1 de Febrero

Jueves IV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 1 febrero 2024

a) 1 Rey 2, 1-4.10-12

         Escuchamos hoy la sucesión al trono de David, una historia aparentemente neutra que cuenta unos hechos dramáticos, con la sencillez de una nota de diario. Pero en realidad, los personajes que juegan en el drama encarnan una teología de la institución real dentro del pueblo de Israel, con sus valores y contravalores.

         Cuando Israel pidió un rey como el de los demás pueblos Dios accedió a traspasar a su ungido algo de su obra creadora y salvadora: liberarlo de sus enemigos, defender a los desvalidos, promover la prosperidad. Por amor de su pueblo, concedió Dios estos favores a David y a sus sucesores (2Sm 7, 8-16).

         Mas no quiso Dios borrar del todo la inspiración pagana de la realeza, que él había aceptado a disgusto (1Sm 8, 4-22). Los derechos concedidos al rey le habían de llevar insensiblemente a la pretensión absolutista de ocupar el lugar de Dios y ejercer en provecho propio el poder real. Partiendo de aquí, nada tienen de extraño las ambiciones, intrigas y disputas que nacen en torno de la sucesión.

         Sobre tal fondo se mueve la trama de este episodio. A título de hermano mayor y del favor del pueblo, creía Adonías tener derecho al trono, mientras que Salomón veía en estos derechos de su hermano una amenaza a su propio derecho. Según Betsabé, en cambio, todo Israel esperaba que David designara quién le había de suceder, y David había jurado ya que sería Salomón.

         Alrededor de ambos pretendientes se habían dividido en 2 bandos los grandes dignatarios religiosos y militares de la corte, que se excluían uno a otro hasta sentirse amenazados de muerte ("para que salves tu vida y la de tu hijo", decía Natán a Betsabé).

         La entronización de Salomón es una fiesta entusiasta. Era preciso celebrar así el favor divino de la unción real. Mas la raíz pagana de la institución regia tiene la contrapartida del pánico y las amenazas de muerte. El trono de Salomón se consolida al precio de eliminar al hermano y a grandes héroes del pueblo que habían sostenido a David en horas difíciles.

         Estos episodios, y otros que seguirán en los libros I y II de los Reyes, nos hacen comprender mejor el valor de la doctrina de Jesús, el verdadero sucesor de David. Contra la tentación de Israel, que había querido un rey como los de los demás pueblos, Jesús nos enseña a no valorar los primeros lugares como los valoran los reyes paganos, sino como lo hace el Hijo del hombre, que da su vida al servicio de todos (Mc 10, 42-45). Sólo este principio nos permitirá festejar sin sombras las misiones que Dios nos ha confiado.

Guiu Camps

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         Se acercan los días de la muerte de David, tras su trascendental papel en la historia de Israel, soldando la unidad de las 12 tribus y unificando un pueblo hasta entonces disgregado. Una labor en la que David pacificó el país de Israel (desde Dan hasta Berseba), rechazó a todos los enemigos (que todavía atacaban a los hebreos) y dio una capital y una ciudad santa (Jerusalén) a ese pueblo hasta entonces nómada.

         David, ya lo hemos visto, no era un hombre perfecto. Pero es incontestable que vivió "delante de Dios". Y su testamento espiritual, que confía a su hijo Salomón, es la última prueba de ello: "Yo me voy por el camino de todos". Una maravillosa fórmula para hablar de la muerte: el "camino de todos", fórmula de humildad y de solidaridad con el conjunto de la humanidad. Tampoco yo me escaparé de ello, y un día tomaré ese camino por el que pasan todos los hombres. En silencio puedo detenerme hoy a considerar esto.

         Pero David permaneció en pie en esta adversidad, y supo transmitírselo así a su hijo Salomón: "Guarda las observaciones del Señor, tu Dios, yendo por su camino, observando sus preceptos y órdenes, sus leyes y sus instrucciones". El 2º consejo a su hijo es, pues, tras el 1º de la valentía, el de la fidelidad a Dios. Lo cual consiste en estar atento a Dios, seguir sus caminos y estar en comunión con la voluntad de Dios.

         A menudo no estamos atentos. Dios hubiera querido esto o aquello. Y no hemos estado a su escucha. La gracia de la oración cotidiana: un momento privilegiado de escuchar el querer de Dios... y de nuestras responsabilidades humanas. No vivir superficialmente. Vivir en profundidad es la clave de todo, "para que tengas éxito en cuanto hagas o emprendas". Es el consejo de David a su hijo Salomón.

         La alegría de Dios es un "hombre logrado", una "vida lograda". Esto no se hace sin obstáculos y dificultades (como se ha visto en la vida de David), pero ese éxito sigue siendo el fin, la esperanza. ¿Me esfuerzo en ello? ¿Tengo sed de perfección?

