27 de Febrero

Martes II de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 febrero 2024

a) Is 1, 10.16-20

         El oráculo que presenta hoy la liturgia se remonta a los primeros años del ministerio del profeta Isaías (antes del 735 a.C), y acomete contra la hipocresía religiosa del pueblo, al estilo colorista de Amós (Am 5, 14-21). Cabe suponer que el oráculo fue pronunciado en el curso de una celebración litúrgica (v.13), sin duda en el momento en que se elevaba el humo de los sacrificios (v.11) y mientras la multitud adoptaba la actitud de los orantes (v.15).

         Y es que el pueblo pensaba que lo que proporcionaba placer a Dios era que la gente pisara gran número de patios del templo, y llevara cuantas más ofrendas mejor. Pero lo que a Dios le placía, anuncia el profeta, no es eso (que por otro lado es impuro, por la inmoralidad de sus oferentes), sino reconocer y cambiar esa religión sin fe, por tratarse de algo repugnante e intolerable.

         Sólo existe una posibilidad de hacer aceptable a Dios el culto, dice Isaías, y es que el pueblo acoja a los pobres y les haga partícipes de la opulencia de los sacrificios que diariamente se hacían (vv. 16-18). Y añade una amenaza, basada en el concepto de retribución temporal: o la obediencia (y abundancia) o la rebelión (y el castigo; v. 19).

         La reforma litúrgica acometida por el Vaticano II muestra hasta qué punto el culto (en la conciencia de muchos) estaba aún en el plano de una religión sin fe. Buen número de cristianos (practicantes estacionales) tenía conciencia de cumplir así con Dios y estar después despreocupado por un buen espacio de tiempo; aceptaban fácilmente que esos deberes están representados por ritos pintorescos e incomprensibles: era el tributo que había que pagar a Dios para que proteja y bendiga su vida.

         Pues bien: la reforma, cercenando los ritos, aligerando la ceremonia, empobreciéndola incluso en cierto sentido, llega a proponer ritos que no tendrán otra consistencia que la fe y la vida concreta de quienes los realizan y el encuentro entre Dios y el hombre. Y esa repentina desnudez del rito, su despojo hasta su reducción a la actitud y al intercambio sublevan a quienes hasta ahora podían ocultar sus sentimientos reales y escudarse con la participación en los sacramentos.

         En adelante, el rito traducirá mejor la conversión personal y la de la comunidad; pero no podrá hacerlo sino respetando más el desenvolvimiento de cada conciencia, los medios vivenciales en que se manifiesta, las piedras de choque socio-culturales de la fe.

Maertens-Frisque

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         Tenemos como tema de comentario la 1ª página del profeta Isaías. Se estrena un profeta, un formidable profeta que comienza a hablar en nombre de Dios. Mucho tiene que sufrir este hombre de Dios en medio de sus contemporáneos.

         El oráculo que hoy leemos de Isaías (el 1º que se conserva del profeta, a nivel cronológico) fue pronunciado probablemente en el Templo de Jerusalén, y fue dirigido contra la religión formulista, externa, vacía y sin amor. Amenaza además dicho oráculo a Israel (el pueblo de Dios), comparando su destino con el de 2 ciudades (Sodoma y Gomorra) que representaban a una sociedad podrida, si no cambia de actitud. Y es que Israel había caído en un culto literal, formulista, ritual y de signos vacíos, sin fe y aprovechándose de dichas fórmulas religiosas para oprimir a los necesitados.

         El profeta exhorta a cambiar de conducta ,y señala en qué consiste la verdadera religión: las obras de amor (hacer el bien, defender al oprimido, consolar a la viuda...). De cambiar de actitud y empezar a hacer esto (las obras de amor), Dios aceptará el culto hebreo, sobre todo si dicho culto da acogida a los pobres y los hace partícipes de los beneficios que reporta. Así, el culto judío se habrá convertido en un culto dotado de fe y caridad, en constante proceso de conversión personal y  comunitaria.

Noel Quesson

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         El libro de Isaías comienza con una nota histórica que encabeza la obra revisada de las profecías. Es un encabezamiento que presenta a la palabra circunstanciada en el espacio y en el tiempo: la palabra en la historia. Aunque la actividad del profeta que da nombre a este libro se limita a unos 38 años (ca. 738-700 a.C), una serie de discípulos siguen el camino trillado por el maestro y adaptan sus grandes líneas a circunstancias nuevas.

         Este patrimonio de teología y de fe permanece como un capital vivo, porque el profeta parece haber seguido la recomendación del Señor: "Guardo el testimonio, sello la instrucción para mis discípulos" (Is 8, 16).

