6 de Marzo

Miércoles III de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 6 marzo 2024

a) Dt 4, 1.5-9

         En la 1ª lectura de hoy leemos un hermoso discurso de Moisés, recogido por el Deuteronomio. Moisés está contemplando la tierra prometida, pero no puede entrar en ella. Dios le ha guiado en el camino, pero otro y no él será el elegido para entrar. Su voz, emocionada, se convierte en canto a la sensatez, perfección y belleza de la ley de Dios. Y quien sea fiel a ella, dice Moisés, "será amigo de Dios", y a eso están llamados los hijos de Israel.

         La ley es expresión de la voluntad divina, y forma parte de la Alianza. Y la observancia de la ley ha de producir 2 efectos entre los gentiles: el reconocimiento de la sublimidad de Dios, y la constatación de su presencia en medio de su pueblo.

         Las grandes maravillas realizadas por Dios en favor de Israel deberían haber sido motivo para mantenerse fieles al Señor. Pero la historia de la salvación nos manifiesta lo contrario: que el pueblo de Dios fue ingrato e infiel al Señor, y no una sino muchas veces.

         ¿Y nosotros? Porque en nosotros, Dios ha realizado aún mayores portentos que con los hebreos, por la encarnación de su Hijo, por la redención de su Hijo, la institución de la Iglesia, por la eucaristía diaria y por los demás sacramentos. Hemos heredado de los hebreos los mandamientos de Dios para que los cumplamos. ¿Los cumplimos?

         Esos preceptos y mandatos son santos, sabios e inviolables, como el mismo Dios. Son frutos de la bondad, de la sabiduría, de la justicia y de la santidad de Dios. ¿Puede haber para nosotros algo mejor, más razonable, más santo, más poderoso y más dichoso que la santa voluntad de Dios, expresada en sus mandamientos?

         Tal vez muchas veces hemos dejado de cumplirlos. Hoy, en esta celebración cuaresmal, podemos volver a escoger el camino de los divinos preceptos: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Y a tu prójimo como a ti mismo".

Manuel Garrido

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         Moisés es peregrino por el desierto, conversador con Dios en el Sinaí y receptor de sus mandamientos. Había sido el gran mensajero de Dios. Y hoy, que se encuentra cercano al Jordán, y en una montaña desde la que podía contemplar la tierra prometida, el Señor le quita el privilegio de entrar él mismo a tomar posesión de ella. Misterios de la elección divina.

         Por eso, el texto del Deuteronomio que hoy leemos tiene algo de testamento espiritual mosaico, y con él se cierra (llega a su plenitud) el Pentateuco. Y cuando el Pentateuco se cierra, lo que venga posteriormente será otra cosa, a forma de explanación histórica sobre las enseñanzas ya recibidas y dadas.

         Memoricemos, pues, esta frase: los mandamientos esenciales, los de la ley (no sus derivaciones casuísticas y ritualistas), son la encarnación de la sabiduría y prudencia, con que quiso proceder Dios con su pueblo. He aquí un profundo pensamiento religioso, y que habrá de guiar al pueblo de Israel: ser fieles a la ley es saber aplicar la gran sabiduría y prudencia de Dios, a la hora de medir los tiempos.

         La ley bien entendida fue la que liberó de la esclavitud, y es signo de amor y libertad interior. La ley (los mandamientos de Dios) guió a los hebreos por el desierto, en las cosas pequeñas y grandes y hasta en los últimos detalles.

         Esa ley fue símbolo del amor y alianza entre Dios y su pueblo, aun a pesar de las contrariedades. Y para nada fue secundada por los hebreos por miedo al castigo o para sacar ganancias. Había sido la ley del amor, en las cotidianeidades de cada día del desierto. Y Dios preservó todo eso intacto, antes de entrar en la tierra prometida y no permitiendo que Moisés (el autentificador de la ley) entrase en ella.

José A. Martínez

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         Moisés exhorta a su pueblo, en vísperas de entrar en la tierra prometida, a que viva según la voluntad de Dios y a que cumpla la parte que le toca, en la Alianza que han firmado con Dios. Dicha Alianza se concreta en normas de vida, y cumplirla significa vivir según sus mandamientos.

