7 de Marzo

Jueves III de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 7 marzo 2024

a) Jer 7, 23-28

         Escuchamos hoy en la 1ª lectura una requisitoria de Dios contra su pueblo, lanzada por boca de Jeremías. En el texto, Dios se ofrece al pueblo como su Padre, pero el pueblo no escucha su voz. El profeta comunica el mensaje, pero queda desengañado porque lo desprecian. Dios aguarda con paciencia, pero el profeta, como hombre que es, casi pierde la paciencia, porque es inútil hablar más. ¡Misterioso designio de ser hijos de Dios, pero pobres hombres!

         El corazón del pueblo elegido está herido, dividido y carcomido por los bajos intereses, y los oráculos del profeta son tan duros que pueden dejar mal sabor de boca. Pero conviene recordar que se producen en tiempos de un rey (Joaquín I de Judá, penúltimo rey judío) en que había muchos "oídos sordos" a la voz de Dios, y mucha corrupción de corazones, sentimientos, justicia, religión y piedad.

         Por eso Jeremías, profeta al que podemos ver como a una prefiguración de Jesús, lucha por desvelar esas interioridades hipócritas de personas autosuficientes. Unas interioridades que no se atienen a la verdad revelada por Dios, que contradicen con hechos las buenas palabras y que, bajo capa de fidelidades rituales, se "tragan sapos y mosquitos", así como injusticias grandes y pequeñas que afean cualquier rostro humano.

José A. Martínez

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         El profeta Jeremías clama contra la incredulidad de sus contemporáneos, que no escuchan la voz de Dios y su insistencia a mantener plenamente la Alianza, entre él y su pueblo. No obstante, la actuación del profeta será, una vez más, inútil. Por eso, la ruina de la nación es inminente, y tan sólo un resto que permanece fiel se salvará, por la bondad de Dios.

         El gran pecado de Israel fue cerrar sus oídos a la palabra del Señor, un peligro siempre y en todas las épocas latente. Por eso, el Salmo 90 de hoy nos advierte:

"Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestro corazón. Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, vitoreándolo al son de instrumentos. Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro. Porque él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras".

         El tiempo cuaresmal es un buen momento para reflexionar y corregir nuestras infidelidades con respecto a Dios y a su mensaje de salvación. Pues allí donde vive y obra el verdadero espíritu, afluye al alma (a raudales) la vida divina de la gracia, de las virtudes y de las buenas obras.

Manuel Garrido

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         Escuchamos hoy una queja amarga de Dios, por medio del profeta Jeremías. Una queja contra su pueblo Israel porque no cumple la Alianza que había pactado: "No escucharon, caminaban según sus ideas y me daban la espalda".

         Y así, es inútil que se sucedan los profetas enviados por Dios: "Ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán, pues la sinceridad se ha perdido". Se trata de una acusación que clama al cielo: "Aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor su Dios".

         El Dios que intima con su profeta, ha de confesarle su desánimo por un pueblo que rehúsa su amistad. Es el amargo reproche del Dios de la Alianza, que ha obrado misericordia, justicia y derecho sobre la tierra, y que se ve abandonado por su pueblo, a pesar de todos sus esfuerzos por hacerse escuchar.

         Contra los que se quejan Dios en el AT, son precisamente los del pueblo elegido, los que oficialmente se consideran los mejores. Pero se ve que eso mismo, de alguna manera, les inmuniza contra lo que diga Jesús y no saben escuchar la voz de Dios.

José Aldazábal

b) Lc 11, 14-23

         A Jesús algunos tampoco le escuchan ni le hacen caso. Y para no tener que prestar atención a lo que dice, que es incómodo, buscan cualquier tipo de excusa. En el pasaje de hoy, la excusa es realmente inverosímil: que expulsa a los demonios de Satanás por connivencia con Satanás.

         La respuesta de Jesús es doble, y está llena de sentido común e incluso ironía: "un reino dividido no podrá subsistir", y "nadie se hace la guerra civil a sí mismo". Lo que pasa es que sus enemigos (los fariseos) no quieren reconocer lo evidente, y hacen todo lo posible para ocultarlo: que ya ha llegado el Reino prometido.

         Lo que también pasa es que ya ha llegado el que es más fuerte que el Maligno (Jesús), y que está entablando con él una lucha victoriosa, en la que los demonios salen derrotados. Y si sus enemigos reconocen esto (la victoria de Jesús sobre los demonios), tendrán que aceptar a Jesucristo como el Mesías de Dios.

         Los que se quejan de Jesús en el evangelio, como en este caso, son precisamente los líderes religiosos del pueblo elegido, y los que oficialmente se consideran a sí mismos los mejores. Y se ve que eso, de alguna manera, les inmuniza contra lo que diga Jesús, pues son ellos los que están por encima de la voz de Dios.

