16 de Marzo

Sábado IV de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 16 marzo 2024

a) Jer 11, 18-20

         La lectura de hoy se compone de 3 partes. En 1º lugar, una confesión del profeta a causa de una persecución de sus compatriotas y familiares (Jer 11,18; 12,6; 11,19-20; 12,3; 11,20-22); en 2º lugar, una cuestión planteada por Jeremías sobre la felicidad de los impíos (sus perseguidores) y la aparente desventura de los buenos (la muerte repentina del rey Josías; Jer 12, 1-2.4-5); y en 3º lugar, una lamentación del mismo Dios porque le han forzado a abandonar a su pueblo (Jer 12, 7-13).

         El profeta experimenta profundamente la persecución que, a causa de su predicación radical, están tramando contra él incluso sus familiares y sus amigos. Y consciente de su propia debilidad, pide ayuda a Dios. Una persecución, y tal vez la experiencia de otros casos de justos que sufren y de impíos que viven felices, que le mueve a preguntar a Dios por qué los malos viven llenos de bendiciones.

         La respuesta de Dios desconcierta a Jeremías, pues le contesta que verá cosas todavía peores, y que tendrá que resistir firmemente, y cumplir su deber entre inseguridades. El mismo Dios se debate entre su deseo (de salvar y demostrar positivamente su amor) y su deber (de la justicia, que le obliga a castigar y corregir a su pueblo). Si el mismo Dios sufre por su relación con los hombres, ¿cómo puede pretender Jeremías vivir tranquilo y sin dificultades?

         El profeta lucha sinceramente entre su modo de ser y la misión encomendada, que él encuentra plenamente desconcertante y contraria a su mentalidad. Incluso llega a pensar que su mensaje es contraproducente, ya que provoca reacciones violentas contra el mensajero de la palabra de Dios. Pero recibe una respuesta: el mismo Dios tiene que hacerse violencia a sí mismo, a la hora de poner en práctica su plan de salvación.

         Está claro que leer esta confesión, en momentos en que nos preparamos a revivir la Pascua del Señor, obedece a la idea de que en esta Pascua se juega algo muy fundamental: el sufrimiento de Dios a causa de sus hijos, y del Hijo a causa de sus hermanos.

         La salvación siempre pasará por el desconcierto, la cruz y la oscuridad de la fe. Pero el cristiano que se dispone a rememorar y revivir la Pascua ve, a través de la incertidumbre, la claridad y la luz de la nueva vida que el Señor instaura venciendo a la muerte.

Rafael Sivatte

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         El profeta Jeremías, como cordero enmudecido, ha de saber caminar incluso hacia la muerte de sí mismo, traicionado y vendido,  si en ello culmina su destino. El profeta, con mirada lanzada al futuro, augurará siempre que todo mesías venidero habrá de sufrir tratamiento parecido al de Jesús y al del Justo, hasta ser elevado a la cruz.

         En el profeta descubrimos una concienciación sobre la situación, la asunción de su responsabilidad y misión, confianza en el Señor al que se debe totalmente, y convicción de que al final resplandecerá la luz de la verdad. Ése es un buen camino a seguir.

         Tomemos a Jeremías en su papel de prefigurador del Mesías Jesucristo, y tomemos de sus palabras el importantísimo mensaje de aceptación de la voluntad de Dios (con sus gozos y tribulaciones), dentro de la peculiar vocación asumida por cada cual, como pequeño profeta.

         En perspectiva de fe, esto significa sencillamente que nuestra vida en Cristo Mesías  no ha de ser camino de rosas sino de dificultades, de entereza, de riesgo, de entrega y de triunfo final. ¿No tenemos constancia de que ha sido así en toda la historia? ¿No prevemos que seguirá siéndolo en el futuro de la humanidad? La vida es lucha, valor y victoria.

