajo la voz del Padre (en el bautismo), y los dichos del Paráclito presentan conjuntamente la actividad del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero el Espíritu es otro Paráclito”, y su acción se coloca tras la resurrección de Jesús” (Jn 7,39). Juan acentúa con claridad que Jesús es Dios (Jn 20,28; 1,1; 1,18), pero el Padre es más grande que el Hijo, y éste es su enviado. El evangelista advierte la paradoja, y por ello puntualiza la prioridad del Padre, sin desmerecer la divinidad del Hijo. Hasta que finalmente logre dar cuenta de la unidad de ambos, al poner en boca de Jesús el Padre y yo somos uno” (Jn 10,30). Por otro lado, las actividades de Cristo y del Espíritu son similares pero distintas. Todo lo cual prueba que Juan trataba de explicar la triplicidad de la divinidad.

           Aun careciendo de los tecnicismos metafísicos, el NT ofrece en esencia la doctrina trinitaria de la Iglesia. En el NT no sólo se advierte que hay un conocimiento del problema, sino que se ofrece una respuesta al mismo. El NT apunta que el Espíritu es parte y persona divina, aunque no sabe explicar cómo, ni cómo formular plenamente la relación del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo.

 Act: 27/09/21     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

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[1] Vosotros ya oísteis y conocisteis la gracia del Padre en la verdad, según aprendisteis de Epafras, nuestro amado consiervo, que es fiel ministro de Cristo para con vosotros, el cual también nos manifestó vuestro amor en el Espíritu (cf. Col 1,6-8).

[2] Vosotros, amados míos, edificándoos sobre el cimiento de vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en la caridad del Padre, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, que os llevará a la vida eterna (cf. Jud 20-21).

[3] Vosotros fuisteis escogidos según la presciencia de Dios Padre, en la santificación del Espíritu, para la obediencia y la aspersión de la sangre de Jesucristo (cf. 1Pe 1,2).

[4] El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, si no lo viere hacer al Padre (cf. Jn 5,19).

[5] Lo que hace el Padre, eso hace también el Hijo (cf. Jn 5,19).

[6] El Padre ama al Hijo y le muestra todo cuanto él hace (cf. Jn 5,20).

[7] Dios nos lo ha revelado por medio de su Espíritu. Pues sólo el Espíritu conoce las cosas del Padre... Y nosotros hemos recibido ese Espíritu que viene de Dios, y hablamos con palabras aprendidas del Espíritu. Pues las cosas de Dios sólo pueden ser entendidas a la luz del Espíritu... que es el modo de pensar de Cristo” (cf. 1 Cor 2,10-16).

[8] El que se une a Cristo se hace un sólo espíritu con él. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habéis recibido del Padre y que permanece en vosotros? (cf. 1 Cor 6,15-20).

[9] Hay diferentes carismas, pero un mismo Espíritu; y diferentes ministerios, pero un mismo Señor; y diferentes operaciones, pero un mismo Dios, que obra todo en todos (cf. 1 Cor 12,4).

[10] La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros (cf. 2 Tes 3,18).

[11] La gracia del Señor Jesucristo, la caridad de Dios Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros (cf. 2Cor 13,13).

[12] Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo (cf. Mt 16,16).

[13] Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (cf. Jn 17,3).

[14] Saulo, hermano, me ha enviado el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por el que venías, para que recobres la vista y te llenes del Espíritu Santo (cf. Hch 9,17).

[15] Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19).

[16] La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo (cf. 2Cor 13,13).

[17] Hay un solo Dios Padre y un solo Señor Jesucristo (cf. 1Cor 8,6).