12 de Marzo

Martes IV de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 12 marzo 2024

a) Ez 47, 1-9.12

         He aquí que "debajo del umbral del templo, salía agua", nos dice hoy el profeta Ezequiel. No hay que tomar todos los detalles en sentido material, pues son imágenes simbólicas. Pero sí saber que, a través de ellos, Dios anuncia unos tiempos maravillosos.

         En efecto, del templo (de Jerusalén) sale "un riachuelo" (nos sigue describiendo místicamente Ezequiel), cuyo curso crece hasta llegar a convertirse en "un torrente caudaloso". Se trata del tema de la abundancia, por medio del cual Ezequiel nos dice que Dios no retiene sus bienes, sino que los reparte a profusión y sin cesar.

         "¿Has visto, hijo de hombre?", sigue interpelando el profeta. Efectivamente, a menudo no veo. Pero trataré de ver ese río de gracia, y en mi oración de la noche trataré de recapitular. Mira, sigue diciéndonos Ezequiel: "A la orilla del torrente, a ambos lados, había gran cantidad de árboles, y toda clase de frutales, que todos los meses producirán frutos nuevos".

         Se trata de una visión maravillosa, con la que Ezequiel describe el comenzar de nuevo del paraíso terrestre. Y en la que nos dice, además, que sucederá en ¡el desierto de Judá!, el cual se cubrirá "de árboles de vida", que no sólo darán una cosecha, sino 12, ¡una por mes! Decididamente, no habrá hambre allí.

         En cuanto al agua, nos dice el profeta que "desembocará en el Mar Muerto, cuyas aguas quedarán saneadas", y que "por doquier resucitará la vida, por dondequiera que pase el torrente". Hay que conocer el Mar Muerto, y su paisaje desolado, para captar toda la metamorfosis prometida. Pues las aguas de este mar, verdaderamente muerto, tienen tal cantidad de sales, que ningún pez tiene vida en ellas, y en sus alrededores también reina la muerte. He aquí, pues, un agua nueva, que tiene como poder la resurrección (pues no sólo da vida, sino que suscita seres vivos en el Mar Muerto).

         Ese es el poder del agua divina, que nos hace renacer por el bautismo. ¿Creo yo en esa fuerza divina? ¿O no creo, acaso, que Dios es capaz de transformar el desierto de nuestros corazones en jardines florecientes de vida? ¡Oh Dios, impregna nuestras vidas de tu vida!

Noel Quesson

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         La 1ª lectura de hoy presenta ante nuestros ojos un imposible realizado: sanear al Mar Muerto. Sobre todo por lo de muerto, que no es un chiste ni una exageración, por los siglos de acumulación de sales minerales del Jordán, que han hecho de esta masa de agua una imagen de la muerte.

         El Mar Muerto, como sabemos, se encuentra a 600 m. por debajo del nivel del Mar Mediterráneo, de modo que las aguas que allí llegan no tienen adonde correr, y simplemente emergen por evaporación, dejando una acumulación creciente de sales que impiden la vida y que le dan el nombre que tiene: Mar Muerto.

         La radical soberanía de la muerte en ese inmenso charco salino es una imagen viva de lo irreversible. Todo el mundo sabe que el agua se puede salar, pero ¿cómo quitarle esa sal para hacerla potable y útil a la agricultura? No hay procedimiento sencillo que lo logre, sobre todo: no lo había cuando Ezequiel nos cuenta que hay un agua tan poderosa, tan sana y tan santa, que tiene fuerza para limpiar y sanear el agua muerta de ese mar.

         Agua limpia que limpia al agua sucia, algo que va contra nuestra experiencia. Lo que conocemos es que el agua sucia ensucia al agua limpia. Pero Dios puede transmutar la flecha del tiempo, por así decirlo, y vencer en las tierras de lo improbable y lo imposible. Y si puede hacerlo con esa agua muerta, ¿no lo podrá con nuestras vidas, que han acumulado la sal mortífera del pecado y que se han vuelto pozos de muerte?

Nelson Medina

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         El agua, como principio de vida, es una imagen que se encuentra con frecuencia en los libros sagrados (Jl 4,18 Zac 14,8; Is 35). No es de extrañar que Ezequiel use, pues esta imagen al hablar de los efectos vivificantes que produce la presencia de la gloria del Señor en el templo. Dado que la imagen del agua es tan frecuente, esta visión puede tener diversos puntos de referencia: las aguas de los cuatro ríos del paraíso (Gn 2,10-14); o los ríos y canales de Israel (Guijón, Cedrón...); o, tal vez, los mismos famosos canales de Babilonia, tantas veces contemplados por los desterrados.