         Pero Moisés se lo recuerda a su pueblo en un tono positivo: qué afortunado eres, Israel, que tienes un Dios tan cercano, un Dios que te dirige su palabra y te orienta, y te enseña su propia sabiduría. Pues eso no lo tiene ningún otro pueblo de la tierra. Así, pues, si sigues esos caminos que Dios te señala, caminos que son verdaderamente justos y sensatos, llegarás a la felicidad y a la vida.

         El salmo responsorial de hoy nos invita por ello a alabar a Dios, mediante la fórmula "glorifica al Señor, Jerusalén". Porque Dios ha bendecido a su pueblo y le ha comunicado su palabra: "Dios envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel, y con ninguna nación obró así".

         Si los israelitas estaban orgullosos de la palabra que Dios les dirigía, y de la sabiduría que les enseñaba, nosotros los cristianos deberíamos tener razones para sentirnos todavía más contentos. Porque Dios nos ha dirigido su palabra viviente, su propio Hijo y el verdadero Maestro que nos orienta en la vida. Nosotros sí que podemos decir que "con ninguna nación obró así".

         La cuaresma es el tiempo de una vuelta decidida a Dios, a sus enseñanzas y caminos. Sin seleccionar sólo aquello que nos gusta, o quedarnos tampoco en palabras. Pues cuaresma significa cambiar de vida, y eso se lleva a cabo con las obras.

José Aldazábal

b) Mt 5, 17-19

         A veces Jesús en el evangelio critica las interpretaciones exageradas que los maestros de su época hacen de la disciplina. Pero hoy la defiende, diciendo que hay que cumplir los mandamientos de Dios. Él no ha venido a abolir la ley. En todo caso, a darle plenitud, a perfeccionarla. Invita a cumplir las normas que Dios ha dado, las grandes y las pequeñas. A cumplirlas y a enseñar a cumplirlas.

         Nosotros escuchamos con frecuencia la palabra de Dios. Cada día nos miramos al espejo para ver si vamos conservando la imagen que Dios nos pide. Cada día volvemos a la escuela, en la que el Maestro nos va ayudando en una formación permanente que nunca acaba. Es una de las consignas de la cuaresma: poner más atención a esa palabra, sobre todo en la 1ª parte de la eucaristía. Para contrarrestar otras muchas palabras que luego escuchamos en este mundo y que generalmente no coinciden con lo que nos ha dicho Dios.

         En la cuaresma nos hemos propuesto orientar nuestra conducta de cada día según esa palabra. Que se note que algo cambia en nuestra vida porque nos preparamos a la Pascua, que es vida nueva con Cristo y como Cristo.

José Aldazábal

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         Hoy día hay mucho respeto por las distintas religiones. Todas ellas expresan la búsqueda de la trascendencia por parte del hombre, la búsqueda del más allá, de las realidades eternas. En cambio, en el cristianismo, que hunde sus raíces en el judaísmo, este fenómeno es inverso: es Dios quien busca al hombre.

         Como recordaba Juan Pablo II, Dios desea acercarse al hombre, dirigirle sus palabras y mostrarle su rostro, porque busca la intimidad con él. Esto se hace realidad en el pueblo de Israel, pueblo escogido por Dios para recibir sus palabras. Ésta es la experiencia que tiene Moisés cuando dice: "¿Hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Dios de nosotros, siempre que le invocamos?" (Dt 4, 7).

         Jesús lleva a cumplimiento, con su presencia, el deseo de Dios de acercarse al hombre. Por eso dice que "no ha venido a abolir la ley y los profetas, sino a dar cumplimiento" (Mt 5, 17). Viene a enriquecerlos, a iluminarlos para que los hombres conozcan el verdadero rostro de Dios y puedan entrar en intimidad con él.

