3 de Julio
Santo Tomás Apóstol
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 3 julio 2025
Meditación
Tomás el Mellizo es el apóstol que días antes de la pasión del Señor había dado muestras notables de audacia y valentía, invitando a sus compañeros a compartir la suerte de su maestro cuando éste había manifestado su intención de marchar a Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas. En concreto, en aquella ocasión había dicho: Vamos también nosotros y muramos con él.
Ahora, sin embargo, Tomás se resiste a creer en el testimonio de los demás discípulos, aun siendo éste un testimonio unánime, colectivo y sin fisuras, que todos le decían: Hemos visto al Señor.
Pero Tomás necesita mucho más que un simple testimonio para creer en un suceso como el que se le anuncia: la vuelta a la vida de un muerto. Tomás necesita ver por sí mismo, e incluso tocar. Era la necesidad de acumular testigos sensoriales. El tacto vendría en auxilio de la vista, aportándole una firmeza mayor.
Y es que la experiencia de la muerte es tan imponente que no parece dejar espacio al resurgir de la vida. Nosotros mismos manifestamos muchas veces nuestras dudas al respecto. La muerte se nos impone con tal fuerza que nos parece imposible poder escapar de ella una vez apresados.
Las resistencias de Tomás, por tanto, no nos son extrañas, ni ajenas; al contrario, nos parecen muy razonables y justificadas. Se le pide un acto de fe en algo que desafía a la experiencia de desintegración de todo organismo corporal; se le pide un acto de fe que va a condicionar enteramente su vida.
Jesús, que comprende la resistencia de Tomás (hombre orgulloso y consciente de su propia dignidad), condesciende con sus exigencias, se doblega a sus condiciones (si no veo, si no meto) y le dice: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. La respuesta del incrédulo es significativa: Señor mío y Dios mío.
Ante la actitud de Jesús, Tomás ha quedado desarmado y sin recursos. No le queda sino arrodillarse y hacer una solemne profesión de fe: tan sincera como clamorosa, tan contundente como hermosa. Tomás confiesa al Aparecido (que le muestra las señales de la crucifixión) su Señor y su Dios, que es mucho más que reconocerle resucitado y vivo, tras haber pasado por la muerte.
Pero el que tiene poder sobre la muerte ha de ser necesariamente su Señor y su Dios, pues no hay nada más poderoso que la muerte en este mundo. Por tanto, el que es capaz de escapar definitivamente de la muerte tiene que ser más poderoso que ella; ha de ser su Señor.
No seas incrédulo, sino creyente, le contesta Jesús a Tomás, en una recomendación que vale para todos nosotros. Tomás creyó después de haber visto y tocado un cuerpo vivo que antes estuvo muerto y sepultado; creyó en la vida resucitada porque la palpó allí donde antes sólo había muerte; creyó en el poder de Dios porque pudo ver sus efectos saludables en el cuerpo cadavérico de un difunto.
Pues bien, este incrédulo que había transitado hacia la fe por razón de lo que se le permitió ver y tocar, pudo oír de labios del Resucitado: Dichosos los que crean sin haber visto.
Dichosos porque la fe es posesión (aunque en esperanza) y, por tanto, dicha. Y dichosos porque no han necesitado pruebas como las exigidas por Tomás, que revelan siempre el sufrimiento y la tortura interior del desconfiado (porque no se fía del testimonio de otros) y decepcionado (de la vida, de la Iglesia, de la política, de la fe que tuvo y ya no tiene, etc.), del incrédulo.
Y es que el incrédulo suele ser alguien que no cree pero desearía creer, sobre todo creer que hay un Dios providente, bueno y poderoso, más poderoso que todos esos poderes que amenazan al hombre. Lo desearía, pero no encuentra razones suficientes para ello.
Jesús declara dichosos a los que sí han encontrado tales razones, a los que no necesitan más pruebas (porque les basta con las que les han ofrecido) y a los que no piden más signos (porque los signos que les han sido dados son suficientes).
No es que tengamos que ser crédulos o ingenuos, ni aceptar cualquier testimonio llegado de fuera, pues hay que sopesar las razones y valorar los motivos de credibilidad. Pero una vez hechas estas valoraciones, hemos de ser generosos y dar el salto de la fe.
Dar el salto de la fe es poner nuestra confianza en el testimonio revelado y en el abandono en Dios, sin garantías absolutas, sin exigencias desmedidas, sin pretensiones imposibles y con esa humildad que es simplemente conciencia de nuestra condición terrena y creatural, desde nuestra pequeñez en la inmensidad del universo.
Sólo así, fundados en la fe, hallaremos la paz y la alegría. Y eso nos permitirá vivir con una confianza radical en lo que nos rodea y nos funda, en la bondad de las cosas, en el amor que da origen a la vida, en la vida que vence a la muerte, en la presencia de aquel que encarna el amor y la vida, en este Cristo encarnado y glorioso.
Act:
03/07/25
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ordinario
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A L
M
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R C A B A
M U R C I A