8 de Octubre

Miércoles XXVII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 8 octubre 2025

Meditación

         El evangelio de hoy nos muestra a Jesús orando, enseñando a orar (cuando oréis, decid...) y justificando la oración por medio de las parábolas del amigo inoportuno (que pide prestados 3 panes a su amigo y que acaba recibiéndolos, más por insistencia que por amistad) y del hijo que pide a su padre pan (y no recibe una piedra). Por eso, concluye Jesús, pedid y se os dará, lo que en este contexto equivale a "pedid, porque se os dará".

         La petición resulta de tal manera eficaz, que tiene justificación en sí misma (es decir, que la eficacia justifica, por sí misma, la petición). No obstante, orar no siempre es pedir, sino también alabar y dar gracias. Es lo que explica que Jesús, antes de animar a los discípulos a rezar, les enseñe lo que es la oración: el Padrenuestro.

         El Padrenuestro quiere ser una oración comunitaria, formulada en 1ª persona del plural, que debe ser rezada con la conciencia de formar parte de una gran familia, la de los hijos de Dios. Sólo desde esta conciencia puede brotar la expresión: Padre nuestro del cielo.

         Jesús quiere que hagamos de Dios Padre, el que habita en los cielos, el destinatario de nuestra oración filial; porque se trata de una plegaria que florece en el corazón de quienes se sienten hijos, hijos del mismo Padre del cielo. Y en el hijo que pide se supone la confianza, además del respeto y el amor agradecido y filial.

         Decir santificado sea tu nombre no es pedir nada, sino más bien expresar el deseo de que su nombre santo sea santamente reconocido por quienes pueden, en cuanto criaturas dotadas de conciencia, reconocerlo como tal. Santificar el nombre de Dios no puede ser hacer santo lo que ya es a natura, sino desear que su santidad resplandezca en el mundo en virtud de su reconocimiento por parte del hombre. Y a partir de aquí ya todo son peticiones.

         El Padrenuestro es realmente una oración de petición, pero que no pretende informar a Dios de cosas que ignora, ni convencerle para que nos otorgue lo que le pedimos. En realidad, él pone en nuestra boca (el Espíritu ora en nosotros con gemidos inefables) lo que hemos de pedirle para disponernos a recibir lo que nos quiere dar: Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

         Sólo si su voluntad se cumple en la tierra (lugar donde tiene su protagonismo la voluntad humana) como en el cielo (aunque de ser así, la tierra se transformaría en cielo), podremos decir que ha llegado su reino; porque su reino no puede ser otro que aquel en el que se cumple enteramente la voluntad de Dios, su Rey.

         Pedir y desear que venga su reino es pedir y desear que se cumpla su voluntad en la tierra, y en la medida en que esto suceda irá creciendo el reino de Dios y la tierra se irá aproximando al cielo en su proceso de transformación. Y puesto que la semilla del reino ya se ha implantado en la tierra, pedir la venida del reino no puede significar sino desear su crecimiento y su plenitud. Esto es precisamente lo que Dios quiere para nosotros. Con este fin nos envió a su propio Hijo.

         El pan nuestro que pedimos para hoy es el pan que necesitamos para vivir en el hoy, el sustento necesario para mantenernos vivos tanto corporal como espiritualmente.

         Por eso, aunque por ese pan tengamos que entender directamente el alimento que nos proporciona los nutrientes necesarios para vivir en este mundo realizando todo tipo de operaciones psicosomáticas, también podemos ver en él una alusión al pan (diario) de la eucaristía que nos es tan necesario para el mantenimiento y fortalecimiento de la vida cristiana.

         Además de esto, pedimos el perdón de nuestras ofensas, la victoria sobre la tentación y la liberación del mal o de su promotor, el Maligno. En estas tres peticiones se concentran cosas muy valiosas, tanto que sin ellas no podría acontecer la anhelada venida del Reino. 

         Sólo pueden acceder al Reino los perdonados de sus ofensas, los vencedores en el combate de las tentaciones y los liberados de todo mal. Pero el perdón de nuestras ofensas que suplicamos a Dios se presenta condicionado por nuestro propio perdón, el perdón que nos es solicitado por nuestros ofensores.

         La oración es el ejercicio de la fe del creyente, y el que cree en Dios ora, pide, da gracias, alaba, suplica y conversa con ese Dios (personalmente concebido) en el que cree. La modalidad concreta de nuestra oración (lo mismo que de nuestra religión) dependerá de la idea que tengamos del Dios a quien nos dirigimos. Pero el Dios cristiano es el Dios que nos ha sido revelado en Jesucristo, su Hijo.

 Act: 08/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A