Noel Quesson

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         Aquel que nos creó a su imagen y semejanza es el único punto de referencia para que el hombre encuentre su realización plena. Por eso David invita a su hijo Salomón diciéndole: "Ten valor y sé hombre". Y en seguida le indica que viva fiel a Dios, siguiendo sus caminos y observando sus mandatos.

         Nadie, al margen del Señor, puede llegar a ser plenamente hombre. Por eso hemos de estar siempre dispuestos no sólo a caminar en su presencia, sino a escuchar su palabra y a ponerla en práctica. Y puesto que su Palabra se hizo hombre y puso su tienda en medio de la nuestra, aprendamos a creer en Aquel que el Padre Dios nos envió; aprendamos a tomar nuestra cruz de cada día e ir, generosa y amorosamente, tras sus huellas.

         Ojalá que los padres de familia aprendieran, de este consejo de David a su hijo Salomón, a guiar así a sus hijos, enseñándoles a ser hombres no por una vida de maldad y de violencia, sino por una vida de cercanía en amor a Dios y en amor al prójimo. Esta es la mejor herencia que les pueden dejar, y sólo entonces Dios se convertirá para nosotros en una bendición.

José A. Martínez

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         Se acaba el reinado de David, tan importante en la historia de Israel. Leemos los consejos que dio a su hijo Salomón antes de emprender "el viaje de todos", como dice él mismo. Aparece aquí el esquema que se repite en las despedidas típicas de la Biblia (Jacob, Moisés, Jesús y Pablo).

         Así empezamos la lectura del libro I de los Reyes, que continúa la historia del pueblo a partir de la muerte de David. Leeremos una primera parte ahora durante 10 días: desde el reinado de Salomón hasta la escisión de su reino en tiempo de su sucesor. Volveremos a abrir este libro, y al II de Reyes más tarde, de las semanas 10ª a la 12ª del tiempo ordinario.

         Las últimas recomendaciones de David son todo un programa de actuación para un rey que debe ser eficaz políticamente pero a la vez humilde servidor de Dios: si es valiente ("ánimo, sé un hombre") y camina según los caminos de Dios, siguiendo fielmente sus normas, se asegurará la fidelidad de Dios, que ha hecho Alianza con su pueblo.

         Empieza así el reinado de Salomón, en el que la monarquía llegará a su mayor esplendor, que durará muy poco, porque inmediatamente después, con la división del norte y el sur, empezará la decadencia. No estamos ciertamente acostumbrados a que en la toma de posesión, o en la despedida de un gobernante, suenen estas invitaciones a la conducta moral y a la fidelidad a Dios.

         No se podría decir que el espíritu del salmo responsorial de hoy, el del libro de las Crónicas, esté precisamente en el ánimo de todos los que gobiernan: "Tú eres Señor del universo, en tu mano está el poder y la fuerza, y tuyos son, Señor, la grandeza y el poder".

         También debería ser éste el tono de las recomendaciones que unos padres hacen a sus hijos, o unos educadores a los que se están formando. Los valores que más les van a servir en su vida (más que las riquezas o los títulos o las cualidades humanas) son los valores profundos humanos y cristianos. Valores que, en un tiempo de tanta corrupción y superficialidad, les darán consistencia humana y les atraerán la bendición de Dios y la de los hombres.

         Cuando programamos nuestra vida, o una próxima etapa o año, también nosotros deberíamos dar importancia a los valores más profundos, y no a los más aparentes.

José Aldazábal

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         En la liturgia de ayer se sugería que David cometió algún desliz, y que Dios le ofreció 3 opciones para sufrir el castigo: hambre, persecución bélica o peste. Y también que David, turbado y confuso, se abatió y pidió misericordia, y Dios le perdonó, pero advirtiendo que sus días estaban contados.

         En la liturgia de hoy, un David arrepentido mira hacia sus adentros, ve venir el final de sus días y convoca a su hijo Salomón para hacerle depositario de un gran mensaje: que su casa había recibido del Señor una promesa a la que no se podía ser infiel: "Si tus hijos saben comportarse, caminando sinceramente en mi presencia, con todo el corazón y con toda el alma, no te fallará un descendiente en el trono de Israel".

         Palabras del adiós son las del rey David moribundo, que se siente colmado de bendiciones de lo alto del cielo, y que salpicado por múltiples marcas del pecado recorre su vida e historia. Y eso es lo que quiere comunicarle a su hijo Salomón: "Sábete que Dios prometió a nuestra casa que si tus hijos saben comportarse, caminando sinceramente en su presencia, con todo el corazón y con toda el alma, no te faltará un descendiente en el trono de Israel".

         Lo que quiere decir que Dios actúa muy por encima de nuestros merecimientos, porque su elección de nosotros y su fidelidad duran por siempre. Incluso podríamos decir (en nuestro pobre lenguaje) que nuestro Dios parece complacerse en derramar bondades sobre quienes, siendo pecadores reconocidos, le piden perdón.

