24 de Febrero

Sábado I de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 24 febrero 2024

a) Dt 26, 16-19

         Como último libro del Pentateuco, el Deuteronomio es, a pesar de las apariencia, uno de los libros menos jurídicos de la Torah. Su finalidad es más homilética que legislativa, y su agudizado sentido de la historia y de las relaciones personales con Dios hacen de él, ante todo, un libro religioso.

         Este pasaje recuerda el contenido de la Alianza, y subraya su carácter espiritual. La alianza es una realidad siempre actual, y el Deuteronomio ha insistido fuertemente sobre este valor del hoy (vv.16-18). No se trata, pues, de vivir dentro de una economía antigua, sino de aprender del pasado para definir mejor el presente, pues las maravillas pasadas no cesan de renovarse en la actualidad.

         En cada uno de los fieles, añade el Deuteronomio, vuelve a activarse el drama del desierto, con sus beneficios y murmuraciones, con sus bendiciones y alternativas. Y a cada uno le corresponde, por tanto, escoger entre el amor de Dios y la tentación del olvido (Dt 6, 12). La vida feliz y la gloria (v.19) son la recompensa prometida por Dios a quienes le sirven y le obedecen (v.16).

         Para subrayar el carácter religioso de esta Alianza, el autor se refiere a la noción de contrato bilateral, única capaz a sus ojos de subrayar el compromiso mutuo de 2 libertades (vv.17-18). La ley no es, pues, una simple nomenclatura de preceptos impuestos al hombre, sino que compromete más bien a una actitud religiosa: "Yo seré tu Dios" (v.17) y "tú serás mi pueblo" (vv.18-19).

         La mayor parte del Deuteronomio fue escrita en una época en que Israel tomaba conciencia de haber abandonado a Yahveh, y trataba de recuperar el sentido de su fe e historia, dentro del acontecimiento original de la Alianza 

         Esa es la razón por la que Israel presenta la Alianza que le vincula a Dios no tanto como una decisión unilateral de Dios (un testamento), sino como un contrato bilateral. La finalidad de todo esto es propiamente religiosa, y por ello de lo que se trata no es de colocar al hombre en un plano de igualdad con Dios (el cual sigue siendo el 1º y único contratante), sino de no olvidar la responsabilidad personal del pueblo, y la necesidad de forjar un corazón de carne (de espíritu) y no un corazón de piedra (de letra; Jer 31), para responder a la acción de Dios.

         Esta presentación de la Alianza como contrato bilateral entre Dios y su pueblo presenta sus peligros, y el fariseísmo comprometerá su importancia. Eso sí, sin olvidar la libre adhesión del hombre a Dios, que es el único contratante de la Alianza y que apunta ya a una encarnación salvadora, no salvando al hombre sin el hombre, y sí en total fidelidad total a la condición humana.

         El cristiano, por tanto, y por su condición de fruto de la encarnación de Dios, no puede dar razón de su fe si no es poniendo por delante de todo la gratuidad de la elección de Dios en Jesucristo, lugar de la Nueva Alianza y cumplimiento de la promesa. En ese sentido, tiene la eucaristía un significado: llama a los participantes a vivir los acontecimientos de su vida en actualización de Jesucristo (del que es memorial), y les exige la misma fidelidad a la voluntad de Dios, como proclamación de su vocación gloriosa de humanidad.

Maertens-Frisque

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         "Te has comprometido con el Señor a ir por sus caminos", nos recuerda hoy el libro del Deuteronomio. La idea del camino describe bien nuestra vida. Moisés se lo dice hoy a su pueblo. A nosotros, en la cuaresma, se nos recuerda de un modo más explícito que los cristianos tenemos un camino propio, un estilo de vida, el que nos traza la palabra revelada de Dios, que escuchamos cada día.

         Son las exigencias internas de la Alianza: nosotros tenemos que portarnos como el pueblo de Dios, siguiéndole sólo a él. Dios, por su parte, nos promete ser nuestro Dios, ayudarnos, hacer de nosotros el "pueblo consagrado", elegido, que da testimonio de su salvación en medio del mundo. Es el único camino que lleva a la salvación. A la felicidad. A la Pascua. Dios nos es siempre fiel. Nosotros también debemos serle fieles y cumplir su voluntad "con todo el corazón y con toda el alma".

         Si los del AT podían sentirse urgidos por esta llamada, mucho más nosotros, los que vivimos según la Nueva Alianza de Cristo: nuestro compromiso de caminar según Dios es mayor. De modo que pueda decirse también de nosotros, con el salmo responsorial de hoy: "Dichoso el que camina en la voluntad del Señor; ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas".