         El agua que sale del templo (hacia el oriente, quizá es la zona más árida) y que comienza siendo una fuente y un riachuelo, luego se hace un río caudaloso a pocos km de su nacimiento. Es decir, el poder vivificante se ha ido desarrollando ganando en fecundidad y en calidad. Su salubridad llega hasta curar todo lo que toca, incluido el Mar Muerto (v.8), a que broten gran cantidad de árboles que producen toda clase de frutos y hasta una cosecha por mes; y en ella viven gran cantidad y variedad de peces.

         Y todo por el hecho de brotar del templo, donde está la presencia del Señor, que fecunda al pueblo en continua fidelidad a la alianza (v.7). En definitiva, dar fecundidad, crear vida, es trabajar por la justicia, por el bienestar por el bien; el egoísmo, en cambio, crea muerte, crea aridez.

         El agua de Ez 47 es prototipo de la de los últimos tiempos abiertos por Cristo: "Quien tenga sed, que se acerque a mí y beba. Quien crea en mí, ríos de agua viva brotarán de su entraña" (Jn 7, 37-38). En él se ha cumplido esta profecía de Ezequiel; de él nos viene la gran efusión del Espíritu que simbolizaba el agua. Únicamente de él nos puede venir la fecundidad, la vida, a nivel personal y a nivel colectivo. Todo ha de pasar forzosamente a través de él.

         La única salvación, la única solución se encuentra en Cristo, según indicó Pedro al pueblo de Jerusalén: "La salvación no está en ningún otro, es decir, que bajo el cielo no tenemos los hombres otro diferente de él al que debamos invocar para salvarnos" (Hch 4, 12).

José Manglano

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         En la 1ª lectura de hoy el profeta utiliza la imagen del torrente. Los torrentes son en el AT símbolo de la vida que Dios da, especialmente en los tiempos mesiánicos. Ezequiel utiliza la imagen de la corriente de agua milagrosa que mana del lado derecho del templo (el lugar de la presencia de Dios y el centro del culto que le es agradable), y todo lo inunda con su salud y fecundidad. En el NT (Jn 7, 35-37) este agua es el Espíritu que mana de Cristo glorificado.

         Pero centrémonos en el simbolismo del agua. Porque el agua es vida, purificación, bautismo, sanación y fecundidad; es chorro que salta a la vida eterna; es gracia y novedad. Con ella (el agua) recordamos que en el delicioso Jardín del Edén, es decir, en la obra de la creación , morada del hombre, había cuatro ríos que regaban las tierras y las hacían fecundas y daban pan a las criaturas. Así en el amor divino que se derrama sobre nosotros.

         Pues bien, Ezequiel recompone en cierta forma aquella escena bíblica y hace salir el torrente de vida y gracia por medio de cuatro canales que distribuyen el agua de un manantial que ahora brota del umbral del templo de Dios para regar y hacer fecundo todo.

         Descripción idealizada de la fuente Guijón, en Jerusalén, cuyas condujo Ezequías I de Judá a la Piscina de Siloé. El profeta ve sus aguas manando del templo, corriendo luego por el Jordán, regando y fecundando sus riberas, hasta el Mar Muerto. Para nosotros es ‘la fuente de gracia que mana del tempo y vida en Dios. ¡Fantasía prodigiosa, gracia prodigiosa, significación prodigiosa del bautismo y de la vida en Dios!

José A. Martínez

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         El profeta Ezequiel nos habla hoy de aguas salvíficas, de las acequias que corren alegrando la ciudad de Dios, que simbolizan a las aguas bautismales que, limpiándonos del pecado, nos han dado la alegría de la salvación. El agua que corre es signo de la especial protección de Dios en el AT, en el NT y en la vida de la Iglesia. El Salmo 45 de hoy reconoce esta predilección y cuidado:

"Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar. El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada. Teniendo a Dios en medio no vacila, Dios la socorre al despuntar la aurora. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob. Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra".

         "Por debajo del umbral del templo manaba agua e iba bajando, y a cuantos toquen este agua los salvará", repite el profeta Ezequiel. Se trata de una prefiguración del agua que salió del costado de Cristo en la cruz por la lanzada del soldado, como símbolo del Espíritu Santo que brota del Resucitado, y también del agua purificadora del bautismo.

