16 de Febrero

Viernes de Ceniza

Equipo de Liturgia
Mercabá, 16 febrero 2024

a) Is 58, 1-9

         La lectura de hoy se hace eco del movimiento profético que se levantó en Israel contra el formalismo del culto judío, tras el destierro de Babilonia (s. VI a.C). Un movimiento espiritual en que la voz del profeta empezó a sustituir a la trompeta judía, que hasta entonces convocaba al pueblo a las ceremonias del ayuno (v.1).

         Se trata, en efecto, de invitar al pueblo a un nuevo género de ascesis: no ya al ayuno egocéntrico de quien se viste de saco e inclina la cabeza (v.4), extrañado de que Dios no le escuche (v.3a), sino al ayuno que renuncia a tratar egoístamente sus negocios (v.3b) y trata de reconciliarse con los demás (v.4).

         El ayuno agradable a Dios pertenece, pues, a una política de coparticipación (vv.6-7), y constituye per se una etapa en la preparación para la era escatológica (vv.10-13). A lo que se añade una nueva observancia del mandato sabático (vv.13-14).

         Al igual que la mayoría de las religiones de su tiempo, Israel consideraba el ayuno como un acto esencial de su religión, sobre todo con motivo de la fiesta de expiación (Lev 23, 26-32) y en el recuerdo de los días angustiosos del Asedio de Jerusalén (Zac 8,19; 7,3-5; 2Re 25,1.4.8.25).

         No obstante, algunos profetas empezaron a temer que dichas prácticas se fuesen ajustando más a la letra que al espíritu, sobre todo cuando empezaron a invitar a la abstención de alimentos (so pretexto de impureza de la materia) o a desarrollarse en un clima formalista (Is 58; Zac 7,1-14).

         Algunos profetas aceptaron, sin embargo, el ayuno, para determinadas ocasiones (Jl 1,13-14; 2,12-17) y siempre que se hiciese desde una conversión sincera, y no como simple sacrificio. El ayuno ha de reflejar, pues, un deseo de conversión, y nunca ha de considerarse legítimo si no se observa desde el amor, oración y culto a Dios (Zac 7), el amor, limosna y justicia a los hombres (Is 58) o como signo de la espera de los últimos tiempos (Jl 2).

         La Iglesia ha permanecido fiel a este concepto del ayuno, y su reciente legislación depende de él. Hoy día, el ayuno no se concibe sin caridad personal (limosna) ni espíritu comunitario (oración). Aunque debe tener cuidado para no convertirse en una pachanga cuaresmal más, o diluir su carácter institucional cristiano por perderse en las diferentes actividades caritativas profanas, como sugiere Mt 6, 3.

         El ayuno cristiano es también ocasión para un encuentro con Dios, pues la Iglesia no está todavía en los últimos tiempos, y todavía camina a la espera de una plenitud todavía lejana. En este sentido, el ayuno (y también la penitencia) es celebrado conjuntamente por todos los cristianos (y no cada uno por su cuenta), en determinados períodos del año en que hay que activar algo más la vigilancia.

         Por eso, puede decirse que lo que importa en el ayuno no es la privación de alimento, sino en dotar de mayor seriedad todavía a nuestra fe y tareas de la vida, para que sean la expresión más viva del servicio a Dios y a los hombres.

Maertens-Frisque

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         El pueblo de Dios ha vuelto del destierro de Babilonia y se ha instalado en Judea, mientras las obras de reconstrucción del templo (y de las murallas) son lentas y desalentadoras. Paralelamente, los sacerdotes han empezado a multiplicar los días de ayuno, mientras la Ley de Josué sólo prescribía uno al año (el día de la expiación) y en los tiempos de calamidad (desde los tiempos de Samuel).

         Probablemente, los sacerdotes hebreos post-exilio tratasen de conmemorar la Caída de Jerusalén (del 589 a.C), y no encontraron otra manera mejor que proclamando y multiplicando los ayunos (posible origen de los 5 lamentos del Libro de las Lamentaciones).

