Amor trinitario de Dios

Equipo de Teología
Mercabá, 15 noviembre 2021

           El misterio de Dios es una síntesis del misterio cristiano de la salvación. Y también es su gramática, porque sólo Dios hace posible la historia del hombre. Sólo porque Dios es en sí libertad en el amor (ad intra), puede otorgar libremente su amor (ad extra) al hombre.

           Sólo porque Dios es Aquel (Padre) que está en sí y consigo estando en el Otro y con el Otro (Hijo), puede enajenarse en la historia y manifestar su gloria precisamente ahí, en la enajenación. Y sólo porque Dios es en sí puro don, puede darse a sí mismo en el Espíritu Santo, lo más exterior de Dios y, por ello, la condición de posibilidad de la creación y la redención.

           Un Espíritu Santo que es el camino ad extra por excelencia de Dios, y que por ello preside también el regreso de la entera realidad creada a Dios. De este modo la soteriología acabará en doxología, cuando Dios sea todo en todos[1].

           Esta perspectiva nos permite superar los enfoques griego y latino en una síntesis más elevada. Se parte (según la concepción griega) del Padre como origen sin origen, pero al concebirle como amor puro (pura autodonación) pueden entenderse las procesiones del Hijo y del Espíritu (al modo de la teología latina) en su lógica interna, como figuras del único amor inescrutable e incomprensible de Dios, y como expresión del único misterio de salvación.

           Ello hace posible una mayor comprensión del misterio del Dios. Y nos sirve de modelo para entender la realidad como unidad-comunión, primar todo lo que sea persona y relación (en el dar-recibir) y basar la espiritualidad en la humildad (kénosis del Hijo) y el servicio desinteresado.

a) Unidad de Dios

           La unidad y unicidad de Dios pertenecen al mensaje central monoteísta del AT, que el NT confirma. No obstante, pronto la teología cristiana comenzó a plantearse el problema del monarquianismo, como vimos en los primeros artículos y en su versión:

-subordinacionista, tendente al politeísmo (a un Dios supremo y dos dioses subordinados),
-modalista, tendente al panteísmo (a un Dios solitario, necesitado del mundo para su actividad).

           Contra ambas modalidades, surge la defensa del Dios Uno y Trino de la Escritura, como único medio de salvaguardar lo propio y específico del monoteísmo cristiano.

           Tanto el subordinacionismo (heterogeísmo) como el triteísmo (politeísmo) destruyen la unidad en Dios, que es Uno por ser simple e indivisible. Pero una unidad sin pluralidad (intradivina) atentaría contra la trascendencia y libertad de Dios, puesto que éste se vería necesitado del mundo para su autocomunicación. Por eso, el teísmo del Dios unipersonal se hace insostenible, porque limita al Dios ilimitado, destruyendo su categoría de Dios y suscitando la sospecha (propia del ateísmo moderno) de ser un ídolo hipostasiado.

           Contra el ateísmo, por tanto, sólo cabe la confesión trinitaria como única forma consecuente de monoteísmo. Sólo así puede salvarse la libertad gratuita de Dios en su amor autocomunicante. Sólo porque Dios es en sí amor sobreabundante, puede entenderse la efusión de su amor al mundo como algo libre (no necesario) y gratuito. Y el amor se convierte así en el lazo de unión entre la unidad y la pluralidad, y en la Unidad unificante en el seno de Dios trino.

           Sobre esta base común se desarrollaron en Oriente y Occidente diversos sistemas teológicos. Los griegos partieron de las tres hypóstasis (= personas) divinas, para acabar mostrando al Padre como origen y fuente de la divinidad, y su principio de su unidad. Los latinos comenzaron por la única ousía (= esencia) de Dios, para acabar distinguiendo a las 3 personas divinas como 3 modos de subsistencia personal (de la única esencia). Y donde los griegos dijeron tres personas que son un solo Dios, los latinos añadieron el único Dios es tres personas.

           Como se ve, los griegos trazaron una línea recta sobre Dios: el Padre engendra al Hijo y, por medio del Hijo, espira al Espíritu Santo. Y los latinos dibujaron un círculo: el Padre engendra al Hijo, y el Espíritu (amor mutuo entre Padre e Hijo) cierra la vida trinitaria. Por eso, la concepción griega está más abierta al mundo exterior, y la latina más cerrada al mundo divino.

