13 de Marzo

Miércoles IV de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 13 marzo 2024

a) Is 49, 8-15

         En el pasaje de hoy Isaías promete los bienes mesiánicos para la vuelta del exilio: "En tiempo favorable, te escucharé; el día de la salvación, te asistiré". Y empieza a detallar en qué consistirán: "Yo te formé para levantar el país, para repartir las tierras desoladas, para decir a los presos salid. No tendréis más hambre ni sed, ni os dañará el bochorno ni el sol".

         Imágenes que hablan aún a los que han conocido la deportación o el cautiverio. Anuncios de felicidad. Anuncios de libertad. Anuncios del Reino de Dios "en el que no habrá llanto, ni grito, ni sufrimiento, ni muerte". En medio de todas mis pruebas, ¿cómo vivir en ese clima? Y en el contexto del mundo, tan frecuentemente trágico, ¿cómo permanecer alegre, sin dejarse envenenar por el ambiente de derrota y de morosidad?

         Sión decía "el Señor me ha olvidado". Y por eso, contesta el profeta: "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella llegase a olvidarlo, Yo no te olvidaré". Es la palabra del Señor todopoderoso, con declaraciones de amor maternal de parte de Dios. Así es amada la humanidad por Dios, así soy amado yo por él. Tratemos de meditar el texto con un largo silencio contemplativo. Dios no puede olvidarme. Tú no me olvidas jamás.

Noel Quesson

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         La 1ª parte del texto total (Is 48, 12-21) describe con tono enérgico, pero íntimo, la ejecución del plan redentor de Dios en favor de Israel por medio del escogido pagano: el persa Ciro. En la 2ª parte (Is 49, 9-13, la que hoy leemos), Dios se describe como un pastor que guía su rebaño a lo largo del nuevo éxodo.

         Retornan los momentos de las grandes confidencias de Dios con su pueblo, cuando las personas, los sucesos y sus circunstancias reciben el nombre debido. La identidad de Israel reside en escuchar y seguir la palabra creadora de Dios, el factor más importante de la fe bíblica. La fortaleza de Israel se apoya en Dios: "Escúchame, Jacob, Israel a quien llamé" (Is 48, 12a).

         El Dios de la alianza es el Dios de la creación. No hay ningún poder humano que escape a su control y, por eso, se sirve de Ciro para llevar a término el plan de amor a favor de Israel. Y hasta 3 veces repite enfáticamente este Yo de presencia de amor salvador: "Yo soy, Yo soy el primero, Yo soy el último" (Is 48, 12b).

         Dios es el principal motor de la historia. Y refiriéndose al escogido (Ciro II de Persia) para hundir el poder que usurpa el lugar de Dios (el Reino de Babilonia), Dios afirma: "Yo mismo he hablado, Yo lo he llamado, Yo lo he traído y he dado éxito a su empresa" (Is 48, 15). Este versículo contiene la idea de la contemporaneidad de la historia: Dios es el contemporáneo de todos los sucesos históricos.

         Esta es la base de la teología de la historia. A diferencia del movimiento cíclico e impersonal de los griegos, la historia de salvación tiene un comienzo, la alianza y la creación; un plan propuesto por Dios, y un fin. Dios es el gran inmanente: "Desde el principio no os he hablado en secreto; cuando las cosas se hacían, allí estaba Yo. Y ahora Dios me ha enviado" (Is 48, 16). El ahora es el adverbio técnico para significar esta presencia. Entre el tiempo de Moisés y el actual no ha habido simplemente historia, sino historia de salvación, porque Dios ha estado siempre presente.

         En todo caso, la larga historia de Israel es una prolongada y trágica serie de oportunidades desaprovechadas. El pasado es irreversible, pero Dios sale al encuentro de su pueblo invitando a celebrar el nuevo éxodo: "Exulta, cielo, y alégrate; romped en exclamaciones, montañas, porque ha consolado Yahvé a su pueblo, ha tenido compasión de los desamparados" (Is 49, 13).

Frederic Raurell

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         El pueblo de Israel está abrumado en su exilio de Babilonia, y Dios, a través de Isaías, le anuncia su liberación. Renueva su alianza con el pueblo y alienta su esperanza, para que siga caminando hacia la tierra prometida.

         En efecto, el cap. 49 de Isaías comienza un nuevo oráculo, y en él tiene papel muy importante el Siervo de Yahveh, pues por medio de él vendrá la salvación al pueblo elegido. Lo asegura Dios mismo, con entrañas de madre siempre fiel. Dios anuncia así, al Israel exiliado en Babilonia, el regreso a la patria, confirmando el amor misericordioso e indestructible del Señor para con su pueblo. Por eso, decimos con el Salmo 144 de hoy:

"El Señor es clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. El Señor es fiel a sus palabras, bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan. El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente".

