20 de Marzo

Miércoles V de Cuaresma

Equipo de Liturgia
Mercabá, 20 marzo 2024

a) Dan 3, 14-20.91-95

         Los 3 jóvenes del libro de Daniel, que hoy leemos, son extraordinariamente valientes. El rey de Babilonia ha erigido un gran ídolo en medio de la llanura, ha convocado a la muchedumbre al son de la fiesta y la música, y todos alineados, "a mis órdenes" y al son de la música, han de hacer el mismo gesto que el monarca, en el mismo instante. Unos robots mecanizados a quienes se les impone una religión del estado. Está prohibido pensar de modo distinto que el rey o que el partido en el poder, y el que se niegue a ello será enviado al gran horno.

         Pero los 3 jóvenes hebreos (Sidrac, Misac y Abdénago, o Ananías, Misael y Azarías, según sus nombres hebreos de cuna) se plantan ante la Corte de Babilonia y exclaman: "Has de saber, oh rey, que nosotros no serviremos a tus dioses". Son hombres firmes, hombres libres. Y frente a todos los arrastres, o intoxicaciones colectivas, han elegido mantener una posición personal: no quieren someterse a nadie, sino sólo a Dios. Están dispuestos a morir.

         La 2ª fórmula que emplean ("aun si no lo hace", respecto a la actuación de Dios) manifiesta una concepción muy pura de Dios: él no está ligado a nada, es libre de por por sí, y no está obligado a hacer un milagro. Y aun así (si no lo hace) seguiremos teniendo puesta en él nuestra confianza.

         Los 3 jóvenes hebreos dan una lección de fe, pues han hallado un absoluto, y el sentido de sus vidas. Han encontrado una razón de vivir, que es más importante que su propia vida. La muerte no les condiciona, ni les da miedo, ni coarta su libertad, ni es capaz de doblegarlos.

         Una vez arrojados al horno, y atados, los 3 jóvenes cantan al unísono: "Bendito eres, Señor Dios de nuestros padres, a ti el honor y la gloria para siempre". Pues no han dejado que se encadenase su espíritu y su libertad. ¿Tengo yo ese sentimiento de que es Dios quien me libera?

Noel Quesson

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         En los tiempos del exilio en Babilonia, los judíos se vieron obligados a venerar los dioses paganos y a seguir las prescripciones que él les daba. Pero los más piadosos no quisieron acatar el mandamiento del rey, y algunos fueron torturados. Tal postura no era secundada por todos, y algunos (los menos) acataban los preceptos antijudíos.

         La actitud espiritual de los judíos no se hizo esperar: hay principios y actitudes a los que no es posible renunciar. Por esta razón, el profeta Daniel inculca a los lectores la única actitud posible, lo mismo que más tarde dirá el apóstol Pedro: "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5, 29).

         El ejemplo de Daniel y sus compañeros es lo único aceptable. Nabucodonosor II de Babilonia había dado un precepto antirreligioso, y los verdaderos creyentes se negaron a cumplirlo. Nabucodonosor no fue comprensivo, y los arrojó al horno encendido. Pero el tormento del fuego no fue capaz de hacer renegar a los compañeros de Daniel, y éstos manifiestan su fe, y una esperanza invencibles en Dios.

         El Dios de Sidrac, Misac y Abdénago es el Dios de Israel, y por tanto los israelitas han de proceder de semejante manera. Es más, el fuego destinado a devorar a los creyentes acaba quemando a los impíos que lo encienden, y los jóvenes son capaces de caminar por las llamas, bendiciendo a Dios.

         La oración que recitan los 3 jóvenes hebreos tiene igualmente su mensaje: "alabemos a Dios", pero reconozcamos también que "si las cosas no salen como debieran, es por culpa nuestra". Reconozcamos, pues, nuestro pecado, y Dios nos salvará del mismo modo que salvó a los mancebos de las llamas.

Josep Mas

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         Los 3 jóvenes hebreos que hoy propone Daniel (Sidrac, Misac y Abdénago) aceptan morir en el horno de Babilonia antes que renegar de su fe en el único Dios verdadero, y acaban siendo librados por éste de las llamas. Y es que los que se mantienen fieles al Señor, aguantan la persecución y salen triunfantes, de un modo o de otro.