José A. Martínez

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         En el s. VI a.C. Jeremías fue perseguido por haber sido fiel a la Palabra de Dios. Y él refleja esta persecución bajo la imagen del cordero, inocente y pequeña víctima que no merece ser sacrificada.

         Las persecuciones sufridas por Jeremías profeta le convierten en una imagen de Cristo durante su pasión. Su dolor es símbolo del de Cristo, a cuya pasión aplica la Iglesia en su liturgia la imagen del árbol derribado en pleno vigor.

         Pero en el profeta aún no se ve la imagen plena del amor para con los enemigos (que Cristo enseñará con su palabra y ejemplo). Prevalece la confianza y la imagen emocionante del "cordero manso, llevado al matadero", que ha inspirado el Canto del Siervo de Dios en Isaías (Is 53, 6-7) y le ha hecho símbolo de la pasión del Cordero de Dios (Mt 26,63; Jn 1,29; Hch 8,32).

         Oigamos a San Juan Crisóstomo, que dice que "la sangre derramada por Cristo reproduce en nosotros la imagen del rey: no permite que se malogre la nobleza del alma; riega el alma con profusión, y le inspira el amor a la virtud. Esta sangre hace huir a los demonios, atrae a los ángeles; esta sangre ha lavado a todo el mundo y ha facilitado el camino del cielo" (Homilías sobre el evangelio de Juan, XLV).

         Y a San León Magno, que dice que, "efectivamente, la encarnación del Verbo, lo mismo que la muerte y resurrección de Cristo, ha venido a ser la salvación de todos los fieles, y la sangre del único justo nos ha dado, a nosotros que la creemos derramada para la  reconciliación del mundo, lo que concedió a nuestros padres, que igualmente creyeron que sería derramada" (Homilías sobre la Pasión, XV).

         El Salmo 7 de hoy es muy apropiado para la lectura anterior, pues expresa la súplica del justo por antonomasia, condenado injustamente. El Padre lo deja morir para mostrar su extremada misericordia y su amor para con los hombres, a quienes redime del pecado, conduciéndolos a la gloria eterna:

"Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis enemigos y perseguidores y sálvame, que no me atrapen como leones y me desgarren sin remedio. Júzgame, Señor, según mi justicia, según la inocencia que hay en mí. Cese la maldad de los culpables y apoya tú al inocente, tú que sondeas el corazón y las entrañas, tú, el Dios justo. Mi escudo es Dios que salva a los rectos de corazón. Dios es un juez justo. Dios amenaza cada día".

Manuel Garrido

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         En esta 1ª lectura Jeremías utiliza la imagen del "cordero manso llevado al matadero", para referirse a sí mismo. Por el hecho de cumplir su misión y llamar al pueblo a la conversión, el profeta se ve rechazado y traicionado por sus propios hermanos. Es imagen de Jesús que, como un cordero, morirá para quitar el pecado del mundo.

         Jeremías aparece hoy como un justo perseguido por su condición de profeta valiente, que de parte de Dios anuncia y denuncia a un pueblo que no quiere oír sus palabras. Jeremías se da cuenta de "los planes homicidas" que están tramando los que le quieren ver callado. Y se dirige con confianza a Dios pidiendo su ayuda para que no prosperen los planes de sus enemigos: "A ti he encomendado mi causa, Señor Dios mío".

         El drama de Jeremías es estremecedor. La suya es una figura patética, por haber sido llamado por Dios para ser profeta en tiempos muy difíciles. Pero prevalece en él la confianza, como se ha encargado de recoger el salmo de hoy: "Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis perseguidores y sálvame, apoya al inocente, tú que sondeas el corazón, tú, el Dios justo".

José Aldazábal

b) Jn 7, 40-53

         En estos días para nosotros cristianos la figura más impresionante es la de Jesús, que camina con decisión, aunque con sufrimiento, hacia el sacrificio de la cruz. De nuevo es signo de contradicción: unos lo aceptan, otros lo rechazan. Los guardias quedan maravillados de cómo habla. Los dirigentes del pueblo discuten entre ellos, pero no le quieren reconocer, por motivos débiles, contados aquí no sin cierta ironía por Juan: al lado de los grandes signos que hace Jesús, ¿tan importante es de qué pueblo tiene que provenir el Mesías?