         En este sentido, menospreciar las indicaciones de Dios, por insignificantes que sean, comporta un conocimiento raquítico de Dios y, por eso, uno será tenido por pequeño en el Reino del Cielo. Y es que, como decía San Teófilo de Antioquía, "Dios es visto por los que pueden verle, y éstos sólo necesitan tener abiertos los ojos del espíritu, y dejar de tenerlos empañados". Aspiremos, pues, en la oración a seguir con gran fidelidad todas las indicaciones del Señor. Así, llegaremos a una gran intimidad con él y, por tanto, seremos tenidos por grandes en el Reino del Cielo.

Vicenç Guinot

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         Esta es una perícopa llena de esperanza para la humanidad, ya que Jesús explica el sentido de su presencia: ha venido al mundo a hacer realidad la ley y lo dicho por los profetas. Jesús, con estas palabras, reconoce el trabajo de las generaciones anteriores y le da validez. Él no parte de cero, como si la humanidad no hubiera hecho nada valioso hasta el presente.

         También la ley tiene elementos de Reino y en la medida en que se cumpla esos elementos, se participa en el Reino que él propone. El Pentateuco, la verdadera ley divina, contiene en parte los grandes sueños de la humanidad: el paraíso como proyecto, la posesión de una tierra, la promesa de una familia, el fin de la opresión, la conquista de la libertad, la distribución justa de la tierra... todos ellos proyectos humanos en los que se siente la presencia de Dios.

         Jesús es la más clara manifestación del apoyo de Dios a las utopías humanas (que son también divinas) porque fue él quien las sembró en el corazón de la humanidad. Hubo un tiempo en que el pueblo hebreo deseó vivir en una nueva sociedad, sin egoísmos, en fraternidad e igualdad. Y aunque sus instintos lo dominaron y lo alejaron de sus sueños, quedó la esperanza de su realización y se vislumbró que era posible una alternativa de nueva sociedad.

         Jesús lo confirma ahora no sólo con sus palabras, sino con sus hechos: condena las estructuras sociales de su tiempo que, por tener como valores supremos el individualismo y la ambición, matan toda utopía social. La ley esta escrita, los profetas señalaron el camino, y el ser humano, acercándose y alejándose del mismo, sigue soñando con un mundo más justo.

         Pese a todas las dificultades, podemos estar seguros de esto: no estamos solos en este sueño. Jesús manifestó su deseo de acompañarnos, pues él tuvo un sueño mayor que el del AT: creyó que con él comenzaba a hacerse posible una sociedad igualitaria, solidaria y fraterna.

Juan Mateos

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         La presencia de Jesús en el pueblo de Israel no debe entenderse como una ruptura brusca y desconectada con todo el proceso de la historia de la salvación. Al contrario, es la plenificación de esa historia lo que ocurre con Jesús. Jesús que plenifica debe ser el tema de hoy, como lo debió ser en su momento histórico. Esto no quita al actuar de Jesús lo novedoso, como tampoco debe absolutizarse la inmediata historia pasada, representada en la ley, que se había convertido para el pueblo en el fin, olvidando a Dios.

         La ley es un medio para llegar a Dios, que es el fin. No puede el medio convertirse en fin. Eso había ocurrido en el pueblo de Israel y Jesús lo replantea. Es parte de su misión profética, recuperar la verdadera imagen de Dios o proponerla para los que no la conocían. Jesús es la ley.

         El de hoy puede ser un texto para judíos o para aquellos que absolutizan las leyes, las de Dios o las de los hombres; el peligro existe en hacerlo, principalmente en este último aspecto. Los que nos hemos liberado ya de leyes, simplemente debemos caminar hacia el fin, hacia Dios.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús había tenido actitudes trasgresoras ante determinadas leyes (como la del descanso sabático, o las relativas a la pureza ritual o al ayuno), y tampoco evitó contactos peligrosos (con publicanos y pecadores) o con paganos (como el centurión de Cafarnaum).

         De hecho, Jesús fue acusado por los letrados y fariseos de falta de respeto a la tradición de los mayores, y de expresa inobservancia de la ley judaica. Además, Jesús había contrapuesto "lo dicho a los antiguos" a "lo dicho por él". No es extraño, por tanto, que hoy le presenten como un reformista intolerable del judaísmo, o como alguien que había venido a destruir la ley sagrada de los judíos.