           Ambas concepciones tienen sus grandezas y sus riesgos. La perspectiva griega oriental es más concreta, bíblica y soteriológica, y tiene su punto débil en la justificación que hace de la unidad de las personas divinas. La perspectiva latina occidental corre el peligro, por su lado, de no justificar lo suficiente la distinción de personas en la única esencia de Dios.

           Un peligro éste último, el de la tradición occidental latina, que surge desde el mismo momento en que interpretó el despliegue trinitario de personas divinas como conocimiento y volición (rasgos de la esencia de Dios), con el peligro de malentender a las personas como momentos ideales en la autorrealización del espíritu absoluto. Esto supuso poner botas a la tendencia modalista, y sólo con el tiempo ha tratado de remediar su postura, admitiendo que el espíritu subsiste únicamente, y en concreto, como persona.

           La esencia personal originaria es, según la Biblia, el Padre. Y de él hay que partir como propietario original de la esencia divina, que es el amor. Pero el amor no puede concebirse si no es de modo personal e interpersonal, pues la persona sólo existe en autocomunicación con otras personas. Luego la unidad y unicidad de Dios no puede entenderse como soledad. Pues el amor es la esencia de Dios, y las 3 personas divinas han de constituir una unidad esencial, y no una simple comunión personal.

b) Trinidad de Dios

           Intentemos ahora comprender el misterio de las 3 personas divinas. Pero hagámoslo desde el misterio de la realidad soteriológica cristiana, y no tanto desde la vieja fórmula del una substantia, tres personae.

           Para ello, partamos como punto de partida de los 2 esquemas que hoy día se nos ofrecen con las mayores garantías: el de Barth y el de Rahner. Unos esquemas que, no obstante obviar el asunto de la sustancia divina (ya analizada en capítulos anteriores), nos adentrarán en el ángulo de Dios como sujeto de automanifestación, o sujeto de autocomunicación.

           Barth construye su doctrina trinitaria desde la afirmación Dios se revela como el Señor. Pues Dios, en su unidad indestructible, permanece siempre el mismo, pero en triple dimensión: como Revelador (Padre), Revelación (Hijo) y Revelado (Espíritu Santo)[2]. Se trata de los “tres modos de ser en los que Dios se revela, desde el ámbito de la autoconstitución del sujeto absoluto y en los que Dios:

-se revela (sujeto),
-se revela mediante sí mismo (predicado),
-se revela a sí mismo (objeto).

           La identidad de estos 3 modos de revelarse (del Sujeto, del Predicado y del Objeto) es la misma del Dios que se revela, asevera Kasper. Lo cual nos lleva a la confirmación de la unidad indestructible de Dios, en las tres figuras de su ser divino en la revelación (en su distinción).

           En la Oración Sacerdotal (Jn 17), continúa Kasper, descubrimos las indicaciones más claras del NT para una doctrina trinitaria[3]. Se trata de “la hora final de Jesús, que completa su misión salvadora en los eventos de la cruz y resurrección. Y de una exaltación del Hijo que pone de manifiesto la gloria propia del Padre (Jn 17,1-5).

           Es entonces cuando se produce la revelación escatológica de Dios. Pero será el otro abogado, el Espíritu de la verdad, el que realice la actualización concreta de la doxología eterna del Padre y del Hijo, en la Iglesia y en el mundo.

           El fin de la confesión trinitaria es, pues, la doxología o glorificación escatológica de Dios; pero ésta es, al mismo tiempo, salvación y vida del mundo (Jn 17,3). Luego doxología y soteriología son inseparables: la gloria de Dios es la salvación del hombre. La vida eterna consiste entonces en reconocer como único Dios verdadero al Dios de Jesucristo (Jn 17,3).

           Se trata de un monoteísmo que implica el reconocimiento del Enviado del Padre (Jn 17,3), que es uno con Él (Jn 17,21). Luego el conocimiento de la unidad de Dios sólo es posible en el reconocimiento de la unidad del Padre y el Hijo. La forma cristiana de entender el monoteísmo viene, pues, a concretar el contenido de esa unidad y unicidad de Dios, que es “comunión del Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, bajo el prisma del amor.

