19 de Abril

Viernes III de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 19 abril 2024

c) Meditación

         Las palabras de Jesús es estos últimos días habían generado una agria disputa entre los judíos, y por eso entre ellos se decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

         No lograban delimitar los judíos, pues, el alcance de estas expresiones. Y para ellos, entendidas en su univocidad, resultaban inaceptables. Para unos significaban una invitación a la antropofagia, y en otros sentidos más alegóricos resultaban demasiado crípticas. En cualquier caso, el lenguaje empleado por Jesús causó desconcierto entre sus seguidores.

         Pero esto no arredró ni llevó a Jesús a suavizar su proclamación. Al contrario, Jesús se mostró insistente y perseverante en su discurso, y continuó diciendo:

"Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí y vivirá para siempre".

         Toda vida requiere de alimento para subsistir, y la vida que Jesús promete dar precisa de su carne y de su sangre como elementos nutrientes. Ambas, carne y sangre, son verdadera comida y bebida, de manera que el que come de ellas posee su vida, que es vida eterna y una vida sólo transitoriamente afectada por la muerte.

         Las palabras de Jesús tuvieron que resultar tremendamente impactantes en su momento, y basta pronunciarlas de nuevo para advertirlo: El que me come vivirá por mí, de igual modo que yo vivo por el Padre.

         Comer su carne y beber su sangre nos convierte en habitados y en habitantes suyos, y nos permite vivir en él y a él vivir en nosotros. San Pablo tenía esta conciencia de esta inhabitación, cuando decía: No soy yo quien vivo; es Cristo quien vive en mí. Y también nosotros la tenemos cuando nos sentimos inhabitados por esa persona de la que estamos profundamente enamorados, y cuya presencia nos inunda incluso en su ausencia física.

         Comer la carne de Cristo es introducirle en lo más íntimo de nuestra vida. Es convertirle no sólo en nuestro confidente, sino también en nuestro íntimo, de modo que podemos mirar hacia adentro para encontrarnos con él una vez acogido en nuestro interior.

         Comer la carne de Cristo no parece tener hoy otra forma de donación que la sacramental, con su doble vertiente de signo y de misterio. Con el signo del pan, con el que él mismo se significó en la Última Cena, y con el misterio de su presencia corporal-espiritual, de un cuerpo entregado a la muerte y resucitado (un cuerpo glorioso).

         Por eso vemos a Jesús en el pan de la eucaristía, pan sobre el que se ha invocado la acción del Espíritu para que lo transforme en el cuerpo (comestible y adorable) de Cristo. Esta presencia permanente (mientras duran las especies) hacen de él nuestro confidente y nuestro íntimo, alguien con el que podemos encontrarnos en un determinado lugar (el lugar del sacramento).

         No desaprovechemos la ocasión que nos ofrece esta presencia (sacramental y mistérica) de Jesús para gozar de la amistad y compañía de tan buen amigo, y para vivir ya de la vida que un día (el último día) se hará realidad plena para siempre.

 Act: 19/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A