11 de Marzo

Lunes IV de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 11 marzo 2024

a) Is 65, 17-21

         En los versículos precedentes del texto de hoy (vv.13-16), Isaías acaba de contraponer el resto fiel a los apóstatas, así como señalado su final: éstos serán objeto de maldición, mientras que aquéllos lo serán de bendición. La suerte de unos y otros se describe mediante la contraposición entre comer y tener hambre, beber y tener sed, alegrarse y avergonzarse, cantar de puro contento y gritar de dolor, tener un nombre nuevo y tener un nombre de imprecación.

         En los versículos presentes de hoy (vv.17-25), Isaías alude a la nueva acción salvadora de Dios en favor del resto de Israel, y en ella aparece por 1ª vez (en toda la Escritura) el tema del "cielo nuevo" y la "tierra nueva", que surgirán como fruto de una poderosa intervención divina.

         Nuestro texto designa esa acción con el término técnico bará, que podemos traducir por crear. El hecho de que Dios se anticipe a cualquier designio y tome la iniciativa antes de que hable el hombre muestra que una felicidad tan grande sólo puede ser obra suya. La era escatológica se une a la era paradisíaca: "El lobo y el cordero pastarán juntos, el león con el buey comerá paja" (v.25).

         La historia humana sigue dominada, en gran parte, por el pecado, la corrupción y la muerte; pero algo va cambiando. La convivencia del lobo y del cordero significa que el odio y la hostilidad deben dar paso al amor; la injusticia, al derecho. De hecho, los "cielos nuevos y la tierra nueva" consisten en una nueva relación con Dios y en una nueva justicia con los hombres.

         La fe en la creación, tal como lo entiende la catequesis bíblica, significa el principio de la libertad humana y el fin de la dependencia de poderes mágicos. Es una afirmación sobre el hombre en el contexto de una afirmación sobre el mundo y su evolución. El proceso del universo está relacionado con Dios.

Frederic Raurell

*  *  *

         Isaías anuncia la salvación como una nueva creación, tan sublime y maravillosa que hará olvidarse de la primera. En la esperanza escatológica todo se convierte en alegría, porque su fuente es Dios. No habrá en la nueva creación dolor ni llanto, pues su gozo es el mismo Dios, su creador. La salvación llena de gozo al pueblo y Dios se goza con él.

         A este respecto, San Gregorio de Nisa dice: "El Reino de Dios está en medio de vosotros, lo cual quiere manifestar la alegría que se produce en nuestras almas por el Espíritu Santo; imagen y el testimonio de la constante alegría que disfrutan las almas de los santos en la otra vida" (Homilía sobre las Bienaventuranzas, 5).

         Casiano también habla de la alegría de la vida nueva en Dios: "Si tenemos fija la mirada en las cosas de la eternidad, y estamos persuadidos de que todo lo de este mundo pasa y termina, viviremos siempre contentos y permaneceremos inquebrantables en nuestro entusiasmo hasta el fin. Ni nos abatirá el infortunio, ni nos llenará de soberbia la prosperidad, porque consideraremos ambas cosas como caducas y transitorias" (Instituta Coenobiorum, 9).

         Y también San Agustín, sobre dichos "cielos nuevos" y "tierra nueva" de Isaías: "Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento la leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que nosotros lleguemos  a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza que ha de convertirse luego en posesión" (Homilías, XXI).

         La alegría cristiana es de naturaleza especial, y es capaz de subsistir en medio de todas las pruebas, como recuerda el NT: "Se fueron contentos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús" (Hch 5, 41). El perdón es como una nueva creación; el pecador perdonado vive alegre, pues se le ofrecen nuevas posibilidades de vida. Por eso el alma se dilata al alabar a Dios, fuente de perdón y de misericordia.

         Así lo proclamamos hoy, con el Salmo 29: "Te ensalzaré Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir, cuando bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo. Su cólera dura un instante, su bondad de por vida; al atardecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo. Escucha, Señor, y ten piedad de mí, Señor socórreme. Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre".