         No hay sinceridad en sus enemigos, ni quieren ver la luz. Y por eso Jesús les acusará de "pecar contra el Espíritu Santo", viendo a pleno día la luz y no queriéndola reconocer, a pesar de ser evidente (que los ciegos ven, los sordos oyen, los paralíticos andan... porque Jesús los ha curado). ¿Estamos nosotros mereciendo de alguna manera esta acusación de Jesús? ¿Estamos desilusionando a Jesús en nuestro camino cuaresmal de este año, que ya está exactamente en su mitad?

         ¿Tendremos que sentirnos aludidos? En el ritual del bautismo hay un gesto simbólico expresivo, el effetá (lit. ábrete). El ministro toca los labios del bautizado para que se abran y sepa hablar. Y toca sus oídos para que aprenda a escuchar. Dios se ha quejado hoy de que su pueblo no le escucha. ¿Se podría quejar también de nosotros, bautizados y creyentes, de que somos sordos, de que no escuchamos lo que nos está queriendo decir en esta cuaresma, de que no prestamos suficiente atención a su palabra?

José Aldazábal

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         Aunque no se indique, estamos ante un cambio de escenario, en que Jesús no se encuentra ya "orando en cierto lugar", sino que "estaba expulsando un demonio, y éste era sordomudo" (v.14). El sitio aquél, por lo que se ve, es un lugar abierto (v.29), y el auditorio se compone de:

-un endemoniado sordomudo, que empezó a hablar cuando salió el demonio expulsado por Jesús (v. l4);

-una multitud en la que hay de todo, pues "las multitudes se extrañaron" de la liberación del hombre (v.14), pero que más tarde tomará partido a favor de Jesús, "apiñándose a su alrededor" (v.29);

-unos objetores anónimos, que también forman parte de las multitudes pero que manifiestan su profundo desacuerdo con la actuación de Jesús, y tratan de descalificarlo diciendo: "Expulsa los demonios con poder de Belcebú, el jefe de los demonios" (v.15);

-unos provocadores, que se encuentran también entre la multitud y que tratan de comprometerlo "exigiéndole una señal que viniera del cielo" (v.16);

-una nacionalista israelita, que reacciona ante los adversarios y trata de ganarse a Jesús para la causa de Israel gritando: "¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron" (v.27), que invoca los privilegios del pasado glorioso del pueblo.

         Se dice que el endemoniado es "sordo y mudo" por haber acogido al demonio, un adversario de Dios que le ha dejado sin voz ni voto. En el lenguaje bíblico, la sordera-mudez es signo de cerrazón a la palabra de Dios (recuérdese el caso de Zacarías; Lc 1, 22). En contrapartida, y entre las credenciales del Mesías con las que Jesús acreditó su obra (ante los enviados de Juan Bautista, que dudaba de su misión), encontramos la expresión "los sordos oyen" (Lc 7, 22).

         La liberación del sordomudo desencadena un enfrentamiento abierto, y en él hay 2 clases de adversarios:

-la institución oficial, que acusan a Jesús de endemoniado por excelencia (v.15);
-los que se aprovechan de la nueva situación creada, y tratan de comprometer públicamente a Jesús (v.16).

         En el mundo hay muchos sordos al mensaje del evangelio, quizás por miedo a que éste les haga tambalear las seguridades adquiridas, o por temor al riesgo que comporta el hecho de estar abiertos al clamor de Jesús. La historia se repite.

Josep Rius

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         Este evangelio nos presenta gráficamente la batalla que existe desde la creación del mundo: Satanás contra los hijos de Dios. Y en esta batalla vemos triunfante a nuestro rey y señor. Él está al lado de cada uno de sus soldados para luchar y vencer con ellos. Nosotros somos soldados de 1ª fila en ese glorioso ejercito, y Cristo quiere vencer en la batalla que Satanás mantiene en nuestro interior. Por ese motivo nos propone una estrategia. ¿La desarrollamos? ¡Con mucho gusto!

         "Todo reino dividido contra sí mismo será devastado". Es decir, lo 1º para no ser vencidos es la unidad, unidos a Cristo en todo momento por la oración. Pues nosotros somos débiles y cómo ante el 1º asalto del demonio sucumbiríamos, si no está Cristo a nuestro lado.

         Por ello, es conveniente elevar nuestro pensamiento a Dios continuamente, al inicio del trabajo, del estudio, del descanso y de las demás actividades ¿Cómo quieres que realice esta labor para el mayor bien de la empresa y de mí mismo? ¿Cómo puedo descansar mejor y hacer descansar mejor a los demás? ¿Cómo lo harías tú?

         "Si llega uno más fuerte que él, le vencerá". La 2ª consigna para esta batalla es tener valor, y éste se adquiere teniendo a Cristo junto a nosotros, con la seguridad de que él va delante de nosotros y nos va dando las consignas adecuadas, a través del Espíritu Santo. Con estas consignas, y con tal caudillo, seguramente venceremos.