         Se trata del amor misericordioso de Dios, que se realiza mucho más expresivamente en la venida de Jesucristo, en el perdón de los pecados por el sacramento del bautismo y de la penitencia. La liturgia cuaresmal en favor de los catecúmenos y de los penitentes nos anima a preparamos para la comunión pascual y la renovación de las promesas de nuestro bautismo. A ese respecto, San Agustín nos recuerda que:

"La penitencia purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad" (Homilías, LXXIII).

         El profeta Isaías ha cantado gozoso la salvación que viene de Dios. La salvación ha sido posible porque el Señor es clemente y misericordioso, fiel a sus promesas, a pesar de las infidelidades de Israel, de nuestras propias infidelidades. Pero hemos de invocarle sinceramente.

Manuel Garrido

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         En la 1ª lectura de hoy el profeta Isaías describe el retorno del exilio de Babilonia con los temas y las imágenes renovados del antiguo éxodo de Egipto. El amor eterno del Señor por su pueblo, parecido al amor de una madre por sus hijos, se expresa de una manera concreta en toda su gratuidad y fidelidad indefectible.

         El poema de Isaías se encuadra dentro de uno de los 4 Cánticos del Siervo de Yahveh, y en él resalta el profeta el amor de un Dios que quiere a su pueblo, a pesar de sus extravíos. Un Dios que es pastor y médico, y hasta madre, que se prepara para salvar a los suyos del destierro, y restaurar a su pueblo: "Decid a los cautivos: salid. Y a los que están en tinieblas: venid a la luz". Dios no quiere que su pueblo pase hambre ni sed, o que padezcan sequía sus campos: "Los conduce el Compasivo, y los guía a manantiales de agua". Todo será alegría y vida.

         Y por si alguien en Israel había dudado pensando "me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado", que sepa que no tiene razón, pues "¿es que puede una madre olvidarse de su criatura? Pues Yo no te olvidaré". El salmo de hoy nos lo ha hecho repetir una vez más, para que profundicemos en el mensaje: "El Señor es clemente y misericordioso, es bueno con todos y es fiel a sus palabras; el Señor sostiene a los que van a caer".

         Dios tiene el deseo de podernos decir, como en la 1ª lectura a su pueblo: "En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado". Y de liberarnos, si estamos con cadenas. Y de llevarnos a la luz, si andamos en tinieblas.

José Aldazábal

b) Jn 5, 17-30

         Jesús es el Siervo de Yahveh profetizado por Isaías, que Dios ha enviado para curar, liberar y devolver a la alegría. El pasaje de hoy es continuación del milagro que leíamos ayer (la curación del paralítico, que esperaba junto a la piscina), que había provocado las iras de sus enemigos. Jesús aprovecha para añadir su comentario al hecho, como suele hacer siempre en el evangelio de Juan.

         Jesús obra en nombre de Dios, su Padre. Igual que Dios da vida, Jesús ha venido a comunicar vida, a curar, a resucitar. Su voz, que es voz del Padre, será eficaz, y como ha curado al paralítico, seguirá curando a enfermos y hasta resucitando a muertos. Es una revelación cada vez más clara de su condición de enviado de Dios. Más aun, de su divinidad, como Hijo del Padre.

         Los que crean en Jesús y le acepten como al enviado de Dios son los que tendrán vida. Los que no, ellos mismos se van a ver excluidos. El regalo que Dios ha hecho a la humanidad en su Hijo es, a la vez, don y juicio. ¿Creemos de veras que Jesús, el enviado y el Hijo, puede curarnos y comunicarnos su vida, y hasta resucitarnos, si nos hace falta?

         Jesús es el que da la vida. Prepararnos a celebrar la Pascua es decidirnos a incorporar nuestra existencia a la de Cristo y, por tanto, dejar que su Espíritu nos comunique la vida en plenitud. Pero si esto es así, ¿por qué seguimos lánguidos, débiles y aletargados? Si nos unimos a él, ya no estaremos enfermos espiritualmente. Más aun, también nosotros podremos obrar como él y comunicar a otros su vida y su esperanza, y curaremos enfermos y resucitaremos a los desanimados.

         Cada vez que comulgamos en la eucaristía deberíamos recordar gozosamente la promesa de Jesús: "El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna, y Yo le resucitaré el último día. Pues como yo vivo por el Padre, que vive, así el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 56-57).

