26 de Abril
Sábado I de Pascua
Equipo de Liturgia
Mercabá, 26 abril 2025
Meditación
El evangelista Marcos, mucho más sobrio que los demás, nos ofrece en el pasaje de hoy un recuento de las apariciones del Resucitado, poniendo de relieve lo que se puede apreciar también en los demás relatos evangélicos: la resistencia a creer en el testimonio de los que dicen haber visto a Jesús vivo (tras su muerte y sepultura), y el envío que se desprende del hecho de la resurrección.
También Marcos presenta a María Magdalena como la primera testigo de las apariciones. Ella fue inmediatamente a anunciárselo a sus compañeros (que, como era de esperar, estaban tristes y llorando), pero éstos, al oírla decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.
Tampoco creyeron a los dos de Emaús cuando anunciaron a los demás que habían estado con Jesús, que se les había aparecido en figura de otro. Aunque en figura de otro, estaban convencidos de que era Jesús. Por último, nos dice el evangelista, se apareció a los Once cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón.
Esta incredulidad consistía en no creer a los que decían haberle visto resucitado, ni el testimonio de sus compañeros de camino. Pero ahora, resuelto ya el impedimento de la incredulidad, se les pide que vayan por el mundo entero predicando el evangelio, anunciando que Cristo ha resucitado.
Se trata de un anuncio que, al mismo tiempo que testimonio, reclamará un acto de fe en los destinatarios del mismo, y los que antes se habían resistido a creer tendrán que exigir ahora un acto de fe a aquellos a quienes dirigían su anuncio.
La fe parece responder a una cadena testimonial que se hace depender de los primeros testigos del Resucitado, pero en último término se apoya en el Dios que nos trasciende y nos sobrepasa. Es decir, en la autoridad y el poder del mismo Dios, porque los testimonios históricos estarán siempre sujetos a interpretaciones diversas y posibles falsificaciones.
No obstante, aquí nos encontramos con testigos que dan la vida; por consiguiente, testigos plenamente convencidos de la verdad de su testimonio. Esto es precisamente lo que nos hace ver el relato de los Hechos de los Apóstoles.
Los testigos de la resurrección de Jesús sufrieron todo tipo de restricciones y prohibiciones; pero nada podía detenerles. Había que obedecer a Dios antes que a los hombres, por muy grande que fuera la autoridad de éstos. Además, no podían sino contar lo que habían visto y oído.
Ellos creen en la verdad de sus percepciones sensibles, y entienden que Dios ha dejado patencia de su voluntad y poder. Ante esta manifestación no caben resistencias ni indolencias. Tampoco caben los miedos ni las cobardías. Semejante arrojo sólo cabe en hombres convencidos y empujados por una fuerza de índole sobrehumana que pudiera confundirse con delirios y fanatismos cargados de irracionalidad.
Pero la fe del que renuncia a la propia vida por vivir la vida del Resucitado tiene también su racionalidad; aunque no puede negarse que la fe nos sitúa en un nivel suprarracional, que percibe el fondo o la razón última de las cosas. Porque, si es verdad lo que creemos, existimos para la vida eterna, no únicamente para esta vida temporal.
Ese norte tiene que orientar necesariamente los pasos de los creyentes en su andadura por este mundo. Que el Señor nos mantenga abiertos a este horizonte de vida.