         En efecto, pertenece al misterio de Dios la lucha del mal contra el bien, del vicio contra la virtud. Y revela el juicio de Dios, en cuanto que anuncia el juicio escatológico y el advenimiento del Reino.

         El justo obra libremente por amor a Dios. Dice San Jerónimo, al respecto: "Dios, que promete estar con sus discípulos hasta la consumación de los siglos, manifiesta que ellos habrán de vencer siempre, y que él nunca se habrá de separar de los que creen" (Comentario al evangelio de Mateo, XXI, 3). Y Orígenes: "El Señor nos libra del mal no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla valiéndose de sus mil artes, sino cuando vencemos arrostrando valientemente las circunstancias" (Tratado sobre la Oración, 30).

         Todo esto es figura de Cristo en su pasión. El fuego no toca a sus siervos. Los enemigos se imaginan haber aniquilado a Jesús, pero Dios destruye sus esperanzas y planes, y el condenado se levanta glorioso al 3º día de entre los muertos.

         La Iglesia primitiva vio en los 3 jóvenes arrojados al horno de Babilonia su propia imagen: fueron perseguidos, castigados y condenados al horno, pero perseveraron en la alabanza divina, y fueron protegidos por una brisa suave que los inmunizó del fuego mortal.

         También la Iglesia, en medio de sus persecuciones, continúa alabando al Señor con el Cántico de Daniel: "A ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres; bendito tu nombre santo y glorioso. Bendito eres en el templo de tu santa gloria, bendito sobre el trono de tu reino. Bendito eres tú que, sentado sobre querubines, sondeas los abismos; bendito eres en la bóveda del cielo. A ti gloria y alabanza por los siglos".

Manuel Garrido

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         El libro de Daniel contiene varias leyendas piadosas. La de los 3 jóvenes es impactante, y yo diría que abiertamente contracultural. La postmodernidad no resiste grandes relatos sino sólo crónicas menores, así como no empuja a las fidelidades hasta la muerte, sino simplemente a consensos provisionales.

         Sidrac, Misac y Abdénago son símbolos de una actitud fiel y contracultural, que demuestran sin vergüenza su fe: "el Dios a quien damos culto puede librarnos del horno encendido". Poseen además fortaleza y audacia, y por eso contestan al rey sin tapujos: "Has de saber, oh rey, que no daremos culto a tus dioses, ni adoraremos la estatua que has mandado erigir".

         ¿No estamos llamados a vivir también hoy una fe más viva y una fortaleza más audaz? Si no, la vida cristiana acaba convirtiéndose en una variante cultural del espíritu de nuestra época; es decir, en una sal que ha perdido su sabor.

         Hemos escuchado en la narración de Daniel que los 3 jóvenes fueron salvados del horno del fuego ardiente por el ángel del Señor. Pero yo creo que lo fundamental de esta narración es la reflexión final: "Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y Abdénago, que ha enviado a su ángel para librar a sus siervos que, confiando en él, desobedecieron la orden del rey y expusieron su vida antes que servir y a adorar a un dios extraño".

         Éste es el punto más importante: el ser capaz de juzgar nuestra vida de tal forma que nuestros actos se vean discriminados según nuestra opción por Dios. O sea, Dios como criterio 1º, y no al revés. Que nuestra forma de afrontar la vida, nuestra forma de pensar, de juzgar a las personas, de entender los acontecimientos, no se vean discriminadas por "lo que a mí me parecería", es decir, por un criterio subjetivo.

Gonzalo Fernández

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         En la 1ª lectura, el profeta Daniel nos narra cómo el Señor envía un ángel a salvar a sus siervos (los 3 jóvenes Sidrac, Misac y Abdénago). Los justos son aquellos que en medio del fuego de las pruebas y persecuciones mantienen la fidelidad y la confianza en Dios, que los hace libres. Los 3 jóvenes son imagen del pueblo fiel que persevera en la alabanza, a pesar de las dificultades.