         El pueblo se queja a Dios, y explica que su fidelidad a la escrupulosa observancia del ayuno no sirve para nada, porque parece ser que Dios ni oye ni entiende. Cunde el desánimo y están dispuestos a abandonar incluso la estricta observancia ritual, si la salud del pueblo no es lo que prima, o por lo menos aparece reflejada por alguna parte.

         En esta situación, el profeta de Dios sale al paso y se presenta ante el pueblo, abriendo los ojos de los sencillos (cuyos gritos eran sinceros) y reprochando la hipócrita maldad de las clases dirigentes. Y proclama que el ayuno debía ser, ante todo, un acto de igualdad social, en que el rico (el único que puede realmente ayunar, por ser el único que tiene algo de qué privarse) se igualará al pobre, y pasará hambre si éste también lo pasa, al menos en dichos días preceptivos de ayuno.

         Por otra parte, previene el profeta ante el peligro de convertir el día de ayuno en un día de grandes aglomeraciones, para que la buena fe de los peregrinos no fuese aprovechada para los pingües negocios de los estafadores, y sirviese así para que los humildes acumulasen más deudas todavía. Lo cual podía degenerar en gente malhumorada, ayuno meramente exterior, y ocasión de riñas y disputas. Este ayuno, grita el profeta, es la forma más perversa de engreimiento, y por tanto no llega al cielo.

         El ayuno que Dios quiere es el cumplimiento de los deberes morales y humanos con el prójimo, desde los más elementales (comida, bebida y habitación) hasta los más básicos (derechos, respeto, libertad, ruptura de ataduras y quebrantamiento de yugos). El ayuno que Dios quiere es ése, recalca el profeta.

         Quizás nunca nos hemos preguntado en serio cuáles son las mortificaciones que prefiere el Señor. Porque no todas las penitencias que nos impongamos en cuaresma pueden ser agradables a Dios. A lo mejor o a lo peor estamos instalados en la falsa ilusión de que cualquier mortificación que hagamos tiene que se bien vista por Dios.

         Una norma muy sencilla: la penitencia o práctica cuaresmal que intentas llevar a cabo hace crecer en ti, además del amor a Dios (cosa muy difícil de medir), el amor a los demás (cosa muy fácil de comprobar en términos concretos). Y una regla muy práctica: hacia el próximo más próximo es hacia quien deben orientarse nuestras mortificaciones. O sea, es la comunidad en la que uno vive la que debe beneficiarse de las prácticas penitenciales de cada uno.

         Por ejemplo: ¿puede agradar a Dios el madrugón que se pega un padre de familia para asistir al Vía Crucis de los viernes, si durante la semana es tan comodón que siempre consigue que sea su mujer la que se levante de la cama para atender al pequeño que llora? ¿Puede agradar a Dios que te decidas a venir a comulgar todos los días de cuaresma, si luego no te esfuerzas por tragar a ese prójimo que te resulta tan antipático?

Noel Quesson

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         La denuncia del profeta Isaías contra un ayuno mal entendido es enérgica. El pueblo de Israel (o sus dirigentes) cree poder aplacar a Dios y reparar sus pecados con un ayuno que el profeta tacha de falso e hipócrita.

         El fallo está en que la abstinencia de alimentos no va acompañada de lo que Dios considera prioritario, el amor, la justicia, la misericordia con los demás: "El día del ayuno buscáis vuestro interés, y ayunáis entre riñas y disputas". El ayuno se queda en unos formalismos exteriores: "Os mortificáis elevando vuestras voces, movéis la cabeza como un junco, os acostáis sobre saco y ceniza. ¿Y a eso le llamáis ayuno?".

         Lo que quiere Dios, el día del ayuno (que no se desautoriza, naturalmente), es "abrir las prisiones injustas, partir el pan con el hambriento, no cerrarte a tu propia carne". Entonces sí que escuchará Dios las oraciones y ofrendas.

