23 de Mayo

Jesucristo, Sumo Sacerdote

Equipo de Liturgia
Mercabá, 23 mayo 2024

c) Meditación

         Cuando llegó la hora, nos recuerda hoy el evangelista, Jesús se puso a la mesa con sus apóstoles y les dijo: Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer. Porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el reino de Dios.

         Se trata de la cena pascual, en la que Jesús muestra verdaderos deseos de comer la Pascua con sus discípulos, pues será la última y precederá a su pasión y muerte. Se trata de una cena que adquiere, por tanto, tono testamentario. En ella Jesús les dejará unas enseñanzas y unos sacramentos a modo de testamento.

         En cuanto herederos, los discípulos recogerán este legado para guardarlo y transmitirlo. De ahí su cuidado por conservar sus palabras y sus gestos en su integridad: Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el reino de Dios.

         Eran éstas las palabras que acompañaban el gesto de tomar la copa de vino, y entregarlo para que bebieran de ella. En ellas encontramos también una alusión a la despedida de este mundo y a la llegada del reino de Dios.

         Después tomó Jesús un pan, lo partió y lo repartió refiriéndose a él como a su cuerpo, a ese cuerpo que va a ser entregado e inmolado por ellos: Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Con el cáliz hará lo mismo, refiriéndose al contenido del mismo como a su sangre, la sangre de la Nueva Alianza, una sangre que será derramada, como en la antigua alianza pero de otra manera.

         En ambas expresiones hay una clara alusión a su muerte próxima, una muerte cruenta en la que acontecerá la entrega del cuerpo y el derramamiento de la sangre. En realidad, el cuerpo se entrega vertiendo su sangre, pues no hay entrega del cuerpo sin derramamiento de la sangre.

         Ahí, en esta pérdida del elemento que mantiene con vida al cuerpo, se produce la entrega de éste, y con él la entrega de la vida que lo sostiene como cuerpo (vivo). Hay despedida porque hay muerte; hay entrega porque hay derramamiento de sangre.

         Pero Jesús no se limita a anunciar lo que le va a suceder, sino que interpela a sus apóstoles para que ellos hagan lo mismo que él acaba de hacer, en memoria suya. ¿Y por qué este interés porque se reproduzcan los gestos y las palabras de esta cena tan señalada? Jesús insinúa la respuesta, cuando alude a la sangre de la Nueva Alianza: para perpetuar esta nueva alianza entre Dios y su pueblo.

         En toda alianza hay un pacto, y por tanto un compromiso de fidelidad. El pacto al que se refiere Jesús es un pacto de amor, sellado no sólo con palabras sino también con un acto de entrega sacrificial que lleva consigo el derramamiento doloroso de la sangre.

         Jesús se ha prestado para ser la víctima voluntaria de este sacrificio, y permitir así restablecer la antigua alianza rota por la infidelidad de uno de los aliados. Y puesto que él es el que se ofrece voluntariamente como víctima, cumple una función sacerdotal u oferente.

         Por eso puede ser llamado Jesús sumo sacerdote de la nueva alianza, como hace la Carta a los Hebreos. Fue la función que asumió Jesús en el momento histórico de la cruz, y también en ese otro momento anticipatorio, en que tomó el pan y el cáliz y los repartió a sus discípulos mientras pronuncia las palabras alusivas a su muerte (en la que están implicados su cuerpo y su sangre).

         Pero Jesús no es sólo un sacerdote entre otros, pues en realidad nunca ejerció esa función en el marco de la tradición judaica. Sino que es el sacerdote de la Nueva Alianza, no ya con ritos u holocaustos de carneros o toros, sino con un acto existencial de entrega de la propia vida.

         Por eso puede ser llamado sumo sacerdote, porque sólo él es propiamente sacerdote o pontífice, el único capaz de unir al cielo y a la tierra, a Dios y al hombre, en su persona. Es la unión hipostática: unión que une lo humano y lo divino en la única persona.

         Todos los demás somos sacerdotes en la medida en que hemos sido incorporados a la ofrenda y a memorial de Jesucristo. En cada eucaristía, los sacerdotes reproducimos in persona Christi la acción de Jesús en la Última Cena. Pero ¿basta para reproducir esta acción con ejecutar sus mismos gestos y pronunciar sus mismas palabras? ¿No será también necesario reproducir su misma actitud sacrificial o actitud de entrega de la propia vida?

         Parece que sólo así podemos estar haciendo realmente lo mismo que él hizo en su memoria. De no ser así, estaremos tal vez escenificando, pero no actualizando esa cena y ese sacrificio ya presente intencionalmente en la cena. Que el Señor nos ayude a valorar y a agradecer su acto de entrega (resp. amor) por nosotros.

 Act: 23/05/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A