6 de Julio

Domingo XIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 6 julio 2025

Meditación

         El evangelista Lucas nos presenta hoy un ensayo de misión apostólica. En concreto, dice que Jesús designó a setenta y dos discípulos y los mandó por delante de él, de dos en dos, a los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Es decir, describe en qué debe consistir la misión de todo misionero de Cristo y de su Iglesia: preparar el terreno a la llegada del Señor, preparar los corazones para que acojan al Señor que viene a ellos.

         San Pablo, que era bien consciente de esta condición de intermediario, decía: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. En cuanto misionero, Pablo se considera un simple servidor del mensaje de la cruz, pues sólo el Crucificado merecía la gloria que Dios da a sus elegidos.

         Pero volvamos al evangelio, porque después de haber elegido de entre sus discípulos a los Doce para que estuvieran con él, Jesús designa hoy a otros Setenta y Dos para enviarlos por delante a esos lugares y aldeas adonde pensaba ir él, para que preparasen de algún modo su llegada a tales lugares.

         Jesús los envía como obreros (pocos para una mies tan abundante) y con una petición a quien es Dueño de todo, incluida la mies: que mande obreros a su mies, puesto que el envío de tales obreros depende esencialmente de él (aunque también ellos han de estar dispuestos a poner sus manos, su boca y su inteligencia, al servicio de esta misión).

         En cuanto obreros, dichos obreros merecen su salario, pero éste no rebasará los límites de la subsistencia diaria: la comida y bebida que les ofrezca la casa que les haya acogido. No se hace referencia a otro tipo de salario, pues, más que al sustento diario.

         Al tiempo que Jesús les envía (¡poneos en camino!), les da ciertas instrucciones: Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Es decir, que han de ir con la conciencia de ser tan sólo corderos, en medio de lobos y de las garras y fauces de esos lobos que se les acercarán.

         Por otra parte, dichos corderos nunca habrán de perder la mansedumbre propia de los corderos, por muy hostil que se les presente el ambiente que les rodee. El cordero ha de estar dispuesto a ser llevado al matadero (es decir, al martirio), y a verse siempre rodeado de lobos que les enseñarán los dientes. Pero no por eso deben detenerse ni dejar de anunciar que el Reino de los Cielos está cerca.

         Jesús entiende que la misión de tales discípulos no requiere de otros medios: ni talega, ni alforja, ni sandalias de repuesto. Porque todo eso, más que beneficiarlos, acabaría estorbándolos. Y además, ¿para qué quieren talega o alforja, si la casa que les acoge ya les proporcionará techo y comida?

         Les manda también Jesús que no se detengan a saludar a nadie por el camino, pues el anuncio del Reino no permite detenciones ni distracciones en su ejercicio. Su único objetivo debe ser llegar cuanto antes a esos lugares que se les ha asignado para la misión. No debe haber paradas ni otros objetivos, pues eso les desviaría de su finalidad: anunciar la cercanía del Reino.

         Nada más llegar a su destino, los discípulos han de dar (y, por tanto, también desear) la paz, y esa paz o conjunto de bienes mesiánicos descansará sobre todos los que habiten en esa casa o lugar. Sólo la gente de paz recibirá la paz que ellos portan, y si allí no hubiera gente de paz se produciría un efecto-rechazo, y la paz que ellos intentaban darles volvería a sus donantes.

         En el pueblo en que sean bien recibidos, han de aceptar con gratitud la comida que les ofrezcan (porque el obrero merece su salario), pero sin olvidar aquello para lo que han llegado a ese lugar: para anunciar que el Reino de los Cielos está cerca, y significarlo en la curación de los enfermos que haya.

         Cuando no los reciban, los discípulos deberán hacer un acto público de desagravio. Saldrán a la plaza y dirán: Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros, como haciendo ver que no quieren nada con aquellos ingratos que han rechazado el don de Dios que les llega por su medio.

         No obstante, tales opositores no deben ignorar que, a pesar de su persistente sordera, y lo quieran o no, el reino de Dios está cerca. Y que semejante rechazo no quedará sin consecuencias: Aquel día le será más llevadero a Sodoma que a ese pueblo. Y todos sabían lo que le había ocurrido al pueblo de Sodoma.

         Así las cosas, ¿por qué concede Jesús tanta importancia a este anuncio que tiene el tono de un pregón? ¿Y por qué deben saber esos pueblos que el reino de Dios está cerca? ¿Qué puede significar para sus vidas la aceptación de semejante noticia?

         La cercanía del Reino no puede desconectarse de la actividad mesiánica del mismo Jesús en medio de su pueblo. La implantación del Reino no es otra cosa que la presencia benéfica (salvífica) del Salvador, que hace sentir su efecto salvífico ya en el mundo. La cercanía del reino de Dios es la cercanía del mismo Dios en su Hijo encarnado, la cercanía de Dios en la humanidad de Jesucristo.

         Acoger este anuncio es acogerle a él y acoger su mensaje, su perdón y su salvación. Y acoger el don salvífico de Dios, que se hace presente en su humanidad, es vital. Ese don transformará al hombre, le convertirá en habitante del Reino, y le hará vivir en la paz, el amor, la justicia, la misericordia, la fraternidad y el gozo que imperan en ese Reino.

         Esta fue la misión y las consignas que habían de seguir los misioneros. Aquella experiencia fue del agrado de todos, pues todos volvieron contentos, ya que decían: Hasta los demonios se nos sometían en tu nombre.

         Disponer de un poder tan grande sobre los demonios les llenaba de regocijo. Pero Jesús les dice que ha algo más importante por lo que estar alegres y contentos, y es no porque se les sometan los espíritus (algo gratificante, por supuesto), sino porque sus nombres están inscritos en el cielo (como colaboradores de Cristo).

         Haber sido inscritos con nuestros propios nombres en el cielo es tener la garantía de llegar al Reino de los Cielos, es ser declarados aliados de Cristo por el mismo Dios, es tener asegurado el destino glorioso. Esta es la esperanza de cuantos asumen por él una tarea misionera. Si compartimos con él sudores y sufrimientos en este mundo, podemos tener la seguridad de que compartiremos también con él su gloria y bienaventuranza. Éste sí será realmente nuestro salario y recompensa.

 Act: 06/07/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A