17 de Febrero

Sábado de Ceniza

Equipo de Liturgia
Mercabá, 17 febrero 2024

a) Is 58, 9-14

         Seguimos escuchando lecturas del profeta Isaías, que nos enseñan cuáles son los caminos de Dios, y qué es lo que él quiere de nosotros en esta cuaresma. Si ayer era el ayuno el que se relativizaba (para que fuera acompañado de obras de caridad), hoy es la observancia del sábado (otro de los puntos fuertes de los judíos) la que se pone en cuarentena, abriéndola al marco más amplio de la vida de fe.

         Isaías alaba lo que en su época se hacía en este día del sábado (abstenerse de viajes, consagrar el día a la gloria de Dios, no tratar los propios negocios...), y de ahí que diga que "el sábado sea tu delicia", o bien, que "el Señor sea tu delicia". Pero vuelve a incidir en la caridad fraterna y en la justicia social (desterrar la opresión y la maledicencia, partir el pan con el hambriento...) para que, entonces sí, "brille tu luz en las tinieblas", "el Señor te dé reposo permanente" y te llamen "reparador de brechas".

         Lo que el profeta dice con respecto al sábado hay que observarlo, pero con un estilo de vida que supone bastantes más cosas que el mero cumplimiento. No se trata sólo de unos pocos retoques exteriores en la liturgia o en el régimen de comida, sino que ha de suponer la adquisición de un estilo nuevo de vida. En concreto, una actitud distinta en nuestra relación con el prójimo, que es el terreno donde más nos duele. Y lo que Isaías pide a los creyentes hace 2.700 años, sigue siendo válido también hoy:

-"desterrar los gestos amenazadores", así como las palabras agresivas, caras agrias y manos contra el hermano;
-"desterrar la maledicencia", y no sólo en su vertiente de calumnia, sino de propalar defectos o fallos de los demás;
-"partir el pan con el que no tiene", que significa saciar el estómago del indigente.

         En la vida de cada día tenemos múltiples ocasiones para ejercitar estas consignas. Por tanto, no vale ya protestar por las injusticias que se cometen en Birmania o Ruanda, o del hambre que sufre Etiopía o Haití, si nosotros mismos en casa (o en la comunidad) ejercemos sutilmente el racismo o la discriminación, y nos inhibimos cuando vemos a alguien que necesita nuestra ayuda.

         ¿Qué cara ponemos a los que viven cerca de nosotros? ¿No cometemos injusticias con ellos? ¿Les echamos una mano cuando hace falta? Sería mucho más cómodo que las lecturas de cuaresma nos invitaran sólo a rezar más o a hacer alguna limosna extra. Pero no hacen eso, sino que nos piden actitudes de caridad fraterna, que cuestan mucho más.

         "Enséñame tus caminos", canta el salmo responsorial de hoy, pidiendo a Dios que nos escuche y tenga misericordia de nosotros. Porque somos débiles y no acabamos nunca de entrar en el camino de la Pascua, y convertirnos a ella.

José Aldazábal

*  *  *

         Según Isaías, las exigencias de Dios tienen que ver con la acción de abandonar (opresión, prepotencia y calumnia) y compartir (repartir el pan con el hambriento y saciar al alma afligida). Porque en este proceso de conversión, el punto de partida es la conversión personal, pero el punto de llegada es el servicio al hermano necesitado. Y porque sólo así, la solidaridad logrará algún día hacer realidad el sueño evangélico de la justicia social.

         "Cuando partas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas". El profeta recoge algunas formas de proceder que manifiestan una auténtica penitencia, fuente de luz y de alegría para quienes la practican.

         Con las obras de caridad hacia los demás hombres (nuestros hermanos. Y no sólo a través de obras caritativas materiales (como la ayuda en la enfermedad, compañía a la ancianidad...), sino a través de todas las que derivan del amor, como la disponibilidad, el servicio y la entrega.

         Dice San Gregorio Nacianceno que "no administremos de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido". Y que "no nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza". Una cuestión importante para reflexionar, y mejorar nuestro cristianismo en cuaresma: ¿Cómo está mi solidaridad con los más necesitados, en la familia, en la calle, en el trabajo?

Manuel Garrido

b) Lc 5, 27-32

         La llamada del publicano Mateo para el oficio de apóstol tiene 3 perspectivas: Jesús que le llama, él que lo deja todo y le sigue, y los fariseos que murmuran. Jesús se atreve a llamar como apóstol suyo nada menos que a un publicano: un recaudador de impuestos para los romanos, la potencia ocupante, una persona mal vista, un pecador en la concepción social de ese tiempo.

         Mateo, por su parte, no lo duda. Lo deja todo, se levanta y le sigue. El voto de confianza que le ha dado Jesús no ha sido desperdiciado. Mateo será, no sólo apóstol, sino uno de los evangelistas: con su libro, que leemos tantas veces, ha anunciado la Buena Nueva de Jesús a generaciones y generaciones.

