12 de Octubre
Domingo XXVIII Ordinario
Santo Tomás de Aquino
Comentario de Juan, X, 3
Oficio, II
"Yo soy el buen pastor". Es evidente que el oficio de pastor compete a Cristo, pues de la misma manera que el rebaño es guiado y alimentado por el pastor, así Cristo alimenta a los fieles con su cuerpo y su sangre. A este respecto, dice el apóstol: "Andabais descarriados como ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas".
Puesto que Cristo afirma que "el pastor entra por la puerta", y que él es la puerta, y que él es el pastor, debe concluirse que Cristo entra por sí mismo. Es cierto que Cristo entra por sí mismo, pues él se manifiesta a sí mismo, y por sí mismo conoce al Padre. Nosotros, en cambio, entramos por él, y sólo por él alcanzamos la felicidad.
Fijaos bien. Nadie que no sea él es puerta, así como nadie sino él es luz verdadera, a no ser por participación. De hecho, no era Juan Bautista la luz, sino "testigo de la luz". De Cristo, en cambio, se dice: "Él era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre". Por ello, de nadie puede decirse que sea puerta.
Cristo se reservó esta cualidad para sí. En cambio, el oficio de pastor lo dio también a otros, y quiso que lo tuvieran sus miembros. Por ejemplo, Pedro fue pastor, y pastores fueron también los otros apóstoles, y son pastores todos los obispos.
"Os daré pastores a mi gusto". Aunque los prelados de la Iglesia sean llamados pastores, el Señor dice en singular: "Yo soy el buen pastor". Con ello quiere estimularnos a la caridad, insinuándonos que nadie puede ser "buen pastor" si no llega a ser una sola cosa con Cristo (por la caridad) y se convierte en miembro del verdadero pastor.
El deber del buen pastor es la caridad. En concreto, "el buen pastor da la vida por las ovejas". Conviene distinguir, por tanto, entre el buen pastor y el mal pastor. El buen pastor es aquel que busca el bien de sus ovejas, y el mal pastor es el que persigue su propio bien.
A los pastores que apacientan rebaños de ovejas no se les exige exponer su propia vida a la muerte por el bien de su rebaño. En cambio, el pastor espiritual sí que debe renunciar a su vida corporal ante el peligro de sus ovejas, porque la salvación espiritual del rebaño es de más precio que la vida corporal del pastor.
Es esto precisamente lo que afirma el Señor: "El buen pastor da la vida (la vida del cuerpo) por las ovejas". Es decir, por las que son suyas por razón de su autoridad y amor. Ambas cosas se requieren: que las ovejas le pertenezcan y que las ame, pues lo primero sin lo segundo no sería suficiente.
De este proceder, Cristo nos dio ejemplo cuando dijo: "Si yo doy la vida por vosotros, también vosotros debéis dar la vida por los hermanos".
Act:
12/10/25
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ordinario
E D I T O R I
A L
M
E
R C A B A
M U R C I A