18 de Diciembre

Día 18 de Adviento

Equipo de Liturgia
Mercabá, 18 diciembre 2024

a) Jer 23, 5-8

         Hoy es Jeremías el que pronuncia una profecía llena de esperanza: Dios tiene planes de salvación para su pueblo, a pesar de sus infidelidades. Y para ello le promete un rey nuevo, un vástago de la casa de David. No obstante, y en contraste con los dirigentes de la época, éste será un rey justo, prudente, que salvará y dará seguridad a Israel, y que será llamado "el Señor, nuestra justicia". Sigue en pie, por tanto, el amor de Dios a su pueblo.

         Ya Dios había librado a su pueblo de la esclavitud de Egipto (en el primer éxodo, prototipo de todos los demás) y del destierro de Babilonia (haciéndole volver a Jerusalén), poniendo en marcha para ello una historia de salvación. En esta ocasión, la liberación de Dios va a ser mucho más profunda y definitiva: no de la esclavitud y servidumbre, sino del pecado. Pues el pueblo de Dios muestra continuas debilidades, y Dios no deja de ser admirablemente fiel.

         El Salmo 71 canta hoy a este rey ejemplar que ha de venir, que gobernará con justicia, que escuchará los clamores de los pobres y oprimidos, y que saldrá en defensa de todos ellos. Pero ningún rey del AT cumplió estas promesas. Luego tanto el pasaje de Jeremías, como el salmo responsorial, se orientaron claramente hacia la espera de los tiempos mesiánicos. Nosotros, los cristianos, los vemos cumplidos plenamente en Jesucristo.

         El texto presente está encerrado dentro de un oráculo de sentencia contra el rey Sedecías. Comienza con un verso de maldición: "rey de pastores, que dispersan y extravían las ovejas de mi rebaño". Y termina con una promesa de salvación: Dios dará un "descendiente a la dinastía de David, que administrará la justicia y el derecho en todo el país".

         Este vástago legítimo será un rey pendiente, y llevará el nombre de "Yahveh, nuestra justicia". Es evidente el juego de los nombres, pues Sedecías (Sidgiyahu) quiere decir "el Señor mi justicia". Pero Sedecías no garantizó la justicia, ni conservó la paz, ni salvó a su pueblo, y se resistió al mensaje de Jeremías. Y por eso el sucesor prometido llevará de nombre "Yahveh, nuestra justicia" (Yosidgenu). La tradición y la liturgia han visto. en este descendiente futuro y lejano, a Jesús el Mesías esperado.

         Conociendo el curso de la historia y el progreso de la revelación, nosotros sabemos que esta esperanza y promesa de Jeremías sólo en Cristo se cumplió y de un modo que sobrepasó infinitamente todas las previsiones humanas. Dios no sólo ha sido nuestra justicia sino que incluye también presencia y acción salvadora. Se ha hecho Enmanuel, "Dios con nosotros".

         "Mirad que llegan días", nos recuerda el profeta. El futuro misterioso que iniciará este vástago legítimo (el Mesías) será de tal magnitud, que el gran acontecimiento del Exodo, punto clave en la historia del pueblo, quedará convertido en simple recuerdo tipológico de esta nueva liberación de todas las esclavitudes humanas. El vástago se llama Jesús, que quiere decir Salvador.

José Aldazábal

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         Jeremías plantea hoy un gran desafío. Frente a un pueblo desmembrado, dividido, con el reino del norte desmantelado y las amenazas a Judá que le toca soportar, él anuncia un tiempo de restauración. Para Jeremías llegará el tiempo de un reinado bajo el dominio de la justicia, de un rey justo, a la vez que se acerca el tiempo del retorno de Israel, considerado como un nuevo éxodo.

         En medio de la devastación Jeremías opta por un mensaje de esperanza. Ahora bien, estas palabras no sonaron bien ante los poderosos. Porque para Judá, Israel era su enemigo, y su rey era justo (eso significa Sedecías), por lo tanto, anunciar "otra justicia" significa poner en duda la actual.

         En verdad Jeremías era un gran crítico y cuestionador del poder establecido (nada nuevo entre los profetas, por otra parte). A tal punto que este mensaje se encuentra como el final de su gran discurso en contra de los pastores del pueblo (las autoridades) y antecede a las criticas a los falsos profetas, o sea a los que predicaban lo que el rey quería escuchar.

         Es por eso que, unos capítulos más adelante Jeremías es apresado. Pero sigue vigente su mensaje de esperanza, de libertad, de justicia, de unidad. Ahora bien, ¿un mensaje así es causa de martirio?, ¿un mensaje de paz es causa de prisión?