         Nosotros estamos bautizados, somos hijos de Dios, herederos del cielo. Seamos fieles a nuestro bautismo, para que podamos oír un día estas palabras: "Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino que os está preparado desde el comienzo del mundo" (Mt 25, 34).

Manuel Garrido

b) Jn 5, 1-16

         Durante 3 días vamos a leer el cap. 5 de Juan. En concreto, el pasaje de hoy se sitúa en la Piscina de Betesda, famosa por sus aguas medicinales. Y nos dice que había allí un paralítico al que nadie ayudaba para poder llegar al agua. Hasta que llega Jesús, ve su situación y decide curarlo inmediatamente. No sin reacciones contrarias por parte de sus enemigos, porque este signo milagroso lo había hecho precisamente en sábado.

         El agua, tanto la que anuncia poéticamente el AT como la del milagro de Jesús, estará muy presente en la noche de Pascua. De Cristo Resucitado es de quien brota el agua que apaga nuestra sed y fertiliza nuestros campos. Su Pascua es fuente de vida, la acequia de Dios que riega y alegra nuestra ciudad, si le dejamos correr por sus calles. ¿Vamos a dejar que Dios riegue nuestro jardín?

         El agua es Cristo mismo. Baste recordar el diálogo con la mujer samaritana junto al pozo, en Juan 4: él es "el agua viva" que quita de verdad la sed. Si el profeta Ezequiel vio brotar agua del Templo de Jerusalén, ahora "el Cordero es el Santuario" (Ap 21, 22) y de él nos viene el agua salvadora. La curación del paralítico por parte de Jesús es el símbolo de tantas y tantas personas, enfermas y débiles, que encuentran en él su curación y la respuesta a todos sus interrogantes.

         El agua es también el Espíritu Santo, y de ahí que diga Jesús: "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba, pues de su seno correrán ríos de agua viva". Esto lo decía refiriéndose al Espíritu Santo, que "iban a recibir los que creyeran en él" (Jn 7, 37-39).

         Dios quiere convertir nuestro jardín particular, y el de toda la Iglesia (por reseco y raquítico que esté) en un vergel lleno de vida. Si hace falta, él quiere resucitarnos de nuestro sepulcro, como lo hizo con su Hijo. Basta que nos incorporemos seriamente al camino de Jesús. ¿Nos dejaremos curar por esta agua pascual? ¿De qué parálisis nos querrán liberar Cristo y su Espíritu? Pero, además, ¿ayudaremos a otros a que se puedan acercar a esta piscina de agua medicinal que es Cristo, si no son capaces de moverse ellos mismos ("no tengo a nadie que me ayude")?

         Lo que dice el salmo responsorial de hoy se refiere a nuestra pequeña historia: "El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, y teniendo a Dios en medio, no vacila". El agua salvadora de Dios es su Palabra, su gracia, sus sacramentos, su eucaristía, la ayuda de los hermanos, la oración. La aspersión bautismal de los domingos y de la Vigilia Pascual nos quieren comunicar, simbólica y realmente, esta agua salvadora del Señor.

José Aldazábal

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         La Puerta de las Ovejas era el lugar por donde entraban los rebaños en Jerusalén, y los 5 soportales (o pórticos) de la piscina responden a una realidad histórica. Pero ponen en relación, además, la piscina con el templo, que le da un sentido más allá del histórico. Pues los pórticos del templo eran el lugar de la enseñanza oficial de la ley mosaica, que hacía de Jerusalén la ciudad del saber teológico y jurídico del judaísmo, donde acudían alumnos de todo el mundo conocido.

         A dicha piscina se arrastraban cantidad de lisiados y multitud de mendigos, que se juntaban al borde de la piscina y esperaban poder algún día recobrar la salud. Imagen de una humanidad que vive esperando inútilmente la salvación. El agua de Betesda era estéril, no podía producir un nacimiento nuevo.

         Al mismo tiempo, la orden que Jesús dará al inválido va a estar en contradicción con la ley (v.10), o mejor dicho, va a sustituir la ley antigua por la suya. Pues Moisés fue el dador de la ley, pero Jesús es ahora su aplicador. Esto hace ver que los 5 pórticos se hayan constituido en un símbolo de los 5 libros de la ley (la Torá), bajo cuya opresión vivía el pueblo.

