10 de Noviembre

Lunes XXXII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 10 noviembre 2025

Meditación

         El pasaje evangélico de hoy recoge tres sentencias de Jesús relativas al escándalo, a la ofensa del hermano y al potencial de la fe. Son textos que ya se han comentado en otras versiones del evangelio y con más profusión de detalles. No obstante, volvemos sobre ellos intentando destacar alguno de sus aspectos más sobresalientes.

         La 1ª sentencia se refiere al escándalo, y es tan tajante que corta hasta la respiración: Es inevitable que sucedan escándalos, pero ¡ay del que los provoca! Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Se trata del escándalo provocado a los pequeños que creen, y para quienes un simple mal ejemplo, o una mala experiencia adquirida, puede quitarles la fe.

         El escándalo es siempre una "piedra de tropiezo" en el camino del bien, y una incitación al mal o al pecado. Por eso, la conducta desviada de un creyente puede resultar realmente escandalosa en la medida en que interfiere como un obstáculo en el camino del bien o de la fe de otros muchos.

         Los más expuestos al escándalo (lo mismo que a la mala influencia) son los más débiles, tanto religiosa como moralmente. Eso son los pequeñuelos que creen a los que alude Jesús. Son pequeñuelos seguramente en el sentido de ser muy influenciables por aquellos que están dotados de autoridad moral. Y son pequeñuelos que creen, pero con una fe todavía muy frágil o tierna, como esa planta a la que el clima y el tiempo no ha curtido aún.

         Pues bien, al que escandalice a uno de estos pequeñuelos les espera una pena aún peor que la que sufren los que son arrojados al mar con una piedra de molino al cuello, para que no emerjan a la superficie. La severidad de la condena denota la gravedad de la falta a los ojos del juez.

         La 2ª sentencia tiene por objeto la ofensa del hermano y el perdón de la misma: Si tu hermano te ofende (algo que resulta tan inevitable como el escándalo), repréndelo. Si se arrepiente, perdónalo. Y si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte "lo siento", lo perdonarás.

         Según esto, una persona arrepentida siempre será digna de perdón, aunque el arrepentimiento esté precedido por una reiteración de ofensas en el corto espacio de tiempo de un día. Puede haberte ofendido 7 veces en el mismo día, pero si vuelve a decirte "lo siento", lo perdonarás.

         Con esta medida de actuación Jesús coloca el perdón de la ofensa muy por encima de la ofensa, pues lo importante es que prevalezca el perdón. Pero para que esto suceda debe darse el arrepentimiento y la petición de perdón. La única condición requerida para obtener el perdón es el arrepentimiento (ese decir con sinceridad "lo siento"), que a su vez podrá ir precedido de la reprensión, una palabra correctora que haga recapacitar y estimule el arrepentimiento.

         Lo que importa es que triunfe el perdón, que el perdón se sobreponga a la dialéctica de las ofensas y que las ofensas desaparezcan. Y para que eso ocurra, el perdón debe sobrepujar a la ofensa. Por otro lado, sólo el perdón puede aportar la medicina capaz de curar las heridas provocadas por las ofensas, y evitar que la ofensa se convierta en una herida incurable o dé lugar a una ruptura irreparable.

         La sentencia se refiere a la fe y a la necesidad experimentada por los apóstoles de un aumento de fe. Eso es lo que piden los apóstoles a Jesús (auméntanos la fe) y lo que Jesús responde, con una observación: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", y os obedecería.

         Estamos en el lugar de la acción cultual porque creemos que la palabra de la Escritura que allí se proclama es palabra de Dios, y que los sacramentos de la Iglesia son sus sacramentos, los signos y cauces de su gracia. Estamos en el lugar de la reunión litúrgica porque tenemos fe. Pero también estamos aquí porque tenemos poca fe, y porque necesitamos decir: Señor, auméntanos la fe. Porque la fe es algo que puede aumentarse y puede disminuir, e incluso morir.

         Con el ejemplo propuesto por Jesús, el Señor viene a decirnos que la fe puede ser muy pequeña (del tamaño de un granito de mostaza) o puede ser muy grande (capaz de mover montañas, o de arrancar de raíz una morera y plantarla en el mar).

         Mi fe no es pequeña, dirá alguno. Pero entonces, ¿por qué no eres capaz de levantarte de tu confortable asiento? ¿Y de arrancarte de tu lugar de diversión, para plantarte en la presencia del Señor? Y si no es insignificante tu fe, ¿por qué no eres capaz de salir de tu casa del confort, y plantarte en la casa del necesitado? Y si no, ¿por qué no eres capaz de moverte y movilizarte?

         Por tanto, no demos por supuesto que tenemos fe, porque si ésta no nos saca de nuestra inercia, ni nos moviliza, ni nos arranca de nuestro confort, ni rompe nuestros apegos, ni nos despierta de nuestra somnolencia... es que no tiene siquiera el tamaño de un granito de mostaza. Por eso, ¡qué necesaria resulta esta petición: auméntanos la fe! Podemos y debemos pedir al Señor que aumente nuestra fe, porque la fe es algo que puede darse, acrecentarse y perderse.

         La fe es algo recibido de Dios, que ha salido a nuestro encuentro y que se ha servido de diferentes medios para donárnosla. Es algo recibido de Cristo, su Hijo hecho hombre, que comenzó a extender el mensaje de la filiación divina y a llamar a los pecadores a la conversión. Y es algo recibido de la Iglesia, cuando a través de los apóstoles prolonga y propaga la misión de Jesús, o cuando a través de otras personas eclesiales (los abuelos, los catequistas...) llega hasta nosotros.

 Act: 10/11/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A