Manuel Garrido

*  *  *

         El profeta Isaías profetiza hoy una futura vuelta al paraíso inicial, y anuncia que Dios está ya proyectando "un cielo nuevo y una tierra nueva", con el que quiere que el hombre y la sociedad vuelvan a su estado 1º de felicidad, equilibrio y armonía.

         En el terreno más inmediato, también profetiza Isaías una presente vuelta del destierro de Babilonia, la cual describe con tonos poéticos e idílicos, con gran fertilidad en sus campos y felicidad en las personas. El salmo de hoy, por tanto, también es optimista: "Me has librado, has sacado mi vida del abismo, me has hecho revivir y cambiar mi luto en danzas. Señor, te daré gracias por siempre".

         Ya quedan menos de 3 semanas para la Pascua, y todavía no hemos dedicado a Dios todo nuestro tiempo y esfuerzos. Pero Dios sigue lo planificado, aunque nosotros no lo hagamos. Pues es él, como hizo con el pueblo de Israel (ayudándole a volver del destierro), quien quiere llevar a cabo un "cielo nuevo" y una "tierra nueva".

         Es Dios quien desea que esta próxima Pascua sea una verdadera primavera para nosotros, incorporándonos a su Hijo. Porque "Cristo es la nueva creación, y con él pasó lo viejo, y todo es nuevo" (2Co 5, l 7). En la noche de Pascua escucharemos el relato poético de la antigua creación (el surgimiento de la vida) y el de la nueva creación (la resurrección de Cristo). Ambas se nos aplican a nosotros en un sacramento que estará esa noche muy especialmente presente en nuestra celebración: el bautismo.

José Aldazábal

b) Jn 4, 43-54

         Al comenzar las ferias de la semana IV de cuaresma, las lecturas cambian de orientación. Antes leíamos los 3 evangelistas sinópticos, con los pasajes del AT formando una unidad temática en torno al evangelio. Ahora vamos a leer, hasta Pascua (y también durante toda la Pascua, hasta Pentecostés), al evangelista Juan, en lectura semicontinuada de algunos de sus capítulos.

         Antes había sido nuestro camino de conversión el que había quedado iluminado día tras día por las lecturas. Ahora se nos pondrá delante del leccionario, como modelo del cambio cuaresmal, la lucha de Jesús contra el mal, con la creciente oposición de sus adversarios (que acabarán llevándole a la cruz).

         De momento, a Jesús le reciben bien en Galilea, aunque él ya es consciente de que "un profeta no es estimado en su propia patria". Y en Caná, donde había hecho el 1º milagro del agua convertida en vino, hace hoy Jesús otro signo, curando al hijo del funcionario real de Cafarnaum.

         De nuevo aparece aquí un extranjero con mayor fe que los judíos, y el evangelista subraya que "aquel hombre creyó en la palabra de Jesús, y se puso en camino". Comienza la marcha de Jesús hacia su muerte y resurrección, y en ella irá sembrando hechos comunicadores de nueva vida, nueva salud y renovada alegría.

         Jesús nos quiere devolver la salud, como al hijo del funcionario real, y liberarnos de toda tristeza y esclavitud, y perdonarnos todas nuestras faltas. Si tenemos fe. Si queremos de veras que nos cure (cada uno sabe de qué enfermedad nos tendría que curar) y que nos llene de su vida. A los que en el bautismo fuimos sumergidos en la nueva existencia de Cristo (ese sacramento fue una nueva creación para cada uno) Jesús nos quiere renovar en esta Pascua.

         Cuando nos disponemos a acercarnos a la mesa eucarística decimos siempre una breve oración llena de humildad y confianza: "No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". Es la misma actitud de fe del funcionario de hoy, y debe ser nuestra actitud en vísperas de la Pascua.

José Aldazábal

*  *  *

         Para este episodio, programático de toda la actividad de Jesús con el hombre, escoge Juan como protagonista a un hombre que ejerce autoridad. Y que, por eso, puede ser figura de cualquier tipo de poder. El funcionario va a ver a Jesús movido por la necesidad. No le expresa adhesión personal, pero necesita ayuda. El funcionario pide una intervención directa de Jesús a favor de su hijo, que está a punto de morir: que baje en persona y lo cure.