         Lo dice también el Salmo 50, el Miserere, que se vuelve a cantar hoy como responsorial. Cuando la conversión es interior y se muestra en obras, no sólo en ritos o palabras, es cuando agrada a Dios. No valen los ritos exteriores si no van acompañados de un amor desde dentro: "Los sacrificios no te satisfacen. Pero mi sacrificio es un espíritu quebrantado, y un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias".

José Aldazábal

b) Mt 9, 14-15

         Puede resultar sorprendente la actitud de Jesús ante el ayuno. Parece como si no le diera importancia. En efecto, el estilo de vida que Jesús enseña es sobre todo estilo de alegría: se compara a sÍ mismo con el novio, y esto nos recuerda espontáneamente la fiesta y no precisamente el ayuno. Pero también anuncia Jesús que "se llevarán al novio y entonces ayunarán".

         Nuestro ayuno cuaresmal no es signo de tristeza. Tenemos al Novio entre nosotros: el Señor Resucitado, en quien creemos, a quien seguimos, a quien recibimos en cada eucaristía, a quien festejamos gozosamente en cada Pascua. Nuestra vida cristiana debe estar claramente teñida de alegría, de visión positiva y pascual de los acontecimientos y de las personas. Porque estamos con Jesús, el Novio.

         Pero a la vez esta presencia no es transparente del todo. A Cristo Jesús no le vemos. Aunque está presente, sólo lo experimentamos sacramentalmente. Está y no está: ya hace tiempo que vino y sin embargo seguimos diciendo "ven, Señor Jesús". Y la presencia del Resucitado tiene también sus exigencias. Las muchachas que esperaban al Novio tenían la obligación de mantener sus lámparas provistas de aceite, y los invitados al banquete de bodas, de ir vestidos como requería la ocasión.

         Por eso tiene sentido el ayuno. Un ayuno de preparación, de reorientación continuada de nuestra vida. Un ayuno que significa relativizar muchas cosas secundarias para no distraernos. Un ayuno serio, aunque no triste. Nos viene bien a todos ayunar: privarnos voluntariamente de algo lícito pero no necesario, válido pero relativo.

         Eso nos puede abrir más a Dios, a la Pascua de Jesús, y también a la caridad con los demás. Porque ayunar es ejercitar el autocontrol, no centrarnos en nosotros mismos, relativizar nuestras apetencias para dar mayor cabida en nuestra existencia a Dios y al prójimo.

         Como dice el III prefacio de Cuaresma: "Con nuestras privaciones voluntarias (las prácticas cuaresmales) nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones (apertura a Dios), a dominar nuestro afán de suficiencia (autocontrol) y a repartir nuestros bienes con los necesitados, imitando así tu generosidad (caridad con el prójimo)".

         Muchos ayunan por prescripción médica, para guardar la línea o evitar el colesterol y las grasas excesivas. Los cristianos somos invitados, como signo de nuestra conversión pascual, a ejercitar alguna clase de ayuno en esta Cuaresma para aligerar nuestro espíritu (y también nuestro cuerpo), para no quedar embotados con tantas cosas, para sintonizar mejor con ese Cristo que camina hacia la cruz y también con tantas personas que no tienen lo suficiente para vivir dignamente.

         El ayuno nos hace más libres. Nos ofrece la ocasión de poder decir no a la sociedad de consumo en que estamos sumergidos y que continuamente nos invita a más y más gastos para satisfacer necesidades que nos creamos nosotros mismos.

         No es un ayuno autosuficiente y meramente de fachada. No es un ayuno triste. Pero sí debe ser un ayuno significativo: saberse negar algo a sí mismo, en el terreno de la comida y en otros parecidos, como signo de que queremos ayunar sobre todo de egoísmo, de sensualidad, de apetencias de poder y orgullo. "Tome su cruz cada día y sígame". No hace falta que vayamos buscando cruces raras: la vida de cada día ya nos ofrece ocasiones de practicar este ayuno y este Vía Crucis hacia la Pascua.