         Es hermoso el ejemplo de fortaleza que nos dan esos 3 jóvenes del horno de Babilonia. A pesar de estar en medio de un ambiente hostil y pagano, y a pesar de todas las órdenes y amenazas de la corte real en la que sirven, saben mantener su identidad de creyentes. En medio de las llamas del horno, son un ejemplo viviente de libertad. Son más libres ellos que el rey que les ha mandado arrojar al horno. Dios ayuda a sus fieles y les da la fuerza que necesitan en su lucha contra el mal.

         El libro de Daniel pone en labios de estos 3 jóvenes, además de la oración penitencial que leíamos hace días (martes III de cuaresma), un cántico de alabanza a Dios que hoy leemos como salmo responsorial: "A ti gloria y alabanza por los siglos". Y otro más largo que también cantamos en los laudes de los domingos I y III: el Cántico de las Criaturas. Unas alabanzas así sólo pueden brotar de corazones realmente libres.

         "La verdad os hará libres", nos dirá Jesucristo. Ahí está la profundidad de lo que ofrece Jesús a sus seguidores. Ser libres significa ser hijos, no esclavos, en la familia de Dios. Porque el que quiere hacernos libres es él: "Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres".

José Aldazábal

b) Jn 8, 31-42

         La discusión de hoy de Jesús con los judíos nos habla de la esclavitud y de la libertad, sobre lo que la primera ya nos había preparado. En dicha discusión, Jesús nos enseña dónde está la libertad. No son libres los judíos meramente por ser herederos de Abraham (por muy orgullosos que estén de ello), o por apetecer la independencia de Roma.

         Lo que les viene a decir Jesús es que, si no pueden librarse del pecado, tales judíos son esclavos. Si no alcanzan a poseer la verdad, son esclavos. Y si no creen en el enviado de Dios, siguen en la oscuridad y la esclavitud, pues "quien comete pecado es esclavo". Tras lo cual, les viene a concluir Jesús, "si os mantenéis en mi Palabra, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres".

         "La verdad os hará libres". Ahí está la profundidad de lo que ofrece Jesús a sus seguidores. Ser libres significa ser hijos, y no esclavos, en la familia de Dios. El que quiere hacernos libres es él: "Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres". ¿Somos en verdad libres interiormente? ¿dejamos que Jesús nos comunique su admirable libertad interior?

         Jesucristo sí que fue libre. Libre ante su familia, ante sus mismos discípulos, ante las autoridades, ante los que entendían mal el mesianismo y le querían hacer rey. Fue libre para anunciar y para denunciar. Siguió su camino con fidelidad, con alegría, con libertad interior.

         Cuando estaba en medio del juicio, era mucho más libre Jesús que Pilato. Como lo era Pablo aunque muchas veces le tocara estar encadenado. Como lo fueron los admirables jóvenes del AT en el ambiente pagano y en el horno de fuego. Como lo fueron tantos mártires, que iban a la muerte con el rostro iluminado y una opción gozosa de testimonio por Jesús.

         La pascua de Jesús quiere ser para nosotros un crecimiento en libertad interior. En medio de un mundo que nos ofrece muchos valores, pero también nos tienta con contravalores que nos llevan irremediablemente a la esclavitud, se nos invita a ser libres: "Este tiempo de gracia para renovar en santidad a tus hijos, libres de todo afecto desordenado" (prefacio II de Cuaresma).

José Aldazábal

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         Las palabras de Jesús producen hoy tal impresión en los judíos, que muchos de ellos creen en él. Pero más que una entrega a su palabra, inspirada en una comprensión profunda y efecto de una voluntad decidida, su fe es una adhesión sin más raíces que las de un entusiasmo momentáneo. Por eso Jesús les declara que no pueden ser sus discípulos sino a condición de adherirse a su palabra con fe absoluta.

         "Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos". Quiere decir que la palabra de Jesús es como el espacio vital en que el hombre ha de mantenerse siempre. La palabra de Jesús es como la señal de tráfico para la vida del creyente. La señal única y definitiva. La norma suprema a la cual el creyente apuesta su vida.

