24 de Septiembre

Miércoles XXV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 24 septiembre 2025

Meditación

         El envío para la misión es un acto constituyente que forma parte de la actividad mesiánica de Jesús, tal como ponen de relieve los relatos evangélicos. Cristo no podía dejar que su misión se agotara con su propia existencia histórica, y por eso eligió de entre sus discípulos a 12 de ellos (los Doce) y les formó para el apostolado, haciendo de ellos apóstoles (de apostello, lit. enviar) o enviados para prolongar su misión en el tiempo.

         A esta dotación (o autorización) para el apostolado pertenece el texto de Lucas de hoy. Nos dice el evangelista que, en cierta ocasión, Jesús llamó a los Doce y les dio poder y autoridad sobre los espíritus inmundos y para curar enfermedades.

         Los Doce forman ya un grupo bien definido, conformado por esos discípulos que están con Jesús de modo más o menos permanente, que suelen acompañarle a todas partes y que reciben una enseñanza privada y personalizada. Pues bien, cuando Jesús lo creyó oportuno, reunió a los Doce y, por lo visto, los envió a una experiencia misionera (pues cuando salieron, recorrieron las aldeas anunciando la buena noticia).

         Dicho envío hizo de ellos enviados (es decir, apóstoles). Pero semejante envío iba acompañado de una autoridad, que implicaba una potestad (pues no hay autoridad sin potestad para su ejercicio) sobre los espíritus inmundos.

         Pero dicha potestad y autoridad sobre los espíritus inmundos no sólo entrañaba la ejecución de ciertos exorcismos, o la actuación sobre los endemoniados. Sino que también suponía aplicarse a una tarea de mayor alcance, a la hora de extender el reino de Dios: el debilitamiento de las fuerzas del mal (en todas sus expresiones, como enfermedad, pecado, posesión diabólica...) y de las fuerzas instaladas en el mundo (en todos sus dominios).

         Para esta misión itinerante, les recuerda Jesús, no necesitaban los Doce más que la palabra y los descansos necesarios para reponer fuerzas, pues los elementos prescindibles de la vida ordinaria podrían convertirse en un obstáculo o distracción, a través de cosas inservibles para la misión. Por eso les encarga que prescindan de todo lo que es prescindible. Además, así aprenderán a vivir de la providencia divina, que es la que cuidará a su apóstol para que no le falte lo necesario.

         Ello explica las instrucciones que les da Jesús: Que llevaran para el camino un bastón (frecuente de ver en las largas caminatas) y nada más, ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

         Parece que Jesús tiene especial interés en ver a sus misioneros salir a la misión despojados de todo, como diciendo que lo que en la vida ordinaria parece necesario puede resultar superfluo para la misión (incluido el pan del día, o los víveres almacenados en la alforja, o el dinero suelto para las compras más elementales).

         De lo necesario para la vida de cada día ya se ocupa el mismo Dios, recuerda Jesús, ese Dios que alimenta a las aves del cielo y viste con todo esplendor a los lirios del campo, y que vela por las necesidades de sus elegidos y enviados. Ya habrá quienes les procuren el pan y la casa a estos misioneros, que no necesitan siquiera llevar una túnica de repuesto.

         Los que se dejen captar por el mensaje del Reino les repondrán de lo necesario. ¿A qué preocuparse, por tanto, de estos utensilios o de este equipaje que resta libertad para moverse con ligereza y diligencia en los asuntos propios de la misión?

         Estas recomendaciones no son, sin embargo, las de un lunático insensato e inconsciente que vive en la inopia y carece del más mínimo sentido de la realidad, incapaz de advertir las necesidades del hombre en su condición terrestre. Jesús sabe muy bien que sus apóstoles necesitarán no sólo de bastón para el camino, sino también de casa para descansar y de pan para comer. Y por eso, añade:

"Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa".

         Jesús les asegura, por tanto, que encontrarán casas donde reposar y donde ser bien acogidos, porque siempre habrá puertas que se abran y acojan a los enviados de Dios. Y eso es lo que ellos han de aprovechar, esas ofertas acogedoras en las que disfrutar de la estancia y de la hospitalidad, a cambio les dejarles el regalo de la paz (ese conjunto de bienes salvíficos) de la que ellos son portadores de parte de Dios.

         Cuando un lugar no les reciba (que también sucederá) ni les escuche (pues a él tampoco lo recibieron ni escucharon, en muchos lugares), que no se extrañen, les viene a decir Jesús, porque la desconfianza y la ingratitud son también patrimonio humano, y ellos habrán de experimentarlo en sus propias carnes.

         En ese caso, les dice Jesús, que se sacudan el polvo de los pies en protesta contra ellos, en señal de disconformidad y desaprobación (como si no quisieran compartir con los moradores del lugar ni el polvo del terreno que se pega a sus pies).

         De esta manera pondrán de manifiesto los discípulos su culpa. Es decir, su desprecio, su cerrazón y su falta de apertura a ese don de Dios que no se hace perceptible sino a través de sus mediaciones humanas. Pues despreciando a sus enviados (sus mediaciones) se estarán substrayendo al mismo Dios, ya que el que a vosotros recibe a mí me recibe; y el que a vosotros rechaza a mí me rechaza.

         Esta es la lógica de Dios, que pasa por la aceptación de sus mediaciones. Y las mediaciones, aun siendo humanas o mundanas (y por ende imperfectas, y hasta vulgares), no por eso dejan de ser mediaciones de Dios, y los cauces a través de los cuales Dios se nos comunica.

         Aquellos discípulos, respondiendo al envío, salieron a predicar la buena noticia, sanando a muchos enfermos por todas partes. Sus obras eran el mejor refrendo de la autoridad con la que Jesús les había dotado para la misión. Los enviados habían recibido del enviante su misma potestad de operar sobre la enfermedad y los demonios, en bien de ese hombre oprimido pero llamado a participar de los bienes mesiánicos del Reino de los Cielos.

         Aquella misión fue un ensayo de lo que habría de consolidarse después como misión de la Iglesia, y aquel envío fue un esbozo del mandato misionero posterior a la resurrección del Señor: Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la creación...

         La misión de la Iglesia brota de la misión de Jesús, y tiene como fin prolongar en el tiempo lo iniciado por el Cristo, así como dar continuidad a lo sembrado por el Mesías en nuestra tierra: contribuir al acrecentamiento del reino de Dios.

 Act: 24/09/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A