1 de Marzo

Viernes II de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 1 marzo 2024

a) Gén 37, 3-4.12-28

         La historia de José se diferencia claramente de la historia patriarcal, tanto por sus características formales como por el contenido. Y a nivel de una unidad literaria, su estructura se basa en la superposición de diferentes escenas, con una presentación y una acción que se lleva hasta un punto álgido.

         En cuanto al género histórico, tiene el relato un notable cuño sapiencial: José es presentado con las virtudes típicas del sabio (humildad, magnanimidad, prudencia, dominio de sí y temor de Dios). Pero también deja espacio a un Dios que, aunque no lo parezca, es el supremo conductor de los acontecimientos. Además, la historia de José tiene la función de unir la historia patriarcal con el Éxodo.

         La presente lectura nos da diversas versiones de los motivos por los que José se había hecho odioso a sus hermanos, y también la manera en que éstos se desembarazaron de él y lo vendieron a los egipcios.

         No obstante, la tradición sacerdotal atribuye el rencor al hecho de que José refería a su padre los comentarios negativos de sus hermanos, mientras que para la tradición yahvista dicho rencor se debe a la predilección paterna (manifestada en la túnica de mangas largas, que Jacob mandó hacer para su hijo). En cambio, según la tradición elohísta, fueron los sueños de grandeza los que provocaron las iras de los hermanos.

         El resentimiento es tan fuerte que los hermanos intentan eliminar a José. Ante lo cual, y según la tradición yahvista, Judá sugiere que es preferible venderlo a los ismaelitas. Se avienen a ello y traman hacer creer a Jacob que ha muerto su hijo predilecto, presentándole la túnica teñida de sangre de macho cabrío y diciéndole que una fiera lo ha devorado.

         La versión elohísta presenta sus diferencias, al decir que es Rubén (y no Judá) el que salva a José de la muerte, y el que hace que lo metan en una cisterna (de la que lo sacan furtivamente unos madianitas, que son los que lo venden a Putifar, en Egipto).

         Al darse cuenta Rubén (el hermano mayor) de que José no está en la cisterna, se siente responsable de su suerte ante el padre, y se hace presa de la inquietud y la consternación. Todo lo cual atestigua que en la redacción del Relato de José hubo un largo proceso de elaboración, que explica las incongruencias (como la de que José era mucho más joven que sus hermanos, en contra de Gn 30, 23).

         La mención de los ismaelitas es un anacronismo, ya que según las genealogías del Génesis, los hijos de Ismael (ismaelitas) serían los tíos de José (y conocedores de la familia, por tanto).

         El precio de una persona parece que se cifraba entonces en 20 monedas de plata (Lv 27, 4). En cuanto a la rivalidad entre hermanos, nuestra narración conecta con el relato de Jacob y Esaú (hermanos rivales, en que Jacob desheredó a Esaú con trampas), y hace así pagar al anciano Jacob su antigua culpa, al ser engañado por sus hijos (como él engañó a su padre Isaac) y sufrir el luto con la privación de su hijo predilecto (como Isaac sufrió la pérdida de Esaú).

Josep Mas

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         La historia de José, hijo último y mimado de Jacob, es un relato entrañable. En su contexto psicológico, el amor preferencial por el "hijo de la ancianidad" es un hecho frecuente en la historia de las familias. En cambio, el final del relato, con la decisión de matar o vender al hermano, se sale de lo habitual. A tanto extremo pocas veces se llega. Pero literaria y psicológicamente ese dato nos prepara para entender mejor la grandeza de alma de José.

         Es admirable, en efecto, la estampa posterior de José en Egipto, como hombre honrado, bueno, humilde, callado y sufrido. Transcurrido un tiempo, se transforma en poderoso señor, y para afear y perdonar la traición de sus hermanos, les da cariño, dinero y pan.

         El episodio de José es figura de Cristo, rechazado por los hombres y glorificado por Dios. Además, la acción de los hermanos de José tuvo mayor maldad aún, pues eran hermanos y obraron por envidia, para eliminarlo, después de haber pretendido asesinarlo.

         El Salmo 104 es un canto a la bondad de los planes de Dios: José, liberado de la esclavitud, se convierte en su día en salvador de su pueblo. El cumplimiento inexorable de la voluntad de Dios no resta culpa a la perversidad de sus hermanos. El Señor actuó conduciendo la historia y lo hace hoy también, a pesar de los pecados de los hombres.

Manuel Garrido

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         Hoy viernes, la 1ª lectura nos presenta una figura entrañable: José, traicionado por sus propios hermanos. Se trata de una historia edificante, que expresa las infidelidades de Israel y sobre todo del estilo que tiene Dios de sacar bien del mal.

