12 de Octubre
Domingo XXVIII Ordinario
San Bruno de Segni
Comentario de Lucas, II, 40
Introducción
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y cuando se disponía a entrar en un pueblo, "vinieron a su encuentro diez leprosos".
¿Qué otra cosa son esos diez leprosos, sino la totalidad de los pecadores? Al venir Cristo, todos los hombres eran psíquicamente leprosos, aunque corporalmente no lo fueran. Y eso que la lepra del alma es mucho peor que la del cuerpo.
Pero veamos lo que sigue, porque dice el evangelista que "se pararon a lo lejos", y a gritos le decían: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros".
A lo lejos se pararon, porque en aquellas condiciones no osaban acercarse. Pues bien, igual nos pasa a nosotros, que nos mantenemos a distancia cuando nos obstinamos en el pecado. Si queremos sanar ese pecado, y ser curados de la lepra espiritual, hagamos como aquellos leprosos y gritemos a voz en cuello: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros". Pero gritemos no con la boca, sino con el corazón, porque el grito del corazón es más agudo, y el clamor del corazón penetra los cielos y se eleva más ante el trono de Dios.
Al verlos, Jesús les dijo: "Id a presentaros a los sacerdotes". En Dios, mirar es compadecerse. Los vio e inmediatamente se compadeció de ellos, y les mandó presentarse a los sacerdotes, no para que los sacerdotes los limpiaran, sino para que los declararan limpios.
Mientras iban de camino, aquellos leprosos "quedaron limpios". Escuchen esto los pecadores, y examinen con diligencia su significado. Al Señor le es fácil perdonar pecados, y muchas veces al pecador le son perdonadas las deudas antes de presentarse al sacerdote.
Arrepentimiento y perdón coinciden, así, en un mismo e idéntico momento. En cualquier momento que el pecador se convirtiere, ciertamente "vivirá y no morirá". Pero considere bien cómo ha de convertirse, y escuche lo que dice el Señor: "Convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, llanto y luto", y también: "Rasgad los corazones, y no las vestiduras". Es decir, que se convierta, pero que se convierta interiormente (de corazón), pues Dios "no desprecia un corazón quebrantado y humillado".
Uno de los leprosos, viendo que estaba curado, "se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias". Éste era un samaritano, y en él están representados aquellos que, después de haber sido purificados en las aguas bautismales, o haber sido curados a través de la penitencia, no siguen ya al diablo sino a Cristo, y lo siguen con la alabanza, y adoración y acción de gracias.
Jesús dijo a aquel samaritano: "Levántate, vete. Tu fe te ha salvado". Grande es, en efecto, el poder de la fe, sin la cual (como dice el apóstol) es imposible agradar a Dios. Abraham creyó a Dios, y eso le valió la justificación. Luego la fe es la que salva, la fe es la que justifica, la fe es la que sana al hombre interior y exteriormente.
Act:
12/10/25
@tiempo
ordinario
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A