         Jesús es presentado hoy como el nuevo Jeremías. También él es perseguido, condenado a muerte por los que se escandalizan de su mensaje. Será también como "cordero manso llevado al matadero". Confía en Dios, y si Jeremías exclama "Señor, a ti me acojo", Jesús en la cruz grita "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Pero Jesús muestra una entereza y un estilo diferente. Jeremías pedía a Dios que le vengara de sus enemigos. Jesús muere pidiendo a Dios que perdone a sus verdugos.

         Vamos admirando la decisión radical de Jesús, su fidelidad a la misión encomendada, su solidaridad con todos nosotros, en su camino hacia la cruz. Esta admiración irá creciendo a medida que nos aproximemos al Triduo Pascual.

         Seguramente notamos también en el mundo de hoy esos argumentos tan superficiales por los que los sabios rechazan a Jesús o le tratan de ignorar, o intentan desprestigiar a sus portavoces, o a la Iglesia en general. Las personas sencillas (los guardias, y ésos a quienes los jefes llaman chusma) sí saben ver la verdad donde está, y creen.

         Nosotros hemos tomado partido por Jesús. La Pascua que preparamos y que celebraremos nos ayudará a que esta fe no sea meramente rutinaria, sino más consciente. Y deberíamos hacer el propósito de ayudar a otros a que esta Pascua sea una luz encendida para todos, jóvenes o mayores, y logren descubrir la persona de Jesús.

José Aldazábal

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         El evangelio de hoy nos presenta una nueva discusión en torno al mesianismo de Cristo. En realidad, parece un duplicado de los vv.25-30, con diferentes acentos. Hay varios elementos a considerar; veamos los principales.

         La referencia escriturística al "agua viva" que acaba de ser citada, parece referir al agua de la roca en el desierto, de allí que Jesús sea visto como el "profeta semejante a Moisés" (algo semejante a lo que ocurre con el pan de vida, que es como el maná), de allí la pregunta sobre si es él el profeta (Dt 18,15-18; Jn 1,19-21).

         Textos como Zac 13,1 también llevan a pensar si no es "el Mesías". Así como podía ser el Mesías oculto aunque creyeran que venía de Galilea, porque no sabían que venía de Dios, también puede ser el Mesías davídico porque no saben que viene de Belén (como una ironía joánica, porque Juan y sus lectores saben que realmente vino de Belén).

         La creencia tradicional de que el Mesías nacería en Belén (Mi 5, 1) no era tan frecuente como creemos en el judaísmo, aunque la encontramos también en Mt 2,5-6 en los evangelios. Aparentemente, el texto apuntaba a destacar que "de David nacería el ungido", pero esto fue tomado al pie de la letra por el judaísmo tardío, por eso se le esperaba "en Belén".

         La duda sobre Galilea, semejante a la manifestada por Natanael (Jn 1, 46), quizá tenga en cuenta que un frecuente número de zelotes (con pretensiones mesiánicas) procedían de Galilea. Pero las Escrituras recuerdan el caso de un profeta llamado Jonás, que era originario de Galilea (2Sam 14, 25).

         La clásica ironía de Juan se ve claramente en la pregunta "¿creyó en él alguno de los principales?", mientras que pocos versículos más adelante nos daremos cuenta que sí, uno de ellos (Nicodemo) ha creído en Jesús.

         El grupo de "los malditos" corresponde a los amhres (lit. gente de la tierra), grupo judío que se quedó en Israel mientras la aristocracia judía (grupo "de elite") marchó al exilio, forjando en su propia tierra su entorno vital (casándose con extranjeras...) y olvidándose del espiritual (la pureza, la santidad...). De ahí lo de denominarle malditos, por haberse casado con mujeres extranjeras o impuras.