         Decididamente sí. Porque el mensaje de paz, de unidad, de justicia y libertad, no es neutral en la voz de los profetas. No se trata de mensajes abstractos, ni desencarnados. El mensaje de paz está en contra de los deseos de la guerra, el mensaje de unidad está en contra de quienes se benefician con la división, el mensaje de la justicia que se aproxima está en contra de quienes se presentan en ese momento como justos o administradores de justicia, el mensaje de libertad está en contra de los opresores.

         Para los profetas no exigen los mensajes que dejen contento a todo el mundo. Aun aquello sobre lo cual parecería que no hay discusión, es punto de conflicto al momento de pronunciarlo. No hay mensajes adornados. Las palabras sobre la libertad siempre serán duras cuando se dirigen al opresor.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Mt 1, 18-25

         Ocho días antes de Navidad, la Iglesia nos propone los evangelios de la infancia. Estas páginas tienen un carácter particular (bastante diferente al resto del evangelio), pues los evangelistas no han sido testigos directos, como lo fueron de los sucesos que vivieron con Jesús, desde su bautismo hasta su ascensión. Recordemos que con estos acontecimientos comienza el relato marco.

         Mateo y Lucas recogieron los datos y detalles que se nos dan sobre la infancia de Jesús; de las confidencias de María. Con este dato histórico de base han elaborado una especie de prólogo teológico, algo así como un músico compone una obertura donde esboza los temas esenciales que luego desarrollará.

         Mateo, por ejemplo, subraya todos los signos que muestran que Jesús "cumplió todas las promesas de Dios", considerando los relatos de la infancia de Jesús como un enlace entre el AT y el NT, y mostrando que Jesús es verdaderamente aquel que Israel esperaba, el que fue prometido a Abraham y David, el nuevo Moisés. Lucas, por su parte, subraya que Jesús es el salvador universal, prometido también a los paganos y gentiles.

         Veremos, en particular, que estos evangelios de la infancia remiten a menudo a textos y situaciones de la Biblia. Con su apariencia ingenua e infantil, son textos ricos en doctrina, que deben leerse con fe.

         Por otro lado, María va a ponerse en el centro de los relatos que leeremos hasta Navidad. Pues "María, su Madre, estando desposada con José, y antes que hubiesen vivido juntos, se halló concebida en su seno, por obra del Espíritu Santo". Se trata de una frase aparentemente sencilla, pero que encierra 2 niveles de profundidad:

         1º Un acontecimiento humano, lleno de encanto. Una muchacha de unos 15 años (según costumbre oriental) es una joven prometida y una novia feliz. Lo que nos hace evocar si yo sigo siendo novia que espera, llena de dicha y alegría (como el resto de parejas jóvenes que esperan su enlace).

         2º Un acontecimiento misterioso, que interviene ya en esta pareja. Pues sin haber tenido relaciones sexuales, están esperando un hijo. La fórmula es una fórmula teológica: "ella concibió por obra del Espíritu Santo". Este niño no es un niño ordinario, y de él se dirá más tarde que es "hombre y Dios". Pero ya está sugerido aquí, en este prólogo del evangelio.

         Tras lo cual, interviene José, "hijo de David", "su esposo", que "era justo y no quería denunciarla" y al que el ángel le pide que "no tenga recelo, y le ponga al niño por nombre Jesús", pues él será "el Señor que salvará" a su pueblo. Todo lo cual hizo José, en cumplimiento de lo que preanunció el Señor por el profeta Isaías.

Noel Quesson

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         El anuncio del ángel a José nos sitúa ya en la proximidad del tiempo mesiánico. La interpretación que de esta escena hacen ahora los especialistas nos sitúa a José bajo una luz mucho más amable. No es que él dude de la honradez de María. Ya debe saber, aunque no lo entienda perfectamente, que está sucediendo en ella algo misterioso. Y precisamente esto es lo que le hace sentir dudas: ¿es bueno que él siga al lado de María? ¿es digno de intervenir en el misterio?

         El ángel le asegura, ante todo, que el hijo que espera María es obra del Espíritu. Pero que él, José, no debe retirarse. Dios le necesita. Cuenta con él para una misión muy concreta: cumplir lo que se había anunciado, que el Mesías sería de la casa de David, como lo es José, "hijo de David" (evangelio), y poner al hijo el nombre de Jesús (Dios-salva), misión propia del padre.

         "Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel". Admirable disponibilidad la de este joven israelita. Sin discursos ni posturas heroicas ni preguntas, obedece los planes de Dios, por sorprendentes que sean, conjugándolos con su profundo amor a María. Acepta esa paternidad tan especial, con la que colabora en los inicios de la salvación mesiánica, a la venida del Dios-con-nosotros. Y tras percatarse que el Mesías no viene de nosotros (sino de Dios, por obra del Espíritu), sabe ponerse de lado, dejando todo el protagonismo a Dios.

