25 de Mayo

Sábado VII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 25 mayo 2024

c) Meditación

         En cierta ocasión, nos dice hoy el evangelista Marcos, presentaron a Jesús unos niños para que los tocara. El hecho de que se los presentaran da a entender que eran realmente pequeños, llevados en brazos o de la mano de sus padres (pues si no, hubiesen formando corro a su alrededor), y que la iniciativa provenía de los acompañantes o familiares de los mismos.

         Le presentan a los niños para que Jesús los toque, pues confían en el efecto benéfico del tacto de Jesús, y entienden que de sus manos destilan la bondad, la salud y gracias celestiales.

         En ese preciso instante, comparecen los discípulos de Jesús para regañar a la gente que así actúa, aunque quizás porque les incomodaba el alboroto o las interrupciones derivadas de esa acción. En cualquier caso, aquella intervención provocó el enfado de Jesús, que quiere mantener a toda costa ese contacto con los niños. Es lo que expresa manifiestamente: Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis. Porque de los que son modo ellos es el reino de Dios.

         En esta frase nos dejó Jesús una bella enseñanza en relación con los niños, porque si de los que son como ellos es el reino de Dios, éstos merecen toda nuestra atención, si lo que queremos es acercar y hacer presente el reino de Dios en este mundo.

         Si tal es el caso, los niños pasan a tener un protagonismo inesperado en el reino de Dios, no por lo que son (y que dejarán de ser), sino por lo que representan (y hay que llegar a ser). Para formar parte del reino de Dios es preciso aceptar el reino de Dios, y no hay mejor manera de aceptar algo que como lo hace un niño. En todo caso, ¿qué es acogerlo como un niño?

         En un niño encontramos de ordinario docilidad para dejarse guiar, así como ingenuidad. Encontramos conciencia de la propia pequeñez, así como necesidad de recurrir a los mayores para solucionar sus problemas. Encontramos inocencia virginal para recibir lo que viene de fuera, así como abandono en manos de los que están por encima de ellos. Encontramos alegría ante la vida, así como asombro ante las novedades que les presenta.

         Se ha hablado mucho de la infancia espiritual, tan ligada a la biografía de ciertos santos (como Teresa de Lisieux) y a ese estado del espíritu que refleja muchos de los rasgos de la infancia (inocencia, abandono, humildad, docilidad...). Pues bien, este hacerse como niños es necesario para entrar en el reino de Dios.

         Sin el amor de Dios, acogido y gozado, y presente en todos los rincones, no puede haber reino de Dios. Y la mejor forma de acoger ese amor es hacerse como un niño, el cual no sabe hacer otra cosa que dejarse amar, en pura receptividad. Es de lo que nos habla la narración evangélica: que no eran ellos los que abrazaban a Jesús, sino que era Jesús quien los abrazaba a ellos.

         No es extraño que los teólogos invoquen este pasaje para justificar el bautismo de los niños, en el que no son ellos los que se acercan a Jesús, sino que es Jesús quien se acerca a ellos (o mejor, en el que ellos son llevados a Jesús para que él los toque, los abrace, les bendiga, les limpie, les imponga las manos, les unja y les dé una nueva vida). Aquí se resalta mucho más la gratuidad del don, y la pasividad del agraciado, que en el caso del bautismo de adultos.

         El aprecio de Jesús por los niños es realmente notable, y así ha quedado reflejado en los evangelios. Aunque nos cause extrañeza, los niños fueron reiteradamente puestos por Jesús como modelos dignos de imitación.

 Act: 25/05/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A