         Pues bien, allí estaban echados "muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos". Los 3 adjetivos no designan 3 clases de enfermos, sino 3 males que los afligían: están ciegos por obra de la tiniebla (que les impide conocer el designio de Dios), tullidos por verse privados de actividad (y reducidos a la impotencia) y resecos por estar carentes de vida (y ser un pueblo muerto). Esto sucedía en plena fiesta judía, y la multitud estaba tirada en los pórticos, exhausta de la fiesta, de la alegría, de la vida, de la felicidad. Pues bien, también estaba allí un hombre "que llevaba 38 años enfermo".

         Este hombre paralítico era la encarnación de la muchedumbre. Y por eso, la curación que va a efectuar Jesús no va dirigida únicamente a él, sino a la multitud sometida a la ley. Así se explica la violenta reacción de los dirigentes, que inmediatamente pensarán en matarlo.

         "Llevaba 38 años enfermo". Esta cifra hay que interpretarla en relación con 40, pues 40 años es el tiempo de una generación, y equivaldría a la vida entera de un individuo en su condición de invalidez. El paralítico está, por tanto, al final de su vida, y es en este momento cuando se le acerca Jesús.

         Referidos al pueblo recuerdan sobre todo los 40 años de estancia en el desierto donde murió toda la generación que había salido de Egipto, sin llegar a la tierra prometida. Por tanto, la situación de esta muchedumbre es la de quienes van a morir sin haber salido del desierto, sin haber conocido la felicidad que Dios prometía (Dt 2, 14-17).

         Jesús, al verlo echado y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: "¿Quieres quedar sano?". A este hombre, a este pueblo, Jesús quiere darle la salud. Al hombre sin fuerzas, incapaz de movimiento y acción, víctima de su enfermedad; hombre en condición infrahumana, sin creatividad ni iniciativa. Jesús le abre una esperanza de salud, ofreciéndosela implícitamente.

         El enfermo desea la curación, pero eso está fuera de su alcance. Por eso, Jesús le dice: "Levántate, toma tu camilla y echa a andar". Inmediatamente le da la salud y con ella la capacidad de actuar por sí mismo. El hombre puede disponer de la camilla que lo tenía inmóvil y puede caminar a donde quiera. La camilla, nombrada cuatro veces, adquiere un significado importantísimo. Ella cargaba con el hombre inválido; ahora, curado, el hombre carga con ella. Jesús lo hace dueño de aquello que lo dominaba; le hace poseer aquello que lo poseía.

Noel Quesson

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         Nos habla hoy el evangelista sobre un episodio ocurrido en la Piscina de Betesda, una especie de sala de espera de un hospital de trauma. Y nos dice que allí "yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos" (v.3). Jesús se dejó caer por allí.

         Es curioso, pero Jesús siempre está en medio de los problemas. Allí donde haya algo para liberar, o para hacer feliz a la gente, allí está él. Los fariseos, en cambio, sólo pensaban en si era sábado o no era sábado, pues su mala fe guiaba su espíritu, y la mala baba del pecado goteaba de sus bocas. No hay peor sordo que el que no quiere entender.

         El protagonista del milagro llevaba 38 años de invalidez. "¿Quieres curarte?" (v.6), le dice Jesús. Hacía tiempo que el pobre hombre luchaba en el vacío, porque no había encontrado a nadie que le ayudara. Hasta que, por fin, encuentra a Jesús. Los 5 pórticos de la piscina retumbaron cuando se oyó la voz del Maestro: "Levántate, toma tu camilla y anda" (v.8). Fue cuestión de un instante.

         La voz de Cristo es la voz de Dios, y todo era nuevo en aquel viejo paralítico, gastado por el desánimo. Más tarde, San Juan Crisóstomo dirá que en la Piscina de Betesda se curaban los enfermos del cuerpo, y en el bautismo se restablecían los del alma; en aquella piscina de cuando en cuando y para un solo enfermo, y en este bautismo siempre y para todos. En ambos casos, se manifiesta el poder de Dios por medio del agua.

         El paralítico impotente a la orilla del agua, ¿no te hace pensar en la experiencia de la propia impotencia para hacer el bien? ¿Cómo pretendemos resolver, solos, aquello que tiene un alcance sobrenatural? ¿No ves cada día, a tu alrededor, una constelación de paralíticos que se mueven mucho, pero que son incapaces de apartarse de su falta de libertad?