         La idea se ha mantenido después, con el retorno, y empieza a ser cada vez más expresión de un grupo rechazado (Jer 5,4) hasta el punto que en el rabinismo llega a estar prohibido comer con "gente de la tierra", y que la pregunta "¿quién es mi prójimo?" preguntaba si lo era "todo judío" o solamente "los judíos fieles a la ley" (y por tanto, no los malditos).

         Que se los considere malditos puede tener que ver con la aparente incomprensión o su vida no según la ley (Dt 27,26; 28,15; Sal 119,21) pero esto puede encerrar una nueva ironía: los jefes no se guiarán conforme a la ley (Ex 23,1; Dt 1,16; 17,4), sino de forma ilegal (pues la ley prohíbía expresamente "ejecutar a nadie, aunque se trate del hombre más criminal, si previamente no ha sido condenado a muerte por el Sanedrín", según Josefo en sus Antigüedades Judías, 17).

         Es importante, y no es la única vez que esto ocurre en el 4º evangelio, que frente a Jesús se produce una división (un sjisma). Él vino a reunir, como un pastor al rebaño (Jn 10, 1-18) y por eso también se produjo "una división entre los judíos, por estas palabras" (Jn 10,19). Pues de lo que se trataba era de posicionarse frente a Jesús: con él o sin él. Y esto ciertamente provocó división.

         La palabra de Jesús es la que provoca esta división, y no sólo la gente de la tierra, sino los guardias (y hasta uno de los magistrados) se han convencido cuando lo han escuchado; por eso Nicodemo pretende que sea escuchado, lo que es sinónimo de creer (pues conocer y escuchar son palabras siempre cercanas a la fe, como cuando Jesús dijo que "mis ovejas escuchan mi voz", Jn 10, 26-27).

         La fuerza de la palabra queda marcada desde el comienzo del relato: los guardias no pueden detenerlo porque "nadie ha hablado como él" (v.46). La fuerza de Jesús radica en su palabra, que es más poderosa que la fuerza policial.

Maertens-Frisque

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         Los que habían ordenado la detención de Jesús preguntan irritados: "¿Por qué no lo habéis traído?". Y la respuesta que reciben de los guardias del templo es fulminante: "Jamás hombre alguno habló como habla ese hombre".

         En la palabra de Jesús late la fuerza peculiar de la palabra reveladora que llega de Dios, con su fuerza persuasiva y su fascinación específica. Buena prueba de ello es también el que, según Juan, Jesús sólo obra mediante la palabra.

         Jesús no dispone de ningún otro poder, y por eso mismo no forma parte de los candidatos mesiánicos zelotas, que actuaban con acciones violentas y terroristas y que acabaron declarando la guerra a Roma. Ni siquiera entre las primeras acusaciones judías contra Jesús se encuentra jamás la de que Jesús hubiera practicado la violencia.

         Aquellos sencillos alguaciles del templo no pueden escapar al embrujo de la Palabra de Jesús, y es eso precisamente lo que más irrita a los fariseos. Por eso, los fariseos les recriminan: "¿También vosotros os habéis dejado embaucar?".

         Para los fariseos, Jesús es un "embaucador del pueblo", "un predicador despreciable" contra el que hay que proteger a la gente. Esta era evidentemente la etiqueta que el fariseísmo había puesto a Jesús. Y ahora ponen su propia conducta, la de los fariseos, como modelo a imitar: "¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley, son unos malditos".

         Este es el comportamiento de la clase dirigente judía frente a Jesús. Ni Jesús ni la Iglesia primitiva tuvieron seguidores o muy contados entre la clase dirigente judía. Ellos, los que lo aceptan, son unos malditos, la escoria de los pueblos de la tierra.