         Las palabras de Jesús, en este pasaje evangélico de hoy, suenan a autodefensa. Al mismo tiempo, quieren ser una explicación de su actitud ante la ley destinada a sus discípulos, también judíos: No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas. No he venido a abolir, sino a dar plenitud. Se declara, pues, plenificador de la ley (no su destructor), y aquel que ha venido a llevar a su perfección tanto la ley (= Pentateuco) como los profetas.

         Aquí hay una labor que consiste en conducir a su perfección algo (ley, profetas, revelación) que es imperfecto, o sacar a la luz toda la virtualidad que se esconde en un mandamiento.

         Jesucristo no es un marcionita que reniegue de su tradición (del AT), pero entiende que con él llega la plenitud de la revelación que tiene sus fases y sus intensidades. Y por eso puede decir: Habéis oído que se dijo, pero yo os digo. En este caso, habéis oído que se dijo: no cometerás adulterio; pero yo os digo: aquel que mira a una mujer deseándola en su interior ya ha cometido adulterio con ella.

         En este pasaje no observamos ninguna anulación o rebaja del precepto, sino más bien una radicalización del mismo, puesto que es llevado hasta el interior de la persona (hasta el ámbito de sus intenciones, pensamientos y deseos). Es como sacar del mandamiento toda su virtualidad, o toda su verdad.

         Para no cometer adulterio no basta con no llevar a cabo una acción adulterina, sino que es necesario abstenerse del pensamiento y del deseo del mismo. Aquí hay evidentemente una radicalización de la ley. Lo mismo sucede con el antiguo mandamiento del "amor al prójimo", que Jesús lleva hasta el "amor al enemigo" (haciendo introducir la categoría de enemigo entre las categorías de prójimo).

         También aquí hay un llevar a plenitud el concepto de prójimo, porque dar o llevar a plenitud es, sin duda, poner al descubierto toda su verdad: la verdad del judaísmo, la verdad del AT, la verdad de la revelación, la verdad de la ley, la verdad de los profetas, la verdad de los mandamientos de la ley de Dios, la verdad del sábado, la verdad de la pureza interior, la verdad del ayuno y las observancias cuaresmales, la verdad del corazón del hombre.

         Así, cuando Jesús se muestra contrario a ciertas tradiciones y observancias judías (como ciertos modos de practicar el sábado, la pureza ritual o el ayuno), lo que hace es rescatar la verdad de las mismas recubierta por las hipocresías y falsas justificaciones, construidas por los hombres para aparecer como justos.

         Jesucristo declara, por tanto, no haber venido a abolir la ley y los profetas, sino a darles plenitud. Y añade para subrayar más esta aseveración: Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. Se trata de una afirmación que revaloriza enormemente la ley, dándole una consistencia y un rango divinos. Antes pasarán el cielo y la tierra que la ley.

         Además, no dejará de cumplirse hasta en sus últimos detalles. Jesús le confiere un rango similar al que tiene la Escritura, de la cual no se puede tocar (a riesgo de profanar) ni una letra, ni una tilde. Y prosigue: El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.

         Entre los preceptos de la ley, los hay más y menos importantes. Pues bien, Jesús parece mostrar aprecio incluso por los de menor importancia, pues quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos. Y tiene su explicación: el amor también repara en los detalles y tiene muy en cuenta las cuestiones menores. Porque en el amor hay delicadeza, y la delicadeza presta atención a esos detalles tan presentes en las relaciones humanas (sostenidas por la savia del amor).

         La obediencia amorosa también se aplica a las acciones menos notorias, más escondidas. Es un obsequio del entendimiento y una adhesión de la voluntad a una autoridad reconocida como tal a cuyo criterio y orientación uno está dispuesto a someter su vida hasta en las cuestiones más nimias e intranscendentes. También aquí hay delicadeza y deseo de no disgustar o de no ofender.

         Sí, también los preceptos menos importantes tienen su importancia para el que ama a Aquel de quien proceden y para el que reconoce en ellos una expresión más de su bondad. El cumplimiento (amoroso) de tales preceptos engrandece de tal manera, al que los cumple, que le hará grande en el Reino de los Cielos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 06/03/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A