28 de Febrero

Miércoles II de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 28 febrero 2024

a) Jer 18, 18-20

         Se nos describe hoy el complot contra Jeremías, por parte de sus hermanos de raza y de fe, por los cuales ha intercedido el profeta. Así como la súplica que dirige Jeremías a Dios, en unas circunstancias en que el clamor del justo se ve perseguido a causa de la misión que Dios le ha confiado.

         Jeremías había denunciado los pecados del pueblo judío, apuntando con el dedo especialmente a las autoridades y representantes oficiales de la ley religiosa. Ese era su deber como profeta, y lo había hecho en nombre de Dios, para suscitar la conversión.

         Pero la denuncia de Jeremías no ha producido el efecto deseado, sino que se le ha vuelto en persecución. Acusan a Jeremías de "perturbar del orden", y empiezan a espiarle hasta sorprenderle en algo de qué acusarle, para acabar con él y desentenderse de su palabra.

         Por otra parte, no pueden dejar de reconocer que Jeremías es un profeta. Aunque acaban discurriendo que, si se desentienden de él, no por ello desaparecerá el profetismo judío, ni tampoco las instituciones religiosas que regían Israel. Y por ello maquinan su muerte, por no perder con ello las instituciones, y sí poder seguir utilizando éstas a su antojo, teñido todo ello de religión.

         El profeta se lamenta ante Dios de que los mismos a quienes él sirve la palabra, y por quienes intercede, le persigan. Lo que le ocurre al profeta Jeremías le ocurrirá también a Cristo, y a todo el que quiera seguir fielmente a Dios.

Noel Quesson

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         Jeremías prefiguró de algún modo la pasión de Jesús. Tuvo que hablar en nombre de Dios en tiempos difíciles (justo antes del destierro final), los suyos no le hicieron caso, y acabó perseguido y asesinado por los dirigentes públicos y religiosos.

         En el 1º párrafo del texto de hoy nos encontramos con la situación de los que conspiran contra el profeta: el profeta les estorba. Es lo que sucede siempre a los verdaderos profetas, a los que dicen la verdad y no halagan los oídos de sus oyentes, sino que obran en conciencia y ejecutan la voluntad de Dios. "No haremos caso de sus oráculos", dicen irónicamente los judíos, que saben que aunque eliminen a un profeta como Jeremías, no les faltarán ni sacerdotes ni sabios ni profetas, que sí digan lo que a ellos les agrada. Son los falsos profetas, que siempre han hecho carrera.

         En el 2º párrafo es el profeta el que se queja ante Dios de esta persecución, y le pide su ayuda. Se siente indefenso, y por eso llega a exclamar: "Me acusan, y han cavado una fosa para mí". La súplica jeremíaca continúa en el Salmo: "Sácame de la red que me han tendido, pues oigo el cuchicheo de la gente, se conjuran contra mí y traman quitarme la vida. Pero yo confío en ti; sálvame, Señor". Y eso que Jeremías había intercedido ante Dios en favor del pueblo, el mismo que ahora le vuelve la espalda.

         Lo que pasa con Jeremías es un exacto anuncio de lo que en el NT harán con Jesús sus enemigos (acusarle) y supuestamente hermanos de fe (acosarle hasta eliminarlo). Jeremías murió pidiendo a Dios que perdonara a sus verdugos, como prototipo de tantos inocentes que padecen injustamente por el testimonio que dan, y de tantos profetas que en todos los tiempos han padecido persecución y muerte por sus incómodas denuncias.

José Aldazábal

b) Mt 20, 17-28

         ¡Qué contraste de actitudes entre Jesús y sus discípulos! Jesús "iba subiendo a Jerusalén", iba a completar su misión, y ésta empezaba a hacérsele cuesta arriba. Iba a ser entregado y condenado, a morir por la humanidad y a resucitar. Y en este contexto, anuncia Jesús por 3ª vez que morirá y resucitará, algo que a los discípulos asusta y no quieren entender. Pero Jesús continúa, y les insiste: "El Hijo del hombre ha venido para dar su vida". Ellos siguen a Jesús como al Mesías, pero no entra en su cabeza que el estilo de la salvación sea a través de la cruz.

         En efecto, basta con leer la escena que tiene lugar a continuación, nada más repetir eso Jesús, una y otra vez. Pues nos dice Mateo que, en ese clímax, una seguidora frena su homilía y se pone a decirle "Sienta a mis dos hijos en tu Reino, a tu derecha y a tu izquierda".