         Se trata de una designación despectiva de quienes ignoran la ley mosaica, de aquellos que, como tales, no pertenecían al verdadero Israel, aunque fueran judíos. El Israel auténtico lo representaban únicamente los varones de la ley y los círculos que seguían su dirección. El sentido de la afirmación es éste; quien ha estudiado la Torá (la ley) y la conoce, no puede ser un seguidor de Jesús.

         Sólo las gentes que ignoran la ley y que pertenecen al "pueblo de la tierra" pueden dejarse embaucar por ese Jesús. Manifiestan su desprecio por la multitud ignorante. El pueblo no cuenta para ellos ni tampoco su opinión. No conoce la ley porque no la estudia; en consecuencia, no puede practicarla y así, según ellos, tampoco agradar a Dios; están malditos. Los fariseos habían creado una religión de elite; sólo quienes estudian pueden estar a bien con Dios.

         El evangelista Juan, en este pasaje, está retratando a los fariseos y resaltando su contraste con Jesús. Mientras Jesús se compadece de la muchedumbre ellos se colocan por encima de ella y afirman con arrogancia su superioridad.

         Los fariseos se sienten seguros en la ley, que es su dominio y su sabiduría. Confunden el conocimiento de la ley con el conocimiento de Dios. Para ellos, los que están fuera de la ley están desviados, y sin embargo, son ellos los que han sido extraviados por la ley. La única desviación que conoce Jesús consiste en separarse del hombre y de su bien, separándose así de Dios, al Padre, que quiere la vida del hombre.

         Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitar a Jesús, y que también era fariseo, les dijo: "¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero, y averiguar lo que ha hecho?". Ellos le replican: "¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas". Es decir, en lugar de responder a Nicodemo, lo insultan, llamándolo despectivamente galileo (como uno más de la plebe) y tratándolo de ignorante (recomendándole que estudie, y eso que era doctor de la ley).

         En efecto, Nicodemo era fariseo y pertenecía al círculo de los miembros del Consejo. Pero había ido a visitar a Jesús de noche y le había mostrado su preocupación por la situación, chivándole que sus colegas estaban dispuestos a saltarse la ley. Efectivamente, en nombre de la ley, y saltándose la ley, Jesús será crucificado. Y la protesta de este fariseo (Nicodemo) contra tal injusticia quedará reducida a dar sepultura a su cuerpo. 

Noel Quesson

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         Hoy notamos cómo se complica el ambiente alrededor del Señor, pocos días antes de la Pasión ocurrida en Jerusalén. Pues por su causa se genera una fuerte discusión y controversia. No podía ser de otro modo, pues como ya había dicho meses atrás Jesús: "¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino división" (Lc 12, 51).

         Y no es que el Redentor desee la controversia y la división, sino que ante Dios no valen las medias tintas: "Quien no está conmigo, está contra mí; y quien no recoge conmigo, desparrama" (Lc 11, 23). ¡Es inevitable! Ante Jesús no hay ninguna postura neutra: o existe, o no existe; es mi Señor, o no es mi Señor. No es posible servir a 2 señores a la vez (Mt 6, 24).

         Juan Pablo II consideraba que ante Dios hay que optar. La fe sencilla que nuestro buen Dios nos pide implica una opción. Hay que optar porque él no se nos quiere imponer; vino a la tierra de manera discreta; murió empequeñecido, sin hacer alarde de su condición divina (Flp 2, 6). Es lo que expresa maravillosamente Santo Tomás de Aquino en el Adoro te Devote: "En la cruz se escondía sólo la divinidad, aquí se esconde también la humanidad".

         ¡Hay que optar! Dios no se impone, sino que se ofrece. Y queda para nosotros la decisión de optar a favor de él o de no hacerlo. Es una cuestión personal que cada uno (con la ayuda del Espíritu Santo) ha de resolver. De nada sirven los milagros, si las disposiciones del hombre no son de humildad y de sencillez.