         Le contestó Jesús: "Como no veas señales portentosas, no creéis". Con su respuesta descubre Jesús la mentalidad del funcionario real, que le es común con los de su clase "no creéis". Este extraño plural, que señala la categoría de los instalados en el poder, es otro dato que hace penetrar más allá de la superficie.

         Jesús, en el funcionario, se dirige a los poderosos, y más en general, a aquellos, que esperan la salvación en la demostración del poder. Para ellos, la fe sólo puede tener como fundamento el despliegue de fuerza, el espectáculo maravilloso. Como individuo poderoso sólo entiende el lenguaje del poder. Busca en Jesús la intervención del Dios omnipotente que actúa sin contar con el hombre y que, con un acto espectacular, remedia la situación desde fuera.

         La expresión de Jesús ha puesto el descubierto la mentalidad de poderoso que tiene el funcionario real, y al mismo tiempo muestra cómo Jesús rechaza un determinado modo de remediar la debilidad del hombre, y por contraste, la manera cómo él va a efectuarla. De hecho, la expresión "señales portentosas" (signos y prodigios) es típica de la actuación de Dios por medio de Moisés para salvar al pueblo de la esclavitud de Egipto.

         En el funcionario aparece la figura del poder, en el muchacho enfermo la del hombre en situación extrema y próximo a la muerte (correspondiente al antiguo Israel en Egipto). Jesús no accede al deseo del funcionario, de que baje a Cafarnaum, ni al despliegue de poder que él cree necesario para que el hijo escape de la muerte. No propone la imagen de Dios reflejada en el Exodo. La obra del Mesías no será la de los signos prodigioso, sino la del amor fiel (Jn 1, 14). Jesús, para salvar, no hará ningún alarde de poder.

         El funcionario insiste: "Señor, baja antes de que se muera mi niño". Con este petición renovada confiesa la impotencia del poderoso ante la debilidad y la muerte. El poder de este mundo es impotente para salvar. Jesús le dijo: "Ponte en camino", y aquel hombre se fió de las palabras que le dijo Jesús, y "se puso en camino". Jesús no necesita bajar a Cafarnaum, pues él es capaz de comunicar vida con su palabra, que es palabra creadora y llega a todo lugar.

         Jesús dice al funcionario que se ponga en camino y vea la realidad de lo sucedido. Con su invitación lo pone a prueba, para ver si renuncia a su deseo de señales espectaculares. Si el hombre acepta la invitación de Jesús, verá que su hijo ha salido de su situación de muerte. El que pedía a Jesús como poderoso, cree ahora como hombre; antes se definía por su función, ahora por su condición humana, presupuesto para toda relación personal. Se fía de las palabras de Jesús y, sin más, se pone en camino.

         Ha renunciado a su mentalidad de poder y a las señales portentosas. Jesús ha actuado sin ostentación de fuerza. Con su respuesta indica Jesús que la salvación que él trae no requiere la colaboración del poderoso. El va a ocuparse directamente del hombre en su condición de debilidad y de muerte. Su acción no necesitará su presencia física; será su mensaje el que comunique vida. La hora de la curación coincide con la de las palabras de Jesús: la hora 7ª del día (hoy 13.00 horas). La determinación del tiempo tiene para Juan un sentido particular.

Noel Quesson

*  *  *

         El tema de Jesús rechazado por los suyos se había hecho proverbio. Los galileos habían tenido noticia de la actividad de Jesús en Jerusalén y reciben bien a Jesús, porque "habían visto lo que había hecho en Jerusalén, durante la fiesta". Ahora comienza un nuevo ciclo y una nueva etapa de su actividad, con un cambio de táctica.

         El episodio de hoy del funcionario real (con su hijo enfermo) está en paralelo con el de la boda de Caná, y es la 2ª señal del nuevo comienzo. El funcionario real ha tenido noticias de Jesús, según la actividad que había desarrollado en Jerusalén (Jn 2, 17.23). Y preocupado por la situación de su hijo, y nada más que por eso, manda que otros busquen a Jesús.

