8 de Marzo

Viernes III de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 8 marzo 2024

a) Os 14, 2-10

         Meditamos hoy las palabras finales del libro de Oseas, que nos ofrecen las únicas palabras de consuelo y esperanza que aparecen a lo largo de sus 14 capítulos. Pero no creáis que Oseas es un profeta melancólico, sino que su mensaje profundo aparece velado a través de gestos y signos sensibles, con los que el profeta trata de explicar al pueblo sencillo el mensaje de Dios.

         En este caso, el profeta Oseas ofrece su propio caso como símbolo de esa enseñanza, y ofrece su propia vida como un signo, en medio del más lastimoso de todos los dramas: la traición de su mujer. En efecto, Oseas se ha casado con una mujer a la que ama, pero ésta le es infiel y le engaña yéndose con otro. Oseas la sigue amando y, tras someterla a prueba, la vuelve a tomar como esposa.

         El episodio doloroso del profeta, con el que comienza su mensaje, se convierte así en el símbolo del amor que Dios tiene a su pueblo. Israel, con quien Dios se ha desposado, se ha conducido como una mujer infiel (como una prostituta), y ha provocado el furor y los celos de su esposo divino. Éste sigue queriéndola y, si la castiga, es para atraerla hacia sí y devolverle la alegría del primer amor.

         Con una audacia que sorprende, y una pasión que impresiona, el alma tierna y violenta de Oseas expresa así, por 1ª vez en la Escritura, las relaciones entre Dios e Israel mediante la imagen y terminología del matrimonio. Todo su mensaje tiene como tema fundamental el amor de Dios, despreciado por su pueblo.

         Oseas arremete con furia (mal contenida) contra todo cuanto en la historia de Israel ha sido desprecio para el Señor, y sus críticas a las clases dirigentes, a los sacerdotes y a los explotadores, son duras. Habla desde su propia rabia (convertida ahora en símbolo), y la Palabra de Dios adquiere ahora todo el fuego pasional de un marido engañado.

Noel Quesson

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         El libro de Oseas conmovió profundamente a los hombres del AT, por lo que no es de extrañar que el NT se inspire en él, y lo cite con alguna frecuencia. Pues la comunidad cristiana vio en sus páginas la imagen del amor que Cristo tiene a su Iglesia, y místicos como Teresa de Avila y Juan de la Cruz la extendieron a todas las almas fieles, esposas amadas de Cristo.

         En este contexto es donde tenemos que situar las palabras que hoy meditamos. El corazón de Oseas se ha ido vaciando (a lo largo de 13 capítulos) de toda la ira y amargura que se almacenaba en su alma, y que mezclaba el símbolo y la realidad de su dolor. Pero el Dios de Oseas, tan herido y maltratado por su pueblo, no se consume en lamentos estériles y rencorosos, sino que, al final de tanto desprecio, aparece brillando en este último capítulo, en la esperanza de que el pueblo volverá al Señor al cabo de una larga experiencia.

         Pero dicho retorno, del pueblo a Dios, no puede lograrse sin una confesión humilde de los equivocados caminos que se han seguido: "Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste con tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: perdona del todo la iniquidad".

Maertens-Frisque

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         La predicación del profeta Oseas, menor por la extensión de la obra literaria, no por la cualidad de su mensaje, termina con una especie de liturgia penitencial. En los vv. 2-4 tenemos la invitación a la conversión y la bella plegaria del Israel convertido. En los vv. 5-10 se ofrece la respuesta de Dios. Es el doble retorno que acaba en aquella intimidad de amor, que a lo largo de toda la obra ha sido figurada por el simbolismo del amor conyugal, simbolismo que describe no simplemente la alianza, la unión entre dos seres, sino también su auténtica dialéctica.

         La conversión y arrepentimiento es un presupuesto para que el hombre pueda ser salvado, presupuesto que muy bien recoge el dicho agustiniano: "Quien te creó sin contar contigo, no te salvará sin ti". Los judíos han hecho una dramática experiencia de la lejanía de Dios, y lo que ahora espera Dios no es que Israel le ofrezca sus dones, sino que se dé él mismo: "Ya se te ha explicado lo que es bueno y lo que de ti pide Dios: que defiendas el derecho y ames la libertad, y que seas humilde en la presencia de tu Dios" (Mi 6, 8).