         Dicho esto, David murió y fue enterrado en la ciudad de Jerusalén, después de haber sido rey de Israel durante 40 años. Vivamos, pues, en su presencia, al menos como pecadores arrepentidos. Ése es también el mensaje que recomienda Jesús a sus enviados: hablad de Dios, de un Dios padre que siempre está por encima de vuestras miserias, y de un Dios que os ama.

Dominicos de Madrid

b) Mc 6, 7-13

         Jesús convoca hoy a los 12, como había hecho antes a la hora de constituir el grupo de los Doce (Mc 3, 13). Y les encarga proclamar (Mc 3, 14) lo que ya han asimilado. Porque toda labor de proclamación que fuese hecha fuera de esa asimilación, sería una falsificación del mensaje.

         Lo que hace Jesús es enviarlos de dos en dos, tal como los había llamado al principio (Mc 1, 16-21). Como en aquel pasaje, ir "de dos en dos" implica la afirmación de la igualdad, y excluye la subordinación de uno a otro. Además, es testimonio de ayuda y solidaridad mutuas.

         También les confiere autoridad sobre los espíritus inmundos, y unas minuciosas instrucciones sobre el modo como deben comportarse: no deben llevar provisiones (pan), ni alforja (propia de los mendigos, para guardar lo que pudieran recibir por el camino), ni dinero (que les daría la seguridad de no quedarse desprovistos, en caso de no recibir nada). Por una parte, el despego de todo eso permite la libertad, y la confianza en ellos por su mensaje de fraternidad.

         Jesús los envía para que, con su modo de proceder, den un testimonio de igualdad entre los hombres ("de dos en dos"). Al mismo tiempo, la carencia de provisiones debe mostrar a todos que esperan solidaridad humana y que confían en la gente, y que no van a aprovecharse de la solidaridad ajena, pues no van a pedir limosna ni a aceptar nada para guardarlo ("ni alforja"). Eso sí, no van a presentarse como mendigos, sino con plena dignidad. Pero al ser dependientes de la buena voluntad de los demás, se elimina toda posible pretensión de superioridad.

         El bastón y las sandalias eran imprescindibles para los viajes largos, y eso sí debían llevarlo. Por el contrario, llevar puestas 2 túnicas era señal de riqueza, y por eso no deben hacerlo. El vestido refleja la clase social a la que se pertenece, y ellos deben estar al nivel de la gente modesta. Como se ve, la igualdad, la solidaridad humana, la confianza mutua, la dignidad, la carencia total de ambición y la sencillez en el vestir... tal es el mensaje que han de transmitir, con su modo de proceder.

         Puede verse ya el propósito de Jesús con este envío de los 12, al ponerlos en contacto con hombres de otros pueblos, para que sea la experiencia lo que les haga cambiar de mentalidad. Es una especie de terapia de choque. No los envía sólo a predicar, sino a aprender del contacto humano. No señala duración ni traza itinerario para el viaje, pero no lo limita al pueblo judío. Deberán convencerse de que la frontera entre la bondad y la maldad humana no coincide con la frontera étnica de Israel.

         Añade después Jesús otras instrucciones sobre el contacto con la gente que van a encontrar, y cuál ha de ser su reacción: según la acogida que reciban. No menciona el ir a las sinagogas (institución judía); ni nada que sea contrario a la finalidad del envío.

         Y menciona solamente el lugar y la casa, que pueden encontrarse en cualquier país. Han de aceptar la hospitalidad que se les ofrece, y no cambiar de casa para no desairar la buena voluntad de la gente, ni afrentar la hospitalidad ofrecida. No tienen que informarse sobre quién los acoge, sino que deben aceptar lo que les ofrecen sin mostrarse reacios a los usos del lugar.

         Para el grupo de los Doce (el nuevo Israel), esta instrucción implica un cambio radical de mentalidad: entrar en casa de paganos (despreciados por los judíos) y depender de ellos para la supervivencia. Jesús pretende que olviden su identidad judía, para colocarse en el plano de la humanidad.

         Puede darse el caso de que un grupo humano ("un lugar") se niegue a aceptar la presencia de los enviados. Un rechazo que el pasaje expresa de 2 maneras: la falta de solidaridad ("no os acoge") o la cerrazón completa al diálogo y comunicación humana ("ni os escuchan"), como ejemplo de erigir barreras que impiden el acercamiento entre los hombres.

         Si eso sucede, deben abandonar el lugar. Pero al marcharse tienen que hacer un gesto de acusación, el que hacían los judíos al salir de tierra pagana. Un signo que ahora significa que los verdaderos paganos, los que no conocen al verdadero Dios, son los que se oponen a la igualdad y solidaridad humanas, y que ser pagano no se define por las creencias, sino por el modo de actuar; lo es quien no refleja en su conducta el amor universal de Dios.