         Hoy tenemos que recoger, en concreto, la difícil consigna de Cristo: amar a los enemigos. Su lenguaje es muy claro y concreto (demasiado para nuestro gusto): "Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? Si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario?". ¿Somos de corazón ancho? ¿Amamos a todos, o hacemos selección según nuestro gusto o nuestro interés? Según el termómetro que nos propone Jesús, ¿podemos decir que somos hijos de ese Padre que está en el cielo y que ama a todos?

         Varias veces ha aparecido en la 1ª lectura la palabra hoy. Y es a nosotros a quienes interpela esta palabra, para que en esta cuaresma (la de este año concreto) revisemos si el camino que llevamos es el que Dios quiere de nosotros o tenemos que reajustar nuestra dirección. La gracia y la benevolencia de Dios se realizan en la humanidad de forma histórica y concreta. Dios quiere manifestar su amor por los hombres, amando y siendo fiel a un pueblo. E Israel, a su vez, se compromete a ser obediente a su ley.

José Aldazábal

b) Mt 5, 43-48

         Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y tendrás odio a tu enemigo". Pues yo os digo: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os persiguen y calumnian". Para Jesús, ya no hay extranjeros ni enemigos, puesto que debemos amarles. Hay que romper las fronteras, y derribar los muros que nos separan. No obstante, ¿es esto una ilusión, una ingenuidad? ¿O es Jesús un dulce y gentil soñador?

         "Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial". No, Jesús no es un ingenuo, pues su lógica es constante y reiterativa. Pero, ¿a qué se refiere?

         Jesús ve las cosas desde un punto de vista distinto al nuestro, habitualmente. Ve a la humanidad desde el punto de vista de Dios, y por eso sus palabras son reveladoras ("haced el bien", "orad por"). La fraternidad universal que Jesús predica es la consecuencia de otra realidad esencial: la paternidad universal, la cual "hace nacer su sol sobre buenos y malos".

         Este amor sin fronteras que Dios nos pide, es el que él mismo vive. Dios ama a todos los hombres. Ama a los que no Le aman. Derrama sus beneficios, su sol hermoso, y su lluvia bienhechora, sobre todos. Así Jesús nos dice, cuando yo dejo de amar a alguien, rehúso amar a "alguien a quien Dios ama". Mi enemigo es amado por Dios. Mi enemigo es un hijo para Dios.

         No se trata, pues, de un principio sociológico o de un hermoso ideal humanista. Es Dios la única referencia. Es menester que nuestra mentalidad sea conforme a la suya. Imitar a Dios. Llegar a parecernos a él, a fin de ser verdaderamente sus hijos.

         "Pues si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué tiene eso de particular? Pues ¿no hacen también esto los publicanos y paganos?". Amar a las personas que nos aman, que se parecen a nosotros, o con las que ya se está espontáneamente de acuerdo, es algo natural. Pero Dios nos pide más. Dios nos pide ensanchar nuestro corazón más allá del círculo de nuestros amigos, de nuestros parientes, de nuestro ámbito.

         Jesús es el 1º que ha amado a sus enemigos, y ha rezado por ellos. E incluso a los que acababan de condenarle y de torturarle: "Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen". Nuestra época, que ve subir el ciclo infernal de la violencia, ¿verá también a los cristianos tomarse el evangelio al pie de la letra? ¿No sería la única buena suerte de la humanidad?

Noel Quesson

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         Jesús continúa analizando la ley antigua, y dotando cada mandamiento de un mayor contenido en amor y fraternidad, tal como quiere el Padre. Él sabe que lo único que puede salvar al ser humano es entender que si no se tiene el perdón como punto de partida, jamás se podrá alcanzar una convivencia digna entre seres humanos. De aquí su gran preocupación por la búsqueda de esos valores que quiere el Padre para la humanidad, valores que harán que el ser humano se acerque a la misma perfección de Dios.

         Todos los mandamientos que hasta entonces han sido norma de vida para el pueblo y cuya interpretación está en manos de las instituciones oficiales, Jesús los discute y los cuestiona, para luego introducirles otra valoración ética y moral que de verdad sirva para la reconstrucción del mundo. Toda la ley judía empieza a ser reevaluada desde un solo principio: el amor fraterno que empieza a ser realidad, cuando se comprende que todos somos hijos del mismo Padre y por ende hermanos.

         Cuando la comunidad cristiana primitiva llegó a comprender que Jesús quería la creación de una sociedad universal, unida a través del amor fraterno, fue capaz de romper todos los distanciamientos que histórica y culturalmente separaban a los seres humanos. Esta idea de la sociedad universal logró superar, inclusive, las exclusividades de los judíos, quienes tenían centrados todos sus principios en torno al círculo cerrado del judaísmo.