         Se trata de la madre de Santiago y Juan, que en este exacto momento pide para sus hijos los puestos de honor. Exactamente lo contrario de lo que Jesús les estaba inculcando. No es de extrañar, pues, que los otros 10 apóstoles reaccionaran disgustados. Aunque sí lo es que lo hiciesen no por el momento de la petición, sino porque ellos también estaban pensando en lo mismo.

         Los criterios de aquellos apóstoles eran exactamente los criterios de este mundo: poder, prestigio, éxito, porvenir... Y de eso no es de lo que estaba hablando Cristo, que justo en ese momento estaba hablando de entregar la propia vida y servir a los demás, y poco antes de no buscar los puestos de honor.

         En nuestro camino de preparación de la Pascua se nos propone hoy un modelo soberano: Cristo Jesús, que camina decididamente en el cumplimiento de su misión. Va camino de la cruz y de la muerte, el camino de la solidaridad y de la salvación de todos.

         No nos suele gustar el camino de la subida a la cruz. Y a un cristiano le puede parecer que en medio de este mundo es mejor contemporizar y seguir las mismas consignas que todos, en busca del bienestar personal. Pero el camino de la Pascua es camino de vida nueva, de renuncia al mal, de imitación de un Cristo que se entrega totalmente, que nos enseña a no buscar los primeros puestos, sino a ser los servidores de los demás, cosa que en este mundo parece ridícula.

         Aquellos discípulos de Jesús que en esta ocasión no habían entendido nada, entre ellos Pedro, madurarán después y no sólo darán valiente testimonio de Jesús a pesar de las persecuciones y las cárceles, sino que todos morirán mártires, entregando su vida por el Maestro.

José Aldazábal

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         El evangelio de hoy reproduce la proclamación que hace Cristo de su subida a Jerusalén (vv.17-19) para morir allí y recibir allí la gloria, y describe una de las reacciones que esa proclamación despierta automáticamente en el grupo de los apóstoles (vv.20-28).

         Encontramos en 9 sitios diferentes de los evangelios ese anuncio de la muerte de Jesús (Mt 16,21-23; 17,22-23; 20,17-23; Mc 8,31-33; 9,30-32; 10,32-34; Lc 9, 22; 44-45; 18,31-33). Los evangelistas coinciden perfectamente sobre los términos de esos discursos de Cristo, característicos del kerigma primitivo y del 1º Credo de las comunidades cristianas (por ejemplo, el tema del 3º día; v.19).

         Por otro lado, existe una importante gradación en los 3 anuncios de la muerte próxima de Cristo. En los 2 primeros, Jesús habla todavía como un rabino que describe la suerte del Hijo del Hombre; en el 3º, ya no es el rabino el que habla, sino un Hijo de Dios fiel, que sabe cual es su deber y que se adentra resueltamente por el camino ineludible ("he aquí que subimos"; v.18) que le conduce a la muerte, reservada a los profetas y a los sembradores de inquietudes.

         Jesús no anuncia tan solo su muerte, sino también su resurrección, de forma sorprendente. En efecto, Jesús podía encontrar en la Escritura muchos textos que hacían referencia a su pasión y su anuncio se inspira, evidentemente, en Is 55 (entregado, agobiado...).

         Por el contrario, no hay nada en el AT que permita pensar en una resurrección del Mesías, y apenas sí se admitía en él alguna noción de cierta resurrección general (2Mac 7,9-29; Dan 12,2). De hecho, cuando los apóstoles tengan más adelante que justificar la resurrección de Jesús, no podrán recurrir al AT, tan sólo al Salmo 15,16 (Hch 2,22-32; 13,34-35).

         Entonces, ¿de dónde sacó Jesús la convicción de que resucitaría? Sin duda, de su propia conciencia. Pues el Padre era el que había tomado la iniciativa de su venida al mundo, y esa misión no podía fracasar, ni acabar en nada. Además, a esa conciencia pudo añadir Jesús su interpretación de Is 53, que promete al Siervo de Yahveh un triunfo sin precedentes (Is 52,13; 55,11-12), después de su sufrimiento y su muerte.

         Algunas versiones permiten traducir Is 53,11 como "volver a ver la luz". Además, Dan 12,3 promete una resurrección gloriosa a quienes hayan justificado a multitudes. Jesús pudo haber leído así esos pasajes, así como tambien Sab 2,12-20 y Sab 5,15-16. Y si Jesús leyó en estos textos el anuncio de su destino, no podía dejar de encontrar también el presentimiento de su triunfo.

