4 de Noviembre
Martes XXXI Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 4 noviembre 2025
Meditación
En el pasaje evangélico de hoy vuelven a comparecer elementos ya mencionados en ocasiones anteriores: el banquete, la invitación y los invitados. Además, los pobres, lisiados, ciegos y cojos adquieren un nuevo protagonismo.
En un contexto de banquete, y tras haber hablado Jesús de uno de sus temas preferidos (el reino de Dios), muchas veces iluminado por la imagen del banquete de bodas, uno de los comensales le dijo como corroborando su exposición: Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios.
Si el Reino de los Cielos es un estado de plenitud y de bienaventuranza, el que toma parte en él habrá de ser necesariamente dichoso. Pero esto no significa que todo el mundo valore del mismo modo esta misteriosa realidad, ni esté dispuesto a aceptar la invitación cursada, ni esté dispuesto a renunciar a otras cosas para él más constatables, próximas y asequibles.
Por eso Jesús contesta al interlocutor con una parábola alusiva a este hecho: Un hombre daba un gran banquete (pues el banquete del Reino de los Cielos es algo grande e inimitable) y convidó a mucha gente (para hacerlo más grande todavía). A la hora del banquete, el responsable del banquete mandó un criado a avisar a los convidados (pues Dios siempre llama o invita por medio de intermediarios humanos), y a éstos les dio la consigna del anuncio: Venid, que ya está preparado.
Pero aquellos convidados se fueron excusando uno tras otro, bien por no tener interés en eso que se les ofrece, bien por menospreciarlo, bien por considerarlo prescindible, bien por entender que hay algo más importante en esos momentos en su vida. Las excusas son variadas, a veces comprensibles, pero no dejan de tener el carácter de excusa. Sin embargo, hay asuntos que son inexcusables.
La asistencia a este banquete sí era excusable para aquellos invitados, y por eso el primero dice: He comprado un campo y tengo que ir a verlo. Dispénsame, por favor. Al parecer, aquella visita no podía esperar. En cuanto al segundo, éste contesta: He comprado cien yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor. Es decir, que su interés estaba en otro lado. En cuanto al último, éste responde: Me acabo de casar y, naturalmente, no puedo ir. Es decir, que él también tiene su propio banquete.
En definitiva, ninguno puede ir porque tiene algo más importante que hacer, según su propia jerarquía de valores y la importancia que ellos le han otorgado a las cosas (lo que acaban de comprar, lo que están deseosos de ver y probar, lo que en ese momento están festejando).
La respuesta de aquellos convidados, marcada por la displicencia, la indiferencia y la falta de aprecio, provoca la indignación del anfitrión, que al punto dice a su criado: Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad, y tráete a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos. Y como todavía quedaba sitio, lo volvió a enviar bajo la misma consigna: Sal por los caminos e insísteles, hasta que entren y se me llene la casa. Porque os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete.
El lenguaje para describir la reacción de Dios, ante el desprecio por su invitación, es sumamente antropomórfico, pero muy significativo. Los convidados no han sabido distinguir a este tipo de Señor, ni han sabido apreciar el don que éste les ofrecía. Por supuesto, este Señor resultó ser infinitamente superior a esos otros señores bajo los que vivían obnubilados los invitados (el campo, unos bueyes), y su banquete sí que resultó ser mucho más duradero que ese banquete nupcial del último invitado (pues era eterno).
Los planes de Dios no van a quedar truncados porque algunas personas no secunden sus propósitos o no se sumen a su fiesta. El banquete preparado se celebrará, y antes o después la sala se llenará de comensales. Por eso Dios no dejará de enviar a sus criados (profetas) y de alargar el tiempo, para que la invitación se extienda a todos, empezando por los más desahuciados de este mundo.
Dios muestra especial interés en que haya banquete, y en que se llene la casa de invitados. Por eso pide a sus enviados que no dejen de insistir. Es la insistencia de la predicación, que quiere hacer ver la importancia del don que se ofrece, aunque para ello haya que dejar otras cosas.
Al final, queramos o no, tendremos que dejar nuestros campos, y nuestras yuntas de bueyes, y nuestros banquetes ordinarios, porque la muerte acabará con todo. Puede que sea el final frustrante de nuestra vida, cuando nos veamos nosotros mismos rechazados por aquel Anfitrión que nos había invitado a su casa, y al que nosotros habíamos rechazado.
Quizás los pobres y los enfermos, por no tener salud que disfrutar, o banquetes que celebrar, estén en mejores condiciones que nosotros, a la hora de captar esta peculiar invitación y comprender su significado.
Hay ataduras que no dejan la libertad necesaria para captar ciertas realidades, ni establecer una mejor jerarquía de valores. Allá esos atados a tales ataduras, pues puede que la puerta que ellos han cerrado sea la realmente auténtica. Ojalá el Señor nos conceda lucidez para mantenernos despiertos, y sabiduría para saber apreciar los dones que son realmente valiosos en la vida. Sólo así seremos dichosos, porque tendremos un día parte en el banquete del reino de Dios.
Act:
04/11/25
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ordinario
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M U R C I A
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