         Recibidas las instrucciones, los 12 se ponen en marcha, sin precisar adónde van ni cuánto dura el viaje. En 1º lugar, se dedican a proclamar, exhortando a la enmienda (haciendo suyo el mensaje del Bautista al pueblo judío; Mc 1, 4) y a un cambio individual (como condición de Jesús para construir la sociedad nueva o reino de Dios; Mc 1, 15).

         La expulsión de demonios y las curaciones están en paralelo con las efectuadas por Jesús en Cafarnaum, antes de que expusiera el programa universalista y rompiera con la institución judía (Mc 2, 1-3.7). Los 12, por su parte, suscitan en el pueblo abatido la esperanza de un mesías davídico restaurador de la gloria de Dios (el ungir con aceite recuerda la unción de los reyes de Israel), y así remedian momentáneamente ("curaban enfermos") el estado de postración de muchos. Tienen gran éxito, y a esta propuesta no experimentan rechazo alguno.

Juan Mateos

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         Hoy el Señor nos llama y nos envía. Si nos paráramos a pensar en que esta misma tarde nos tenemos que marchar a una misión porque así quiere el Señor, ¿cuáles serían nuestras preocupaciones? Posiblemente serían "tengo que avisar a", "¿qué me pongo hoy?", "¿cuánto durará?", "antes necesito saber", "¿hará frío o calor?". Imagínate cuántas y cuántas preguntas, dudas, miedos, esperanzas y expectativas.

         Pero la respuesta tiene una sola palabra: nada. La respuesta es nada. Si ya tenemos el poder que nos ha dado Jesús, ¿qué más necesitamos? Seguir a Jesús es cambiar completamente de perspectiva, de horizonte, también por lo que se refiere a las necesidades humanas. ¿Significa eso que vivamos despreocupados? Yo creo que no, pero sí que miremos a nuestras necesidades físicas, transfiguradas por las promesas de Jesús.

         Cuando por el contrario no recibimos a Jesús, no escuchamos, nos alejamos de él, entonces el cubrir nuestras necesidades puede convertirse en una obsesión. Pues como dice una canción que muchos de nosotros conocen "si no te tengo no soy nada, si no estás junto a mí, no soy nada". Y cuando nos damos cuenta que no tenemos nada, de que sin él no somos nada entonces nos vemos necesitados de todo, todo lo queremos para sentirnos arropados, menos desnudos.

Carlo Gallucci

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         La semilla del evangelio comenzó a esparcirse por el mundo, y 12 hombres se encargaron de esa labor: los apóstoles de Jesús. Para eso los había llamado el Señor: para que anunciaran su mensaje a todos los hombres. Así, ellos fueron los primeros eslabones de una larga cadena, que llega hasta nosotros.

         Pero para ello Jesús les dijo que "no llevéis más que un bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas". ¿Acaso no quiere Cristo que vayamos bien preparados? Sí, y por eso mismo nos da este consejo. A veces nos preocupamos demasiado de las cosas del Señor y nos olvidamos del Señor de las cosas. Y el único equipaje indispensable para nuestra misión es que llevemos a Cristo. Que estemos muy llenos de Dios, para poder compartirlo con los demás, pues como dice la Escritura: "Nadie da lo que no tiene".

         Hoy sabemos que los apóstoles cumplieron su misión. A pesar de sus posibles defectos y debilidades, ayudaron a Cristo a extender su Reino entre los hombres. Nuestra labor es continuar su misión, la misma misión de Cristo, convirtiéndonos en testigos del amor de Dios. Predicar, ante todo, con el ejemplo de las buenas obras. Predicar a tiempo y a destiempo, también con la palabra. Podemos llevar el evangelio a pequeños rincones del mundo, en nuestro hogar o en nuestro trabajo, y hacer así más grande la cadena de la salvación.

Ignacio Sarre

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         El evangelio de hoy relata la 1ª de las misiones apostólicas. Cristo envía a los 12 a predicar, a curar todo tipo de enfermos y a preparar los caminos de la salvación definitiva. Ésta es la misión de la Iglesia, y también la de cada cristiano. Pues como ya dijo el Concilio II Vaticano: "la vocación cristiana implica como tal la vocación al apostolado, y ningún miembro tiene una función pasiva. Por tanto, quien no se esforzara por el crecimiento del cuerpo sería, por ello mismo, inútil para toda la Iglesia como también para sí mismo".

         El mundo actual necesita (como decía Gustave Thibon) un "suplemento de alma" para poderlo regenerar. Y sólo Cristo con su doctrina es medicina para las enfermedades de todo el mundo. Un mundo lleno de crisis, de crisis moral y de valores humanos, y de crisis en conjunto (que bien podría llamarse una "crisis de alma").