         En nombre de Dios, el profeta entabla un proceso judicial contra el pueblo infiel a las cláusulas de la alianza, sobre todo con el crimen de ingratitud, que aquí parece tomar la fisonomía de síntesis de toda la teología del pecado.

         Dios ha hecho grandes cosas en favor de este pueblo, se ha portado como un padre en su educación (v.2), es decir, en su liberación de Egipto. La metáfora del padre se usa poco en el AT. Probablemente porque en el mundo semítico se vinculaba a él la idea de dominio, de poder y de propiedad. En nuestro texto, en cambio, domina la idea de la amorosa bondad divina. Es una bondad que exige del pueblo una respuesta de fidelidad y de justicia.

         Ha separado el culto de la observancia de la moral. Si el culto no es expresión de un vivo sentimiento interior y de un firme compromiso de vida moral, entonces llega a ser una farsa; las ceremonias externas toman un valor contrario a aquel que por naturaleza habrían de expresar: el incienso se hace una execración, las solemnidades un peso para Dios.

         Es inútil rogar alzando las manos si éstas están manchadas de injusticia contra el prójimo. La respuesta de Israel es inexplicable. La creación es armonía. La comparación antitética entre los animales domésticos (el asno y el buey, fieles a su amo, que los alimenta) y los desagradecidos ciudadanos de Judá (que no son fieles a Dios, que los alimenta), es particularmente eficaz.

Frederic Raurell

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         De nuevo una llamada a la conversión. Esta vez con palabras del profeta a los habitantes de dos ciudades que eran todo un símbolo del pecado en el AT: Sodoma y Gomorra.

         Pues bien, por grandes que sean los pecados de una persona o de un pueblo, si se convierte, "quedarán blancos como la nieve, como lana blanca, y podrán comer de lo sabroso de la tierra" que Dios les prepara. Es expresivo el contraste de los colores, el de los pecados ("rojos como la grana") y el de las obras ("blancos como la nieve").

         Eso sí, tienen que cambiar su conducta, abandonar el mal y comprometerse activamente en el bien: "Escuchad la enseñanza de nuestro Dios: lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones, cesad de obrar mal, defended al oprimido, sed abogados del huérfano".

         El salmo responsorial de hoy da un paso más: compara la liturgia con la caridad, y sale ganando, una vez más, la caridad: "No te reprocho tus sacrificios, pero ¿por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis mandatos?". La acusación de Dios se hace dramática: "Esto haces, ¿y me voy a callar? Te acusaré, te lo echaré en cara".

         La llamada la oímos este año nosotros: cesad de obrar mal, aprended a obrar bien, buscad la justicia. Con mucha confianza en el Dios que sabe y que quiere perdonar. Pero dispuestos a tomar decisiones, a hacer opciones concretas en este camino cuaresmal. No seremos tan viciosos como los de Sodoma o Gomorra. Pero sí somos débiles, flojos, y seguro que podemos acoger en nosotros con mayor coherencia la vida nueva de la Pascua.

         Si cambian algunas actitudes deficientes de nuestra vida, entonces sí que nos estamos preparando a la Pascua: "Al que sigue el buen camino le haré ver la salvación de Dios". Algo tiene que cambiar. ¿Qué defecto o mala costumbre voy a corregir? ¿Qué propósito, de los que he hecho tantas veces en mi vida, voy a cumplir este año?

         Haciendo caso al salmo, está bien que recordemos que nuestra cuaresma será un éxito, no tanto si hemos cambiado algunas cosas de la liturgia, los colores o los cantos. Ni siquiera si hemos cumplido los días prescritos de abstinencia de algunos alimentos. Sino, como la palabra de Dios insiste en proponernos todos estos días, si cambiamos nuestra conducta, nuestra relación con los demás. No puede ser buena una Eucaristía que no vaya acompañada de fraternidad, una comunión que nos une con Cristo pero no nos une más con el prójimo.

José Aldazábal

b) Mt 23, 1-12

         La hipocresía que ya denunciaba el salmo responsorial de hoy (rezar a Dios, pero no cumplir sus enseñanzas en la vida) la desenmascara todavía con mayor fuerza Jesús en el evangelio.

         Su punto de mira son una vez más los fariseos, que hablan pero no cumplen, que son exigentes para con los demás y permisivos para consigo mismos, que todo lo hacen para recibir las alabanzas de la gente y andan buscando los primeros puestos. Jesús les acusa de intransigentes, de vanidosos, de contentarse con las formas exteriores, para la galería, pero sin coherencia interior.

         Jesús quiere en los suyos la actitud contraria: "El primero entre vosotros será vuestro servidor". Como él mismo, que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por los demás.