         El poder, representado por el funcionario, se muestra impotente para salvar ("su hijo estaba para morirse"). Jesús denuncia la mentalidad de los poderosos ("no tenéis fe"), que sólo esperan manifestaciones de poder (incluso por parte de Jesús), como en el antiguo éxodo (Éx 7,3.9; 11,9,10; 15,11). Pero Jesús va a efectuar la liberación (éxodo) sin alarde de fuerza, y alejado de cualquier ostentación de poder.

         Jesús se dirige al paciente con la palabra "chiquillo" (v.49), expresión de cariño y debilidad (pues es menor de edad), para llamarlo después "hijo" (v.50), subrayando la relación de dependencia. Y deja claro a los funcionarios del poder que sus palabras (su mensaje) son vida, que él comunica independientemente de la voluntad del poderoso (vv.50-51).

         El cambio de actitud del funcionario se muestra por los diferentes modos como se le designa en el evangelio: funcionario (vv.46 y 49), hombre (v.50) y padre (v.53). El hijo queda curado a la hora 7ª (v.52), que es la que sigue a la 6ª hora (la hora de la muerte de Jesús; Jn 19,45) y la hora en que, terminada su obra, produce la vida con la entrega del Espíritu (Jn 19,30). La salvación de Jesús es universal, y no se limita a los judíos, sino también a este funcionario romano, consistiendo en comunicar vida al pueblo, independientemente del deseo de los dirigentes.

         De este modo Jesús manifiesta su gloria y amor (Jn 2,11), directamente y sin intermediarios, independientemente del marco institucional (v.54) y no en Jerusalén sino en todas partes (como ahora en Galilea). A pesar del reproche inicial por buscar signos y milagros, y ante la insistencia del hombre, Jesús cura al muchacho a distancia. Esta es la peculiaridad de este milagro, similar al de la curación del siervo del centurión contada por los sinópticos.

         El poder de Jesús no conoce barreras, su compasión supera todo obstáculo; a la hora en que pronunció su palabra sanadora, a esa hora el muchacho se curó según el testimonio de los criados del funcionario real. Ante la fuerza misericordiosa de Jesús, ¿cómo no creer?

         Por eso el relato finaliza con la anotación de que toda la familia del funcionario real creyó en Jesús. Y el evangelista anota que se trata del 2º signo realizado por Jesús, en el mismo pueblecito (Caná) donde había realizado el 1º. Y como anticipo de otros 5 signos que seguirá realizando Jesús para suscitar la fe de sus oyentes e interlocutores.

         El evangelista Juan relató en su evangelio 7 milagros obrados por Jesús. Un número simbólico, perfecto y de plenitud. Es la suma del 3 divino con el 4 terráqueo, es el símbolo del poder salvador de Jesús, que a través de su Iglesia sigue curando a los enfermos.

Juan Mateos

*  *  *

         Hoy volvemos a encontrar a Jesús en Caná de Galilea, donde había realizado el conocido milagro de la conversión del agua en vino. Ahora, en esta ocasión, hace un nuevo milagro: la curación del hijo de un funcionario real. Aunque el 1º fue más espectacular, éste es (sin duda) más valioso, porque no es un bienestar pasajero lo que se soluciona el milagro, sino la propia vida de una persona.

         Lo que llama la atención de este nuevo milagro es que Jesús actúa a distancia, y no acude a Cafarnaum para curar directamente al enfermo, sino que sin moverse de Caná hace posible el restablecimiento. En efecto, el funcionario le pide "baja, Señor, antes que se muera mi hijo", y Jesús le responde: "Vete, que tu hijo vive" (Jn 4, 49.50).

         Esto nos recuerda a todos nosotros que podemos hacer mucho bien a distancia, es decir, sin tener que hacernos presentes en el lugar donde se nos solicita nuestra generosidad. Así, por ejemplo, ayudamos al Tercer Mundo colaborando económicamente con nuestros misioneros o con entidades católicas que están allí trabajando.

         Ayudamos a los pobres de barrios marginales de las grandes ciudades con nuestras aportaciones a instituciones como Cáritas, sin que debamos pisar sus calles. O incluso, podemos dar una alegría a mucha gente que está muy distante de nosotros con una llamada de teléfono, una carta o un correo electrónico.