José Aldazábal

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         Jesús es el novio, "el amado y predilecto" de Dios (Mt 3, 17). Pero también él vive amando, de manera apasionada, a ese Dios, cuya voluntad es la construcción del Reino, en la que todos están llamados a participar. El Reino de Dios es un Reino de amor. Quien lo encuentra, encuentra una perla preciosa y un tesoro escondido, y, por la alegría que experimenta, no tiene dificultad en postergar todo lo demás, con tal de adquirirlo.

         Todo ocurre como entre 2 enamorados en pleno romance (Ef 5, 25-32). La relación de amor está en el centro de la vida y todo lo demás gira en torno a ese centro. No puede faltar, ni se puede aguar el vino de la fiesta con reclamos ascéticos.

         Hay que alegrarse, por tanto, y amar y ponerse manos a la obra, para hacer una historia y un mundo en el que Dios pueda reinar. Porque Dios no puede, ni quiere reinar, en una historia y en un mundo sin fraternidad y justicia, aunque sus habitantes muestren deseos de conocer su camino.

         El ayuno que Dios quiere, porque es misericordioso, es la liberación de los pobres y oprimidos. Es abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojo de los cepos, dejar libres a los oprimidos, partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no cerrarse a la propia carne.

         Este ayuno sí que lo proclama y lo practica Jesús, y lo manda practicar a sus discípulos. Más aún: sólo a través de esta práctica se dirá a los verdaderos discípulos: "Pasa al banquete de tu Señor", mientras no se admitirá al festín a aquellos que dicen con frecuencia "Señor, Señor", pero sus obras no fructifican en misericordia (Mt 25, 31-46).

         La liberación de los pobres y oprimidos nos va a juzgar. No podemos ocultar la injusticia y la cerrazón a la propia carne. Tenemos que sacudirnos el miedo a entrar en los conflictos de la historia y defender los derechos humanos, comenzando por los de abajo. Tenemos que practicar la misericordia, elevándola a categoría de principio estructurante de nuestro amor, sin quedarnos en una postura meramente asistencialista.

         Hay que preguntarse por las causas de la miseria y de la falta de justicia. Y, después, no esconderse de manera cómplice, sin prestar voz en grito, como una trompeta, a los que no tienen voz o a quienes sí que la tienen, pero es una voz que no nos gusta escuchar. Hay que denunciar el pecado. No sólo el pecado personal, sino también el pecado estructural. Y hay que anunciar y realizar la salvación ofrecida por Dios en la muerte y resurrección de Jesús.

José Vico

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         Los fariseos del tiempo de Jesús, habían asimilado una búsqueda de Dios basada en los actos jurídicos de piedad y en el cumplimiento de normas externas que los hacían ganar el prestigio de ser los más fieles a la tradición. Jesús mismo tuvo que enfrentar esta realidad con mucha exactitud, pero sobre todo tuvo que enseñar con su vida que lo importante no era aparecer como buenos religiosos, sino amar a Dios sinceramente en justicia y solidaridad con los pobres de la tierra.

         Los discípulos de Juan se acercan a Jesús a preguntarle porqué sus discípulos no ayunaban. Pero Jesús es muy claro en la respuesta que da: está convencido que primero es la justicia y el amor, y que ése es el ayuno 1º que Dios quiere; después de ese 1º ayuno, que no puede faltar, puede tener sentido el otro.

         La presencia de Jesús es motivo de alegría. Donde está Jesús, sus amigos no pueden hacer otra cosa que alegrarse. Nadie puede sentirse deprimido o acongojado, precisamente cuando puede experimentar en su propia vida y en la vida del mundo, que la salvación de Dios, su Reino, está creciendo y prometiendo cosecha abundante. Se ha decretado al mundo la alegría. Contra todo escepticismo, contra toda situación negativa.

         El ayuno, que era una forma en el viejo Israel de hacer más eficaz la oración o una exigencia para enfrentar el peligro o la prueba, y que estaba decretado para algunos días, es reevaluado por Jesús. No lo niega ni lo clausura, simplemente lo pospone, para cuando el novio (Jesucristo) no esté.

