25 de Abril

Jueves IV de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 25 abril 2024

c) Meditación

         El evangelista nos ofrece un contexto muy concreto en el que resuenan las palabras de hoy de Jesús: el contexto de intimidad y la despedida. En concreto, Jesús acaba de lavar los pies a sus discípulos, y ha escenificado ante ellos la tarea propia de los esclavos y criados.

         El criado, al menos en el papel que la sociedad le asigna, no es más que su amo, pues está a su servicio y su función consiste precisamente en servir a su amo. Pues bien, así debe ser también el enviado de Jesús, en cuanto representante del enviante, al servicio de éste y nunca actuando sin tener en cuenta a aquel a quien representa.

         Tanto criado como enviado obran en función de las órdenes o encomiendas emanadas de sus respectivos superiores, y no pueden actuar al margen de estos. Así han de considerarse los discípulos de Jesús, que serán dichosos si ponen en práctica estas directrices.

         También ellos deben obrar como criados o enviados de su Señor, a su servicio y por encargo del mismo. Ellos han sido elegidos (entre muchos) para cumplir una misión; y el que ha hecho la elección sabe bien a quiénes ha elegido para esa tarea. No obstante, entre ellos se encuentra un traidor, alguien que no ha merecido la confianza depositada en él, y que ha sido desleal a esa predilección que sostiene la elección.

         Porque Judas Iscariote, el traidor, estaba también entre los elegidos, si bien acabó frustrando las expectativas de su elector. No obstante, Jesús no entiende la elección de Judas como una elección fallida o equivocada, sino como una elección necesaria para el cumplimiento de las Escrituras (que ya predecían la traición protagonizada por él: El que compartía mi pan me ha traicionado).

         Tal era la predicción escrita y extraída del salmo responsorial. Y Jesús se lo anticipa, para que cuando suceda, no interpreten que algo ha escapado a sus planes, o que ha cometido un error impropio de su sabiduría y perspicacia. En definitiva, para que crean que él es el que tiene el dominio y control de las circunstancias, y nunca separen los acontecimientos de la vida. Sólo si creen en él como Señor, podrán evitar sentirse defraudados ante su aparente ignorancia o debilidad.

         Por otro lado, Jesús se siente enviado del Padre, para llevar a cabo una misión que ya estaba diseñada en las Escrituras. Él no ha venido para otra cosa que para cumplir la voluntad del Padre que lo ha enviado, y a esa voluntad pertenece misteriosamente la traición de uno de sus elegidos. Dios mismo había anticipado esa traición en las antiguas Escrituras.

         Luego ni siquiera esta traición, que en apariencia se presentaba como resultado de una elección fallida de Jesús, escapaba a su control sobre la historia. Jesús sigue estando al servicio de este plan divino y de esta voluntad del Padre, que ya había sido puesta por escrito y que ahora se pone de manifiesto.

         Por consiguiente, tanto la elección de Judas, como su traición, formaban parte de este plan salvífico que tenía a Jesús como ejecutor. No podemos deducir, sin embargo, que Judas sea el chivo expiatorio de este plan, pues Dios no puede querer nunca el pecado (= traición) de uno de sus hijos, aunque eso le reporte grandes beneficios. Dios no puede querer un mal, ni siquiera para obtener bienes mayores.

         La traición de Judas tiene a Judas como único responsable. Pero ni siquiera este hecho de exclusiva responsabilidad de su agente escapa al plan divino. Ya sabemos que Dios "escribe derecho con renglones torcidos", pues sabe cómo incorporar hechos (pecados), que están en flagrante contradicción con su voluntad, a sus planes de salvación humana. Dios se sirve incluso del pecado de los hombres para completar su designio salvífico, tal como aconteció en la vida de Jesús.

         Y si el enviado representa a quien lo envía, recibir al enviado es recibir al representado por él. Jesús lo expresa con solemnidad: El que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. Es la lógica de la representación, según la cual el enviado está siempre al servicio del que lo envía, y su misión no es otra que cumplir su encargo.

         Así se siente Jesús: enviado del Padre. Y así han de sentirse también sus discípulos, enviados de Jesús. Así hemos de sentirnos también nosotros, como enviados de Cristo para cumplir su encargo (que no es otro sino hacerle presente en su palabra y en sus sacramentos, en ese mundo que aún no lo ha recibido como su salvador).

         Sólo recibiendo a Jesús se recibe al Padre (a quien él representa) y la salvación que procede de él. Si cumplimos cabalmente nuestra representatividad cristiana (yendo al mundo como enviados de Cristo), el rechazo del que podamos ser objeto será también rechazo de aquel que nos envía, y rechazo del mismo Dios que está en el inicio de esta cadena sucesiva de envíos.

 Act: 25/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A