         Y al discípulo auténtico y fiel le promete el conocimiento de la verdad y la libertad. "Conoceréis la verdad y la verdad os haré libres". Esta maravillosa sentencia de Jesús de la verdad que hace libres, forma ya parte del mejor patrimonio de la humanidad. Pero hay que entender bien lo que quiere decir porque mucha gente acude a estas palabras para imponer su verdad y su concepto de libertad a los demás.

         Es evidente que el deseo de verdad o de conocimiento constituye una necesidad especial del hombre. Pero el evangelista no habla de una verdad abstracta con la que el hombre se encuentra y satisface su deseo de saber, sino que se trata de la máxima verdad concreta en la persona de Jesús. Para S. Juan la verdad aparece vinculada total y absolutamente a la persona de Jesús.

         Jesús no es sólo el maestro de unos principios verdaderos, ni es sólo el portador de una verdad de revelación que puede exponerse como una doctrina independiente de su persona, sino que según la famosa afirmación (Jn 14, 6) él, personalmente, es el camino, la verdad y la vida.

         Y esta verdad (o lo que es lo mismo, la revelación de Jesús) "hará libres" a los creyentes, que aceptan y experimentan esa verdad. Semejante liberación es, por tanto, el efecto inmediato de la experiencia creyente de la verdad, el elemento decisivo de la fe en Jesús.

         "Jamás hemos sido esclavos de nadie", dicen los judíos. Los judíos estaban orgullosos de ser hijos de Abraham y se creían por eso, interiormente libres, aunque externamente estuvieran sometidos al poder de Roma. Jesús les dice que la verdadera esclavitud del hombre no consiste en una servidumbre externa, sino en la esclavitud del pecado. "Quien comete pecado es esclavo". Y añade: "El esclavo no se queda en la cosa para siempre, el hijo se queda para siempre, y si el Hijo os hace libres seréis realmente libres".

         Alude Jesús a la imagen de la comunidad doméstica. Los criados podían ser despedidos en cualquier momento, mientras que los miembros de la familia estaban firmemente vinculados a la casa. El Hijo es Jesús, todos nosotros somos siervos que podemos ser despedidos. Jesús, el Hijo, trae la verdadera libertad y la regala a los creyentes: "Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres".

         Como dirá San Pablo, "a vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad, pero que esa libertad no dé pie a los bajos instintos. Al contrario, que el amor os tenga al servicio de los demás" (Gal 5, 13-14). La libertad característica del cristiano es la libertad de amar. "Soy libre, cierto, nadie es mi amo; sin embargo, me ha puesto al servicio de todos" (1Cor 9, 19).

Maertens-Frisque

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         A los judíos que le han dado su adhesión, Jesús los invita a practicar su mensaje; no bastan adhesiones de principio; hay que atenerse a su mensaje (v.31); no es posible dar crédito a Jesús sin sacar las consecuencias. La práctica del mensaje (el amor), rompiendo con el orden injusto, les dará la libertad (v.32), pues comunica el Espíritu y la vida (Jn 3, 34), dando la experiencia de la verdad. Y en ella el hombre percibe a Dios como Padre y a sí mismo como hijo. Esta nueva relación hace libres, y en ella se constituye el verdadero discípulo.

         La libertad que comunica Jesús sobrepasa la mera posibilidad de opción, y sitúa al hombre en su verdadero rango: lo hace partícipe de la libertad del Padre, y es señor de sí mismo. Quien no tiene experiencia del Padre es esclavo, porque concibe a Dios como un soberano que somete al hombre, legitimando con eso toda tiranía.

         Los judíos reaccionan con indignación contra Jesús: "Somos linaje de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo nos dices tú que llegaréis a ser libres?". Es cuestión de orgullo y raza (v.33), y según ellos basta pertenecer al linaje de Abraham para ser libres.

         Pero el linaje no garantiza la libertad, pues no impide que cometan el pecado, dando su adhesión a un sistema esclavizador. No basta, por tanto, la descendencia para ser hijo (v.37), sino hay que demostrarlo con el modo de obrar. Al quererlo matar a él se oponen al Padre, el Dios que ama al hombre (v.38).