         La alabanza que se el ángel hizo a María, "feliz tú porque has creído", se puede extender también a este joven obrero, el justo José.

José Aldazábal

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         En el evangelio de hoy nos presenta Mateo el proceso del matrimonio de María, en una escena en la que aparecen 3 personajes: José, María y el ángel. María está desposada, pero aún no se ha realizado el traslado de la esposa a la casa de José quien ignora la acción que el Espíritu había efectuado en María; por eso decide abandonarla en secreto. El ángel del Señor, que representa a Dios, interviene para aclarar la situación. Y José, símbolo del pueblo fiel, acepta la misión que se le ha encomendado.

         María está comprometida. En las costumbres judías este compromiso daba los derechos de matrimonio, sobre todo los de vida marital. Sólo que la mujer seguía viviendo bajo la autoridad y en la casa de su padre. En la sociedad judía de entonces, muy machista, la mujer era propiedad del hombre. No tenía derechos y debía ser protegida por un hombre, ya fuera su padre, su esposo o su hijo. Por eso la situación más miserable era quedar viuda y sin hijos (Lc 7, 11-15).

         El desconcierto de José es comprensible al notar que María está embarazada sin haber convivido con él. La ley mandaba denunciar a la mujer que había tenido relaciones con otro fuera de su prometido, y apedrearla frente a la casa de su padre (Dt 22, 13-21). pero José ama demasiado a María como para poder desacreditarla, y por eso decide abandonarla en secreto.

         La intervención de Dios se hace necesaria para que José acceda al misterio de la Encarnación. El escritor penetra con gran respeto en la intimidad de esta pareja de jóvenes esposos, y no osa deshojar el misterio de la Mujer-Virgen que engendra y da a luz para el mundo al Hijo de Dios.

         Por ser el padre legal de Jesús, le toca a José imponer el nombre al niño, y decide ponerle el nombre de Jesús (que significa "el Señor salva"), tras la explicación que le ha dado al respecto el ángel (porque "él salvará a su pueblo de sus pecados") José se percata de que su hijo (o mejor, el hijo de María) va a ser el Mesías, y el encargado de restablecer la justicia, librando al ser humano de la avaricia, orgullo, ambiciones... y que traerá una liberación no sólo material y terrena, sino total e integral.

         La persona (en todas sus dimensiones: social, espiritual, corporal) va a experimentar la salvación, y ésta será obra de Jesús. Una misión que aún no ha llegado a su fin, porque los seres humanos no han querido aceptar a Jesús como salvador. Lo aceptan como profeta, como maestro de moral, como líder espiritual, pero no como el Mesías que viene a establecer su reino en la verdad, la humildad, en el servicio y en la paz.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Mateo nos refiere hoy las circunstancias que rodearon a la concepción virginal de Jesús en el seno de María. Y lo hace desde la perspectiva de José, su esposo. Decía a este propósito Benedicto XVI en su último libro Infancia de Jesús lo siguiente: "Mateo nos dice en primer lugar que María era prometida de José".

         Según el derecho judío entonces vigente, el compromiso significaba ya un vínculo jurídico entre las dos partes, de modo que María podía ser llamada la mujer de José, aunque aún no se había producido el acto de recibirla en casa, que fundaba la comunión matrimonial. Como prometida, "la mujer seguía viviendo en el hogar paterno y se mantenía bajo la patria potestas. Después de un año tenía lugar la acogida en casa, es decir, la celebración del matrimonio" (Gnilka, Matthaus, I, 17).

         Ahora bien, José constató que María esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo (Mt 1, 18). Pero lo que Mateo anticipa aquí sobre el origen del niño José aún no lo sabe. Ha de suponer que María había roto el compromiso y (según la ley) debe abandonarla. A este respecto, puede elegir entre un acto jurídico público y una forma privada, puede llevar a María ante un tribunal o entregarle una carta privada de repudio. José escoge el 2º procedimiento para no denunciarla (Mt 1, 19), y en esa decisión Mateo ve un signo de que José era un hombre justo.

         La calificación de José como hombre justo (zaddik) va mucho más allá de la decisión de aquel momento, y ofrece un cuadro completo de San José, y lo incluye entre las grandes figuras de la Antigua Alianza. Si se puede decir que la forma de religiosidad que aparece en el NT se compendia en la palabra fiel, el conjunto de una vida conforme a la Escritura se resume en el AT con el término justo.

         El Salmo 1 ofrece la imagen clásica del justo. Así pues, podemos considerarlo casi como un retrato de la figura espiritual de San José. Justo, según este salmo, es el hombre que vive en intenso contacto con la palabra de Dios, en el que su gozo está en la ley del Señor (v.2).