         Los cristianos nos encontramos, con la gracia y la doctrina de Jesús, en medio de las estructuras temporales, para vivificarlas y ordenarlas hacia el Creador, como ya decía San Agustín: "Que el mundo, por la predicación de la Iglesia, escuchando pueda creer, creyendo pueda esperar, y esperando pueda amar".

         El cristiano no puede huir de este mundo, pues tal como escribía Bernanos: "Nos has lanzado, Señor, en medio de la masa, y en medio de la multitud como levadura. Y por eso reconquistaremos, palmo a palmo, el universo que el pecado nos ha arrebatado. Señor, te lo devolveremos tal como lo recibimos aquella primera mañana de los días, en todo su orden y en toda su santidad".

         Uno de los secretos está en amar al mundo con toda el alma y vivir con amor la misión encomendada por Cristo a los apóstoles y a todos nosotros. Con palabras de San José Mª Escrivá, "el apostolado es amor de Dios, que se desborda, con entrega de uno mismo a los otros. Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior". Éste ha de ser nuestro testimonio cotidiano en medio de los hombres y a lo largo de todas las épocas.

Josep Valls

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         Podríamos aferrarnos al esquema prefijado, y detenernos hoy en una frase de Marcos: "Si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa". Pero sería demasiado rígida esa posición que no se sale del esquema de desencuentros seguido hasta ahora. Aquí, en cambio, se nos informa: los 12 salieron "a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban".

         La buena noticia es doble en este pasaje. En 1º lugar, porque Jesús da a los 12 autoridad sobre los espíritus inmundos. Y en 2º lugar porque no sólo quiere limpiar la casa de Dios (este mundo nuestro, en que hay tanto poder negativo que acampa por sus respetos), sino que incorpora a sus acompañantes a estas las labores de limpieza.

         Pero estos colaboradores no son un simple coro de entusiastas, o grupito de fans que jalea al ídolo, meras comparsas y figurantes. Sino que forman con Jesús un coro en que también tienen, por don de Jesús, su voz y papel co-estelar. No para lucirse ellos, sino para que haya más luz en el mundo, en estos escenarios de dolor y en los patios de butacas, como en el teatro vivo en que se salta la barrera mágica de las candilejas y se incorpora a la escena a los que eran simples espectadores.

         Eso está llamada a ser la realidad nuestra de cada día: por todas partes, con una intensidad y unos ritmos mayores o menores, se está invitando a los laicos a entrar en la misión compartida. La autoridad de Jesús se difunde por todos los miembros y células de su cuerpo: la Iglesia.

         Descubre, pues, tu don y ponlo a servir. Trata de descubrir el don de los que están a tu lado, en tu casa, en tu parroquia, entre tus amigos, el don de la gente con que tratas, díselo y anímalos a que salgan a escena y se lancen al ruedo. Es lo que se está haciendo en las misiones populares, gracias al trabajo de los equipos de evangelización misionera. Se crea un nuevo clima y uno empieza a sentirse Iglesia con una intensidad mucho mayor.

         La buena noticia es, en 2º lugar, el texto que hemos citado: que los 12 se empeñaron en la misión recibida y realizaron una labor eficaz. Y esto sigue sucediendo. También ahora, para los que habitaban en una región de tinieblas, una luz les brilló. El evangelio sigue siendo fecundo.

Pablo Largo

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         La lectura del día de hoy deja para mí una palabra clave: el apoyo. Jesús manda a sus discípulos que sólo lleven un bastón. El principal uso de este artículo es para apoyarse, para caminar mejor. Pero también Jesús los manda "de dos en dos", para que sean apoyo el uno del otro. No hemos nacido para estar solos. Necesitamos quién nos ayude a echar adelante día a día.

         Necesitamos quien camine con nosotros queriendo alcanzar la misma meta y guiados por los mismos principios, valores, convicciones. Estas palabras me hacen reflexionar acerca de quiénes están a mi alrededor, mi pareja, mis amigas y amigos, mis compañeras y compañeros de trabajos. ¿Quién o qué me guía a mí? ¿Quién o qué los guía a ellas y ellos? ¿Quién o qué nos guía en conjunto? ¿De qué o quiénes me apoyo?

         Señor, te pido que tú seas mi verdadero sostén. Que como el salmista pueda decir que tu eres la roca en la que me apoyo.

Miosotis Nolasco

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         El pasaje evangélico de hoy nos invita a reflexionar en nuestra participación a la extensión del reino de Dios, y en cómo ésta en sí misma trae la recompensa y el bienestar para aquellos que la realizan. Es triste ver que hoy en día pocos hermanos dedican algo de su tiempo para la evangelización y por ello la vida evangélica no se desarrolla en nuestras comunidades.

         Podríamos pensar que no tenemos los recursos necesarios para hacerlo, sin embargo hoy Jesús, al invitar a sus discípulos a que no llevaran nada para el camino, nos hace ver que Dios mismo proveerá, no solo las necesidades materiales de los evangelizadores, sino incluso de todo aquello que hiciera falta para que el anuncio llegue a tocar los corazones.

