6 de Julio
Domingo XIV Ordinario
San Agustín de Hipona
Comentario del salmo 148, I-II
Oficio, II
Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura, y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura si no se ejercita ahora en esta alabanza. Así pues, alabemos a Dios, y que nuestra alabanza incluya la alegría, la oración y el gemido.
Dios nos ha prometido algo que todavía no poseemos. Como el que lo ha prometido es veraz, nosotros nos alegramos por la esperanza. No obstante, como todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue lo prometido. Entonces cesará el gemido, y subsistirá únicamente la alabanza.
Por razón de estos dos tiempos (el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida; el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas) se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua.
El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos. El que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que más adelante poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos, y después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. En el primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones, y en el segundo lo empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos.
En Aquel que es nuestra cabeza hallamos figurado y demostrado este doble tiempo. La pasión del Señor nos muestra la penuria de la vida presente, en la que tenemos que padecer la fatiga, la tribulación y la muerte. En cambio, la resurrección y glorificación del Señor es una muestra de la vida que se nos dará.
Así pues, hermanos, alabemos a Dios. Esta alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando decimos el Aleluya. "Alabad al Señor", nos decimos unos a otros. Y así, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. No obstante, procurad alabarlo con toda vuestra persona. Esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida y vuestras acciones.
A Dios solemos alabarlo cuando nos reunimos en la iglesia, y cuando volvemos a casa parece que cesamos de alabarlo. Bien, pero no cesad de alabar continuamente a Dios con vuestra buena conducta. Si os apartáis de la justicia, y de lo que a él le place, entonces sí que habéis dejado de alabar a Dios.
Si nunca os desviáis del buen camino, aunque calle vuestra lengua hablará vuestra conducta, y los oídos de Dios atenderán a vuestro corazón. Del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos.
Act:
06/07/25
@tiempo
ordinario
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A