         "Matémoslo y echémoslo en un pozo cualquiera". Aunque después se conformaron con venderle a los mercaderes que pasaban por allá. Es el fruto de una raíz interior: la envidia, el rencor de los hermanos para con José (que, por cierto, también contribuye a fomentar esos sentimientos, contándoles imprudentemente sus sueños de grandeza).

         La historia de José tiene un hilo teológico que le da sentido y unidad: la providencia del Señor lleva de la mano la vida de José y la de todo el pueblo: "aunque vosotros pensasteis hacerme daño (dice José a sus hermanos al final de todo el episodio) Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir a un pueblo numeroso" (Gn 50, 20).

         Existe envidia en los hermanos de José, pero el camino que traza el odio es también camino providente por el que Dios salva a toda la familia de José. Y no es que Dios necesite ese odio para realizar esa salvación, pero, una vez que el odio existe y actúa, en eso (y a pesar de eso) actúa Dios.

         Esta narración quiere explicar simbólicamente la historia de la tribu de José y de su preeminencia sobre las demás tribus, y cómo en los planes de Dios, José estaba destinado a ser la salvación del pueblo. Y todo tiene que pasar por la prueba y la mortificación. "Venid, matémosle", habían dicho sobre José sus hermanos. La historia de José prefigura la de Jesús.

         La lectura termina ahí. Pero el salmo responsorial de hoy, de nuevo muy oportuno, prolonga la historia y nos dice cómo aquello, que parecía una maldad sin sentido, tuvo consecuencias positivas para la salvación de Israel: "Por delante había enviado a un hombre, José, vendido como esclavo: hasta que el rey lo nombró administrador de su casa".

         También aquí, lo que parecía una muerte definitiva y sin sentido, resultó que en los planes de Dios conducía a la salvación del nuevo Israel, como la esclavitud de José había sido providencial para los futuros tiempos de hambre de sus hermanos y de su pueblo. La liturgia cita el salmo pascual por excelencia, el Salmo 117: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular". La muerte ha sido precisamente el camino para la vida. Si el pueblo elegido, Israel, rechaza al enviado de Dios, se les encomendará la viña a otros que sí quieran producir frutos.

José Aldazábal

b) Mt 21, 33-43

         La Parábola de los Viñadores, que llegan a apalear a los enviados y a matar al hijo heredero, parece calcada del Poema de Isaías sobre el lamento de la viña estéril (Is 5). Pero aquí es más trágica, pues recalca la frase "matémoslo, y quedémonos con su herencia". Los sacerdotes y fariseos entendieron muy bien "que hablaba de ellos", y por ello empezaron a buscar la manera de acabar con Jesús.

         Todavía con mayor motivo que José en el AT, Jesús es el prototipo de los justos (perseguidos, y vendidos por unas monedas) y ajusticiados (por la envidia y mezquindad de los dirigentes). Pero ese es su camino, un camino que va en serio e incluye la entrega total de su vida. Nuestro camino de Pascua supone también aceptar la cruz de Cristo, convencidos de que también nuestro dolor y renuncia (como los de Cristo) conducen a la vida.

         Pero también tenemos que recoger el aviso que nos hace Jesús, en referencia a la esterilidad e infidelidad de Israel. Porque nosotros seguramente no hemos vendido a nuestro hermano por 20 monedas (como a José, en la 1ª lectura), ni tampoco vamos a traicionar a Jesús por 30, ni saldrá nunca de nuestra boca el fatídico "matémosle" (dedicándonos a eliminar a los enviados de Dios que resultan incómodos). Pero sí que podemos, sencillamente, ignorar o dejar pasar la oportunidad del remedio.

         Se nos podrá hacer, además, otra pregunta: ¿Somos una viña que da sus frutos a Dios? ¿O le estamos defraudando año tras año? Precisamente el pueblo elegido es el que rechazó a los enviados de Dios y mató a su Hijo. Nosotros, los que seguimos a Cristo y participamos en su eucaristía, ¿podríamos ser tachados de viña estéril, raquítica? ¿Se podría decir que, en vez de trabajar para Dios, nos aprovechamos de su viña para nuestro propio provecho? ¿Y que en vez de uvas buenas le damos agrazones? ¿Somos infieles, o tal vez perezosos, descuidados?