         El pecado paraliza, envejece, mata. Hay que poner los ojos en Jesús. Es necesario que él (su gracia) nos sumerja en las aguas de la oración, de la confesión y de la apertura de espíritu. Tú y yo podemos ser paralíticos sempiternos, o portadores e instrumentos de luz.

Angel Caldas

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         Un nuevo signo nos presenta el evangelio de Juan (aunque no le aplique el término signo a este gesto), aunque no sea fácil comprender por qué Juan habrá seleccionado este hecho, entre otros muchos que no selecció. Como empieza a ser cada vez más frecuente en el 4º evangelio, a cada signo viene adyacente un conflicto que desemboca en un discurso. Propiamente hablando, todo ese 4º evangelio forma una unidad, especialmente porque el discurso da luz al signo. La liturgia eclesial, por otro lado, se detiene exclusivamente en el signo, e insinúa brevemente el conflicto.

         Juan empieza precisando el acontecimiento, que sucede durante una "fiesta de los judíos" (que no especifica cuál), con todo el sentido de fiesta que eso significa, y que muestra cómo se debe enfocar la actitud de Jesús (recordando siempre la fiesta de la Pascua del Exodo).

         En 2º lugar, Juan utiliza los verbos en tiempo presente, lo cual ha llevado a algunos sectores conservadores a afirmar que el evangelio de Juan fue escrito antes de la Caída de Jerusalén (ca. 70), ya que dice que "hay una piscina", y tras la destrucción romana de Jerusalén, esa piscina ya no existía, pues había sido destruida. Pero no olvidemos el modo literario de escribir de Juan, que abusa del presente histórico en sus narraciones, y de ello no se pueden sacar conclusiones.

         Llama la atención el enfermo, que no sólo se encuentra en esa situación desde hacía 38 años, sino que manifiesta una completa apatía para salir de su situación, echando siempre la culpa a otros ("no tengo nadie", "otro se me adelanta"...). Además, una vez curado toma la camilla y se va corriendo, sin preguntar quién es el que lo sanó. Posiblemente, dicho enfermo no estaba sólo paralítico, sino también dañado psicológicamente.

         De hecho, su enfermedad no es llamada por Juan enfermedad, sino literalmente astheneía (lit. debilidad). Su semejanza con el paralítico de Marcos (Mc 2, 1-12), y la referencia a la camilla (que puede ser cama de enfermos, no necesariamente de paralíticos) podría llevar a identificar ambos relatos y enfermos. Pero no podemos olvidar las marcadas diferencias entre ambos, no sólo geográficas sino también por la importancia del conflicto que se desata.

         La capacidad curativa de las aguas puede tener un origen ligeramente mágico, como el añadido "porque el ángel del Señor movía las aguas" parece suponerlo, pero ciertamente el contraste está dado por la capacidad curativa de la palabra de Jesús. Seguramente para destacar esta capacidad es que se destaca que el enfermo lleva 38 años en esa situación.

         Es común en los signos joánicos resaltar siempre el plus del poder en Jesús, tal como que el vino de Jesús en Caná es "el mejor", el ciego del camino es "de nacimiento", Lázaro lleva "4 días muerto", el hijo del funcionario se cura "a la misma hora"... En este caso, el paralítico lleva "38 años enfermo", lo que representa más de la mitad de su vida. Como en tantos milagros de curación, la constatación del milagro es simple y evidente: "Tomó su camilla y se puso a andar".

         Sin embargo, hay un conflicto latente en todo esto. Por una parte, porque todo ocurre un sábado, espacio de choque entre la servidumbre (de la ley) y la libertad (de Jesús). Y por otra parte, porque todo ocurre a las puertas del Templo de Jerusalén, cuya violación (o liberación de la ley) fue patente e interpeló directamente a los rabinos del templo.

         Lo importante de todo el evangelio es que mientras Jesús es juzgado por sus actitudes, en el fondo todos son juzgados según sea su actitud frente a Jesús. Un juicio definitivo se juega en nuestra historia. Por eso es importante la analizar qué quiere decir "el día aquel".

         En el AT, "aquel día" se refiere al futuro final de los tiempos, que será el "día del fin" (Jer 31,8s; Sal 146,4; Is 29,18) mientras que en el evangelio de Juan (Jn 14,20; 16,23.26) remite al tiempo presente de la Pascua (o Paso de Jesús). Todos son juzgados definitivamente según sea su actitud frente a Jesús, y él es quien establece el tiempo pleno de vida y salvación. Así, pues, el "día definitivo" es el mismo Jesús, ante el cual se pone en juego la historia particular de cada uno.