         Muchas veces nos excusamos de hacer el bien porque no tenemos posibilidades de hacernos físicamente presentes en los lugares en los que hay necesidades urgentes. Jesús no se excusó porque no estaba en Cafarnaum, sino que obró el milagro. La distancia no es ningún problema a la hora de ser generoso, porque la generosidad sale del corazón y traspasa todas las fronteras. Como diría san Agustín, "quien tiene caridad en su corazón, siempre encuentra alguna cosa para dar".

Ramón Sánchez

*  *  *

         En la perícopa evangélica de hoy Jesús entra en relación con 2 tipos de personas que no pertenecían a la oficialidad judía, la cual se ponía a sí misma como modelo de piedad. La autosuficiencia de este grupo estaba en su práctica radical de la ley, de tal manera que el cumplimiento de sus principios primaba sobre la necesidad del ser humano. De esta forma, el ser humano terminaba siendo víctima del legalismo.

         Según los evangelios, Jesús celebraba, como un auténtico acontecimiento, el encontrarse con gente que estuviera libre del legalismo. En personas así era fácil que creciera la semilla del Reino. Por eso, no es gratuita la memoria que hace el evangelista Juan de la comunidad de los samaritanos y de un funcionario real.

         Ya en Samaria había acontecido la conversión de la mujer samaritana y de otras personas de la localidad. Ahora los samaritanos reconfirmaban su fe en Jesús, iniciando un proceso que más tarde culminará en la creación de una de las primeras comunidades cristianas de la Iglesia primitiva.

         Algo parecido hay que decir del funcionario real. A pesar de ser un excluido de la religión oficial judía, por ser un extranjero impuro, sin embargo Jesús lo descubre como un hombre de fe, que cree en la promesa de curación que le hace.

         El peligro de toda religión es llegar a caer en el legalismo. Cuando la ley se entroniza en el interior de la misma, la sorpresa y la gratuidad del encuentro con Dios (que es lo que realmente define el milagro) se hacen imposibles. El legalismo, por hacer que las cosas buenas sucedan como recompensa a la guarda de la ley, destruye la posibilidad de la gracia y del verdadero milagro. La posibilidad de encontrarse con samaritanos y funcionarios, necesitados del amor más que de la ley, hizo renacer en Jesús la inmensa alegría de la misericordia. A partir de aquí, todo milagro es posible.

         El comentario que se me ocurre proponer hoy de cara a este texto, tiene que ver con la fe. Actitud sin la cual es imposible hacer un progreso en el camino del Reino. Inicialmente la curiosidad, la expectativa, la novedad, pueden estar en el origen de nuestra relación con Dios o con Jesús, pero es necesario e importante que surja el elemento de fe para que se pueda dar todo el proceso completo.

         En el funcionario al que se le sana el hijo se percibe perfectamente el proceso, y es ahí donde debemos poner el énfasis, no en el milagro (semeion, lit. signo) de si se sanó o no, sino a qué hora, pues ésta hizo coincidir lo que Jesús decía ("tu hijo vive") y lo que estaba sucediendo a distancia (la mejoría del niño). Se trata, pues, del proceso de acercamiento del funcionario real, que había pasado de su lejanía respecto a Israel a construir su sinagoga, y de tener noticias a distancia sobre Jesús a invitar a Jesús a su propia casa e intimidad.

         ¿Se produce en nosotros este proceso? Este tiempo de cuaresma es propicio para hacernos esta pregunta, y para definir nuestro grado de cercanía a Jesús. Destaco también lo que significó la palabra de Jesús para el funcionario, pues era su Palabra lo que él buscó, fue la Palabra en lo que él se fió, y fue la Palabra la que sanó a su hijo. ¿Cuál es nuestra actitud, y nuestra fe, ante la Palabra de Dios?

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista sitúa hoy a Jesús en Caná de Galilea, donde había comenzado a hacer sus signos. Concretamente, la conversión del agua en vino. Y estando allí, un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaum, fue a verle para que bajase a curar a su hijo moribundo. Jesús le recibe, pero no sin cierto desdén: Como no veáis signos y prodigios, no creéis.