José Aldazábal

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         El cristianismo es aceptar a Jesucristo y todo lo que él nos enseña en el evangelio, interpretado auténticamente por el magisterio de la Iglesia. Jesucristo contó la Parábola de los Viñadores Infieles (Mt 21, 33-46) a los sacerdotes judíos y a los fariseos, pues ellos estaban rechazándole a él, el Hijo de Dios, enviado por el Padre (v.45).

         Los siervos de la parábola, que fueron golpeados, apedreados y matados son los profetas que Dios había enviado a predicar al pueblo a lo largo de los siglos (vv.35-36). El hijo que fue matado "fuera de la viña" es el mismo Jesucristo que iba a ser crucificado fuera de las murallas de Jerusalén (v.39). Los israelitas no sólo rechazaron a los profetas, sino también al Hijo, enviado por el Padre. Esta parábola es la historia del rechazo de los profetas y del gran profeta Jesucristo, el Hijo de Dios Padre.

         Jesucristo es la "piedra angular", el salvador del pueblo (v.42), pero llega a ser "piedra de escándalo" por su doctrina de amor. El cristianismo no es esencialmente la aceptación de una doctrina, sino de una persona: Jesucristo. La fe no es sólo creer en lo que Dios dice, sino creer a Dios.

         No basta creer que Dios existe para salvarse, pues hasta los demonios saben que él existe y no por eso están sanos y salvos. Hay que creer a Dios y como consecuencia todo lo que él nos dice por la Revelación. Dado que él nos ha revelado todo por medio de su Hijo Jesucristo, es necesario aceptar su doctrina.

         La aceptación de Jesucristo exige hacer una opción. Delante de él cada hombre tiene que tomar posición. Si uno acepta a Jesucristo como su Salvador, entonces tiene que aceptar toda su doctrina. No hay que filtrar las verdades evangélicas. Existe la tendencia a hacer precisamente eso: aceptar las páginas del evangelio que nos resultan bonitas y fáciles de creer y dejar a un lado las que nos resultan demasiado exigentes.

         Se cree en el cielo, pero no en el infierno; se cree en el perdón de los pecados, pero no en el Sacramento de la Reconciliación; se acepta que Jesucristo da la verdadera felicidad, pero no se quiere pagar el precio de alcanzarla que es el llevar la cruz de todos los días. Ponernos delante de Jesucristo y decirle que aceptamos todo lo que él nos enseña.

Fintan Kelly

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         Hoy Jesús, por medio de la Parábola de los Viñadores Homicidas, nos habla de la infidelidad; compara la viña con Israel y nos viñadores con los jefes del pueblo escogido. A ellos y a toda la descendencia de Abraham se les había confiado el Reino de Dios, pero han malversado la heredad. Por eso, les recuerda Jesús, "se os quitará a vosotros el Reino de Dios, y se dará a un pueblo que rinda sus frutos" (Mt 21, 43).

         Al principio del evangelio de Mateo, la Buena Nueva parece dirigida únicamente a Israel. El pueble escogido, ya en la Antigua Alianza, tiene la misión de anunciar y llevar la salvación a todas las naciones. Pero Israel no ha sido fiel a su misión. Jesús, el mediador de la Nueva Alianza, congregará a su alrededor a los 12 Apóstoles, símbolo del nuevo Israel, llamado a dar frutos de vida eterna y a anunciar a todos los pueblos la salvación.

         Este nuevo Israel es la Iglesia, todos los bautizados. Nosotros hemos recibido, en la persona de Jesús y en su mensaje, un regalo único que hemos de hacer fructificar. No nos podemos conformar con una vivencia individualista y cerrada a nuestra fe; hay que comunicarla y regalarla a cada persona que se nos acerca. De ahí se deriva que el 1º fruto es que vivamos nuestra fe en el calor de familia, el de la comunidad cristiana. Esto será sencillo, porque "donde hay dos o más reunidos en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos" (Mt 18, 20).

         Pero se trata de una comunidad cristiana abierta, es decir, eminentemente misionera (2º fruto). Por la fuerza y la belleza del Resucitado "en medio nuestro", la comunidad es atractiva en todos sus gestos y actos, y cada uno de sus miembros goza de la capacidad de engendrar hombres y mujeres a la nueva vida del Resucitado. Y un 3º fruto es que vivamos con la convicción y certeza de que en el evangelio encontramos la solución a todos los problemas. Vivamos en el santo temor de Dios, no fuera que nos sea quitado el Reino y dado a otros.

Melcior Querol

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         En la alegoría de los viñadores homicidas, se nos relata cómo unos labradores que habían arrendado una viña, cuando llega el tiempo de dar cuentas, golpean y matan a quienes el dueño de la viña envía a cobrar, incluyendo a su mismo hijo. La parábola termina planteando lo que debe hacer el amo: acabar con los homicidas, para arrendar la viña a gente que actúe correctamente.