José Aldazábal

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         Era doctrina corriente en el judaísmo que Dios no podía haber interrumpido del todo su actividad el séptimo día, porque su actividad funda la del cualquier ser creado. Pues bien, Jesús amplía esta concepción: el Padre no conoce sábado, no ha cesado de trabajar, porque mientras el hombre está oprimido por el pecado y privado de libertad, es decir, mientras no tenga plenitud de vida, no está realizado su proyecto creador.

         Dios sigue comunicando vida al hombre, su amor está siempre activo. Y Jesús actúa como el Padre, no aceptando leyes que limiten su actividad en favor del hombre. Por eso, los judíos tenían más ganas de matarlo, porque "no sólo violaba el sábado, sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios" (v.18).

         En efecto, los judíos reconocían que Dios era padre de Israel, de todos los judíos y hasta de todas las criaturas. Y el conflicto estalla porque Jesús afirma y pretende una filiación divina peculiar, eminente y única. Y además, porque Jesús reclama una autoridad por la que "se hace igual a Dios". Es un reproche de que Jesús y al mismo tiempo la confesión que hace la comunidad cristiana de su filiación divina, parece poner en tela de juicio el rígido monoteísmo judío.

         Entonces, Jesús tomó la palabra y les dejo: "Os lo aseguro: el Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta para vuestro asombro" (vv.19-20).

         Con dicha respuesta, Jesús echa más leña al fuego, y descubre la identidad de acción entra él y el Padre tomando pie de un hecho de experiencia: la manera que tienen los hijos de aprender el oficio. El padre lo va enseñando a su hijo con cariño y no tiene secretos para él. Pero aún no han visto ellos todo lo que el Padre puede enseñar a Jesús.

         El futuro les reserva sorpresas, pero eso a Jesús no le importa, sino seguir haciendo la actividad que le ha encomendado el Padre: su misma obra creadora, aprendida de él. Él, como Hijo que es, no hace ni puede nacer nada "por su cuenta", por su propia iniciativa o voluntad. Frente a toda la actuación y voluntad del hombre, que siempre obra por su cuenta, que arranca de una autonomía entendida en sentido absoluto y que se opone directamente a Dios, Jesús manifiesta y recalca su ilimitada dependencia respecto de Dios, su Padre.

         De ahí que diga Jesús que "lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también al Hijo da vida a los que quiere" (v.21). Jesús acaba de levantar a un inválido (Jn 5, 8), dándole la salud y libertad, y con él está dando vida a un pueblo muerto. Esta es la actividad de Dios respecto del hombre: darle vida; suprimir toda clase de muerte. Lo mismo la actividad de Jesús; "y no queréis venir a mí para tener vida", les dirá mañana.

         La frase "a los que quiere" no expresa discriminación, pues en Jesús Dios ofrece la vida a todos, sino su absoluta libertad para obrar. En virtud del poder de resucitar a los muertos y de comunicar la vida que el Padre le ha concedido, Jesús dispone de unos derechos soberanos que en la visión del AT y del judaísmo primitivo, están reservados a Dios. Y da la razón de todo eso: "Porque el Padre no juzga a nadie sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. Y el que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió" (v.22).

         El juicio final no se cumplirá sólo en el futuro, apunta Jesús, sino aquí y ahora, en la toma de posición de cada uno frente a Jesús. Por eso todos deben honrar al Hijo como honran al Padre, porque la decisión sobre la vida y la muerte ya no depende sólo del Dios trascendente al mundo e invisible, sino que sale al encuentro del hombre en la figura histórica de Jesús.

         Pero Jesús avisa de antemano, y descubre el contenido de ese juicio: "Os lo aseguro; quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado ya de la muerte a la vida" (v.24). Es decir, aquel que acepta a Jesús, y cree en su palabra, ha pasado ya de la muerte a la vida. Muerte y vida son los dos campos de influencia en que se desarrolla normalmente una existencia humana. Por eso la fe supone un corte tan radical que el hombre ya no pertenece al viejo mundo de la muerte, sino al mundo nuevo de la vida eterna.

         Para finalizar, también adelanta Jesús que dicho juicio final será más temprano que tardío, y anima a desear su desenlace final: "Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán" (v.25). "Llega la hora y es el momento actual", es decir, la presencia misma de Jesús. La hora de Jesús es la hora de la cruz y de la resurrección, porque en ese acontecimiento se realiza la salvación.

         La hora se define siempre por Jesús, por aquello que en él y por él acontece en esa hora. Es decir, que allí donde resuene o se proclame la palabra de Jesús, ha sonado la hora de la resurrección de los muertos. En esa hora "los muertos escucharán la voz del Hijo del hombre".