         Lo único que requiere es nuestra disposición y generosidad con nuestro tiempo. Escucha hoy con atención el llamado y el envío que Dios te hace a ti personalmente a participar en la conversión de tu casa, de tu oficina, de tu barrio de tu propio ambiente. Trata de hacerlo, y verás que no es difícil hablar del amor y la misericordia de Dios.

Ernesto Caro

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         Escuchamos hoy el exigente mensaje de Jesús, que nos pide que nos despojemos de todas las seguridades y emprendamos así el camino. Ya hemos escuchado sus enseñanzas, sus parábolas, hemos presenciado sus milagros, los que realiza en nuestras vidas y en las de muchos hermanos y hermanas. Hemos estado con él en la intimidad, en la oración, en la liturgia y llega el momento de dar a conocer a todos la oferta de divina de salvación, de amor, de libertad.

         No hay un modelo práctico igual para todos, pero todos desde nuestra peculiar vocación en la Iglesia podemos vivir esta radicalidad. El verdadero discípulo es una persona desinstalada.

         Los religiosos se suelen identificar profundamente con este evangelio, experimentando el contraste entre la radicalidad de la pobreza y la realidad de sus formas de vida. Y los seglares ven posible el cumplimiento literal de esto. Solamente a través de un proceso de maduración en la fe, aprendemos a distinguir la radicalidad de los consejos concretos de Jesús (ligados a una época) y la radicalidad del estilo de vida que conlleva la vocación cristiana.

         Ser llamado a ser discípulo de Jesús, y todo cristiano lo es, desencadena una dinámica de transformación de la vida entera. Esta transformación viene de la exigencia a vivir en radicalidad todos los valores de la existencia: las relaciones interpersonales, y el status social o económico.

Rosa Pérez

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         El envío de hoy los apóstoles a la misión evangelizadora se hace a través de la fórmula "de dos en dos", según relata hoy Marcos.

         En efecto, Jesús había elegido a una serie de personas para que estuviesen con él, y en un futuro no lejano enviarlos a misionar. Esas personas ya han convivido con él, le han escuchado, y han aprendido. Y ahora, les ha llegado el momento de ser investidos de autoridad (o hacerse partícipes del profetismo de Jesús), y ser enviados a la misión (para predicar la Buena Nueva y expulsar demonios). Y se hace con el aviso de que en algunos lugares sí serán recibidos, y en otros no.

         Para ello, Jesús les recomienda un estilo de austeridad y pobreza (la pobreza evangélica), de modo que no pongan énfasis en los medios humanos o técnicos, sino en la fuerza de Dios que él les transmite.

         Los cristianos somos enviados a evangelizar este mundo. ¿Lo estamos siendo ya, o todavía no? Dios no quiere servirse ya de ángeles ni revelaciones directas, sino que quiere que sea la Iglesia (o sea, los cristianos) la que en adelante continúe visibilizando la obra salvadora de Cristo.

         Como los 12 apóstoles, que "estaban con Jesús" y poco después salieron a a dar testimonio de Jesús, así nosotros, que celebramos con fe la eucaristía, somos invitados a dar testimonio en la vida. Tanto individualmente (y cada uno por su cuenta) como colectivamente (de 2 en 2), con cierta organización. También vale para hoy día la invitación a la pobreza evangélica, a ir a la misión mas ligeros de equipaje, sin gran preocupación por los repuestos, y no apoyándonos en demasía en los medios humanos. Pues es Dios el que hace crecer, y el que da vida a todo lo que hagamos nosotros.

         Deberíamos dar ejemplo de la austeridad y pobreza que quería Jesús: todos deberían poder ver que no nos dedicamos a acumular "bastones, dinero, sandalias o túnicas". Que nos sentimos más peregrinos que instalados. Que, contando naturalmente con los medios que hacen falta para la evangelización del mundo, nos apoyamos sobre todo en la gracia de Dios y nuestra fe, sin buscar seguridades y prestigios humanos. Es el lenguaje que más fácilmente nos entenderá el mundo de hoy: la austeridad y el desinterés a la hora de hacer el bien.

         También a nosotros, como a los apóstoles, y al mismo Cristo, en algunos lugares nos admitirán. En otros, no. Estamos avisados. Se nos ha anunciado la incomprensión y hasta la persecución. Pero no seguimos a Cristo porque nos haya prometido éxitos y aplausos fáciles. Sino porque estamos convencidos de que también para el mundo de hoy la vida que ofrece Cristo Jesús es la verdadera salvación y la puerta de la felicidad auténtica.

         No estamos aquí para "salvarnos nosotros", sino para que "otros se salven", intentando colaborar entre nosotros para que el resto de personas puedan conocer y aceptar el Reino de Dios.