         Jesús insinúa a los judíos que tienen otro padre que no es Abraham ni tampoco Dios. Pero ellos reaccionan afirmando su ascendencia: "Nuestro padre es Abraham" (v.39). Jesús les responde: "Si fuerais hijos de Abraham, realizaríais las obras de Abraham; en cambio, tratáis de matarme, y eso no lo hizo Abraham" (vv.39-40). Ellos tienen por padre a Abraham, pero no se portan como él.

         Al fin, cuando comprenden que los acusa de idolatría, responden que "no hemos nacido de prostitución" (v.41), y tratan de profesarse fieles al único Dios. Pero se niegan a ser hijos de Dios, porque no aceptan la filiación divina predicada por Jesús.

         En el evangelio de hoy se destacan tres temas fundamentales: la fidelidad, la libertad y la filiación. Seguir a Jesús implica mantenerse fiel a su Palabra, de manera que el verdadero discípulo ya no es sólo el que cree (los compañeros de Daniel en la primera lectura), sino sobre todo el que escucha, vive y da testimonio de la Palabra. Y la Palabra es la que lleva a conocer la verdad, que no es otra cosa que la revelación que ha hecho el Padre de su Hijo.

         Mientras que para un judío, la ley es la que hace libre, para Jesús, la verdad que hace libres, es el mismo Dios, que por su amor al hombre entregó a su propio Hijo. Para los cristianos la verdad es una tarea siempre en construcción, en cuanto cada día descubrimos a Cristo que nos revela su proyecto de vida para el mundo de hoy. Los judíos no escuchan la palabra de Jesús porque se sienten libres por el sólo hecho de pertenecer al linaje de Abraham.

         Jesús ratifica que no es la raza la que da la libertad sino la palabra de Dios. La filiación a Dios se adquiere mediante el seguimiento de Jesús y su palabra. El mismo Abraham hubiera entendido que al Padre sólo se llega a través del Hijo, y que por tanto es Jesús quien nos rescata de la esclavitud para hacernos verdaderos hijos de Dios.

         Nos queda la pregunta ¿cómo ser fieles a la Palabra en un mundo de hoy cansado de las utopías y los sueños de justicia y libertad? ¿Cómo seguir creyendo que el sueño de una sociedad donde el pan nuestro de cada día no falte en la mesa ni el corazón de ninguno, será una realidad? ¿Cómo ser libres en un mundo esclavo del egoísmo y el individualismo?

Juan Mateos

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         Hoy, cuando ya quedan pocos días para entrar en la Semana Santa, el Señor nos pide que luchemos para vivir unas cosas muy concretas y pequeñas, pero a veces no fáciles. A lo largo de la reflexión las iremos explicando, y básicamente se trata de perseverar en su Palabra. ¡Qué importante es referir nuestra vida siempre al evangelio!

         Preguntémonos: ¿qué haría Jesús en esta situación que debo afrontar? ¿Cómo trataría a esta persona que me cuesta especialmente? ¿Cuál sería su reacción ante esta circunstancia? El cristiano debe ser, según san Pablo, "otro Cristo", y "no vivir yo, sino que sea Cristo quien viva en mí" (Gal 2, 20). El reflejo del Señor en nuestra vida de cada día, ¿cómo es? ¿Soy yo su espejo?

         El Señor nos asegura que, si perseveramos en su palabra, conoceremos la verdad, y la verdad nos hará libres (Jn 8, 32). Decir la verdad no siempre es fácil. ¿Cuántas veces se nos escapan pequeñas mentiras, disimulamos y nos hacemos los sordos? "Sea, pues, vuestra palabra: sí, sí, no, no" (Mt 5,3 7), nos recuerda Jesús en otro momento.

         La libertad, esta tendencia al bien, está muy relacionada con la verdad. A veces, no somos suficientemente libres porque en nuestra vida hay como un doble fondo, no somos claros. Hemos de ser contundentes. El pecado de la mentira nos esclaviza.