         Por otro lado, la ironía de Juan nos dice que el antiguo enfermo "se pone a andar" (como nuevo discípulo de Jesús), mientras que los judíos "ya no andaban" con Jesús (Jn 6, 66). Tras lo cual, añade que quien lo siga "no andará en tinieblas" (Jn 8, 12), mientras que el que "anda de noche tropieza" (Jn 11, 9.10). Eso sí, advierte que "el que anda en la luz, debe andar mientras tenga luz" (Jn 12, 35). ¿Cómo se deben entender las enigmáticas palabras "no peques más"?

         Ciertamente, Jesús no parece hacerse eco de la opinión que veía en cada enfermedad un pecado (Jn 9, 2-3), pero si hemos de hacer una lectura simbólica y ver al enfermo como al detenido en el camino (el que no camina detrás de las huellas de Jesús, el que no sigue su camino), la invitación parece una propuesta de "seguir adelante", no tanto mirar atrás, sino mirar adelante; el que está en camino no debe detenerse "en adelante".

         El último problema lo tenemos con un término que presenta 2 versiones en el texto griego: muchos manuscritos dicen que el curado "fue a contar" (apeggelein), mientras que la mayor parte (y los más antiguos) dicen que "fue a anunciar" (anéggelein). En el 1º de los casos sería hasta casi una denuncia, y en el 2º un testimonio.

         La insistencia del paralítico en "el que me ha curado" (vv.11.15) parece alentar la 2ª variante (aludiendo a Jesús sanador) y no tanto a la 1ª variante (aludiendo a Jesús violador). La historia ha llegado a su culmen, y esta está en favor de la vida. Esto debe proclamarse a todos, para que todos sean testigos de esto.

Maertens-Frisque

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         En el evangelio de hoy encontramos un relato con 2 escenas complementarias: un milagro de curación y una controversia sobre el sábado. Estamos en Jerusalén, durante una fiesta que no se especifica. Con el milagro se nos muestra el gesto solidario de Jesús con quien por 38 años (toda una vida) padecía una enfermedad incurable.

         El drama ocurre concretamente en la Piscina de Betesda (casa de la misericordia), que tiene 5 pórticos. Muchos piensan que los pórticos evocan los 5 libros de la ley, que mal interpretados sólo sirven para encerrar la muerte.

         A diferencia de los sinópticos (Mt 9,1-8; Mc 2,1-12; Lc 5,17-26), Jesús no exige la fe antes de la curación, y simplemente pregunta: "¿Quieres curarte?". El hombre paralítico, que no sabe quién es el que le habla y que no piensa que pueda ayudarlo, no le pide ayuda sino que le cuenta su drama.

         Jesús, sin más vueltas, le ordena al enfermo realizar 3 acciones (levantarse, tomar la camilla y andar) que aseguraban su curación sin necesidad de entrar en la piscina. Es decir, que la salvación no viene de la magia del agua o de la observancia estricta de la ley, sino de la persona de Jesús, del hijo de Dios, que es el único que tiene el agua de la vida y la generosidad para darla en abundancia.

         La siguiente escena deja saber que la curación se realizó en día sábado, lo que es motivo de controversia con los judíos, no tanto por lo que hizo Jesús, que fue una acción de palabra, sino por haber mandado a caminar el que estaba enfermo. Mientras los judíos con su manera particular de interpretar la ley ponían duras cargas al pueblo hasta mantenerlo esclavo de la Torá (de la ley), el encuentro con Jesús nos permite recobrar la vida y caminar con libertad.

         Pero la libertad no siempre es bien comprendida. En el 2º encuentro de Jesús con el hombre curado, le amonesta diciéndole: "No peques más". Esta expresión tiene un contexto de pasado en cuanto está afirmando que la curación incluyó el perdón de los pecados, pero al mismo tiempo es una advertencia para elegir la vida en el futuro.

Juan Mateos

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         El relato de la curación del enfermo de la Piscina de Betesda nos coloca, frente a la polémica típica de los evangelios: la primacía del amor sobre la ley. Una vez más, Jesús demuestra que la necesidad del ser humano prima sobre toda otra ley, aunque ésta sea una ley cultual, referida al mismo Dios.