         La perícopa concluye advirtiendo que el liderazgo en el reino de Dios que viene le será quitado a la oficialidad judía, para dárselo a un pueblo nuevo que dé frutos. Por eso las palabras de Jesús enfurecieron a los sacerdotes y fariseos, que se sintieron claramente señalados.

         Más que una parábola, Jesús propone una alegoría. Este género literario, a diferencia de la parábola, ofrece tantos puntos de comparación cuantos personajes y acciones plantee el relato. Por eso hay que entender que Jesús está haciendo un resumen de la historia del AT: todos los enviados de Dios fueron condenados a muerte. Esto mismo era lo que ya estaba tratando de hacer con Jesús la oficialidad judía. De aquí las palabras de condenación tan claras de Jesús.

         El planteamiento de Jesús era grave, y por él empezó el fin de la oficialidad judía, un sistema que sólo funcionaba al servicio de sus propios intereses, eliminando a todo aquél que viniera a amenazar su continuidad. Quien desenmascarare esto ante el pueblo, se convertirá en su enemigo. La verdad dicha por Jesús fue lo que le costó la vida.

Juan Mateos

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         Jesús sigue dirigiéndose a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo (v.23) con una parábola en la que describe el rechazo pasado y presente al reconocimiento del señorío de Dios por parte de los dirigentes israelitas.

         Puesta de manifiesto la responsabilidad culpable de los jefes, con ayuda del Sal 118,22, muestra que en Jesús (el excluido y rechazado) encuentra su coronación toda la historia salvífica de Dios. Se señala una iniciativa divina que trastrueca los valores sociales aceptados, y que produce el asombro y la sorpresa de todos los que lo contemplan.

         Seguidamente, recoge el juicio sobre los viñadores que sus adversarios han pronunciado en el v. 41, y anuncia que el Reino de Dios será quitado a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo. Especificando el nuevo "arriendo a otros" (v.41), la continuación introduce un nuevo elemento de sorpresa: no se habla de nuevos dirigentes, sino de un "pueblo que produzca sus frutos" (v.43).

         El nuevo Israel, construido en torno a Jesús, será el encargado de producir los frutos que el antiguo Israel no ha sido capaz de producir. No obstante, nosotros, herederos de esta misión, podemos repetir la historia del rechazo a Jesús, de mil formas, abiertas o solapadas, conscientes o menos explícitas... De ahí la necesidad del examen y de la humildad.

Confederación Internacional Claretiana

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         Nos recuerda la lectura del evangelio de hoy una enseñanza: no debemos ser duros ni aprovechados, no sea que nos pase lo de los maestros de la ley, personificados en los viñadores asesinos. Ha vuelto el aire de amenaza, pero éste se lo da la estructura de la parábola, no la enseñanza que nos quiso dar Jesús con la narración que hace.

         Elementos de esta parábola son: La vid, que significa, desde muy antiguo, el pueblo de Israel, "la viña del Señor, que él plantó, que se hizo vigorosa y que sus manos regaron". Los enviados, que son los profetas que Dios envió a su pueblo, de tiempo en tiempo. El hijo del viñador, el Hijo de Dios; y el desenlace fatal para ambos.

         Pero está la paciencia enorme de Dios, y la paciencia enorme que deben tener los trabajadores del Reino, a los cuales perseguirán con todas seguridad, porque, al fin al cabo, es una de las señales que distinguen fuertemente al profeta.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús continúa hoy con su relato parabólico, dirigiéndose a la multitud de los judíos aunque sin perder de vista a los dirigentes del pueblo (los sumos sacerdotes), los cuales se encuentran también presentes. Y les habla de un propietario que plantó una viña en su terreno, la acondicionó, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje.

         Cuando llegó el tiempo de la vendimia, dicho propietario envió a sus criados para que les entregaran los frutos que le correspondían (el 50% o el 30% de la cosecha) como propietario de la viña. Pero los labradores reaccionaron de manera violenta, apaleando, matando y apedreando a aquellos emisarios. Seguidamente, el dueño les envió otros criados, porque se creía con derecho a percibir su parte establecida por contrato.

         Pero con los nuevos criados hicieron lo mismo. Por último, aquel propietario decidió enviarles como emisario a su propio hijo, pensando que a éste le respetarían. Pero no fue así, y aquellos labradores sin escrúpulos, al ver al hijo, pensaron: Lo matamos y nos quedamos con la herencia. Y así lo hicieron.