           Resumiendo a Barth, Dios es al mismo tiempo el Revelador, la Revelación y lo Revelado. Pero hay que afirmar también lo distinto de Dios (en su revelación). Mas la unidad y la distinción de Dios no pueden separarse, luego hay que afirmar la Trinidad de Dios. La raíz de esta doctrina es, por tanto, la “soberanía divina, expresión de la irreductible subjetividad de Dios y una variante del tema moderno de la subjetividad autónoma. Pero lo que importa a Barth es poner de relieve que:

-en la revelación, Dios (sujeto) nos descubre a Dios mismo (objeto),
-
fuera de la revelación, no es posible construir ningún concepto de Dios.

           En Rahner encontramos una estructura similar. Su punto de partida no es la subjetividad de Dios, sino la del hombre. De ahí que intente comprender el misterio del Dios trino como misterio de salvación. Según él, hay 2 modos diferentes de comunicación (libre y gratuita) del Padre:

-el Hijo, mediador histórico de nuestra existencia,
-
el Espíritu Santo, lugar de la comunicación de Dios (en nosotros).

           Se trata de dos momentos de una misma autocomunicación, los cuales serían imposibles si no fuese Dios mismo el que se revelara, o si lo que se comunicara fuese sólo una mediación creada (palabra, ángel, profeta...), o si Dios fuese el dador pero no el don. Luego Hijo (conocimiento) y Espíritu Santo (amor) son algo propio de Dios, y constituyen los dos modos de subsistencia realmente distintos del Dios comunicante (el Padre)[4].

           Luego en Dios, según Ranhner, se da una diferencia real entre Dios y Dios. De ahí que el Dios único e idéntico tenga que ser, hacia dentro y necesariamente:

-Padre, o ser sin origen, que hace de mediador consigo mismo,
-Hijo, o ser pronunciado,
para sí y con verdad,
-
Espíritu Santo, o ser recibido,
aceptado por sí mismo con amor.

           Pero Dios es también aquel que puede autocomunicarse hacia fuera, con libertad. De hecho, la diferencia real en Dios surge de esta autocomunicación exterior, pues:

-el Padre, al comunicarse a sí mismo como quien pronuncia y recibe, establece una diferencia real con lo pronunciado y lo recibido,
-lo comunicado, o aquello que hace que la comunicación sea autocomunicación, es Dios mismo, es decir, su divinidad o esencia divina.

           Esta autocomunicación del Padre hacia el exterior, que supone una diferencia (entre el comunicante y lo comunicado) en el seno mismo de Dios, funda una relación, que debe entenderse como:

-real, como cualquier otra de sus cualidades,
-
relativa, puesto que en la relación la esencia (divina) permanece inalterable.

c) Unidad trinitaria en el Amor

           La confesión joánica “Dios es Amor” establece la unidad en el amor como la esencia de Dios, y nos permite obtener una precomprensión del Dios trino. Nos permite hacer aplicaciones sobre Dios, pero siempre de forma analógica, puesto que la comunión de amor entre los hombres lleva siempre la marca de la finitud e indigencia, y ninguna persona humana es totalmente idéntica a sí misma, ni agota la esencia del hombre y sus posibilidades. Mientras que Dios, en cambio, es perfecto y carece de indigencias o finitudes.

           Y es que si Dios no es un ser solitario, habrá de ser un ser con. Pero si Dios, para seguir siendo Dios, no puede depender del mundo o del hombre, entonces habrá ser un ser-conen sí mismo, y por tanto, comunión. Mas Dios es perfecto (lo tiene todo) y simple (no está compuesto), luego sólo podrá darse a sí mismo como don puro de lo que él es. La unidad y trinidad de Dios, por tanto, sólo puede entenderse como algo que es y en la medida en que se da. Luego el ser sí mismo (esencia) y el ser con (personas) son idénticos en Dios: comunión en una sola esencia.

           Una lectura atenta de la Oración Sacerdotal (Jn 17) nos permite distinguir 3 relaciones:

-una del Padre, donando el amor, como origen no originado del amor[5],
-una de
l Hijo, recibiendo del Padre la vida, la gloria y el poder,
-otra del Hijo,
entregando todo lo que ha recibido del Padre (Flp 2,6).

