31 de Octubre

Viernes XXX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 31 octubre 2025

Meditación

         El evangelista Lucas nos pone hoy en situación, describiendo la escena con maestría de narrador: Un sábado entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. No es la primera vez que vemos a los fariseos en esta disposición de observar las conductas ajenas, para juzgarlas conforme a sus leguleyos y mezquinos criterios.

         Era sábado, precisa el evangelista. Es decir, un día propicio para ejercitarse en esta tarea judicial, por no tratarse de un simple día más (el séptimo de la semana) sino del día del descanso sagrado, con carácter de ley y observancia legal para todo judío piadoso.

         Siendo norma sagrada, la ley del sábado obligaba a una determinada conducta, y en eso los fariseos eran los verdaderos expertos en garantizar su cumplimiento, con derecho a juzgar el comportamiento de los demás (en este caso, de Jesús) desde las actitudes más radicales, hasta rayando lo miserable.

         Jesús había sido invitado por uno de los principales fariseos de la ciudad, y por eso había acudido a su casa, para el acto comunitario de la comida. No obstante, Jesús sintió las miradas y juicios de los demás comensales, y notó que le estaban espiando. Por lo visto, los fariseos habían introducido en aquel lugar a un enfermo, y estaban esperando inquisitorialmente los movimientos de Jesús, porque era sábado y había un enfermo en aquel lugar.

         La confluencia de ambos daba realce al momento, pero ¿qué hacía un enfermo de hidropesía en la sala de un banquete organizado por un fariseo?

         No es descabellado imaginar que aquel enfermo había sido colocado allí como conejillo de indias por los mismos fariseos, a la espera de la actuación del maestro taumaturgo. Al fin y al cabo, eso es lo que ya habían hecho antes con la mujer sorprendida en adulterio (suponiéndose que ellos estaban allí, en aquel preciso momento), y llevada a la presencia de Jesús para que él diera su veredicto.

         Al encontrarse delante del enfermo, Jesús era consciente de la situación en que querían ponerle sus espías y jueces, y por eso se dirige a ellos con una pregunta que desafiaba sus maquinaciones: ¿Es lícito curar los sábados, o no?

         Al parecer, la pregunta no obtuvo respuesta, o por lo menos provocó un embarazoso silencio en aquellos fariseos. En realidad, los fariseos sí sabían la respuesta, pero se quedaron en shock y no atinaron a abrir la boca. De haberla abierto, hubieran tenido que decir que, de acuerdo a su propia formulación de la ley, en sábado no se puede trabajar (porque hay que descansar), curar a un enfermo es un trabajo (el propio del médico), y curar en sábados era un acto manifiestamente ilícito.

         Pero aquellos fariseos prefirieron callar, o no implicarse en ninguna respuesta explícita a la pregunta de Jesús. Tras lo cual, Jesús toca al enfermo y lo cura, pasando de las palabras a las obras para ver qué sentencia in pectore logra arrancar de aquellos jueces de las conductas ajenas. Como en el caso de la mujer sorprendida en adulterio, también aquí Jesús les ha dejado sin argumentos y sin armas.

         A la pregunta sin respuesta de Jesús, y a su política de hechos consumados, el Maestro agrega una justificación: la excepcionalidad de la ley, a la que ellos también recurren cuando les conviene. Si a uno de vosotros, les dice, se le cae al pozo el burro o el buey, ¿no lo saca en seguida, aunque sea sábado?

         La respuesta farisea tendría que haber sido que "hay que esperar al día siguiente para sacarlo", pero según sus maquinaciones (o excepciones) lo más interesado era rescatar vivo al animal. Pues bien, si ellos son tan observantes de la ley, y obran así de excepcionalmente por un animal rentable, ¿por qué no va a actuar él en una circunstancia similar? Sobre todo si no lo hace en favor de un animal, sino de un ser humano a quien la enfermedad tiene sometido.

         Tras esta observación de Jesús creció aún más la intensidad del silencio fariseo, se avivaron todavía más sus ascuas adormecidas de venganza y el odio empezó a desencadenar efectivos propósitos homicidas.

         Con la curación de aquel enfermo, Jesús proclamaba a los cuatro vientos que no hay ley que esté por encima del ser humano y de sus necesidades más elementales (salud, comida, abrigo, trabajo, vivienda...). Es decir, que no puede haber ley justa al margen de los derechos humanos, por muy religiosa o no que sea. De ser así, dicha norma habría perdido su causa finalis y su carácter normativo. De ahí que concluya Jesús: El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado.

 Act: 31/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A