26 de Abril
Sábado I de Pascua
San Cirilo de Jerusalén
Catequesis, XXII, 1.3-6.9
Oficio, II
"Nuestro Señor Jesucristo, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y después de tomar el cáliz y pronunciar la acción de gracias, dijo: Tomad, bebed; ésta es mi sangre".
Así pues, si fue Cristo mismo quien dijo sobre el pan "esto es mi cuerpo", ¿quién se atreverá en adelante a dudar? Y si él fue quien aseguró y dijo "esta es mi sangre", ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre? Por ello, estamos firmemente persuadidos que recibimos como alimento el cuerpo y la sangre de Cristo. Y que bajo la figura del pan se te da el cuerpo, y bajo la figura del vino la sangre.
Tomando el cuerpo y la sangre de Cristo, llegamos a ser un solo cuerpo y una sola sangre con él. Pasando su cuerpo y su sangre a nuestros miembros, nos convertimos en portadores de Cristo y, como dice el bienaventurado Pedro, "nos hacemos partícipes de la naturaleza divina".
En otro tiempo, disputando con los judíos, dijo Jesús: "Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tenéis vida en vosotros". Como aquéllos no lograban entender el sentido espiritual de lo que estaban oyendo, se echaron atrás escandalizados, pensando que se les estaba invitando a comer carne humana.
En la Antigua Alianza existían también los panes de la proposición, pero éstos se acabaron precisamente por pertenecer a la Antigua Alianza. En la Nueva Alianza, en cambio, tenemos un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican alma y cuerpo. Del mismo modo que el pan es conveniente para la vida del cuerpo, así el Verbo lo es para la vida del alma.
No pienses, por tanto, que el pan y el vino eucarísticos son elementos simples y comunes, pues son nada menos que el cuerpo y la sangre de Cristo, de acuerdo con la afirmación categórica del Señor. Aunque los sentidos te sugieran lo contrario, la fe te certifica y asegura la verdadera realidad.
La fe que has aprendido te da, pues, esta certeza: que lo que parece pan no es pan (aunque tenga gusto de pan) sino el cuerpo de Cristo, y que lo que parece vino no es vino (aun cuando así lo parezca al paladar) sino la sangre de Cristo. Por eso, ya en la antigüedad decía David: "El pan da fuerzas al corazón del hombre, y el aceite da brillo a su rostro".
Fortalece, pues, tu corazón, comiendo ese pan espiritual, y da brillo al rostro de tu alma. Con el rostro descubierto y con el alma limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea dado el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos.
Act:
26/04/25
@tiempo
de pascua
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A