         Todos los milagros que enfrentan este problema están llamados a introyectar en la conciencia humana el principio del amor, liberándola del peso de la ley. De esta manera el milagro se sigue repitiendo en la conciencia humana, dejándola libre para volar, en alas de un amor sin barreras y sin fronteras.

         Quisiéramos, sin embargo, subrayar en este milagro de la piscina el hecho de que Jesús quiera superar la espera resignada de un enfermo que aguarda que unas aguas se agiten, para ver si tiene la oportunidad (tantas veces antes negada) de llegar 1º al agua.

         Para el enfermo, símbolo de tantos que esperan, la agitación del agua era algo que lo mantenía en esperanza, aunque esta esperanza llevaba ya muchos años sin verse cumplida. El círculo vicioso que Jesús quiere romper es el de la espera que no termina de concretarse, por traer una liberación limitada, para unos pocos, y estar siempre a merced de la suerte y no de un proceso abierto.

         Jesús quiere superar así las esperas inútiles que tiene el pueblo, que cree que su liberación viene por algún tipo de agitación que sólo ocasionalmente involucra su vida y la mejora.

         Si no aplicamos un discernimiento que nos lleve a superar las falsas esperas en métodos ocasionales de transformación personal y social, prolongamos el hecho de la liberación y lo ponemos en métodos que no terminarán nunca de liberar, porque no hacen un trabajo de transformación permanente y profunda del interior. Hay que abandonar las liberaciones superficiales, ocasionales, violentas. Vivir de la casualidad prolonga innecesariamente el dolor.

         El hecho de que sea Juan el único evangelista que trae este relato es de por sí un dato que nos ayudará a entenderlo. El objetivo del relato, como algunos otros que trae Juan (bodas de Caná, samaritana...), es darnos una lección fuerte frente a la enseñanza judía. Concretamente hoy nos pone frente a la posibilidad de llegar hasta Dios, y la capacidad de permitirlo o no como un privilegio de alguna casta sacerdotal.

         Los enfermos están junto a la piscina, no pueden entrar al templo, están esperando una posibilidad de encontrarse con Dios, así sea momentáneamente, cuando se mueva el agua; pero Jesús se acerca a ellos, concretamente a uno que lleva 38 años, casi cuarenta, toda una vida ahí, esperando por Dios, esperando que otros le den la posibilidad de Dios; pero Dios se le ha acercado a él y se le acerca para que recupere su capacidad, para que no espere que sean otros pies los que lo lleven sino los suyos propios los que le permitan entrar al templo, llegar a Dios.

         Por otro lado está la oposición de la estructura religiosa que niega esa presencia de Dios, porque era sábado, porque se profanó una institución divina. Jesús libera de esas estructuras opresoras aunque religiosas; permite acercarse a Dios, da libertad y nos pide que llevemos esa libertad a los ambientes diversos donde estamos, incluidos los ambientes difíciles y cerrados.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Todos sabemos la importancia que tiene el agua para la vida, tanto que no se concibe vida sin agua. No es extraño, por tanto, que el agua, como elemento purificador, regenerador o curativo, haya desempeñado un papel tan crucial en la historia de las religiones. En todas partes y épocas históricas ha habido aguas de efecto medicinal que han atraído la atención de enfermos e impedidos en busca de salud.

         Uno de estos centros de aguas curativas se encontraba en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, en una piscina que recibía el nombre hebreo de Betesda. En torno a ella, bajo sus soportales, se concentraban multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, a la espera de una particular remoción de las aguas que proporcionaba la salud. Entre estos enfermos (refiere el evangelista poniéndonos en contexto) había uno que cargaba con su enfermedad desde hacía ya treinta y ocho años.

         Pues bien, Jesús se hace presente en este lugar en un tiempo en el que todavía podía pasar desapercibido en medio de esa población flotante que se acumulaba en Jerusalén con motivo de alguna fiesta judía. Este es, al parecer, el caso por el que Jesús se encuentra también en la ciudad.

         Cuenta el evangelista que Jesús se dio una vuelta por ese lugar que concentraba el sufrimiento humano de tantos enfermos bajo los soportales de la piscina de Betesda, y fijándose en ese paralítico, que llevaba 38 años echado en su camilla, le dice: ¿Quieres quedar sano?