Miguel Andrés

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         Hoy, en la proclamación de la Palabra de Dios, vuelve a aparecer la figura del diablo: "Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo" (Lc 11, 14). Cada vez que los textos nos hablan del demonio, quizá nos sentimos un poco incómodos. En cualquier caso, es cierto que el mal existe, y que tiene raíces tan profundas que nosotros no podemos conseguir eliminarlas del todo. También es verdad que el mal tiene una dimensión muy amplia: va trabajando y no podemos de ninguna manera dominarlo. Pero Jesús ha venido a combatir estas fuerzas del mal, al demonio. Él es el único que lo puede echar.

         Se ha calumniado y acusado a Jesús: el demonio es capaz de conseguirlo todo. Mientras que la gente se maravilla de lo que ha obrado Jesucristo, algunos de ellos dijeron: "Por Belzebú, príncipe de los demonios, expulsa los demonios" (Lc 11, 15).

         La respuesta de Jesús muestra la absurdidad del argumento de quienes le contradicen. De paso, esta respuesta es para nosotros una llamada a la unidad, a la fuerza que supone la unión. La desunión, en cambio, es un fermento maléfico y destructor. Precisamente, uno de los signos del mal es la división y el no entenderse entre unos y otros. Desgraciadamente, el mundo actual está marcado por este tipo de espíritu del mal que impide la comprensión y el reconocimiento de los unos hacia los otros.

         Es bueno que meditemos cuál es nuestra colaboración en este "expulsar demonios" o echar el mal. Pero preguntémonos: ¿Pongo lo necesario para que el Señor expulse el mal de mi interior? ¿Colaboro suficientemente en esta expulsión? Porque "del corazón del hombre salen las intenciones malas" (Mt 15, 19) y es muy importante la respuesta de cada uno, y la colaboración a nivel personal.

Josep Gassó

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         El tema del diablo o del demonio (que bíblicamente es casi lo mismo) ha resucitado en este s. XXI, y ha generado una serie de problemas que se han convertido en asunto de orden público en algunas ciudades. Los ritos satánicos, las misas negras, las sectas de falsa espiritualidad, el culto a las estrellas o cartas... Se trata de un tema que está presente en los esquemas de la religiosidad mal formada.

         Los fariseos y autoridades judías quisieron quitarle fuerza al mensaje de Jesús atribuyendo sus acciones a Belzebú. Para la fe cristiana de hoy es una tentación usar a Satanás como una coartada que excuse de responsabilidades personales y sociales.

         Estar con Jesús implica dejar de temer al demonio, implica abrirse mucho al plan de Dios, a su accionar. No se trata aquí de cuestionar la existencia o no del diablo, ni las características de su identidad, se trata, ante todo de optar por Dios, de actuar desde él.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Recuerdo haber comentado ya este pasaje evangélico de hoy, y por ello me ciño a una sola frase: Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. La conclusión remata los argumentos empleados por Jesús contra los fariseos que atribuían sus milagros y exorcismos a la alianza con el príncipe de los demonios o al uso de artes ligadas a la magia.

         Jesús desmonta la interpretación de los fariseos, haciendo ver lo ilógico de su razonamiento. Es ilógico pensar que los demonios se hagan la guerra a sí mismos. Son malvados, pero no idiotas.

         Jesús no actúa como aliado del demonio en contra del hombre poseído por el demonio, sino como aliado del hombre sometido al demonio de parte de Dios. Por tanto, si él echa los demonios (es decir, libera de la enfermedad, del maleficio diabólico y del pecado, cura y perdona), es que el reino de Dios ha llegado al hombre enfermo u oprimido.

         Esta llegada no es sino el comienzo de la salvación para una humanidad necesitada de la misma. Jesús entiende, pues, que sus acciones liberadoras representan ya la incoación de ese Reino que él ha venido a traer a un hombre que aspira a esa meta de felicidad y de vida desde su situación de pecado y de muerte.

         Cualquier experiencia de liberación que podamos tener en virtud de la acción de Dios (el dedo de Dios) en el mundo (una curación, la liberación de cualquier forma de esclavitud, la remisión de una culpa que nos oprime, el perdón...) será una expresión de la presencia efectiva de ese Reino que, como todo, comienza siendo una semilla llamada a crecer o una levadura llamada a transformar.

         Así obra Dios, adecuándose a la condición progresiva del hombre, ajustándose a su modo de ser temporal. Ello explica que la salvación del hombre tenga su recorrido en el tiempo, su proceso de maduración, su tránsito hacia lo más perfecto.

         También explica la paciencia de Dios con nosotros, una paciencia que nos enseña a ser pacientes con los demás, a saber esperar el fruto de las cosechas por venir. Que el Señor nos dé capacidad para ver su dedo en las acciones que anuncian la llegada de su Reino a nosotros.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 07/03/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A