Maertens-Frisque

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         Hoy nos propone la Iglesia un texto en el que Jesús plantea a sus discípulos un cambio de mentalidad. Jesús hoy voltea las visiones humanas y terrenales de sus discípulos y les abre un nuevo horizonte de comprensión sobre cuál ha de ser el estilo de vida de sus seguidores.

         Nuestras inclinaciones naturales nos mueven al deseo de dominar las cosas y las personas, mandar y dar órdenes, que se haga lo que a nosotros nos gusta, que la gente nos reconozca un status, una posición. Pues bien, el camino que Jesús nos propone es el opuesto: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo" (Mt 20, 26-27).

         "Servidor", "esclavo"... No podemos quedarnos en el enunciado de las palabras. Pues las hemos escuchado cientos de veces, pero no hemos sido de capaces de entrar en contacto con la realidad que significan, y confrontar dicha realidad con nuestras actitudes y comportamientos.

         El Concilio Vaticano II afirmó que "el hombre adquiere su plenitud a través del servicio y la entrega a los demás". En este caso, nos parece que damos la vida, cuando realmente la estamos encontrando. El hombre que no vive para servir no sirve para vivir. Y en esta actitud, nuestro modelo es el mismo Cristo (el hombre plenamente hombre) pues "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28).

         Ser servidor, ser esclavo, tal y como nos lo pide Jesús es imposible para nosotros. Queda fuera del alcance de nuestra pobre voluntad: hemos de implorar, esperar y desear intensamente que se nos concedan esos dones. La cuaresma y sus prácticas cuaresmales (ayuno, limosna y oración) nos recuerdan que para recibir esos dones nos debemos disponer adecuadamente.

Francesc Jordana

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         Se acerca el momento de la pasión. Jesús está en Jerusalén con sus discípulos y pronuncia clarísimamente el tercer anuncio de su muerte. ¿Qué pensaban los discípulos en ese instante? ¿Se les encogía el corazón sólo de pensar en Jesús torturado, escarnecido, insultado, como decían los antiguos profetas?

         Contrariamente a todo esto los apóstoles se enredan en una discusión egoísta sobre quién será el 1º en el Reino de los Cielos. Si bien la discusión es originada por las palabras de la madre de Santiago y Juan, el pensamiento de quién de ellos estaría más cerca de Jesús en su Reino se albergaba en el corazón de cada uno de ellos.

         También nosotros en ciertas ocasiones, o en el momento en que Cristo quiere decirnos algo importante o darnos una gracia especial, nos enredamos en nuestros pensamientos egoístas, y no escuchamos todo aquello que Jesús quiere decirnos.

         El que quiera ser el 1º, que sea el último. Jesús ama a los humildes, a los sencillos, a los que son como niños. El que es sencillo nunca desea el primer puesto para sí, sino para los demás. Vivamos estos días de preparación para la Semana Santa esta virtud de la sencillez y la humildad para que Cristo vea en nuestros corazones la ternura de un niño. Preparémonos de esta manera para la Pasión del Señor, y no como lo hacían los apóstoles movidos por sus pensamientos egoístas.

José Fernández

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         El texto evangélico puede ser articulado en 3 partes: en la 1ª, Jesús anuncia su Pasión por última vez (vv.17-19); en la 2ª, tiene lugar una petición de la madre de 2 de los 12 (vv.20-23); en la 3ª, se consigna la enseñanza de Jesús ante la reacción de los restantes (vv.24-28). Las secciones tienen una íntima relación conforme al orden de anuncio, incomprensión, enseñanza de Jesús en orden a superarla.

         Se consigna el escenario ("iba subiendo a Jerusalén") y el auditorio ("llevó aparte a los Doce") del anuncio, cuyo contenido reproduce en sus términos esenciales los 2 anteriores (Mt 16, 21 y Mt 17, 22s). Se diferencia de ellos en que se menciona la condena a muerte por parte de sumos sacerdotes y letrados y la entrega a los paganos para que sea burlado, azotado y crucificado. Se pone de relieve la oposición al proyecto de Jesús por parte de los dirigentes religiosos de Israel y con ella se quiere advertir de un riesgo que afecta también al círculo de los 12, nuevo Israel.