         Apliquémonos en concreto la dura advertencia de Jesús a los fariseos, que eran unos catedráticos a la hora de explicar cosas, pero ellos no las cumplían. La hipocresía puede ser precisamente el pecado de "los buenos". Nos resulta fácil hablar, explicar a los demás el camino del bien, y luego corremos el peligro de que nuestra conducta esté muy lejos de lo que explicamos.

         ¿Podría decir Jesús de nosotros (los que hablamos a los demás en la catequesis, en la comunidad parroquial o religiosa, en la escuela, en la familia), "haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen"? ¿Qué hay de fariseo en nosotros? ¿Nos conformamos con la apariencia exterior? ¿Somos exigentes con los demás y tolerantes con nosotros mismos? ¿Nos gusta decir palabras bonitas (amor, democracia, comunidad) y luego resulta que no corresponden a nuestras obras? ¿Buscamos la alabanza de los demás y los primeros puestos?

         La palabra de Dios nos va persiguiendo a lo largo de estas semanas de Cuaresma para que no nos quedemos en unos retoques superficiales, sino que profundicemos en nuestro camino de Pascua.

José Aldazábal

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         Sólo hay una cosa que saca a Jesús de sus casillas: la hipocresía. Él puede entender todas las debilidades humanas porque ha descendido al pozo de la debilidad. Lo que no soporta es el doble juego, el cultivo de la simple apariencia.

         El evangelio de hoy nos lo hace ver con claridad. Jesús no pertenecía a la tribu de Leví, de la que salían los sacerdotes. Tampoco era miembro de ningún grupo religioso como el de los fariseos. Observa la realidad desde su condición de hombre del pueblo llano. Su profunda experiencia religiosa no puede tolerar la conducta de los que dicen hablar "en nombre de Dios".

         Lo que Jesús dice de las autoridades religiosas de su tiempo conserva su fuerza en relación con las autoridades religiosas de todos los tiempos: los maestros de la ley se han sentado en la cátedra de Moisés. La tendencia a pontificar, a identificar nuestra opinión con lo que Dios pide, es una tentación que nos afecta a todos los creyentes. Puede que en ocasiones esta tentación afecte más al magisterio, pero ninguno de nosotros estamos exentos.

         En español tenemos una expresión muy clara: "sentar cátedra". ¿Cuántas veces sentamos cátedra nosotros, en nuestros análisis de la sociedad, en nuestros juicios sobre personas y situaciones, en apuntar a Dios a un bando o a otro?

         Haced lo que dicen. El mal ejemplo no desautoriza la fuerza de la Palabra de Dios, que nunca se confunde con nuestras pobres mediaciones humanas. Me cuesta entender esas reacciones apasionadas de quienes, tras algún escándalo eclesial, deciden no participar en la eucaristía o no contribuir económicamente a la comunidad, o incluso borrarse del anágrafe parroquial. ¡Como si la inabarcable soberanía de Dios quedara reducida por la mediocridad de nuestros dirigentes!

         No os dejéis llamar maestro. En nuestra sociedad actual un maestro no es necesariamente un modelo de conducta. Más aún: hoy se defiende una neta separación entre la vida profesional (que tiene que ser impoluta) y la vida personal (que queda al arbitrio de cada uno). Pero en otras sociedades, el maestro no es un simple transmisor de conocimientos sino un modelo de vida. Jesús nos invita a no darnos demasiada importancia porque todos, incluidos los que tienen fama de buenos, andamos cojeando. En su comunidad todos somos discípulos. Lo importante es mirar al único Maestro.

Gonzalo Fernández

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         Hoy Jesús nos llama a dar testimonio de vida cristiana mediante el ejemplo, la coherencia de vida y la rectitud de intención. El Señor, refiriéndose a los maestros de la ley y a los fariseos, nos dice: "No imitéis su conducta, porque dicen y no hacen" (Mt 23, 3). ¡Es una acusación terrible!

         Todos tenemos experiencia del mal y del escándalo (desorientación de las almas) que causa el anti-testimonio, es decir, el mal ejemplo. A la vez, todos también recordamos el bien que nos han hecho los buenos ejemplos que hemos visto a lo largo de nuestras vidas. No olvidemos el dicho popular que afirma que "más vale una imagen que mil palabras". En definitiva, y hoy más que nunca, "la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna" (Juan Pablo II).

         Y una modalidad de mal ejemplo especialmente perniciosa para la evangelización es la falta de coherencia de vida. Un apóstol del III milenio, que se encuentra llamado a la santidad en medio de la gestión de los asuntos temporales, ha de tener presente que "la unidad de vida de los fieles laicos (escribió Juan Pablo II) tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria, deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la comunión con Dios en Cristo".