         "Estar muerto" equivale a no existir en la comunión con Dios, única que asegura la vida "vivir sin Dios y sin esperanza en el mundo" (Ef 2, 12). Creer es la orientación de la vida hacia Jesús, como centro de tu existencia. No se trata de admitir fórmulas o dogmas, que siempre tienen una función secundaria de ayuda y explicación.

Maertens-Frisque

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         El evangelio de hoy nos habla de la respuesta que Jesús dio a algunos que veían mal que él hubiese curado a un paralítico en sábado. Jesucristo aprovecha estas críticas para manifestar su condición de Hijo de Dios y, por tanto, Señor del sábado.

         Se trata de unas palabras, las de hoy de Jesús, que serán motivo de la sentencia condenatoria el día del juicio en casa de Caifás. En efecto, cuando Jesús se reconoció Hijo de Dios, el gran sacerdote exclamó: "¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia, ¿qué os parece?" (Mt 26, 65).

         Muchas veces, Jesús había hecho referencias al Padre, pero siempre marcando una distinción, pues la paternidad de Dios es diferente si se trata de Cristo o de los hombres. Y los judíos que le escuchaban le entendían muy bien: no era Hijo de Dios como los otros, sino que la filiación que reclama para él mismo es una filiación natural.

         Jesús afirma que su naturaleza y la del Padre son iguales, aun siendo personas distintas. Manifiesta de esta manera su divinidad. Es éste un fragmento del evangelio muy interesante de cara a la revelación del misterio de la Santísima Trinidad.

         Entre las cosas que hoy dice el Señor hay algunas que hacen especial referencia a todos aquellos que a lo largo de la historia creerán en él: escuchar y creer a Jesús es tener ya la vida eterna (Jn 5, 24). Ciertamente, no es todavía la vida definitiva, pero ya es participar de la promesa.

         Conviene que lo tengamos muy presente, y que hagamos el esfuerzo de escuchar la palabra de Jesús, como lo que realmente es: la Palabra de Dios que salva. La lectura y la meditación del evangelio ha de formar parte de nuestras prácticas religiosas habituales. En las páginas reveladas oiremos las palabras de Jesús, palabras inmortales que nos abren las puertas de la vida eterna. Como enseñaba San Efrén, "la Palabra de Dios es una fuente inagotable de vida".

Francesc Perarnau

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         El evangelio de hoy empalma con el de ayer, en que los judíos perseguían a Jesús porque había violado el sábado. Jesús justifica su actuar con unas palabras que terminan agravando la situación: llama a Dios Padre y se hace igual a él: "Mi Padre sigue trabajando, y yo también trabajo".

         Lo 1º que hay que notar es la diferencia frente al tema del sábado entre Juan y los sinópticos. En Juan, la curación no intenta relativizar la ley del sábado, sino demostrar que la autoridad de Jesús sobre el sábado le viene por su igualdad con Dios.

         Las razones para esta interpretación las encontramos en el mismo Gn 2,2-3, donde Dios descansa el mismo día que termina la obra de la creación. Por esto el sábado, antes que un culto a la inactividad, debe ser ante todo un día de celebración por la obra creadora de Dios, que lo constituye por siempre en Dios Padre de la vida y de la historia.

         En esta perspectiva, Jesús rescata la dimensión creadora del sábado (devolviendo la vida y la libertad al hombre enfermo), pero también demuestra la unión perfecta entre la acción de Jesús y la acción del Padre. ¿Cómo entender esta comunión entre el Padre y el Hijo?

         El punto de partida es que el Padre sigue siendo el autor de la obra y el Hijo su cumplimiento definitivo. El fundamento de tal comunión es el amor y la confianza absoluta hasta el punto que el Padre le muestra al Hijo todo lo que él hace (v.20). Por tanto, todo el crea en el Hijo cree en el Padre, porque el Hijo hace todas las cosas que hace el Padre. Queda como tarea escuchar la Palabra si se quiere alcanzar la vida eterna.

         En otros términos, el proyecto de Jesús actualiza el proyecto de Dios, que sigue teniendo como fundamento a Dios Padre, el amor, la fe, la palabra y la vida. Si queremos unir el proyecto de nuestras comunidades a esa comunión que viene del Padre y pasa por el Hijo, debemos trabajar en torno a estos elementos. Proyectos hay muchos, el problema es si realmente están en comunión con el proyecto del Dios.