         La fe en el Dios Salvador significa orientar toda la vida hacia él. Israel ha de estar dispuesto a asignar un nuevo fin a su vida volviendo de nuevo a Dios y abandonando lo que antes centraba su existencia: "Perdona del todo nuestra culpa; acepta el don que te ofrecemos, el fruto de nuestros labios. Nuestra salvación no está en Asiria ni en montar a caballo, no volveremos a llamar dios nuestro a las obras de nuestras manos" (vv.3-4). Las armas, las alianzas y los ídolos, los 3 elementos en los cuales se había apoyado, no serán ya su fuerza.

         La respuesta del Señor representa el triunfo del amor, del cual Oseas era el gran teólogo y poeta. Este amor gratuito de Dios será como el beso del rocío que devuelve el frescor y la vida. La más bella glosa a la teología del amor, de la conversión y del perdón, según Oseas, podría ser la parábola del padre misericordioso, que no habla solamente de la mutación de sentimientos, sino que expone además la respuesta a la conversión. Quien no encuentra el camino de Dios, o quien no se deja hallar como oveja perdida, pierde el sentido de la vida.

Frederic Raurell

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         El profeta invita a Israel a la conversión: "Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios". Destruido por su iniquidad, Israel se convierte por fin con palabras sinceras y no hipócritas. Reconoce que no lo salvarán alianzas humanas, dioses falsificados ni holocaustos vacíos, sino la primacía del amor en la fidelidad a la alianza con su Dios. Se vislumbra entonces una felicidad paradisíaca.

         Pero la misma conversión es obra del amor gratuito y generoso de Dios. Él sugiere las palabras, sana la infidelidad, es el rocío vivificador, el fruto procede de su gran compasión. En definitiva, es un Dios que hace triunfar su infinito amor.

         En efecto, Oseas ha transformado el sentimiento de culpabilidad de sus compatriotas. Para él, la falta no consiste en la violación de las tradiciones ancestrales y sacrales, de las que uno se libra por medio de ritos penitenciales, sino en la resistencia a encontrar a Dios en la vida ordinaria.

         El pecado es la negación a ver a Dios en la historia de cada día, de cada momento. Por eso, la conversión a la que invita el profeta es un acto interior, por el que el hombre hace callar su orgullo aceptando que el acontecimiento en que vive es iniciativa de Dios con respecto a él y gracia de su benevolencia. La conversión ha de ser la actitud fundamental del creyente.

         El Señor es el único Dios. Ni las obras de nuestras manos, ni nada fuera de él puede ser Dios para nosotros. Todo pecado es fundamentalmente una idolatría y, por tanto, una defección de la alianza, una infidelidad. Con el Salmo 80, lo proclamamos hoy sinceramente:

"Oigo un lenguaje desconocido, que dice que retiré los hombros de la carga, y mis manos dejaron la espuerta. Clamaste en la aflicción y te libré. Te respondí oculto entre los truenos, te puse a prueba junto a la fuente de Meribá. Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti, y ojalá me escuchases, Israel: No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero. Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto. Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino: Te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre".

Manuel Garrido

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         El profeta Oseas habla a las tribus del norte de antes del destierro (ca. 721 a.C), y les urge a que se conviertan. La 1ª parte del pasaje es una oración humilde del pueblo, prometiendo su vuelta a Dios. Es interesante que el mismo Dios ponga en labios de su pueblo las palabras que está deseando oírle: "Perdona nuestra iniquidad, recibe el sacrificio de nuestros labios".

         El pecado principal había sido contra el 1º mandamiento ("no tendrás otro dios más que a mí"). Por eso, el arrepentimiento se refiere a la idolatría: "No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo (o sea, no buscaremos alianzas militares con pueblos extranjeros) y no volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos (no fabricaremos ni adoraremos ídolos)".

         La 2ª parte es la respuesta amable de Dios acogiendo de nuevo a su pueblo, como se acoge al hijo pródigo que vuelve o a la esposa caprichosa después de su escapada: "Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, seré rocío para Israel". Oseas añade por su cuenta que será sabio el que siga este camino de conversión y prudente el que haga caso de la invitación de Dios.

         ¿Es actual la tentación de la idolatría? ¿Podríamos estar faltando al 1º y más importante mandamiento? Sí, también para nosotros se ha repetido hoy el salmo responsorial: "Yo soy el Señor, Dios tuyo, y no tendrás ningún otro dios extraño, ni adorarás a un dios extranjero. Ojalá me escuchases, pueblo mío, y caminases por mi camino".