         Para Jesús no bastaba sólo el amor al hermano de carne, de etnia o de cultura. Era necesario extender ese amor a todos los seres humanos, porque de lo contrario el mundo no progresaría. Y se trataba, no de salvar a un grupito, sino de que todas las personas se humanizaran. Esto sería posible sólo en la medida en que todos los seres humanos llegasen a amarse y perdonarse. Sólo en esa misma medida se cumpliría con lo que Dios quería.

Juan Mateos

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         No solo aceptar, sino amar. La propuesta de Jesús de hoy nos enfrentan a las actitudes más radicales: amar, orar y hacer el bien, sobre todo a los enemigos, que nos aborrecen y persiguen. Y lo hace sin dar opción a torcer esta voluntad, so pena de dejar de distinguirse como seguidor de Jesús. Incluso su no cumplimiento implica asemejarse al montón de los peores: los publicanos, los pecadores y los paganos.

         Se trata de uno de los típicos mensajes de Mateo a su comunidad judía, posiblemente compuesta por un buen número de fariseos conversos al cristianismo, que recelaban del cumplimiento de la vieja ley, y temían dar un paso más allá, y seguir un camino nuevo más complejo.

         Jesús continúa analizando la ley antigua, y completando cada uno de sus mandamientos con un mayor contenido en amor y fraternidad, tal como quiere el Padre. Él sabe que lo único que puede salvar al ser humano es entender el perdón como punto de partida, y de ahí su gran preocupación por la búsqueda de la verdadera humanidad, capaz de acercarse a la paternidad y perfección de Dios.

         Todos los mandamientos que hasta entonces habían sido norma de vida para el pueblo, y cuya interpretación había estado en manos de las instituciones judías, son ahora perfeccionados por Jesús, en su intento por abrirlos al mundo entero bajo un mismo principio, para todos igual: el amor fraterno, que nos llevará a ser todos hermanos, y buenos hijos del mismo Padre.

         Cuando la Iglesia primitiva comprendió que Jesús quería la creación de un Reino o sociedad universal (unido a través del amor fraterno), fue cuando empezó a romper los distanciamientos temporales y filosóficos que hasta entonces mantenía con el mundo, y que le había llevado a distanciarse culturalmente del resto de los mortales.

         Una idea de sociedad universal que logró superar, incluso, las exclusividades de los judíos, o las filosofías de los griegos, o los hábitos de los romanos. Porque era necesario extender el amor de Dios a todos los seres humanos, y de lo contrario ni el Reino ni el mundo progresarían. Se trataba, pues, de dejar de salvar al grupito, y empezar a salvar al género humano. Lo cual sería posible solamente en la medida en que todos los seres humanos llegasen a amarse, y perdonarse mutuamente. Sólo en esa medida, podrían ser cumplidos los designios de Dios.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El Sermón de la Montaña que recoge el cap. 5 de Mateo, y que nos propone hoy el evangelio, es quizás el más expresivo y original de la enseñanza de Jesús. En él al menos se contrapone lo dicho (lo enseñado, lo mandado, lo exigido) a los antiguos y lo dicho por Jesús: Habéis oído que se dijo, pero yo en cambio os digo.

         Aquí hay, si no una rectificación, sí una superación. Aquí resplandece la plenitud de la ley y los profetas. Aquí encontramos lo más genuinamente cristiano, y lo que se pide al cristiano por el hecho de ser cristiano, más allá de comportamientos naturales, habituales o simplemente humanos.

         Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. La 2ª parte de este mandamiento no se encuentra en ningún lugar del AT, e incluso hay una serie de textos (como Ecl 12, 4-7, y otros textos de Qumram) donde se habla de "detestar a los pecadores".

         Se trata, por tanto, de una interpretación de Jesús al mandamiento del amor al prójimo desde la perspectiva de la enseñanza veterotestamentaria, según la cual el concepto prójimo no incluía a ciertas personas como los paganos, los extranjeros, los no correligionarios y los enemigos, los cuales quedaban excluidos del mandamiento porque no eran prójimo.

         El mandamiento del amor al prójimo quedaba así reducido a un grupo limitado de personas: los próximos por razón de consanguinidad, o de vecindad, o de religión (o circuncisión), o de raza, o de partido, o de pureza. Dejaba de ser un precepto con valor universal. Prójimo, en realidad, es todo hombre al que sea posible acercar o acercarse.