Juan Mateos

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         Con el pasaje anterior se nos estaba relativizando una institución divina como la del sábado; con el pasaje de hoy se nos relativiza otra faceta de Dios: la omnipotencia de Dios, que lo hace todo, pero que Jesús revela como trabajador en equipo con el Hijo; o mejor, muestra al Hijo que es enviado por el Padre a cumplir una labor, la de transmitir la Palabra de su parte.

         Tema espinoso para la estructura religiosa judía que ve perder una de las características de Dios. Tema fundamental para la propuesta de Jesús, donde Dios es Abbá. Pero a ese Dios de Jesús hay que hablarle, relacionarse con él, conocer su palabra y aceptar su propuesta: la resurrección.

         Y todo ello como una propuesta de ser más humanos (con Dios y con su Hijo) y más distintos (hasta lograr superar nuestra simple condición), como una manera de llegar a ser, con Dios, algo "diferente que mera creatura y creador", hijos del Padre, enviados del Padre, trabajadores con el Padre.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista Juan nos ayuda a penetrar hoy en el corazón de Cristo, ofreciéndonos el testimonio que él da de sí mismo y de su relación con el Padre. No obstante, esta manera de hablar de Jesús debió (por lo visto) escandalizar a los judíos, los cuales, a consecuencia de ello, empezaron a concebir planes homicidas contra él. Juan ya adelanta que a aquellos judíos les entraron ganas de matarlo, y no sólo porque violaba el sábado, sino porque llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.

         Esta manera de hablar de Jesús, de Dios como su Padre (en singular), fue la que aquellos contemporáneos de Jesús interpretaron como blasfema, al igualarse con el mismo Dios. Y esto, o se aceptaba como una realidad misteriosa e inexplicable, o se rechazaba como un intento blasfemo de equiparse a Dios siendo un simple hombre.

         Los judíos optaron por ver en esta expresión una proclamación blasfema, merecedora de condena. Y ni siquiera se plantearon la posibilidad de que pudiera ser la confesión verídica de una identidad. Para ellos, lo más fácil era dar por evidente que se encontraban ante un hombre blasfemo, que había dado peligrosas muestras de irreverencia hacia la tradición de sus mayores.

         Ante esta actitud de los que se iban posicionando contra él, Jesús no entra al trapo y sí prosigue con su testimonio, sin amilanarse: Os lo aseguro; el Hijo no puede hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta para vuestro asombro.

         Jesús presenta su actividad como un quehacer en total dependencia del Padre. Hace lo que ve hacer al Padre y no puede hacer nada que no vea hacer al Padre, así como sí puede hacer lo que puede hacer el Padre (es decir, esas obras que, por su grandeza, resultan asombrosas al ser humano).

         El Padre puede resucitar a los muertos, dándoles vida. Y el Hijo también tiene esa misma capacidad vivificadora. En virtud de esta comunión operativa, que presupone una unidad de naturaleza, entre el Padre y el Hijo, éste dispone de la suprema facultad de juzgar a todos los hombres, de modo que de todos pueda recibir honra.

         Escuchar su palabra con aceptación es creer al Padre que le envió; y el que cree posee la vida eterna, porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Sólo Dios, el que es dueño de la vida, puede disponer de ella.

         Pues bien, dice Jesús, igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Por eso, en su momento, cuando llegue la hora, hará oír su voz incluso a los que yacen en el sepulcro, de modo que salgan de él, los que hayan hecho el bien, a una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal a una resurrección de condena.

         El juicio se traducirá, pues, en un doble destino, al que se accederá trámite la resurrección. Se trata de un juicio justo, que no busca satisfacer una voluntad humana (particular o parcial), sino únicamente la voluntad de Dios que es conforme a la verdad y la justicia.

         Jesús presenta, pues, sus credenciales. En cuanto Hijo, obra en comunión con su Padre, y reproduce en sus acciones humano-divinas la bondad, la sabiduría y la justicia del mismo Dios. También en cuanto Hijo se le ha confiado el juicio universal, que supone la resurrección previa de cuantos han de pasar por él para recibir lo que les corresponda en verdad y justicia. Desatender estas palabras es exponer la propia vida a un fiasco irremediable.

         Por otro lado, no debe extrañarnos que a personas responsables, es decir, con capacidad para responder de nuestros actos, se nos someta a juicio. Aquí el juicio realza nuestra dignidad, pues se aplica a seres dotados de moralidad.

         Si mantenemos la conciencia de nuestra dignidad, veremos con naturalidad el hecho de tener que dar cuenta de nuestros actos. Puede que no nos guste, pero es lo que corresponde a nuestra condición de seres creados y libres, de seres dotados de entendimiento y voluntad. Ojalá que el Hijo nos encuentre bien dispuestos para el juicio.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 13/03/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A