         En nuestro caso, dichos dioses no serán ídolos de madera o de piedra, pero sí cualquier otra cosa "fabricada por nuestras manos" (el dinero, el éxito, el placer, la comodidad, las estructuras viciadas...). Pues seguimos teniendo la tentación de pactar con Asiria ("montar a caballo"), poniendo nuestra confianza en los medios humanos, no escarmentando por los fracasos, no liberándonos de aquello que ya nos ha defraudado más de 20 veces. Cada uno sabrá, en un examen de conciencia, cuáles son los ídolos en los que está poniendo demasiado interés, olvidándose de Dios.

José Aldazábal

b) Mc 12, 28-34

         Gracias a la pregunta de un buen letrado sabemos a cuál de las numerosas normas que tenían los judíos (más de seiscientas) le daba más importancia Jesús. Y la respuesta de Jesús es clara y sintética: "Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos".

         Los 2 mandamientos no se pueden separar. Toda la ley se condensa en una actitud muy positiva: amar. Amar a Dios y amar a los demás. pero esta vez la medida del amor al prójimo es muy cercana y difícil: "como a ti mismo". Porque a nosotros sí que nos queremos y nos toleramos. Y de esa manera (con esa efusividad) quiere Jesús que amemos a los demás.

         Haremos bien en escuchar las apasionadas palabras de Dios, asegurándonos que nos quiere curar, que está dispuesto a perdonarnos también este año, que nos sigue amando a pesar de nuestras distracciones. Y en saber orientar nuestra vida según lo que Jesús nos ha dicho que es lo principal: el amor. Preguntémonos sinceramente si nuestra vida está organizada según este mandamiento: ¿amamos? ¿Amamos a Dios y al prójimo? ¿O nos amamos sólo a nosotros mismos?

         Tal vez hubiéramos preferido que Jesús contestase a aquel buen hombre diciéndonos que debemos rezar más, o bien ofrecer tales o cuales sacrificios. Pero le dijo, y nos dice a nosotros, que lo que debemos hacer es amar. Y eso es lo que más nos cuesta en la vida. Se entiende, amar gratuitamente, sin pedir nada a cambio, entregando nuestro tiempo, interesándonos por los demás. Es una consigna que nos ocupa las 24 horas del día y los 7 días de la semana.

José Aldazábal

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         Hoy la liturgia cuaresmal nos presenta el amor como la raíz más profunda de la autocomunicación de Dios: "El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar alguna cosa, porque está hecha de amor, que yo por amor la creé" (Santa Catalina de Siena). Dios es amor todopoderoso, amor hasta el extremo, amor crucificado. Y en este evangelio no sólo se contenta con auto-revelarse (como amor), sino que quiere ser amado.

         En efecto, con un mandamiento del Deutoronomio ("ama al Señor, tu Dios"; Dt 6, 5) y otro del Levítico ("ama a los otros"; Lev 19, 18), Jesús lleva a término la plenitud de la ley. Él ama al Padre como Hijo de Dios, pero como Hijo del Hombre también ama a los hombres, y para éstos crea una nueva humanidad, que se amen con un mismo amor (el amor de Dios, y el amor del Hijo).

         La llamada de Jesús a la comunión y a la misión pide una participación en su misma naturaleza, es una intimidad en la que hay que introducirse. Jesús no reivindica nunca ser la meta de nuestra oración y amor. Da gracias al Padre y vive continuamente en su presencia. El misterio de Cristo atrae hacia el amor a Dios (invisible e inaccesible) mientras que, a la vez, es camino para reconocer, verdad en el amor y vida para el hermano visible y presente. Lo más valioso no son las ofrendas quemadas en el altar, sino Cristo que quema como único sacrificio y ofrenda para que seamos en él un solo altar, un solo amor.

         Esta unificación de conocimiento y de amor tejida por el Espíritu Santo permite que Dios ame en nosotros y utilice todas nuestras capacidades, y a nosotros nos concede poder amar como Cristo, con su mismo amor filial y fraterno. Lo que Dios ha unido en el amor, el hombre no lo puede separar. Ésta es la grandeza de quien se somete al Reino de Dios: el amor a uno mismo ya no es obstáculo sino éxtasis para amar al único Dios y a una multitud de hermanos.