José Aldazábal

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         Decepcionado por la reacción de la sinagoga, de los fariseos, de sus paisanos y familiares, Jesús llama a los discípulos (los 12) dándoles autoridad sobre los espíritus impuros. Y los envía de dos en dos, para que experimenten la igualdad y la solidaridad mutua. Los manda libres de seguridades (sin pan y sin morral donde guardar las provisiones), los quiere pobres (sin monedas en la faja y con una sola túnica), y durante el viaje deben confiar en la acogida y la generosidad (que les presten quienes se encuentren con ellos).

         El camino será largo, y por eso deberán llevar bastón y sandalias en los pies. En ningún caso andarán cambiando de casa para medrar, ni preocuparse demasiado si alguien no los recibe: "Quedaos en la casa donde los alojen hasta que se vayan de aquel lugar. Y si un lugar no los recibe ni los escucha, al marchaos sacudíos el polvo de los pies, para echárselo en cara".

         El gesto de sacudirse el polvo de los pies lo hacían los judíos al volver a Israel desde tierra pagana. Quienes no los acojan, quienes no practiquen la solidaridad con ellos serán considerados como paganos, pues pagano no es ya quien no pertenece al pueblo de Dios (pues el Dios de Jesús no es ya Dios de un solo pueblo, sino padre de todos), sino quien no practica la solidaridad y el amor.

         Éste será su modo de presentarse en sociedad. En su misión tendrán ocasión de experimentar la acogida y la solidaridad, pero también la indiferencia y el rechazo. Pobres, sin falsas seguridades, libres, solidarios, confiados, abiertos y acogedores. Así nos quiere Jesús a los suyos, en medio del mundo de hoy.

Confederación Internacional Claretiana

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         El relato de hoy de Marcos está enmarcado en el envío que Jesús hace de sus discípulos, envío que se concretiza con la misión encomendada a los discípulos "de dos en dos". La intención del envío no es otro sino la predicación a los judíos del acontecimiento del reino de Dios que el mismo Jesús ha venido a predicar y que ahora anuncia a través del grupo de sus discípulos.

         Ser enviado por el maestro tiene una serie de exigencias, exigencia que van a dar credibilidad a la acción evangelizadora. El no llevar nada para el camino más que un bastón, da muestra clara de que el Maestro quiere que el anuncio sea ratificado con la vida de sobriedad de sus seguidores.

         Ellos han aprendido de Jesús que la predicación no debe ser sólo de palabra sino de vida, por eso van "de dos en dos", dando testimonio de comunidad, y dando testimonio de pobreza manifestada en la simplicidad de sus vestidos y en la ausencia de equipaje. Esta doble realidad (palabra y vida) va a caracterizar a la primera comunidad cristiana, que a tiempo y a destiempo vivía predicando el reino de Dios manifestado en la persona de Jesús.

         Nuestras comunidades deben desapegarse de tantos equipajes que se han inventado para anunciar el Reino de Dios. Hoy más que nunca surge la necesidad de ser sobrios y coherentes en la proclamación cristiana. Debemos imitar a aquellos hombres y mujeres que con su sencillez y sobriedad en todo lugar eran transmisores del accionar liberador de Dios en la vida individual y colectiva.

         Necesitamos una Iglesia reformada, que sea capaz de vivir íntegramente el evangelio enseñado por Jesús, pero sobre todo con capacidad de sanar a los individuos del egoísmo que mata, con capacidad de expulsar los demonios que generan la corrupción, el empobrecimiento y la muerte, en definitiva, el pecado.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El envío para la misión es un acto constituyente que forma parte de la actividad mesiánica de Jesús, tal como ponen de relieve los relatos evangélicos. Cristo no podía dejar que su misión se agotara con su propia existencia histórica, y por eso eligió de entre sus discípulos a 12 de ellos (los Doce) y les formó para el apostolado, haciendo de ellos apóstoles (de apostello, lit. enviar) o enviados para prolongar su misión en el tiempo.

         A esta formación para el apostolado pertenece el texto de Marcos de hoy. Nos dice el evangelista que, en cierta ocasión, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.

         Los Doce forman ya un grupo bien definido, conformado por esos discípulos que están con Jesús de modo más o menos permanente, que suelen acompañarle a todas partes y que reciben una enseñanza privada y personalizada. Pues bien, cuando Jesús lo creyó oportuno, reunió a los Doce y los fue enviando de dos en dos a una experiencia misionera.

         Dicho envío hizo de ellos enviados, es decir, apóstoles. Pero semejante envío iba acompañado de una autoridad, que implicaba una potestad (pues no hay autoridad sin potestad para su ejercicio) sobre los espíritus inmundos.

         Pero dicha potestad y autoridad sobre los espíritus inmundos no sólo entrañaba la ejecución de ciertos exorcismos, o la actuación sobre los endemoniados. Sino que también suponía aplicarse a una tarea de mayor alcance, a la hora de extender el reino de Dios: el debilitamiento de las fuerzas del mal (en todas sus expresiones, como enfermedad, pecado, posesión diabólica...) y de las fuerzas instaladas en el mundo (en todos sus dominios).