         Ante los mismos hechos, vemos a los judíos divididos. Y es que en cuestiones de amor no se puede dar una respuesta tibia, a medias: la vocación cristiana comporta una respuesta radical, tan radical como fue el testimonio de entrega y obediencia de Cristo en la cruz.

Antoni Carol

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         El pueblo anda dividido sobre quién es Jesús, y al oír sus palabras, algunos decían "éste es el profeta", mientras otros decían "éste es el Mesías" y otros replicaban: "¿Es que el Mesías va a venir de Galilea? ¿No dice aquel pasaje que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?" (vv.40-42).

         Dos opiniones son positivas, pero un 3º grupo niega el mesianismo de Jesús, basándose en el pretendido origen y lugar de nacimiento. El evangelista no toma partido, pues para él lo único importante es la misión divina (vv. 41-43). El 3º grupo, por supuesto, es hostil a Jesús (v.44).

         La vuelta de los guardias con las manos vacías (v.45), sin haber prendido a Jesús, provoca la indignación de los fariseos. Los guardias se han impresionado al ver a Jesús y los fariseos se exasperan ante la actitud de los guardias, que han venido diciendo que "nunca nadie ha hablado así". Ante lo cual, les replicaron los fariseos: "¿Es que también vosotros os habéis dejado engañar? ¿Es que alguno de los jefes le ha dado su adhesión ó alguno de los fariseos?".

         Según los fariseos, la opinión oficial era normativa para todos, y los individuos no tenían derecho a formarse un juicio. Además, para ellos el pueblo era maldito porque no conocía la ley, ni por ello tampoco podía practicarla. Y para colmo, sólo quienes estudiasen podían estar a bien con Dios. La suya, definitivamente, era una religión opresora, que confundía el conocimiento de la ley con el conocimiento de Dios (v.49).

         El fariseo Nicodemo (Jn 3, 1), apoyándose en la ley (Dt 1,16-17), exige un juicio justo para Jesús (vv.50-51), basado en obras (lo que hace) y no prejuicios (lo que dice). Pero no se da cuenta de que los fariseos han hecho de la ley su principal instrumento de injusticia.

         Por eso, los fariseos deciden atacar también a Nicodemo: "¿Es que también tú eres de Galilea? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas" (v.52). Ellos no responden a la cuestión que ha planteado Nicodemo, ni atendido a las razones de la ley, sino que directamente lo insultan ("estudia") y amenazan (galileo, como Jesús). Están obnubilados por su aversión a Jesús.

Juan Mateos

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         La escena evangélica de hoy se desarrolla en torno a las Fiestas de los Tabernáculos, una de las 3 fiestas en que los israelitas visitaban Jerusalén. Para muchos, esta fiesta se asociaba al triunfo definitivo del reino de Dios, y nadie quería perderse tal espectáculo, ni lo que estaba acontecimiento esos días en Jerusalén.

         Por eso había tanta gente allí, y las preguntas que se hacen acerca de Jesús se van multiplicando entre los visitantes. Unas preguntas que surgen sobre su personalidad (misteriosa, popular, y profética) y sobre su posible mesianidad (en plena dominación romana, con tanto soldado romano pululando por la ciudad para mantener el control público).

         En dicha fiesta, pues, se discute abiertamente en todas las calles sobre la posibilidad de que Jesús sea o no sea el Mesías, se barajan todos los criterios (de lugar, clase social, autoridad en la enseñanza, continuidad con las instituciones...). Y mientras tanto Jesús, que ya tenía sobre sí el cartel de Se Busca, sigue convenciendo con su palabra. Pero queda una cuestión pendiente, para el público que le oye: su procedencia.

         Este relato es importante porque nos ayuda a entender las causas de la muerte de Jesús, la validez o injusticia de su condena y las implicaciones para la nueva comunidad. La actividad de Jesús, así como sus palabras y hechos, crearon desconcierto y confusión en muchas personas.