         Pero los fariseos murmuran, y le reprochan que "come y bebe con publicanos y pecadores". Cabe recordar que comer con es expresión de que se acepta a una persona. Estos fariseos se portan exactamente igual que el hermano mayor del hijo pródigo, que protestaba porque su padre le había perdonado tan fácilmente.

         La lección de Jesús no se hace esperar: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan". Pues "no necesitan médico los sanos, sino los enfermos".

         Siguiendo el ejemplo de Jesús, que come en casa del publicano y le llama a ser su apóstol, hoy nos podemos preguntar cuál es nuestra actitud para con los demás: ¿la de Jesús, que cree en Mateo, aunque tenga el oficio que tiene, o la de los fariseos que, satisfechos de sí mismos, juzgan y condenan duramente a los demás, y no quieren mezclarse con los no perfectos, ni perdonan las faltas de los demás?

         ¿Somos de los que catalogan a las personas en buenas y malas, naturalmente según nuestras medidas o según la mala prensa que puedan tener, y nos encerramos en nuestra condición de perfectos y santos? ¿Damos un voto de confianza a los demás? ¿Ayudamos a rehabilitarse a los que han caído, o nos mostramos intransigentes? ¿Guardamos nuestra buena cara sólo para con los sanos, los simpáticos, los que no nos crean problemas?

         Ojalá que los que nos conocen nos pudieran llamar, como decía Isaías, "reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas". O sea, que sabemos poner aceite y quitar hierro en los momentos de tensión, interpretar bien, dirigir palabras amables y tender la mano al que lo necesita, y perdonar, y curar al enfermo. Es un buen campo en el que trabajar durante esta cuaresma. Haremos bien en pedirle al Señor con el salmo de hoy: "Señor, enséñame tus caminos".

José Aldazábal

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         El texto evangélico de hoy se divide en 2 partes, la 1ª vocacional, y la 2ª festiva. O mejor, la 1ª está llena de felicidad para todos, y la 2ª se tiñe de escándalos y mezquindades.

         Jesús y Leví frente a frente; Dios y el hombre cara a cara. Lucas es el evangelista de la ternura y la misericordia, y recalca que Jesús no mira el origen, la ocupación ni la fachada de la persona, sino que mira al corazón. Sabe que su llamada puede recrear, hacer un corazón nuevo. Jesús quiere establecer la comunidad de sus seguidores que es algo totalmente nuevo. Justamente, en esta comunidad no están ausentes los zelotas, casi terroristas que luchaban contra la dictadura del poder extranjero.

         Y aquí llama a Leví, al recaudador de impuestos, colocado allí por la potencia dominadora. Con estos personajes, tan antagónicos, Jesús construye una parábola feliz: mira a Leví, le llama ("sígueme") se sienta a la mesa con él; y Leví responde con generosidad: lo deja todo, se levanta, le sigue y le invita a un gran banquete. No importa que se cuelen los fariseos y los maestros de la ley, que han permitido acuñar el adjetivo "escándalo farisaico".

         Este es el Dios en el que creemos, come con pecadores. La comida no sólo era el signo privilegiado de la amistad, era también expresión religiosa. Jesús se hace como sus comensales, asume la carne de pecado. Por eso es políticamente incorrectísimo. En su Reino las relaciones entre las personas llevan un aire totalmente nuevo. Jesús no condena, sólo puede salvar. Y hasta del pecado de murmuración de los fariseos toma nota para desplegar su doctrina: No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores.

         También en Leví parece que su condición pecadora se convierte en trampolín para abrirse a la gracia. Y es que sólo el publicano de la parábola se siente pecador, se vacía de sí, y puede recibir el don de Dios.

         ¿Y los hombres y mujeres de Iglesia? Siempre hemos de preguntarnos con quién nos sentamos a la mesa; si, como Jesús, ofrecemos nuestra amistad a todos, y principalmente a los pobres y pecadores. No podemos consentir que nadie diga, como en el viejo chiste: "Al cielo iremos los de siempre". Cristianos seremos si, como el Maestro en esta escena, somos hombres y mujeres libres, sin fronteras, siempre en comunión.

Conrado Bueno

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         El proyecto que Jesús ha planteado es el mismo proyecto de Dios, ahora encarnado (hecho carne) en la historia de los seres humanos. En este nuevo proyecto, la religión (es decir, la práctica de ritos externos) ya no es la intermediaria necesaria para el cumplimiento de la voluntad de Dios; ahora la mediación necesaria y directa es la misericordia, que compendia el amor y la justicia. Dios ha tenido misericordia de todo el género humano y ha llamado a hombres y mujeres sin distinción, para que le ayudemos en la obra misericordiosa de la implantación del reino del Dios misericordioso.

         Jesús ha llamado a su seguimiento a Leví recaudador de impuestos, quien era ilegal según lo prescribía la Ley de los judíos. Dios muestra su misericordia a este hombre y lo invita a que lo siga. Seguir a Jesús y aceptar su proyecto, es aceptar la invitación que el Padre nos hace a través de su Hijo, el amado. El Padre en su plan amoroso continúa mostrando su amor misericordioso por todos los hombres y mujeres de la tierra.