         Para esta misión itinerante, les recuerda Jesús, no necesitaban los Doce más que la palabra y los descansos necesarios para reponer fuerzas, pues los elementos prescindibles de la vida ordinaria podrían convertirse en un obstáculo o distracción, a través de cosas inservibles para la misión. Por eso les encarga que prescindan de todo lo que es prescindible. Además, así aprenderán a vivir de la providencia divina, que es la que cuidará a su apóstol para que no le falte lo necesario.

         Ello explica las instrucciones que les da Jesús: Que llevaran para el camino un bastón (frecuente de ver en las largas caminatas) y nada más, ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

         Parece que Jesús tiene especial interés en ver a sus misioneros salir a la misión despojados de todo, como diciendo que lo que en la vida ordinaria parece necesario puede resultar superfluo para la misión (incluido el pan del día, o los víveres almacenados en la alforja, o el dinero suelto para las compras más elementales).

         De lo necesario para la vida de cada día ya se ocupa el mismo Dios, recuerda Jesús, ese Dios que alimenta a las aves del cielo y viste con todo esplendor a los lirios del campo, y que vela por las necesidades de sus elegidos y enviados. Ya habrá quienes les procuren el pan y la casa a estos misioneros, que no necesitan siquiera llevar una túnica de repuesto.

         Los que se dejen captar por el mensaje del Reino les repondrán de lo necesario. ¿A qué preocuparse, por tanto, de estos utensilios o de este equipaje que resta libertad para moverse con ligereza y diligencia en los asuntos propios de la misión?

         Estas recomendaciones no son, sin embargo, las de un lunático insensato e inconsciente que vive en la inopia y carece del más mínimo sentido de la realidad, incapaz de advertir las necesidades del hombre en su condición terrestre. Jesús sabe muy bien que sus apóstoles necesitarán no sólo de bastón para el camino, sino también de casa para descansar y de pan para comer. Y por eso, añade:

"Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa".

         Jesús les asegura, por tanto, que encontrarán casas donde reposar y donde ser bien acogidos, porque siempre habrá puertas que se abran y acojan a los enviados de Dios. Y eso es lo que ellos han de aprovechar, esas ofertas acogedoras en las que disfrutar de la estancia y de la hospitalidad, a cambio les dejarles el regalo de la paz (ese conjunto de bienes salvíficos) de la que ellos son portadores de parte de Dios.

         Porque el obrero merece su salario. Y cuando un lugar no les reciba (que también sucederá) ni les escuche (pues a él tampoco lo recibieron ni escucharon, en muchos lugares), que no se extrañen, porque la desconfianza y la ingratitud son también patrimonio humano, y ellos habrán de experimentarlo en sus propias carnes.

         En ese caso, les dice Jesús, que se sacudan el polvo de los pies en señal de disconformidad y desaprobación, como si no quisieran compartir con los moradores del lugar ni el polvo del terreno que se pega a sus pies.

         De esta manera pondrán de manifiesto los discípulos su culpa. Es decir, su desprecio, su cerrazón y su falta de apertura a ese don de Dios que no se hace perceptible sino a través de sus mediaciones humanas. Pues despreciando a sus enviados (sus mediaciones) se estarán substrayendo al mismo Dios, ya que el que a vosotros recibe a mí me recibe; y el que a vosotros rechaza a mí me rechaza.

         Esta es la lógica de Dios, que pasa por la aceptación de sus mediaciones. Y las mediaciones, aun siendo humanas o mundanas (y por ende imperfectas, y hasta vulgares), no por eso dejan de ser mediaciones de Dios, y los cauces a través de los cuales Dios se nos comunica.

         Aquellos discípulos, respondiendo al envío, salieron a predicar la conversión (al mensaje del Reino), echaban muchos demonios (dando muestras de la potestad recibida), ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban (confirmando así la eficacia de su palabra, o la fuerza de la autoridad con la que habían sido investidos).

         Sus obras eran el mejor refrendo de la autoridad con la que Jesús les había dotado para la misión. Los enviados habían recibido del enviante su misma potestad de operar sobre la enfermedad y los demonios, en bien de ese hombre oprimido pero llamado a participar de los bienes mesiánicos del Reino de los Cielos.

         Aquella misión fue un ensayo de lo que habría de consolidarse después como misión de la Iglesia, y aquel envío fue un esbozo del mandato misionero posterior a la resurrección del Señor: Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la creación.

         La misión de la Iglesia brota de la misión de Jesús, y tiene como fin prolongar en el tiempo lo iniciado por el Cristo, así como dar continuidad a lo sembrado por el Mesías en nuestra tierra: contribuir al acrecentamiento del reino de Dios.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 01/02/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A