20 de Abril

Sábado III de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 20 abril 2024

c) Meditación

         La disputa que las palabras de Jesús habían originado entre los judíos alcanza hoy a sus discípulos, que las escuchan entre el desconcierto e incredulidad, y que no dudan en decirle: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? Calificar de duro su modo de hablar es destacar lo difícil de digerir que resultaba; tanto que se hacía inaceptable.

         En concreto, el discurso en el que Jesús se proponía como pan de vida, y en el que se mostraba dispuesto a la inmolación y al sacrificio, resultó ser escandaloso, y esa piedra de tropiezo que apartó a muchos de sus hasta entonces seguidores de su lado.

         Jesús, advirtiendo esto, les dice: ¿Esto os hace vacilar? ¿Y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? Y continua: El Espíritu es quien da vida, y la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen.

         Jesús parece asombrarse de esta falta de fe ante palabras tan cargadas de espíritu y vida. Y lo que realmente vale, según él, es el espíritu, porque sólo el espíritu tiene el carácter de lo perenne o de lo perdurable. La carne es demasiado frágil y perecedera como para darle tanto valor, pero ¡está tan ligada al espíritu en el hombre!

         Si esto es así, cuando Jesús habla de su carne como comida que da vida eterna, no puede estar aludiendo a una carne corruptible, sino a una carne espiritual o carne portadora de ese Espíritu que da vida, al modo de esas palabras suyas que son espíritu y vida.

         Pero si ante palabras tan espirituales y vivificantes hay todavía quienes no creen es porque para creer se requiere además la atracción o la moción interna del Padre: Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede. Ya lo había dicho con anterioridad, y lo vuelve a repetir: Es imposible adherirse a Cristo mediante la fe, si el Padre no lo concede.

         Aquí ofrece Jesús una misteriosa explicación a la existencia de la incredulidad humana. Dios, sin embargo, tendría que querer la fe de todos en su enviado. ¿Y por qué a algunos no les concede esta adhesión de fe? ¿O por qué no hace añicos esta resistencia? He aquí el misterio de la libertad humana, braceando en el océano de la potencia divina.

         Bastaría una mínima atracción por parte de Dios para encaminar la voluntad de cualquiera en una dirección. Y sin embargo, en muchos casos no parece producirse esta moción. Y si se produce, ¿tiene el hombre en su poder capacidad para resistir esta fuerza, por muy ligera que sea? La resistencia es sólo humana, ¿y qué puede lo humano frente a lo divino?

         El evangelista subraya la desbandada provocada por las palabras de Jesús entre sus discípulos: Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. El hecho es tan notorio que a Jesús no le queda prácticamente otra compañía que la de los Doce. Y a ellos se dirige, con un cierto pesar: ¿También vosotros queréis marcharos?

         Los Doce son sus elegidos, de los que Jesús espera la máxima lealtad a pesar de sus debilidades. Pues bien, también ellos estaban desconcertados, y consideraban que su lenguaje era duro. También ellos palpaban, desasosegados, el desánimo reinante, y también ellos sentían la tentación de dejarlo.

         Pero había algo que les retenía a su lado y que no se explican muy bien lo que es. Pedro lo pone al descubierto, cuando responde a la pregunta de Jesús con estas palabras: Señor, ¿a quien vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

         La realidad es que no encuentran a nadie mejor a quien acudir, a nadie que les merezca más confianza y crédito, a nadie que les haya mostrado mayor autoridad. Pedro reconoce a sus palabras la carga de espíritu y vida que los demás no ven. Por eso (y habla en plural, como en nombre de todos los que han permanecido a su lado) nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.

         La fe incorpora un elemento de certeza tal que se convierte en un saber, verificado constante en la misma experiencia de fe. Nosotros creemos, y porque creemos sabemos, es decir, estamos ciertos de que él es el Santo de Dios.

         ¿En qué bando nos situamos nosotros? ¿En el de aquellos que, por considerar que su lenguaje era duro, lo abandonaron y dejaron de ir con él? ¿O en el de quienes entienden, como Pedro, que no hay persona más autorizada a quien acudir y que sólo él tiene palabras de vida eterna, aunque sus palabras nos resulten duras e incomprensibles?

 Act: 20/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A