Pere Montagut

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         Jesús sigue rodeado de personas ansiosas por saber más acerca de su mensaje. Uno de los convidados toma la palabra queriendo saber qué mandamientos seguir para acceder al Reino. Jesús le resume todos los mandamientos en una antigua ley del Deuteronomio (Dt 6, 4-5), que recalca el amor a Dios con todo nuestro ser antes que ninguna otra cosa.

         Y luego toma otro mandato antiguo, que aparece en el Levítico (Le 19, 18), y ratifica el amor que se debe dar al prójimo. La gran originalidad de Jesús está en que une los dos mandamientos, indicando que uno no se puede cumplir sin el otro. Sólo se puede amar a Dios amando al prójimo.

         Las preguntas que con bastante sabiduría le hacen a Jesús algunas personas del pueblo nos dan a entender que Dios siempre ha estado presente y trabajado en todos los pueblos, en sus culturas, en todos los tiempos, depositado siempre las semillas de su Reino. Y esas preguntas un día llegan a su plenitud, se encuentran con Jesús y quedan respondidas por él.

         Las leyes antiguas que utiliza Jesús para responder a la pregunta que le hacen, así lo ratifican. Jesús responde con libertad y confianza porque comprueba que está vivo el deseo por encontrar el camino correcto y de tener acceso a Dios.

         La comunidad, a partir de la respuesta de Jesús, entiende que el amor a Dios no está puesto fuera de la esfera humana. Es decir, amar a Dios sólo es posible amando al prójimo; y el amor que se practique con Dios debe ser igual al practicado con las demás personas.

         Con esta forma de unir a Dios y al ser humano, Jesús abre un panorama nuevo: se sale de la práctica deshumanizada de la ley, para llegar a lo importante: la humanización, el crecimiento cualitativo del ser humano. Aquí está la gloria de Dios y su máximo mandamiento. Lo importante será el ser humano y no las leyes que matan a las personas para rendir culto a un falso dios. Ahora el hombre es reconocido en su verdadera dimensión y se le quita al poderoso la oportunidad de manipular la ley en su favor.

Juan Mateos

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         En el texto evangélico de hoy se da la confluencia de los textos centrales del judaísmo y del cristianismo: el Shemá Israel (texto que, junto con el rito de la circunsición, daba identidad a la espiritualidad y acción del pueblo hebreo) y el Amarás cristiano (que imperaba a la filiación divina y fraternidad humana, como máxima insustituible de la Iglesia).

         En efecto, para Jesucristo el amor (a Dios y al prójimo) es el punto central y más importante, y el centro de toda reflexión y acción cristiana. Porque es en esos 2 elementos (Dios y el prójimo) es donde se encuentra el Reino, y porque ambos van entretejiendo una trama de relaciones que, a fin de cuentas, es lo que importa, para introducir en el Reino a los hijos de Dios (y no alejarlos todavía más).

         Con este mandamiento doble del amor, se juega, se apuesta y se consigue el Reino de Dios. Y con él Jesús podría decir de mí como dijo de aquel maestro respecto a su cercanía con el Reino de los Dios: "no estás lejos".

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         En cierta ocasión, nos dice hoy el evangelista, se acercó a Jesús un letrado con una pregunta que, en principio, no parecía esconder ninguna intención aviesa: ¿Qué mandamiento es el primero de todos?

         Evidentemente, no se trata de primero en el orden expositivo, sino en el orden estimativo. Es decir, el primero en importancia, el primero por ser aquel que debe ser tenido más en cuenta o que sostiene todos los demás. Probablemente era una cuestión planteada en las discusiones escolares mantenidas por los rabinos.

         La respuesta de Jesús es, en sus comienzos, la que cabía esperar de un rabino familiarizado con los escritos de la ley (Pentateuco): Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.

         A esta formulación deuteronómica del 1º mandamiento, tomada en su literalidad, añade Jesús: El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos. Para un judío, nada es más importante que Dios. Por eso el mandamiento primero, para el que forma parte del pueblo de Dios, es el reconocimiento de este Dios como único Señor. Y en cuanto único debe ser apreciado y amado de manera única, por encima de todo y con todo nuestro ser, alma, mente y corazón.

