29 de Noviembre
Viernes XXXIV Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 29 noviembre 2024
c) Meditación
Jesús invita hoy a sus discípulos a observar la naturaleza que les rodea, porque de cualquier fenómeno natural se puede extraer una lección. En concreto, les dice: Fijaos en la higuera o en cualquier árbol. Cuando echa brotes, os basta verlos para saber que la primavera está cerca.
Alude con ello Jesús a los hechos observables de la vida, como los brotes de un árbol que anuncian acontecimientos (como la llegada de una nueva estación). En definitiva, a lo que nos invita Jesús es a saber acertar con la predicción, porque unos sucesos son más predecibles que otros.
Tomando como punto de partida este fenómeno observable de la floración de los árboles, Jesús nos traslada a otros sucesos de carácter histórico o cósmico, que se presentan como precursores de la llegada del reino de Dios. ¿A qué sucesos se refiere Jesús?
Por el contexto podemos deducir que a los que acaba de describir en los versículos inmediatamente anteriores: guerras, días de venganza, cautividad, destrucción, temblor de estrellas, ansiedad colectiva, movimientos sísmicos y locura de las gentes. Tales son, según la profecía evangélica, los signos precursores de la llegada del Reino, signos de colorido apocalíptico que dan a entender que la irrupción de lo nuevo exige la destrucción de lo antiguo.
Jesús pinta un cuadro realmente tenebroso, sobre ese momento que precederá y anunciará la llegada de este novum que es el reino de Dios. Y del mismo modo que la floración del almendro anuncia la presencia de la primavera, los sucesos catastróficos descritos anunciarán la cercanía del reino de Dios, como si éste estuviese reclamando una radical transformación del mundo en que vivimos, con la consiguiente destrucción de todo lo anterior.
Pero los fenómenos descritos no dejan de ser sucesos acaecidos a lo largo y ancho de la historia, desde sus orígenes más recónditos y pasando por el tiempo de la prehistoria. Eso sí, lo más destacable estaría, según la descripción de Jesús, en la concentración de tales fenómenos, en un corto espacio de tiempo.
De hecho, Jesús habla de una generación, que no debería alargarse más allá de los 40 años, como arco temporal en el que habrían de cumplirse tales predicciones. Con todo, las dimensiones de los anuncios proféticos suelen ser casi siempre muy difíciles de delimitar.
El cielo y la tierra pasarán, concluye Jesús, pero mis palabras no pasarán. No pasarán, sobre todo porque se verán refrendadas por los hechos. El cielo y la tierra, por ser temporales, pasarán, como pasan los días y las horas, o como pasa el tiempo.
Pero las palabras de Jesús, por tener el valor de las cosas perennes, no pasarán, sino que permanecerán ligadas a la realidad que expresan, y permanecerán en su cumplimiento en la misma medida en que permanezca la verdad a la que nos trasladan.
Act: 29/11/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A