7 de Octubre
Virgen del Rosario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 7 octubre 2025
Meditación
Entre los misterios de gozo que contemplamos en el rezo del Rosario figura la Anunciación del Señor, cuyo evangelio hemos escuchado hoy en la liturgia. Lo que el ángel anunció en aquella ocasión a esa joven de Nazaret, llamada María, mujer ya desposada con un hombre llamado José, es que iba a ser madre de un hijo que, aun siendo hijo de sus entrañas, merecería el nombre de Hijo del Altísimo porque sería realmente del Altísimo (es decir, de Dios, o Hijo de Dios).
Tal fue la inusitada noticia que se dio a conocer en la escena de la anunciación: una noticia capaz de provocar el asombro, e incluso la incredulidad, de cualquier destinatario, por muy dispuesto que éste esté a dar acogida a ciertos testimonios.
En María, la llena de gracia, no cabía mejor disposición para dar fe a lo anunciado. Aun así, la noticia era de una magnitud tal, y tan descomunal, que incluso superaría la magnitud de ciertos agujeros negros (millones de soles) o las más largas distancias intergalácticas. ¿Por qué?
Porque si el Enmanuel, el Dios con nosotros, es el dado a luz por la Virgen (en conformidad con la señal profética de Isaías), será también el Dios entre nosotros, el Dios en el seno de una mujer. Sería un Dios hecho carne, el Dios infante, el Dios adolescente, el Dios espaciotemporal, el Dios con edad y crecimiento, el Dios encarnado, el Dios historizado, el Dios limitado, el Dios mortal, el Dios muerto, el Dios en su contrario y, en definitiva, la paradoja de Dios.
¿No es realmente increíble la noticia que se ofrece en esta anunciación, más allá de las dificultades que pueda presentar una maternidad virginal? María, que al parecer, y a pesar de estar ya desposada, mantiene propósitos de virginidad, hace referencia a esta dificultad: ¿Cómo será eso, pues no conozco (ni tengo intención de conocer) varón?
No será necesario conocer varón para concebir a este hijo, vine a decirle el ángel, porque el concebido y nacido como Hijo del Altísimo será fruto de la acción del Espíritu Santo en ella: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Con la intervención del Dios creador quedan desechas todas las dificultades y abiertas todas las posibilidades.
Semejante concepción es posible porque para Dios nada es imposible, ni la fecundidad de una mujer estéril y anciana como Isabel (que ya está de seis meses), ni la maternidad de una virgen como María. ¿Cómo va a ser imposible para el que ha sacado la naturaleza de la nada (su Creador) sacar vida de la esterilidad temporal o definitiva de esa misma naturaleza o del estado virginal de la misma? A Dios ni le es imposible hacer madre a una mujer estéril, ni a una mujer virgen. De ambos estados Dios puede sacar fecundidad.
La afirmación evangélica es tan rotunda e incuestionable que a María, una mujer tan llena de fe y de gracia, no le queda sino asentir, reconocer esta realidad, viéndose a sí misma como esclava del Señor, dispuesta en todo momento a aceptar su plan y a colaborar con él: Hágase en mí según tu palabra.
Pero reconocer la posibilidad de la encarnación del Hijo de Dios, apoyados en el axioma de la omnipotencia divina (a Dios nada le es imposible), no rebaja o elimina la perplejidad que semejante noticia deja en nosotros, pobres criaturas, pues nos vemos obligados a reconocer no simplemente la presencia de lo Infinito en lo finito, sino la identidad de lo Infinito y lo finito en el hombre Jesús: una identidad que escapa a cualquier intento de comprensión.
Por eso el concepto Deus-homo, que brota del hecho de la encarnación del Verbo, se mantiene ahí como un permanente desafío para la lógica humana. Es el que se propone a la fe del creyente, y el que mejor nos habla del Dios extático, del Dios que sale de sí mismo (como Hijo) por amor para identificarse con el hombre (al que quiere sacar de su postración y hacerle partícipe de su propio destino glorioso).
Ello nos será posible si nos incorporamos al movimiento colaborativo de María, y nos sumamos al plan de Dios con la misma disponibilidad y voluntariedad que ella: Hágase en mí según tu palabra.
La expresión mariana, aunque sugiere a primera vista una actitud de pasividad ante la voluntad del superior, es sumamente activa. Dios no actúa en nosotros como si fuéramos una materia inerte, sino como sobre una materia viva y dotada también de voluntad. Por eso sus actuaciones son también peticiones que implican un lenguaje (o cauce de comunicación) dirigido a nuestra inteligencia, un lenguaje que reclama nuestra colaboración y convoca, por ello, nuestra voluntad.
El hágase (fiat) de María no es un simple dejar hacer a un agente extrínseco, poniéndose en sus manos. Sino que es (en este caso) un incorporarse voluntariamente (como colaboradora) a esta acción, prestando todas sus facultades y energías al éxito de esta economía. En el hágase de María hay docilidad y nada de pasividad, y eso mismo es lo que Dios espera de nosotros: una obediente colaboración a sus planes salvíficos.
Act:
07/10/25
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ordinario
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M
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R C A B A
M U R C I A