         La pregunta que queda latiendo es: Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Los oyentes de la parábola son llamados a intervenir en la acción, y le contestan: Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos.

         Probablemente los que dieron esta respuesta eran esos sumos sacerdotes que se encontraban entre la multitud. Pero no cayeron en la cuenta de que, en su respuesta, estaban dictando sentencia contra sí mismos.

         No cayeron en la cuenta que Jesús les estaba identificando a ellos en esos labradores malvados que, con tal de apropiarse de la cosecha que no era suya, estaban dispuesto a cometer todo tipo de atrocidades, a asesinar incluso a los mensajeros del dueño que venían reclamando el fruto preceptivo.

         Y es que Jesús estaba describiendo, en su parábola la historia del pueblo de Israel, la viña que le había sido entregada por Dios, a modo de arriendo, a sus dirigentes, para que le devolvieran los frutos pertinentes. Dios había implicado a ciertas personas, sus profetas, en esta tarea de reclamación, pero estos habían sido ignorados, despreciados e incluso asesinados.

         Finalmente envió a su propio hijo, el relator de la parábola, que, al tiempo del relato, no había sido aún apresado, ni empujado fuera de la viña ni asesinado, pero que lo sería, tal como quedaba plasmado en la misma narración. Su propio desenlace vital formaba parte de esta historia de infidelidad e injusticia escrita por aquellos a quienes les había sido encomendada la viña del Señor, el pueblo elegido.

         Cuando oyeron la moraleja o conclusión del relato, aquellos sumos sacerdotes y fariseos comprendieron que hablaba de ellos. Por eso creció su indignación contra él e intentaron echarle mano, aunque de momento no lo hicieron porque temían a esa multitud enfervorizada que le rodeaba y le tenía por profeta. De hecho, Jesús les había dicho: Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos, y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos.

         La viña del Señor ya no es simplemente el pueblo elegido, sino la comunidad mesiánica, el Reino de los Cielos que se había dado en arriendo a los que tenían por misión trabajar y cultivar los frutos latentes en esa viña plantada por el propietario.

         Esos arrendatarios, siendo simples administradores de unos bienes ajenos, habían pretendido ilegítimamente hacerle con la propiedad de los mismos para manejarlos a su libre albedrío, adquiriendo sobre ellos un dominio soberano y, por tanto, arrebatándoselos a su dueño y Señor.

         Este fue quizás el primer pecado de aquellos labradores (los sumos sacerdotes): pretender usurpar a Dios el dominio absoluto que le corresponde en cuanto dueño de su pueblo, de su ley, de sus designios, de sus bienes. Pues para llevar a cabo estos planes se han visto obligados a matar a los enviados de Dios que se han presentado a ellos, reclamando los frutos que el Dueño pedía como suyos.

         Entre esos enviados estará también su propio Hijo, llegado en un último envío para reclamar lo mismo que habían reclamado los profetas anteriores a él. En concreto, para reclamar los frutos que Dios espera obtener de lo sembrado por él mismo en la historia de este pueblo que es el suyo, el escogido como aliado.

         Dado que harán oídos sordos a la reclamación de Dios por medio de su Hijo, silenciando finalmente su voz y arrancándolo de la tierra de los vivos, les será quitado sin ningún miramiento ese Reino que les había sido entregado en cuanto pueblo elegido, para serle dado a otro pueblo y a otros dirigentes que produzcan sus frutos a su tiempo. ¿No hay aquí una profecía del traspaso del reino al nuevo pueblo de la alianza, al pueblo salido del costado de Cristo?

         Pero la historia no ha acabado. Lo mismo que les fue arrebatado al pueblo judío y a sus dirigentes, les puede ser arrebatado de nuevo al pueblo cristiano porque sigue sin dar el fruto que Dios espera de él. Y el pueblo es en gran medida lo que han hecho sus dirigentes de él.

         De ahí el importante papel de la jerarquía de la Iglesia en la conformación y fructificación de esa Iglesia (resp. pueblo) a cuya cabeza está. Dios nos ha entregado ahora su viña, los bienes del Reino (su palabra, su ley, sus sacramentos, sus consejos, su evangelio, su Espíritu, sus dones salvíficos), para hacerla fructificar con nuestro trabajo.

         Si pasa el tiempo, llegan los tiempos de la recolección, silenciamos la voz de sus profetas, que él sigue enviando tras la muerte y resurrección de su Hijo, y seguimos sin dar el fruto esperado, puede que a nosotros se nos quite también el reino de Dios no sólo como campo de trabajo, sino también como recompensa.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 01/03/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A