         Y ¿cuándo no estará Jesús? Pasarán la cuaresma, la semana santa, los días grises de la pasión y, el Novio, resucitado y coronado por la vida para siempre, permanecerá oculto-presente (a la vez) en todas las experiencias humanas, para revitalizarlas con su presencia.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista Mateo introduce hoy la temática del ayuno en un marco de controversia, y nos dice que en cierta ocasión se acercaron a Jesús los discípulos de Juan el Bautista para preguntarle, con cierta recriminación: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo, y en cambio tus discípulos no ayunan?

         Los bautistas entienden que ellos hacen lo correcto y que los discípulos de Jesús no, suponiendo que para ello han estado espiando el comportamiento descuidado o trasgresor de estos discípulos a quienes censuran como poco respetuosos de las observancias tradicionales. Y la censura alcanza al mismo Jesús, su Maestro, que les consiente este modo de actuar.

         La respuesta de Jesús, aunque significativa, tuvo que generar cierta perplejidad: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán?

         Jesús parece relacionar el ayuno con el duelo y el luto (πενθειν), como si fuera una expresión de ese estado luctuoso y resultara incompatible con los tiempos festivos. Mientras el novio está con sus amigos no hay espacio ni para el duelo, ni para el ayuno, porque la amistad debe festejarse, y en este contexto celebrativo no cabe el llanto; tampoco cabe el ayuno.

         Pero Jesús anuncia un día no muy lejano en que a los amigos les sea arrebatado el novio. Y éstos, entonces, ayunarán. Ayunarán porque se verán privados de una presencia tan querida y celebrada. Jesús está aludiendo seguramente a su muerte próxima, y al estado de orfandad en que quedarán sus discípulos. Literalmente, a una situación de duelo, porque habrán perdido a su Maestro y Señor y no sabrán cómo consolarse.

         Esa ausencia que deja en situación de orfandad es equiparable a un verdadero ayuno: ayuno de presencia y proximidad del amigo y esposo. Y con ese ayuno vendrán otros, ligados a esa amistad o a la misión asumida en razón de esa amistad y discipulado.

         A Jesús no parece importarle demasiado que sus discípulos no cumplan con la observancia del ayuno. Lo que le interesa es que se afiance su unión con él, porque de esta relación de amistad brotarán todas las renuncias o privaciones exigidas por ella. Lo escuchábamos en el evangelio de ayer: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. ¿No hay en esta negación de sí mismo una exigencia de ayuno de efectos incalculables?

         De hecho, los discípulos de Jesús ya habían tenido que ayunar de muchas cosas, todas esas que dejaron (familia, trabajo, status social, afincamiento) por seguir a Jesús, sin tener dónde reclinar la cabeza. ¿O es que no eran ayunos sus muchas renuncias? Finalmente, llegarán a perder (no hay mayor ayuno que éste) la propia vida por causa de Cristo y su evangelio. ¿Para qué conceder tanta importancia a esos ayunos propios de la observancia religiosa judía cuando en el seguimiento de Jesús estaban implicando la entera vida?

         Era esta relación la que habría de marcar por completo su existencia de discípulos ganados para la causa, de modo que en adelante su vida llevaría los rasgos y las huellas, las heridas incluso, de la vida del Crucificado. De aquí, de esta amistad y seguimiento renovados con la resurrección y el envío del Espíritu Santo, brotará una vida entregada a la causa del evangelio y dispuesta a las mayores renuncias (resp. ayunos), una vida martirial.

         Y no hay vida mejor dispuesta para el ayuno que la vida del mártir. Realmente, cuando se llevaron al novio, ayunaron, porque lloraron su muerte. Y cuando el novio les fue devuelto por la resurrección, recuperaron la alegría, pero teniendo que aceptar la despedida implicada en la Ascensión (una despedida que no impidió la llegada del Espíritu consolador, y con ella el consuelo de su presencia espiritual).

         En medio de este consuelo llevaron a cabo entre privaciones, ayunos y persecuciones la misión encomendada hasta la hora suprema del martirio. Fue el ayuno (= pérdida) de la propia vida por causa del Novio, a la espera de su encuentro definitivo con él.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 16/02/24     @tiempo de cuaresma         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A