         Jesús salva este reduccionismo, característico del particularismo judío, invitando a amar incluso a los enemigos, puesto que ellos también son prójimo: Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

         La contraposición entre el "aborrecerás a tu enemigo" y el "amad a vuestros enemigos" es notable. Pero Jesús no hace otra cosa que desplegar toda la potencia que se contiene en el antiguo mandamiento del amor al prójimo; porque el enemigo, el que nos aborrece, el que nos persigue y calumnia, también es prójimo y debe ser amado a pesar de su enemistad, de su odio y de su persecución.

         Siempre cabe decir "no saben lo que hacen", y quizás el amor con que respondamos a su odio pueda curarles y transformarles de enemigos en amigos.

         Ese es el efecto milagroso del amor, que tantas veces se ha hecho realidad en tiempos de persecución y de odio. Sólo obrando así nos estaremos mostrando como hijos de ese Padre que derrama sus dones (su sol y su lluvia) no sólo sobre los buenos, sino también sobre los malos.

         Sólo obrando así nos comportaremos como lo que somos: hijos de este Padre universal que a la hora de la beneficencia no distingue entre buenos y malos, entre los que lo merecen y los que no lo merecen, ya que los destinatarios de sus beneficios son todas sus criaturas sin exclusión (porque cualquier ser vivo se aprovecha de su sol y de su lluvia), especialmente las humanas.

         Porque (continúa diciendo Jesús) si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Jesús quiere entre sus seguidores una conducta que les distinga (sin pretenderlo) de los demás, paganos, publicanos...

         Ciertamente, amar a los que nos aman no parece que sea muy meritorio. Es simplemente responder con la misma moneda: devolver el amor que se nos da. Aun así, muchas veces no somos capaces siquiera de esta respuesta, porque somos ingratos al amor recibido de otros.

         Pero esto de responder con amor al que nos ama es un sentimiento tan humano que lo encontramos en todo tipo de personas y muchas de ellas poco ejemplares en su conducta. Y si saludamos sólo al que nos saluda, o al hermano que permanece en buena hermandad, ¿qué hacemos de extraordinario? Nada, simplemente seguir una buena norma de educación. Pero a veces ni siquiera se observan estas elementales normas de educación o de higiene social.

         Jesús quiere que sus seguidores se distingan en su conducta del común de los mortales, de modo que lo extraordinario entre los paganos sea ordinario entre los cristianos. ¿Y qué mayor distinción que la del amar a los enemigos, de modo que puedan decir de ellos no sólo "mirad cómo se aman", sino "mirad cómo aman a sus enemigos"?

         Puede que esta exigencia nos parezca excesiva, porque se nos está invitando a imitar a nuestro Padre del cielo. Pero él es Dios y además está en el cielo, mientras que nosotros somos hombres, y además estamos en la tierra. Así que ¿cómo pretender ser perfectos como el Perfecto, siento tan imperfectos? ¿No es una fatua pretensión querer imitar a Dios? ¿No estaríamos pretendiendo de nuevo ser como Dios?

         Es verdad que la consigna de Jesús pone como punto de referencia al Padre del cielo, pero no es necesario emprender la tarea de imitarle directamente a él, tan infinitamente distante de nosotros por naturaleza. Tenemos un punto de referencia más cercano a nosotros, que nos traslada la conducta de Dios al espacio y al tiempo humanos, y ese es el mismo Jesús, el Verbo encarnado. Porque el que lo ve a él, ve al Padre.

         Jesucristo nos enseña cómo llevar a la práctica este mandamiento que incluye el amor a los enemigos, especialmente en momentos tan dramáticos como el de su muerte en la cruz. Nos enseña cómo hacerlo y nos da la fuerza (su Espíritu de amor) para llevarlo a cabo.

         Y si nos seguimos cuestionando cómo funciona esto, preguntémosles a todos los mártires (y santos) de la historia que han sufrido persecución y muerte o han sido calumniados sin provocar en ellos otra respuesta que el amor en forma de favor, de oración o de perdón. Porque ellos sí se mostraron realmente (y sin afectación) hijos del Padre del cielo, y cabales imitadores de Cristo en su amor al prójimo, incluidos los enemigos. 

         Este amor ha dado lugar a muchas conversiones (como la de Saulo, testigo de la muerte de Esteban), y ha acabado generando muchos hijos e imitadores del mismo Dios. Si este fermento se extendiera a todos los hombres, se produciría sin duda la transformación de toda la humanidad. Ya no habría que amar a los enemigos, porque ya no habría enemigos; aunque sí habría prójimos a quienes seguir amando en el reino de Dios.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 24/02/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A