         Mientras el pueblo esperaba un gran profeta (Dt 18, 15), o a Elías mismo en persona (Mal 4, 5-6), Jesús aparece desafiando a la estructura y al poder central del templo. ¿Cómo es posible que el Mesías se atreva a criticar el poder central? El pueblo entra aún en mayor confusión, cuando la oficialidad judía, casi en su totalidad, encuentra en Jesús más motivos de condenación que de aprobación.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Los discursos pronunciados por Jesús en la explanada del templo de Jerusalén provocaron una gran diversidad de opiniones sobre su persona. Unos decían: Éste es de verdad el profeta. Otros decían: Éste es el Mesías. Pero su supuesto origen galileo (pues Jesús era conocido como el Nazareno, aunque había nacido en Belén de Judá, de familia davídica) generaba dificultades, y de ahí que la mayoría dijese: ¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?

         Así era, en efecto. Pero el criado y crecido en Galilea había nacido realmente en el lugar profetizado, en Belén de Judá. Tras el debate, vino la discordia. Algunos querían prenderlo (nos informa el evangelista), y los sumos sacerdotes ya habían dado orden de arresto (cuando llegase el momento pertinente).

         Los guardias del templo habían acudido a sus jefes con las manos vacías. Y a la pregunta de sus superiores (¿por qué no lo habéis traído?) responden: Jamás ha hablado nadie así. Se han sentido desarmados por sus palabras.

         Los fariseos reaccionan ante la pasividad de los guardias y les acusan de haberse dejado embaucar por un discurso engañoso. Y tratan de desprestigiarle, viniendo a decir que ningún jefe o fariseo (es decir, ningún hombre de valía reconocida) ha creído en él, y sólo se ha ganado la confianza de esa gente despreciable (que no entienden de la ley y que, por lo mismo, merecen ser considerados unos malditos).

         Pero esto no era del todo cierto, pues también había fariseos que se habían dejado tocar por el mensaje de Jesús. Era el caso de Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo de incógnito y que ahora habla en su defensa: ¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?

         La ley no lo permitía, pero ellos, tan legalistas, están dispuestos a ignorar la ley cuando las circunstancias lo exijan. Por eso, a la propuesta de Nicodemo, reaccionan malhumorados con argumentos ad hominem: ¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas.

         Aunque con sus acciones y palabras Jesús pueda acreditarse como profeta, ellos nunca aceptarán esta posibilidad, porque sus numerosos prejuicios se lo impiden. La Galilea de los gentiles es una tierra que no puede dar profetas, y Jesús viene de esa región.

         Siempre podremos encontrar motivos para no abrir nuestro corazón a Dios y a su profeta, y nuestra mente puede estar sembrada de prejuicios que lo impidan (prejuicios filosóficos, científicos, experienciales). Es verdad que para los que hemos nacido en el seno de una tradición creyente y cristiana, las creencias educacionales pueden ejercer de prejuicios favorables, si es que no hemos reaccionado a esa educación como una imposición intolerable contra la que luchamos denodadamente para librarnos de ella.

         Pero también puede formar parte de nuestra educación esa filosofía de la sospecha que lo cuestiona todo o esa mentalidad cientifista que no admite otra vía de conocimiento que la proporcionada por el método empírico y que lleva a rechazar todo dato que no pase por este crisol.

         Las mismas experiencias decepcionantes de la vida pueden sumarse a este escepticismo que nos hace desconfiar de todo testimonio y de toda promesa u oferta de salvación. Sólo la apertura de la mente y del corazón hace posible el acercamiento a esta realidad cuyo fondo resulta inalcanzable para la ciencia y la razón humanas por mucho margen de progreso que se las reconozca.

         Jesucristo nos pide el obsequio de nuestra fe. ¿Seremos capaces de dárselo? Él ha venido de parte del Padre como su enviado e Hijo, como su Hijo amado. Éste es su coherente testimonio, mantenido hasta el final de su corta existencia. ¿Creeremos en él? Todavía es tiempo de conversión, todavía estamos a tiempo.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 16/03/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A