         Finalmente, Jesús se lamenta de quienes "todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres" (Mt 23, 5). La autenticidad de nuestra vida de apóstoles de Cristo reclama la rectitud de intención. Hemos de actuar, sobre todo, por amor a Dios, para la gloria del Padre. Tal como lo podemos leer en el Catecismo de la Iglesia, "Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación". He aquí nuestra grandeza: ¡servir a Dios como hijos suyos!

Antoni Carol

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         Jesús se dirige a la gente que le escucha, a los sencillos del pueblo y no a los letrados y fariseos que conformaban la clase aristocrática. Jesús no quiere que los pobres de su pueblo repitan los modelos de degeneración y de injusticia en los cuales los letrados y fariseos vivían sumidos. Los ricos del pueblo torcieron las leyes, porque sólo así podían tener sometida a la población sencilla. Los hombres de letras y los hombres de leyes se apropiaron de la "cátedra de Moisés", para disfrazar sus intereses y manejar al pueblo, y así empobrecerlo.

         La "cátedra de Moisés" era el lugar donde los profetas se sentaban a enseñar, según aparece en Dt 18,15.18. Este símbolo de la tradición Judía, desde donde se daban las leyes que el pueblo asumía como mandadas por Dios, fue usurpado por los poderosos para poder acomodar las normas a su antojo. Lo que menos importaba a los manipuladores de la ley era la vida del pueblo.

         Jesús descubre la falsedad y la manipulación que los letrados y fariseos hacen de la ley y los combate con fuerza. Sobre todo enseña a la gente sencilla a no ser como aquellos que han cambiado el sentido de la ley en Israel. Luego también da una lección a sus seguidores: la lección del servicio, un servicio que no busca sino que el hermano y la hermana se sientan dignificados.

         El servicio que Jesús plantea supera la falsedad de vida a la que había conducido el legalismo judío, que admiraba a cualquiera que vociferara la ley de memoria. La grandeza en la nueva forma de vida inaugurada por Jesús se basaba en el servicio, en especial a los más pobres, a los sencillos, a los que no tenían ningún privilegio.

Juan Mateos

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         Por este texto vemos un poco el conocimiento que Jesús, y su evangelista Mateo, podían tener de la psicología humana. Y podemos intuir lo que ambos pensaban del futuro de la comunidad, o su manera de juzgar las experiencias pasadas para proponer unas nuevas sin los vicios de aquellas. Por eso es un paso más en el caminar.

         Es muy natural, pero no por eso debe ser así, lo repetimos, que cuando ya tenemos una manera de hacer las cosas, cuando ya logramos un trecho en el camino, nos convertimos en verdugos para los demás: nos ponemos de modelos (los fariseos, por ejemplo) y buscamos la manera de que los otros se enteren para que vean cuán buenos somos y qué tan cerca de Dios estamos.

         El paso siguiente para Jesús es: no creerse y abusar porque se están haciendo las cosas de Dios o porque se están haciendo en su nombre. Jesús propone, de una manera explícita, que no nos dejemos llamar padres, maestros o jefes. ¿Qué pasa, pues, en nuestra comunidad, que seguimos tan pegados al protocolo? ¿Nos estamos dejando manejar por nuestro inconsciente? Vale la pena intentar una respuesta.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús se dirige hoy a la gente y a sus discípulos, pero les habla de terceras personas y les previene frente al proceder de quienes se han constituido a sí mismos en guías espirituales del pueblo. En concreto, les da un hecho (en la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos) y una recomendación (haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen). ¿Y por qué? Porque ellos no hacen lo que dicen. La cátedra de Moisés era la sede magisterial más importante del pueblo de Israel.

         Moisés fue el dirigente por excelencia del pueblo judío, el que lideró la liberación de la esclavitud de Egipto y el que dio a estos esclavos hebreos el rango de pueblo libre e independiente. La cátedra de Moisés, por tanto, era el máximo exponente de la dirección espiritual del pueblo.

         Pues bien, nos dice Jesús que en esa cátedra se han sentado los letrados (especialistas en las Escrituras) y los fariseos (piadosos cumplidores de la ley mosaica), erigiéndose a sí mismos en sucesores de Moisés y directores espirituales del pueblo judío.

         Ante tales dirigentes, Jesús adopta una actitud muy crítica: Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen. La crítica sigue teniendo actualidad y alcanza a cuantos ocupan alguna cátedra o puesto de dirección (obispos, sacerdotes...) en medio del pueblo.

