18 de Octubre
San Lucas Evangelista
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 18 octubre 2025
Meditación
Tras encomendar la misión de anunciar la cercanía del reino de Dios al grupo de los Setenta y Dos, Jesús les dice hoy algo que sigue teniendo vigencia en la actualidad: La mies es abundante y los obreros pocos, pues ¿acaso alguna vez ha dejado la mies de ser abundante, desde los tiempos apostólicos?
En efecto, cuando se creía que el mensaje evangélico había llegado a los confines de la tierra, se descubrió un nuevo continente, América, que empezó a reclamar la semilla de la buena noticia. Y cuando parece que hoy día ya no hay territorio en el que no haya resonado la palabra misionera, esos territorios se van descristianizando y es precisa una nueva evangelización.
Es decir, que después de 21 siglos de misión, la mies sigue siendo abundante, y no sólo en esos lugares en los que no se ha asentado del todo el cristianismo, o en esos otros en los que apenas se ha insinuado, sino en los mismos lugares en los que parecía definitivamente implantado, tras tantos años de civilización cristiana.
No obstante, abundancia no significa campo abierto y fértil que reclama mucho trabajo en el obrero. Porque puede que en medio de esa abundancia, el obrero se sienta sin trabajo, porque sus intentos de evangelización resultan infructuosos, o porque su semilla cae en tierra dura, o porque su territorio está lleno de zarzas y espinas.
Puede incluso que esa misma experiencia de esterilidad reduzca el número de los obreros, pues al fin y al cabo los obreros han de salir de la mies trabajada. Y con la disminución de los obreros, también se reducirá la labor de la evangelización.
En suma, que la mies sigue siendo abundante en cualquier circunstancia en la que nos encontremos, porque hasta ese mundo hostil, ingrato y paganizado de nuestro entorno necesita (lo reconozca o no) de esa palabra salvadora que nos trajo Jesucristo de parte del Padre, y de esa oferta de salvación que está en el primer anuncio (kerigma) del evangelio y en la cercanía del reino de Dios.
Pero para que siga habiendo evangelización es preciso que Dios suscite obreros que asuman esta bandera y esta tarea. Y que los suscite incluso en terrenos desérticos de vida cristiana. Dios puede hacerlo, porque para él nada es imposible. Si Dios puede sacar de las piedras hijos de Abraham, ¿por qué no va a ser capaz de sacar obreros de su mies de hombres y mujeres totalmente ajenos a la causa cristiana, más aún, de los enemigos de esta misma causa?
Eso era Saulo antes de convertirse en el apóstol Pablo. Dios puede, pero quiere que haya hombre y mujeres que se lo pidan con fe y con insistencia, como viéndose en la urgencia de tener que hacerlo porque es mucha no ya la mies de los campos, sino el desierto religioso que se ofrece a nuestra vista.
Dios quiere que le pidamos que saque (y mande) obreros a su mies para que, tomando conciencia de esta necesidad, nos prestemos a presentarle nuestras manos como instrumentos disponibles para esta labor. Y si no las nuestras, las de nuestros hijos o nietos. Sólo el que pide, desea y advierte la necesidad que se esconde tras la petición. Sólo la oración dispone para el trabajo que se implica en ella.
De ahí que Jesús les diga a continuación: ¡Poneos en camino! Poneos en camino y otros os seguirán, sobre todo aquellos que Dios suscite al contacto con vosotros. ¿Qué otra cosa hizo el mismo Jesús, que ponerse en camino a orillas del Jordán? Ponerse en camino y llamar en su seguimiento.
Unos respondieron y otros no. Pero siempre hubo alguna respuesta que tuvo su continuidad. La labor de los primeros obreros tuvo sucesión, los apóstoles tuvieron sucesores, y así se fue extendiendo el mensaje del evangelio.
Pero en la historia de esta implantación siempre ha habido avances y retrocesos, aumentos y pérdidas, crecimiento en cantidad y disminución en la calidad, rechazos y acogidas, incorporaciones masivas, pero poco conscientes, y conversiones singulares muy valiosas y efectivas, santidad y mediocridad, edades de oro y edades de hierro, tiempos de reforma y tiempos de contrarreforma, primaveras y eclipses de fe.
Sea cual sea la época en la que nos encontremos, no debemos perder la esperanza. Él es el dueño de la mies y el dueño de la vida. En su poder está transformar los corazones de piedra en corazones de carne o el desierto de irreligiosidad, que se nos presenta como incontenible, en vergel.
A nosotros, los que aún conservamos la fe, nos toca orar (algo que sólo nos es posible desde la fe viva y actual) y ponernos en camino en la dirección que él nos indique, con los medios que él mismo ponga a nuestro alcance.