         Ante este anuncio, como ante los anteriores, éstos no comprenden de manera adecuada el sentido de la propuesta encerrada en él. Por ello la madre del Zebedeo se acerca con sus hijos buscando para ellos los puestos privilegiados en el nuevo gobierno. Este deseo de preeminencia es expresado por la madre pero, como aparece en la respuesta de Jesús, es compartido por sus hijos ("no saben lo que piden"; v.22).

         Ante esta petición, reflejo de una profunda incomprensión, la respuesta de Jesús asume la forma de una pregunta. No se trata ya de buscar puestos de preeminencia sino de la capacidad de compartir su suerte, es decir, de un seguimiento que lleve al discípulo a asimilar la decisión de Jesús de entregar la vida por los demás. Ante el triunfalismo de sus seguidores más íntimos, Jesús les promete que enfrentarán la misma prueba. Por el contrario, el asiento pedido sólo depende del juicio del Padre sobre el grado de asimilación del proyecto de Jesús hecho por cada persona.

         Los hijos del Zebedeo y su madre no han logrado su intento. Por el contrario, suscitan la reacción de los otros diez discípulos. Se produce así un cisma comunitario semejante al producido luego del reinado de Salomón en que también 2 (tribus) se enfrentaban a las restantes 10. La búsqueda de la preeminencia ha llevado a su consecuencia lógica y natural, la división del grupo. La competitividad ha producido el desgarramiento comunitario.

         Frente a ese efecto doloroso, Jesús propone una enseñanza en que se precisa para los integrantes de la comunidad una actitud diferente a la que se adopta corrientemente en las sociedades humanas. Los jefes y grandes se aprovechan de los demás en beneficio propio. Los discípulos, llevados por su ambición, han querido reproducir la misma dinámica.

         Pero frente a este modo de ejercer la soberanía, Jesús les exige una actitud distinta que subvierte los valores aceptados en el entorno social. Se trata de otro tipo de preeminencia, la del servicio, que impulsa a la búsqueda del último lugar. Estas son las leyes del nuevo Reino ya actuantes en la conciencia y en la práctica de Jesús.

Juan Mateos

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         Jesús y sus discípulos suben presurosos a Jerusalén. Jerusalén era el centro del poder judío, y es precisamente en este camino donde Jesús les recuerda a sus discípulos la suerte que se corre cuando se tocan las estructuras que tiranizan al pueblo. Mientras caminaban, él les advierte lo que ha de pasar por haber predicado en contra del sistema. Le espera la muerte, al igual que todo aquel que asumiendo su causa con radicalidad denuncia la injusticia y anuncia el Reino de Dios.

         Los discípulos de Jesús son también el producto de la realidad cultural de su época. Ellos estaban convencidos de que el mesianismo de Jesús era la inauguración de un tiempo de fortalecimiento político y militar, y no habían entendido que el mesianismo de Jesús iba más bien por el servicio y la entrega al hermano, dando incluso la vida si fuera necesario. La madre de los Zebedeos le pide a Jesús que otorgue puestos preeminentes a sus hijos en el Reino que Jesús iba a iniciar. Ella estaba imaginando el Reino al estilo del reino de David.

         El reino e Dios era contrario a todas las estructuras de poder y de muerte que existían en la Palestina del tiempo de Jesús. Jesús se ve precisado a enseñar a sus discípulos que es necesario cambiar los esquemas simbólicos mentales para abrir paso al Espíritu de Dios para que sea él quien vivifique la comunidad del Resucitado, y sea posible una organización nueva de la sociedad por la que todos sean hermanos entre sí, ya que el Padre es común, es el mismo para todos.

         Esa nueva organización de la sociedad no se va a poder hacer sino con un nuevo espíritu: un espíritu que no busca la grandeza en ser el 1º, en explotar y oprimir a los demás, sino en ser el servidor de todos. Todo esto Jesús no lo predicaría sólo ni principalmente con su palabra, sino con su vida y sus hechos.

         La comunidad de Jesús debe estar constituida por personas capaces de abandonar definitivamente toda práctica egoísta propia de una sociedad que tiene la competencia y las ventajas económicas (el mercado total, donde todo se compra y se vende, hasta la conciencia) como valores supremos. La opción por el Reino equivale a una opción por la humanización y esta requiere de todo un proceso que no es gratuito.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         En su trayecto hacia Jerusalén, Jesús hace hoy partícipes a los Doce de los acontecimientos que se avecinan: El Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes, será condenado a muerte y ejecutado por medio de paganos que lo llevarán a la cruz; y al tercer día resucitará. Como se ve, estamos ante un recuento anticipado del kerigma o anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

         En este contexto se acerca a Jesús la madre de los Zebedeos, y con sus hijos (Santiago y Juan) presentes le hace una petición: Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Al parecer, deseaba buenos puestos para sus hijos.