         Por eso no podemos eximirnos de ella como si no fuera con nosotros. Jesús no censura su doctrina o magisterio, aunque en otras ocasiones lo haga, sino su falta de coherencia entre lo que dicen (o predican) y lo que hacen (o practican). Haréis bien en cumplir lo que os digan, viene a decirles, pero no en hacer lo que ellos hacen. Atended, pues, a sus directrices, porque son válidas y buenas, pero no a su conducta, porque dista mucho de lo que enseñan que debe hacerse.

         No obstante, ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, y no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Liar fardos pesados e insoportables para cargarlos sobre los hombros de la gente era, por lo visto, una actividad que formaba parte de la enseñanza y de la dirección moral.

         La crítica de Jesús, por tanto, alcanza al magisterio práctico de los dirigentes judíos. Imponen una legislación moral opresiva e insoportable, y la cargan sobre los hombros de la gente, que tienen que soportarla hasta límites inhumanos; pero ellos no ayudan a llevar la carga, no mueven un solo dedo para empujar. Por tanto, ni aligeran la carga, ni ayudan a llevarla. Jesús pone de relieve la opresión sentida por el pueblo de la moral farisaica.

         Mientras tanto, ellos se dedican a alargar las filacterias y a ensanchar las franjas del manto, acrecentando así la apariencia de piedad, a ocupar primeros asientos en los banquetes públicos o privados y los asientos de honor en las sinagogas.

         La crítica subraya que disfrutan con este trato de honor, porque se les ha pegado la vanidad hasta no poder desprenderse de ella. Lo que buscan en los banquetes y en las sinagogas lo trasladan incluso a la calle, porque también en la calle gustan de las reverencias y de los reconocimientos: que la gente los llame maestros.

         Los rasgos con que Jesús describe el comportamiento de los fariseos resultan tan familiares que no dejan de provocar estremecimiento al que mantiene despierta su sensibilidad. Porque hoy seguimos tan interesados y ocupados en franjas del manto (o en indumentarias), en asientos de honor y en reconocimientos como entonces.

         Ante determinados espectáculos eclesiales podemos tener la impresión de lo difícil (casi imposible) que nos resulta prescindir de ciertas apariencias y vanidades. Y esto porque siempre encontraremos razones (de dignidad, de culto, de sacralidad, de distinción...) para justificarlas, aun manteniendo el empeño por substraer semejante comportamiento de ese virus de la vanidad (a cuyo influjo es tan raro escapar). Pero los fariseos, como nosotros, también tenían sus razones.

         Y porque este proceder es tan universal, Jesús se dirige ahora a sus discípulos proponiéndoles un cambio de actitud o de modelo. Ellos acabarán siendo también guías y dirigentes del pueblo cristiano. Por eso les conviene tener en cuenta estas recomendaciones: Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor.

         Sin embargo, ¿no es la pretensión de Jesús una utopía imposible de realizar? ¿O cómo no dejarse llamar maestro ejerciendo una función magisterial? ¿O padre, ejerciendo un oficio paternal?

         La solución a este dilema la ofrece el mismo Jesús al señalar que hay un maestro del que brota todo el magisterio eclesial, lo mismo que un padre del que nace toda paternidad. En relación con este Maestro, todos somos discípulos y hermanos, hasta los que ejercen el magisterio en la Iglesia.

         Pero no siempre se mantiene esta perspectiva y asumimos posturas que pierden de vista la humilde sumisión al magisterio supremo de Cristo. Cuántas veces los que ocupamos ciertas cátedras o púlpitos nos hemos constituido en maestros de todo, incluso de esas materias que no eran de nuestra competencia, como si dispusiéramos de un saber infalible.

         Sucede también que por el hecho de considerarnos representantes de Cristo, podemos exigir de los demás un tratamiento (o un respeto reverencial) que no se lo concedemos a ningún otro.

         Pero tendríamos que tener muy presente estas sentencias evangélicas: Uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos (algo que incluye a todos los cristianos; también a la jerarquía), y uno solo es vuestro Padre, el del cielo; y uno solo es vuestro Señor, Cristo. ¡Cómo tendríamos que grabar a fuego en nuestra alma cristiana esta frase: ¡el primero entre vosotros será vuestro servidor!

         Y para ser esto hay que evitar esos vicios de la conducta farisaica que tan de manifiesto puso Jesús en su crítica y que siguen afectando en mayor o menor medida a cuantos hoy ocupamos sedes, cátedras o púlpitos en su Iglesia. Sólo sintiéndonos indignos servidores podremos escapar a ese círculo de fuego hecho de apariencias, vanas aspiraciones, reconocimientos fatuos y glorias efímeras.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 27/02/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A