8 de Octubre

Miércoles XXVII Ordinario

San Bernardo de Claraval
Homilías sobre Cantar de Cantares, XXVII, 4.6-7

Oficio, II

         "Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo". Es lo que dice el vidente Juan, que añade: "Escuché una voz potente que decía desde el trono: Esta es la morada de Dios con los hombres, y él acampará entre ellos".

         ¿Para qué? Pienso que para adquirirse una esposa de entre los hombres. ¡Cosa admirable! Venía a la esposa y no venía sin la esposa. Buscaba a la esposa y la esposa estaba con él. ¿No serán dos? En absoluto.

         "Una sola es mi paloma", dice la Escritura, y así como de los diversos rebaños de ovejas quiso hacer uno solo, de modo que "haya un solo rebaño y un solo pastor", así también, aunque tenía unida a sí como esposa desde el principio a la multitud de los ángeles, tuvo a bien convocar de entre los hombres a la Iglesia y unirla a la Iglesia del cielo, a fin de que haya una sola esposa y un solo esposo.

         Tenemos, pues, que ambos descienden del cielo: Jesús (el esposo) y la esposa (Jerusalén). Y él, precisamente para que pudiéramos verlo, "se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos".

         Respecto a ella, ¿en qué forma o aspecto, o en qué atavío pensamos que la vio descender aquél que la vio? ¿Quizás en la muchedumbre de ángeles, que vio subir y bajar sobre el Hijo del hombre?

         Será más correcto decir que vio a la esposa en el momento mismo en que contempló a la Palabra hecha carne, reconociendo a los dos en una sola carne.

         En efecto, cuando aquel divino Enmanuel trajo a la tierra el magisterio de la doctrina celestial, y cuando en Cristo y por su medio nos fue revelada una cierta imagen visible de la Jerusalén de arriba (que es nuestra madre) y una visión de su dechado de belleza, ¿qué hemos contemplado, sino a la esposa en el esposo, al esposo ornado con la corona, y a la esposa adornada con su joyas?

         Así pues, el que bajó es el mismo que subió, para que "nadie suba al cielo, sino el que bajó del cielo", el único y mismo Señor, esposo en la cabeza y esposa en el cuerpo. Por eso, no en vano apareció en la tierra el hombre celestial, ya que de los terrenos hizo muchos hombres celestes (semejantes a él) para que se cumpla lo que leemos: "Igual que el celestial son los hombres celestiales".

         Desde entonces, se vive en la tierra según el modelo del cielo. A semejanza de aquella soberana y dichosa criatura, también ésta "vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón", y para unirse en casto amor al Varón celestial, según la promesa de Dios que dice por boca del profeta: "Me casaré contigo en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad".

         En consecuencia, la Iglesia se esfuerza más y más por adaptarse al modelo que le viene dado del cielo, aprendiendo a padecer y a compadecer, aprendiendo a ser mansa y humilde de corazón. Con este comportamiento, la Iglesia procura agradar, aunque ausente, a Aquel a quien los ángeles ansían contemplar, ardiendo en deseos angélicos, sintiéndose ciudadana del pueblo de Dios y miembro de la familia de Dios, viviendo como la amada, comprometiéndose como la esposa.

 Act: 08/10/25     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A