           La identidad del Hijo consiste, pues, en ser recepción y traspaso del don (del Padre). Y es precisamente en la recepción donde el don adquiere la figura de lo otro, pues sólo en cuanto recibido, el don deviene Don y el Donante donante (el Padre Padre). Por eso el Hijo es principio de comunicación (= Logos) e imagen del Padre (= Donante): mediador y mediación pura. Así:

-el Padre es el fundamento primordial de la donación,
-el Hijo es la
extensión de la donación del Padre, más allá de sí y hacia una tercera parte,
-el Espíritu Santo
es el don del Padre por medio del Hijo, como
lazo de amor entre el Padre y el Hijo y el tercero que reúne a los distintos en unidad.

           Por ser el don del Padre al Hijo, y del Hijo al Padre (don mutuo y condilecto), el Espíritu Santo es la identidad en la diferencia del Padre y del Hijo y, por tanto, de la communio divina[6]. Y por ser la expresión del éxtasis de amor en Dios, es también el eterno “desbordamiento de Dios más allá de sí mismo, el don escatológico de Dios al mundo.

           La comunión perfecta en la esencia única de Dios. Y como toda comunión (en la esencia), incluye diferencias (en el modo de posesión de esa esencia). En opinión de Kasper, el amor está en el Padre como origen que se derrama, en el Hijo como entrega y mediación pura, y en el Espíritu Santo como pura recepción[7].

           Estos 3 modos sólo pueden concebirse en relación con los otros dos ya descritos:

-el Padre, como autodonador puro, que no puede ser sin el Hijo que recibe,
-el Hijo, como receptor del Padre, que sólo puede ser
en y por la recepción (del Padre), y en y por la entrega (al Espíritu Santo).

           Se trata de un amor recíproco (Padre-Hijo) que se desbordó y despojó su dualidad (Padre-Hijo), asumiendo gratuitamente lo tercero (Espíritu Santo). Se trata de un amor que fue pura recepción, asumiendo así la relación personal. Las tres personas divinas son, pues, relaciones en las que subsiste la única esencia de Dios, de un modo intransferiblemente diverso: relaciones subsistentes en el amor.

 Act: 15/11/21     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A 

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[1] cf. KASPER, W; El Dios de Jesucristo, Salamanca 1986, pp. 331-357.

[2] cf. BARTH, K; Die Kirchliche Dogmatik, Zurich 1992, p. 320.

[3] cf. KASEMANN, E; El testamento de Jesús, Salamanca 1983.

[3] cf. RAHNER, K; Grundkurs des Glaubens, Friburgo 2014, p. 141 . 

[5] cf. GRESHAKE; El Dios Uno y Trino, una Teología de la Trinidad, Barcelona 2001, pp. 256-257. No obstante, y sin querer hablar del Padre como origen (del Hijo y del Espíritu), GRESHAKE lo presenta como “don primordial y como “fundamento de la comunión divina. Luego, según él, hay también un ordo, no de origen pero sí de fundamento: el Padre, que siendo don primordial para el Hijo y el Espíritu Santo, es su fundamento.

[6] cf. GRESHAKE; El Dios Uno y Trino, una Teología de la Trinidad, Barcelona 2001, pp. 258-261.

[7] Unos tres modos, apunta KASPER, en que subsiste la esencia una de Dios, el amor. Porque el amor no puede concebirse de otra manera, y en este sentido la confesión trinitaria tiene una plausibilidad interna para la fe. Pero sigue siendo un misterio, porque se trata de una 'necesidad en el amor' y, por tanto, libre, que no cabe derivar previamente a su autorrevelación ni se puede comprender racionalmente después de ella (cf. KASPER, W; El Dios de Jesucristo, Salamanca 1986, p. 350).

           No obstante, será cuando diga que sigue siendo un misterio, porque se trata de una necesidad en el amor, cuando se verá que KASPER trata de distanciarse del semirracionalismo de que había sido tachado (como ya lo había sido RICARDO DE SAN VICTOR), en su concepción teológica sobre Dios.