         Aquella pregunta tuvo que sorprender al enfermo, y hasta pudo parecerle impertinente. Por supuesto que quería quedar sano. Para eso estaba allí, a la espera de una mano amiga que le ayudara a introducirse en las aguas de la piscina cuando éstas se removieran y adquirieran ese efecto medicinal tan maravilloso que a tantos atraía.

         El enfermo se limitó a señalarle las dificultades que tenía esta empresa para un impedido como él. Y Jesús sin más explicaciones le dice: Levántate, toma tu camilla y echa a andar.

         Al levantarse, como le ordenaba la voz de este desconocido, aquel hombre pudo comprobar que la palabra de Jesús tenía tanta fuerza curativa como el agua removida de la piscina. E hizo literalmente lo que se le mandaba: se levantó (estaba restablecido), tomó su camilla y echó a andar, suponemos que en dirección a su casa y envuelto en un halo de alegría que no le permitió siquiera reparar en el que le había proporcionado semejante beneficio.

         Resulta que aquel día era sábado, y al poco de iniciar su camino, aquel camillero se encontró con un grupo de judíos observantes de la ley que le recriminaron por llevar la camilla en el día del descanso sagrado.

         El paralítico restablecido se limitó a reproducir las palabras que había oído a su sanador: El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar. No hacía, por tanto, otra cosa que cumplir órdenes de alguien que se había ganado una merecida autoridad ante él.

         Los judíos observantes, interesados por el caso, le preguntan no quién te ha curado, sino ¿quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar? Pero el que había quedado sano no sabía quién era, y Jesús, aprovechando el barullo, se había marchado de aquel sitio. Más tarde, refiere Juan, se encontraron de nuevo en el templo, y Jesús aprovechó el momento para darle un consejo: Mira, has quedado sano. Pero no peques más, no sea que te ocurra algo peor.

         Resulta curiosa esta correlación que Jesús establece entre enfermedad y pecado, que no es la correlación que establecían los judíos de su tiempo. No es que él piense que la enfermedad es un castigo por un pecado cometido por el propio enfermo o por uno de sus antepasados, pues a propósito del ciego de nacimiento dice: No pecó ni éste ni sus padres para que naciera ciego, sino que está así para que se manifieste la gloria de Dios. Y de los infortunados judíos aplastados por la torre de Siloé, dice: No penséis que eran más pecadores que los demás habitantes de Jerusalén.

         Pero cuando cura al paralítico de Cafarnaum le dice: No peques más, como si hubiera una ligación entre enfermedad y pecado, y como si quedar sano fuese iniciar una nueva vida en la que no haya pecado (porque, de haberlo, podrían producirse cosas peores a la enfermedad padecida).

         Es como si Jesús entendiese que el pecado genera males peores a los de la enfermedad más duradera e intolerable. ¿Qué puede haber peor para aquel hombre que la parálisis soportada durante tantos años? ¿Una enfermedad aún más grave? ¿La muerte, que paraliza todos los órganos vitales del ser vivo? ¿O una posible condena a la que la muerte no pone fin, sino más bien inicio?

         Es evidente, por otras referencias evangélicas, que Jesús tuvo presente este destino que se adentra en el más allá de la muerte y que se hace depender del estado moral del hombre en esta vida. Basta recordar en este sentido la Parábola de Epulón y de Lázaro. La falta de sensibilidad del rico tuvo funestas consecuencias para él en el más allá. ¿No está aquí el suceso peor (ese algo peor) que se cierne sobre el pecador como una amenaza posible?

         Tras haber devuelto la salud al paralítico, Jesús no le dice simplemente "ten cuidado y no hagas ninguna temeridad no vayas a quedar de nuevo tetrapléjico", sino "no peques más, no sea que te ocurra algo peor". En el pensamiento de Jesús, el pecado se vislumbra como fuente o raíz de males mayores a los representados por las enfermedades comunes que él combatió.

         Y es que hemos de reconocer que el pecado está en la raíz de todos esos males en los que se ha hecho presente la maldad humana (el egoísmo, el odio, la injusticia, la venganza, el desamor, la envidia, la pasión incontrolable, la traición...). Y estos son los males más duros de soportar, porque al daño físico se une el daño moral que hunde hasta lo más hondo el corazón humano.

         Cuando los judíos se enteraron de que el agente de aquella curación había sido Jesús el Nazareno, empezaron a acosarle porque hacía tales cosas en sábado.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 12/03/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A