         "Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí" (Jn 8, 42), dice el Señor. ¿Cómo se concreta nuestro afán diario por conocer al Maestro? ¿Con qué devoción leemos el evangelio, por poco que sea el tiempo de que dispongamos? ¿Qué poso deja en mi vida, en mi día? ¿Se podría decir, viéndome, que leo la vida de Cristo?

Iñaki Ballbé

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         Es difícil convencer de su injusticia al que obra mal como consecuencia de su pertenencia a un sistema en el cual ha sido educado, o del cual es producto, o hijo. Las exigencias del sistema, pecaminosas tantas veces, se convierten en una forma habitual de pensar y de actuar, un hábito, algo normal, espontáneo, inconsciente. Y la persona, como dice Jesús, acaba siendo esclava del pecado, y dominada por él aun sin darse cuenta.

         En esa situación, la práctica de la injusticia no es considerada ya un pecado simplemente personal, porque, sencillamente, la persona hace lo que hace casi sin darse cuenta, involuntariamente con frecuencia, formando parte del sistema social, que, en cuanto tal, pide ser protegido y defendido, aunque tengan que caer algunas víctimas. Esos comportamientos humanos pecaminosos llegan a aparecer como inevitables, como naturales.

         Ésta era la moral que Jesús quería desenmascarar en Israel. La oficialidad judía y los que estaban de su parte tenían ya el proyecto de matarlo, simplemente porque sus palabras y sus obras ponían en peligro el sistema político oficial. Jesús trataba de hacerles ver que quien participaba en la injusticia del sistema se hacía participante de su pecado.

         Roma, el Sanedrín y el templo se habían aliado para dar estabilidad a un sistema del cual el pueblo era la principal víctima. Y esto era algo que a Jesús indignaba, sobre todo el hecho de que todo eso se hiciera en nombre de Dios mismo, poniéndose el templo y el sacerdocio en favor de la injusticia social al tolerarla y hasta legitimarla

         Jesús los responsabiliza de su muerte, que ya había sido aprobada por el sistema que ellos respaldaban y apoyaban. Por eso los llama hijos de Caín (el hermano asesino de su hermano) e hijos del diablo, fuerza maligna que tomaba cuerpo en cada uno de los que se entregan a la injusticia.

         Una de las realidades de las cuales somos poco conscientes es la de nuestra participación inconsciente en la injusticia de las estructuras que nos suelen gobernar. Esto es lo que en sana moral se llama pecado social o estructural, pecado del que hay que hacer tomar conciencia, si queremos soñar con realismo en una sociedad alternativa donde la muerte, el hambre, el sufrimiento y la injusticia no aparezcan como algo natural, como algo inevitable, como un falso pan nuestro de cada día.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús dirige hoy la palabra a los judíos que habían creído en él, diciéndoles: Si os mantenéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Jesús reconoce como discípulos a los que han aceptado su palabra y se mantienen en ella como el que se mantiene en un compromiso, en una afiliación o en un juramento. Al mismo tiempo, les promete el acceso (cognoscitivo) a la verdad, y por ella a la libertad.

         Y es que entre la verdad y la libertad hay una íntima correlación. Sin la verdad, la libertad (como todo lo que no es verdadero) se revelaría finalmente engañosa, falsa, fatua y aparente, a forma de libertinaje. Y si se apoya en la verdad, y se mantiene siempre en ella, con el tiempo se irá convirtiendo en una libertad auténtica, profunda y liberadora.

         Pues bien, Jesús promete ambas cosas: el conocimiento de la verdad y la concesión de la libertad. Y las dos las hace depender de su palabra como elemento integrador y estructurador de la vida.

         Pero entre los oyentes de Jesús no estaban sólo estos judíos creyentes, sino también aquellos que replicaban siempre a sus palabras, tensando la cuerda y no dispuestos a doblegarse a su testimonio. De hecho, son éstos los que contestan: Somos linaje de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú que seréis libres?

