11 de Diciembre
Jueves II de Adviento
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 11 diciembre 2025
Meditación
Jesús ensalza hoy la figura de Juan el Bautista, para resaltar la grandeza del más pequeño miembro del Reino de los Cielos (el cual, en comparación con aquel, es mucho más grande). Con ello está significando que la pertenencia al Reino de los Cielos nos confiere una alta dignidad, que no es comparable con ninguna otra dignidad humana.
En concreto, dice hoy Jesús de Juan: Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él.
En efecto, Juan es el personaje que clausura el profetismo del AT, y el último gran profeta del pueblo de Israel. Es un profeta equiparable en fuerza y dignidad al mismo Elías. Es el nuevo Elías que tenía que venir
para reproducir con su actividad el vigor del profetismo primitivo, que es el profetismo representado por Elías.Por todo ello, Jesús le cataloga como el mayor de los nacidos de mujer, hasta la llegada de la plenitud de los tiempos. Y por él se inicia una nueva etapa en la historia de la salvación.
Con él ha llegado el reino de Dios que, sin ser una absoluta novedad, es la gran novedad de los nuevos tiempos. Con él se acaban los tiempos del profetismo para iniciarse los tiempos del mesianismo. Él ya no es un simple profeta, ni siquiera el más grande profeta-reformador del judaísmo (como querían los ebionitas). Él es el Mesías que inaugura los tiempos mesiánicos.
Con Jesús llega una nueva realidad: el reino de Dios, que ha empezado a germinar en el mundo. Y el más pequeño de los incorporados a esta nueva realidad es más grande que Juan, no por ser quien es o por proceder de una familia de alta alcurnia, sino por pertenecer a este Reino que llega con Jesús. Aquí se está cumpliendo la profecía evangélica: Todo el que se humilla será enaltecido.
Dios es el que lleva a cabo esta tarea de enaltecimiento: incorporándonos a su Reino nos hace hijos suyos y nos regala una alta dignidad que nos engrandece por encima de todo rango natural o social. Formar parte del Reino es adquirir una condición regia que nos colma de bienes y nos da derecho a posesiones ilimitadas.
Desde los días de Juan el Bautista hasta hora (dice Jesús), el Reino de los Cielos hace fuerza y los esforzados se apoderan de él. Los días de Juan el Bautista son los días del precursor de Jesús. Pues bien, desde ese momento precursor el Reino de los Cielos puja por abrirse camino en el mundo, como hace fuerza un feto por salir a la luz.
Jesús, con su presencia y actividad mesiánica, ha sembrado la semilla del Reino en el corazón de los hombres, y ésta realidad sembrada y oculta empieza a germinar y aspira a ver la luz.
El Reino de los Cielos se concibe, pues, como una realidad germinal o embrionaria, pequeña (como la semilla o la medida de levadura), pero con un dinamismo de dimensiones colosales y de enorme potencialidad, que pugna por salir a la luz en razón de su propio crecimiento.
Es el Reino que hace fuerza, porque está llamado a crecer (y a transformar, y a dominar) desde los días de Juan, que son también los días de Jesús (es decir, los días en los que inicia Jesús su actividad mesiánica). Y los esforzados se apoderan de él.
Si el Reino de los Cielos es una realidad que hace fuerza, porque es dinámica (es decir, porque tiene fuerza, porque pugna por crecer, porque no puede estancarse), no parece ilógico pensar que los que se incorporan a esta realidad deben ser esforzados, esto es, personas que viven en sintonía o impulsados por la fuerza de este Reino.
Esforzados son los que viven insertos en un dinamismo de crecimiento. Es decir, los que viven creciendo intelectual, moral, espiritualmente, en todas las dimensiones posibles al ser humano o que hace posible la gracia de Dios injertada como potencia en la naturaleza humana.
Así viven los que han sido incorporados a este Reino que está haciendo fuerza, esforzándose por ser mejores, por acrecentar todo lo que Dios ha puesto en ellos, por dar productividad a sus capacidades y virtudes, por crecer más y más en su propio perfeccionamiento intelectual y espiritual, hasta donde Dios haya puesto nuestros límites.
Esta visión antropológica guarda perfecta sintonía con la parábola de los talentos que estamos llamados a incrementar. También aquí son recompensados los esforzados, no los perezosos y holgazanes. El que tenga oídos, que oiga. Si tenemos realmente oídos, oigamos lo que nos dice el Señor, y pidámosle que nos mantenga en el esfuerzo sostenido de los que quieren dar a luz el reino de Dios en sus vidas.
Act:
11/12/25
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