         Jesús también reconoce la primacía de Dios, y coincide con el Deuteronomio en calificar este mandamiento como primero. Pero hay un mandamiento segundo que, siendo 2º, es equiparable al 1º en importancia, pues ningún otro mandamiento es mayor que estos dos. En realidad, ambos están tan estrechamente unidos que constituyen las dos caras de la misma moneda. El mandamiento segundo también consiste en amar, pero el destinatario de este amor no es ahora Dios, sino el prójimo.

         En su formulación, Jesús ofrece, siguiendo el dictado de la antigua Regla de Oro, la medida del amor al prójimo: Como a ti mismo. Desear para el prójimo el bien que deseamos para nosotros mismos es una buena medida, aunque pueda estar expuesta al error, dado que podemos confundir un bien con un mal. Por eso en otros lugares se nos ofrecerá una medida superior: Como yo os he amado. Esta es la medida suprema del amor: como Cristo nos ha amado (y nos ama), que es el mejor reflejo del amor de Dios en la tierra.

         Amar es un verbo en activa que implica acción: la acción de dar y de darse en bien de los demás. El que ama busca el bien de la persona amada. Supone, por tanto, una actitud benevolente y benéfica que debe traducirse en obras o en actos; sólo éstos demuestran la verdad o la seriedad de las actitudes.

         Al prójimo amado y necesitado le podemos colmar de bienes materiales o tangibles (comida, vestido, vivienda, dinero...) y espirituales o intangibles (educación, consuelo, afecto, apoyo, ánimo...). Pero a Dios, ¿con qué bienes le podemos enriquecer? ¿Qué le podemos dar que no hayamos recibido antes de él? ¿O en qué modo le podemos demostrar nuestro amor?

         Es evidente que, en cuanto perfecto, Dios no necesita nada de nosotros, y tan sólo podemos demostrarle nuestro amor reconociéndole como lo que es respecto de nosotros (como único Señor). Esto debe generar en nosotros actitudes de adoración y de alabanza, pero también de obediencia amorosa. Porque no se trata sólo de decir "Señor, Señor", sino de cumplir su voluntad. En definitiva, porque reconocemos en esa voluntad una voluntad benéfica, que quiere el bien para sus criaturas y sus hijos, pues se trata de la voluntad de un Padre que es suprema bondad.

         En relación con Dios, amar es esencialmente dejarse amar o dejarse fecundar por el amor de Dios. Y así, fecundados, amaremos todo lo que Dios ama, al mismo Dios y a cualquiera de sus criaturas que son hechura de sus manos. Especialmente a esas criaturas que conservan la imagen y la semejanza de Dios en sí mismas, y que han sido elevadas a la dignidad de hijos. En último término, amar a Dios es amar, desde Dios, todo lo que Dios ama.

         Cuando el letrado oyó la respuesta de Jesús, contestó dando su aprobación: Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es único y no hay otro más que él y hay que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

         Al parecer, aquel letrado había entendido muy bien el valor que Jesús concedía al amor al prójimo, tanto que lo situaba por encima de las mismas ofrendas (holocaustos y sacrificios) presentadas a Dios. Esto no significaba hacer del 1º mandamiento (el amor a Dios) segundo y del 2º (el amor al prójimo) primero, pero sí hacer del amor (tanto a Dios como al prójimo) algo más valioso que esos actos de culto (hechos de sacrificios) que podían estar fácilmente faltos de amor y, por tanto, vacíos.

         La expresión del letrado hace decir a Jesucristo no estás lejos del reino de Dios, puesto que muestra tener una mentalidad muy próxima a la suya, y no dista de aquella otra: Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.

         Pero la misericordia sólo se puede tener con el prójimo, pues Dios carece de miserias para poder tener misericordia de él. Es decir, que Dios manifiesta tener más aprecio por la misericordia con que remediamos las miserias de nuestros hermanos que por los sacrificios que podamos ofrecerle a él.

         Y si le agradan nuestros sacrificios, como le agradó el sacrificio de su Hijo, es porque son expresión de amor (y obediencia) y fuente de misericordia para con nuestro prójimo. Pensar así es comulgar con el pensamiento de Cristo y no estar lejos del reino de los cielos (aunque no se sea todavía, como aquel letrado, cristiano).

         Pero nosotros sí somos cristianos, o al menos porque hemos recibido el bautismo. Por eso, hemos de preguntarnos si en nuestro modo de pensar estamos cerca o lejos de Jesucristo, que es estar cerca o lejos del Reino de los Cielos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 08/03/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A