         La voluntad de Dios no es para él una ley impuesta desde fuera, sino gozo. La ley se convierte espontáneamente para él en evangelio (lit. buena nueva), porque la interpreta con actitud de apertura personal y llena de amor a Dios, y así aprende a comprenderla y a vivirla desde dentro.

         Esta imagen del hombre que hunde sus raíces en las aguas vivas de la palabra de Dios, que está siempre en diálogo con Dios y por eso da fruto constantemente, se hace concreta en el acontecimiento descrito, así como en todo lo que a continuación se dice de José de Nazaret.

         Después de lo que José ha descubierto, se trata de interpretar y aplicar la ley de modo justo. Él lo hace con amor, no quiere exponer públicamente a María a la ignominia. La ama incluso en el momento de la gran desilusión, vive la ley como evangelio, busca el camino de la unidad entre la ley y el amor. Y así, está preparado interiormente para el mensaje nuevo, inesperado y humanamente increíble, que recibirá de Dios.

         Mientras que el ángel entra donde se encuentra María (Lc 1, 28), a José sólo se le aparece en sueños, pero en sueños que son realidad y revelan realidades. Se nos muestra una vez más un rasgo esencial de la figura de San José: su finura para percibir lo divino y su capacidad de discernimiento.

         Sólo a una persona íntimamente atenta a lo divino, dotada de una peculiar sensibilidad por Dios y sus senderos, le puede llegar el mensaje de Dios de esta manera. Y la capacidad de discernimiento era necesaria para reconocer si se trataba sólo de un sueño o si verdaderamente había venido el mensajero de Dios y le había hablado.

         El mensaje que se le consigna es impresionante y requiere una fe excepcionalmente valiente. ¿Es posible que Dios haya realmente hablado? ¿Que José haya recibido en sueños la verdad, una verdad que va más allá de todo lo que cabe esperar? ¿Es posible que Dios haya actuado de esta manera en un ser humano? ¿Que Dios haya realizado de este modo el comienzo de una nueva historia con los hombres?

         Mateo había dicho antes que José estaba considerando en su interior (enthymethentos) cuál debería ser la reacción justa ante el embarazo de María. Podemos por tanto imaginar cómo luche ahora en lo más íntimo con este mensaje inaudito de su sueño: José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo (Mt 1, 20).

         A la comunicación sobre la concepción del niño en virtud del Espíritu Santo, sigue un encargo: María dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados (Mt 1, 21). Junto a la invitación de tomar con él a María como su mujer, José recibe la orden de dar un nombre al niño, adoptándolo así legalmente como hijo suyo.

         Es el mismo nombre que el ángel había indicado también a María para que se lo pusiera al niño. De hecho, el nombre Jesús (Jeshua) significa "Yahveh es salvación". El mensajero de Dios que habla a José en sueños aclara en qué consiste esta salvación: Él salvará a su pueblo de los pecados.

         Con esto se asigna al niño un alto cometido teológico, pues sólo Dios mismo puede perdonar los pecados. Se le pone por tanto en relación inmediata con Dios, se le vincula directamente con el poder sagrado y salvífico de Dios.

         Pero, por otro lado, esta definición de la misión del Mesías podría también aparecer decepcionante, pues la expectación común de la salvación estaba orientada sobre todo a la situación penosa de Israel: a la restauración del reino davídico, a la libertad e independencia de Israel, y al bienestar material de un pueblo en gran parte empobrecido.

         La promesa del perdón de los pecados parece demasiado poco y a la vez excesivo. Excesivo porque se invade la esfera reservada a Dios mismo, y demasiado poco porque parece que no se toma en consideración el sufrimiento concreto de Israel y su necesidad real de salvación. En el fondo, en estas palabras se anticipa ya toda la controversia sobre el mesianismo de Jesús: ¿Ha redimido verdaderamente a Israel? ¿Acaso no ha quedado todo como antes?

         Después de la cita bíblica, Mateo completa la narración. Refiere que José se despertó y procedió como le había mandado el ángel del Señor. Llevó consigo a María, su esposa, pero, sin haberla conocido, ella dio a luz al hijo. Así se subraya una vez más que el hijo no fue engendrado por él, sino por el Espíritu Santo. Por último, el evangelista añade: Él le puso por nombre Jesús (Mt 1, 25).

         La prueba escriturística que presenta el evangelista es lo anunciado por el profeta: Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo pondrán por nombre Enmanuel (que significa "Dios con nosotros"). El hijo nacido virginalmente de María no será otro que el Enmanuel, el Dios-con-nosotros, ese Dios que ha decidido hacerse habitante de la tierra con nosotros, compartiendo con nosotros, por amor, linaje, historia, sufrimiento y muerte, para que nosotros podamos compartir con él la vida que le es propia.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 18/12/24     @tiempo de adviento         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A