         Jesús no ha venido por los sanos, sino por los enfermos. Y él invita a todos aquellos que de una u otra manera desconfían en el plan misericordioso del Padre. Jesús propone a Leví que se deje amar por Dios, que deje que el Padre bueno le muestre su amor y su voluntad. Pero es necesario que frente al derramamiento del amor en él, Leví dé muestras de cambio, de conversión, para empezar a vivir una nueva vida. La historia de los regenerados por pura misericordia.

         La Iglesia tiene que continuar siendo un espacio de misericordia dentro del ámbito mundial. Necesitamos transformar el mundo y sólo demostrando con la práctica de la misericordia en nuestra propia vida que Dios tiene un proyecto de amor para todos, sólo de esa forma podremos hacer que haya cambios cualitativos en la vida de la gente. Si la Iglesia perdiera su realidad de misericordia habría perdido también su misión en la historia.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Nos dice hoy el evangelista que, estando Jesús en un banquete en casa de Leví, el recaudador de impuestos llamado por el Maestro para formar parte de su grupo de sus discípulos, es objeto de la crítica de los fariseos, los cuales se escandalizan al verle comer con los publicanos.

         Decir publicanos era para los fariseos decir pecadores, y compartir la mesa con los pecadores venía a significar entrar en comunión con ellos y con su pecado, y contraer la impureza de la que eran portadores. Por eso ellos rehuían el contacto con los publicanos, tanto como con los leprosos.

         Ante la acusación farisaica, Jesús reacciona con una réplica que pretende justificar su conducta de acercamiento a los pecadores: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. Su actividad mesiánica es similar a la de un médico cuyo oficio es curar a los enfermos. Los sanos no necesitan de los cuidados del médico.

         Por eso no debe extrañar ver a Jesús entre enfermos, aún a riesgo de poner en peligro su propia salud. Entre enfermos y entre pecadores, pues no se limitó a sanar enfermedades físicas y mentales, sino también a devolver la salud espiritual a los pecadores, perdonando su pecado, es decir, curando esta especie de enfermedad.

         Es evidente que Jesús equipara el pecado con una enfermedad que hace de los pecadores en cierto modo enfermos que reclaman la actuación curativa del médico. Pero se trata de una enfermedad contraída voluntariamente, esto es, culpablemente, y de la que puede uno liberarse por la vía de la conversión. Aquí el médico es alguien que invita a los pecadores a la conversión.

         Basta con este movimiento de acercamiento a él para obtener la medicina curativa, la remisión del pecado. A los enfermos les bastaba con tocar con fe la orla de su manto para obtener el beneficio de la salud. Y a los pecadores también les basta con esa conversión que implica el reconocimiento del propio pecado y la petición del perdón (que es petición de la salud perdida).

         La equivalencia entre el enfermo y el pecador es máxima en relación con el sanador. Y el procedimiento empleado por el médico en la curación es muy similar. Lo único que hace falta es que se ponga el mismo empeño en recuperar la salud espiritual que el que se pone en recuperar la salud física o psicosomática.

         Por otro lado, la ansiedad con la que los enfermos buscaban a Jesús no solemos encontrarla, al menos en el mismo grado, en los pecadores. Y es que la conciencia de la enfermedad suele ser mucho más viva o intensa que la conciencia del pecado, exceptuando quizá casos extremos de gravedad que generan una profunda sensación de culpa.

         Jesús proclama abiertamente haber venido como médico, no a llamar a los justos, sino a los pecadores. Si esto es así, y no nos reconocemos pecadores, nos estaremos automarginando del círculo de su influencia benéfica.

         Si no nos sentimos realmente pecadores no podremos gozar de la cercanía del que ha venido a estar entre pecadores, invitándoles a someterse al tratamiento medicinal adecuado para erradicar enteramente el pecado que les oprime y esclaviza (como un tirano interior de cuyo dominio es difícil escapar o como un tumor difícil de extirpar). Y pecado (como nos recuerda Isaías) es todo lo que tendríamos que desterrar de nosotros: opresiones ejercidas sobre los demás, amenazas, maledicencias, indiferencias.

         Pero para desterrar el pecado (resp. egoísmo) de nuestro interior hay que ejercer sobre él una fuerza superior al dominio que él tiene sobre nosotros, y de ordinario no basta la fuerza de que dispone nuestra voluntad. Necesitamos que esa voluntad nuestra, enferma y debilitada, adquiera de nuevo el vigor necesario.

         Y para eso ha venido él como médico, para sanar y robustecer nuestra voluntad enferma, para infundir en ella la fuerza de su Espíritu y hacerla capaz de vencer la malicia que la domina, el poder del pecado que se sobrepone tantas veces a su recto querer y sentir.

         Si finalmente, y con su gracia sanante y elevante, logramos esta victoria, nuestra oscuridad se volverá mediodía. El Señor nos dará un reposo permanente y nos sentiremos como un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena no engaña o una casa reconstruida desde sus propias ruinas.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 17/02/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A