         Esto último no era cierto, pues su historia milenaria había conocido tiempos de esclavitud, como los sufridos en Egipto bajo la tiranía de los faraones. De hecho, hasta los mismos judíos, contemporáneos de Jesús, vivían sometidos al yugo extranjero de los romanos. Con todo, en cuanto linaje de Abraham, los judíos se sentían pueblo escogido, nación consagrada, hijos del Dios verdadero y libres. 

         No obstante, no era a esa esclavitud a la que se refería Jesús, sino a esa esclavitud más íntima y personal, a la que somete el poder del pecado. Es lo que el Maestro dice, con sus propias palabras:

"Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abraham; sin embargo tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras".

         El pecado hace esclavos porque esclaviza, como si se tratara de un poder extraño y tiránico de cuyas cadenas cuesta mucho liberarse; más aún, al que ya es esclavo le resulta imposible liberarse sin la intervención y ayuda de un libertador que esté liberado o que sea libre del pecado. Esta es la situación del Hijo que, en cuanto libre, puede hacernos realmente libres, haciéndonos partícipes de la libertad y dignidad de que dispone el hijo en su casa.

         Jesús está revelando su condición de Hijo y de Salvador o liberador de la mayor (por ser la más íntima y la más férrea) de las esclavitudes, la del pecado. Es consciente de que aquellos a quienes habla son linaje de Abraham, y así lo reconoce. Pero esta condición no les inmuniza contra el pecado, pues de hecho pretenden matarle. Por tanto, el pecado en forma de odio o de homicidio inoculado ya ha pervertido su corazón, haciéndoles esclavos.

         Pero semejante infección tiene un origen más profundo, que es su incredulidad. Porque no dan cabida a sus palabras, acaban queriendo expulsarle de la tierra de los vivos. Empiezan por no dar crédito a sus palabras, continúan por no soportarlas, y acaban con propósitos criminales. Esta es la secuencia lógica de ese proceso en el que el pecado se adueña del corazón humano.

         Jesús insiste en la veracidad de su testimonio: Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre. Cada uno habla de lo que ha visto y oído: yo, de lo que he oído junto a mi Padre; vosotros, de lo que habéis oído al vuestro. A lo que ellos replican: Nuestro padre es Abraham.

         Si fuerais hijos de Abraham, les dice Jesús, haríais lo que hizo Abraham. Pero no lo hacéis porque tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a mi Dios. Jesús se presenta, pues, como portador de la verdad de Dios, y su testimonio no tiene retroceso ni rectificación, sean cuales sean las consecuencias que pueda provocar. De hecho, sombras de muerte se ciernen sobre él.

         Pero Jesús no rehuye el desafío, y tensa más y más la cuerda: Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre. Le responden: Nosotros no somos hijos de prostituta, sino que tenemos como único padre a Dios; como queriendo decir: nosotros somos hijos de Dios, así que no pretendas tú adueñarte de este título haciendo de él un título en propiedad. A lo que Jesús precisa: Si Dios fuera vuestro padre me amaríais, porque yo salí de Dios y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió. De nuevo se remite a su condición de enviado de Dios.

         El que tiene a Dios por Padre debe sintonizar necesariamente con su enviado y su representante. Si no hay sintonía con éste, no la habrá tampoco con Dios. ¿Y puede llamarse hijo al que no sintoniza con su padre? Esa falta de amor al Hijo delata una grave deficiencia en la relación con el Padre.

         Nosotros, en cuanto cristianos, no tenemos otro modo de acceder a Dios que Cristo, ni otro modo de filiación divina que la vivida en y desde el Hijo, es decir, de aquel que salió de Dios para estar en el mundo.

         Aquellos judíos se gloriaban de tener por padre a Dios, pero Jesús, el Hijo, les descubre que están engañados, que tienen por padre a otro (el demonio), bajo cuyo maléfico influjo viven, puesto que se han dejado contagiar de sus impulsos homicidas.

         Quizás no sean "hijos de prostituta", pero lo son de alguien peor, de alguien que ha inoculado en ellos designios de muerte para con el Hijo de Dios. Esta es la espiral en la que podemos vernos atrapados casi sin advertirlo. Que el Señor nos mantenga lúcidos y receptivos a sus revelaciones.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 20/03/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A