         Pero el funcionario insiste (al fin y al cabo está en juego la vida de su hijo), y por eso le dice: Señor, baja antes de que se muera mi niño. Jesús, sin más dilación, le dice: Anda, tu hijo está curado. Y aquella palabra calmó la ansiedad del funcionario, que se dio por satisfecho e inició el camino de vuelta.

         Cuando iba bajando, vinieron al encuentro del funcionario sus criados, para comunicarle la gozosa noticia de que su hijo se había curado. Al preguntar por la hora de la mejoría, le dijeron: A la una le dejó la fiebre.

         Esa era precisamente la hora en que Jesús la había dicho: Tu hijo está curado. Y aquel funcionario creyó, y con él toda su familia. Ya había creído en la palabra de Jesús cuando le dijo que su hijo estaba curado, puesto que dejó de insistirle. Se puede decir incluso que ya creía en él cuando decidió acudir a él en busca de auxilio.

         Pero esta fe inicial, apoyada en las noticias que le habían llegado del maestro de Nazaret, se vio reforzada con la propia experiencia, esto es, con la constatación del poder curativo de Jesús hecho realidad en su propio hijo. El testimonio de aquel magistrado y la presencia con salud del enfermo hizo el resto y facilitó la fe de su entera familia. El evangelista Juan presenta este hecho como el 2º signo realizado por Jesús en su vuelta a Galilea.

         La fe del funcionario y su familia, a partir de la curación de aquel muchacho, no resta seriedad a la primera frase de Jesús: Como no veías signos y prodigios no creéis, como diciendo que los signos prodigiosos no son consustanciales a la fe, ni la fe los necesita.

         Y es que la fe, aunque ilumine la realidad, es oscura en sí misma. La fe es esa luz que, encendida, nos permite ver las cosas desde la óptica de Dios y en su verdad más profunda. Pero supone un firme acto de confianza en el testimonio del mismo Dios a través de sus mediaciones, y este asentimiento del entendimiento no deja de ser un acto de fe hecho en la in-evidencia del Dios que crea y que habla. El milagro había confirmado la fe del funcionario en Jesús y en su poder taumatúrgico, es decir, le había demostrado que su fe en Jesús no había errado.

         Pero ahí no acababa todo, pues Jesús pedirá a sus seguidores que lo reciban no sólo como a un enviado de Dios (como a uno de sus profetas), sino como al mismo Hijo de Dios en carne mortal. Ello implica una concreta fe en Dios no sólo como Creador, sino como Padre de ese Hijo.

         Tal es la fe cristiana profesada en el bautismo: fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, fe en Dios Trinidad de personas. Esa es la fe a la que nos quiere llevar Jesucristo. Para eso se ha hecho hombre, de modo que todo en su vida terrena, sus palabras y sus obras, sean signos que nos orienten hacia esa fe y nos la faciliten.

         Somos seres sensibles y racionales, que juzgamos en razón de lo que nos llega a través de los sentidos y tras una elaboración mental acorde con esas observaciones. Y para otorgarle nuestra fe a alguien necesitamos que nos ofrezca signos de credibilidad. Pero si la exigencia de signos es excesiva, podemos no tener nunca signos suficientes para creer, podemos quedarnos sin fe y sin la luz que esa fe aporta.

         Tratándose de realidades que no se ven, no podemos guiarnos únicamente por evidencias; también tenemos que recurrir a razones y, finalmente, a actos de fe en autoridades cuya credibilidad nos parece razonable. Jesús había dado muestras de poseer un poder extraordinario para curar, ganándose así el crédito que muchos depositaron en él. La muestra más extraordinaria del poder de Dios es este mundo que contemplan nuestros ojos, visto como obra suya, como creación.

         La exigencia de una causa (necesaria) para este mundo contingente siempre se ha visto como una buena razón para creer. Pero ni siquiera esto resulta una evidencia. Y es que la fe, aun teniendo razones en su favor, no será nunca equiparable a una evidencia.

         Si la fe fuera evidente, se difuminaría, y ya no viviríamos en el mundo de las opacidades y enigmas, sino en el mundo de las trasparencias. Pero ese mundo no sería ya el mundo en que vivimos, en el que tantas cosas se nos ocultan y tantos misterios están por descubrir.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 11/03/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A