         Jesús, que ve la ambición que esconde esta petición, les contesta: No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber? Le responden: Lo somos. Y él añade: Mi cáliz lo beberéis, pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.

         A juicio de Jesús, aquella petición estaba muy desorientada. Él acababa de anunciarles su muerte próxima y ellos siguen pensando en un reino terreno, similar a los reinos humanos, en los que el poder se reparte en función de las preferencias del mandatario supremo. Pero el reino de Cristo es de otro estilo e implica compartir destino mortal con él, beber el cáliz de amargura que le va a ser entregado. Ser capaces de beber este cáliz es ser capaces de martirio.

         A la pregunta sobre esta capacidad martirial, ellos responden según su propio grado de conciencia: Lo somos. Pero ¿lo eran realmente? Jesús les anticipa que en su momento lo beberán, porque conocerán el martirio, como él. Pero el puesto a ocupar en el Reino no es cosa suya, sino de su Padre.

         Ante la petición de los Zebedeos, cargada de ambición humana, Jesús parece significar que el acceso a su Reino pasa por la participación en su destino sufriente (el cáliz que se le dará a beber es siempre el cáliz de la pasión y muerte anunciadas), es decir, por el martirio. Su Reino es esencialmente un reino de mártires, al menos potenciales. Es decir, de personas dispuestas a dar la vida por su causa.

         Por eso, la actitud que los Zebedeos muestran en su petición es tan diametralmente opuesta a la actitud que debería tener todo aquel que desee compartir reino con Cristo. De hecho, aquella petición provocó de inmediato la indignación de sus compañeros (los otros diez), que vieron en ella una actuación poco lícita, por no decir poco limpia. También ellos rivalizan con los dos hermanos en ambiciones.

         Estando así las cosas, Jesús les reúne para adoctrinarles: Sabéis que los jefes de los pueblos os tiranizan y que los grandes os oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos.

         Son muchos los casos de tiranía y de opresión por parte de reyes y emperadores que ofrece la historia en su recorrido por el tiempo. Pero estos no deben ser nunca modelo de conducta para ellos y sus gobiernos. Entre ellos no deben regir los criterios que rigen en el mundo, sino que el que quiera ser grande (que es lo que querían los Zebedeos y los que rivalizan con ellos, y quizás lo que queremos todos) que sea vuestro servidor.

         Aquí, la grandeza se mide por la capacidad de servicio. San Pablo dirá que el más grande es el amor. Y el amor es servicial. La grandeza de una persona se mide por su capacidad de entrega al servicio de los demás (procurando su bien) en el amor. La donación en el amor presente en una persona es la que le hace grande, porque lo más grande es el amor. Por eso es también lo que más engrandece.

         Siempre nos resultará difícil conciliar los miembros de esa extraña ecuación: la primacía y la esclavitud, ser primero y ser esclavo. Porque el esclavo, en toda sociedad, ha sido siempre el último en dignidad, en consideración social; tan último que se le ha equiparado a un animal doméstico o a una mercancía que se puede tasar, comprar y vender.

         La comparación resulta extrema, pero iluminadora. A los ojos de Dios, la primacía la tienen no los esclavos forzados a serlo, pero sí los que por amor están dispuestos a servir a sus hermanos hasta el punto de prestarles un servicio de esclavos, es decir, de quienes no pueden reclamar derechos porque no los tienen.

         Pero Jesús dice todavía más, y recuerda que él ha venido para dar su vida en rescate por muchos. En su servicio no nos ha dado simplemente ciertas prestaciones sociales sin exigir nada a cambio (el trabajo de un esclavo que no reclama ningún derecho), sino su propia vida como rescate.

         Ese es el precio de la redención y la densidad de su servicio. Por eso, Dios le otorga la primacía, el nombre sobre todo nombre, el homenaje de la genuflexión (de toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo) y el señorío sobre toda criatura para la gloria de Dios Padre.

         Pues bien, esa primacía podrá ser participada por todo aquel que decida, como él, dar la vida en rescate (en bien) por los demás. Esta es la grandeza que distingue a los santos y a los mártires, la grandeza del amor, que nos ofrece la oportunidad de ocupar los puestos reservados por el Padre en el Reino de los Cielos. Lo demás es ambición vana y fugaz.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 28/02/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A