20 de Mayo

Lunes VII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 20 mayo 2024

a) Sant 3, 13-18

         Santiago es realista y no se entusiasma por los principios. Por eso nos da signos concretos y palpables que nos permitan discernir la verdadera sabiduría de la falsa. Santiago reacciona aquí contra los que interpretaban mal las cartas de San Pablo. La fe no es resultado de altas consideraciones intelectuales. El verdadero criterio de la fe se  encuentra en la vida. ¿Cuál es nuestra conducta?

         ¿Quién es sabio de verdad? ¿Cuáles son los frutos de la auténtica sabiduría? Hay quien tiene muchos conocimientos y ha vivido muchas experiencias. ¿Cabe por eso sólo considerarlo como sabio y experimentado? ¿Es ésta la sabiduría de verdad, la que consiste en amontonar experiencia y conocimiento? El texto de hoy orienta sobre cómo responder a estas preguntas.

         La verdadera sabiduría no consiste en conocer muchas cosas, ni siquiera sobre sí mismo. La verdadera sabiduría se basa más bien en conocer aquellas cosas que al hombre  le interesa saber. Porque la sabiduría de verdad lleva en sí misma una especie de impulso transformador del hombre al hacerle ver cómo tiene que someterse al yugo de las buenas obras.

         El sabio se manifiesta no en el cúmulo de conocimientos adquiridos, sino sobre todo en su buen comportamiento, fruto precisamente de la docilidad a la sabiduría. Esta pone ante los ojos del sabio la conveniencia de serle dócil, impulsándole a la vez a serlo. Por tanto, la pretendida sabiduría (egoísta y alejada), que con amarga envidia fomenta la discordia entre los hombres no será sino una sabiduría de mentira y engañosa, envidia y discordia son el germen del que brotan perturbaciones y todo tipo de acciones malvadas.

         Tal sabiduría aparece como una cosa terrena, animal, demoníaca. La verdadera sabiduría, en cambio, la que viene "de arriba", lleva al sabio a extender el manto de la discreción y comprensión ilimitada sobre todas las miserias de los hombres, tratando de hacerlos vivir en paz entre sí, sembrando en ellos la justicia. Esta justicia, difundida por el sabio, no se limita sólo a dar a cada uno lo suyo, sino que tiende a engendrar otros sabios que se acerquen a los hombres con el mismo espíritu de paz, perdón, docilidad, misericordia, imparcialidad y verdad.

Miguel Gallart

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         Santiago tiene un talante realista y no le embarazan demasiado los principios. Nos dará hoy algunos signos muy concretos y palpables que nos permitirán discernir la verdadera sabiduría de la falsa sabiduría: "Hermanos, si hay entre vosotros quien tenga sabiduría y experiencia que muestre por su buena conducta las obras hechas con la dulzura de la sabiduría". Santiago reacciona así contra los que interpretaban mal las epístolas de San Pablo.

         La fe no es el resultado de altas consideraciones intelectuales (aunque la inteligencia sea de gran utilidad), sino que el verdadero criterio de la fe se encuentra en la vida. ¿Cuál es nuestra conducta? ¿Qué obras son las nuestras?  Puede haber mucha más fe en un alma humilde, sin grandes ideas, que en el cerebro de un teólogo o de un intelectual.

         Que mi vida, mi conducta cotidiana y mis obras estén llenas de tu sabiduría, Señor. Yo quisiera, Señor, que mis manos, mi cuerpo, mis trabajos de cada día, mis conversaciones, todas mis relaciones humanas, estuviesen impregnadas de tu sabiduría, y "hechas con la dulzura de tu sabiduría". Porque "si tenemos en vuestro corazón amarga envidia y rivalidades, no hemos de jactarnos", ya que tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena y demoníaca. Lenguaje claro y directo.

         Repite también Santiago lo que dice también Juan: "No se puede amar a Dios, si no se ama a los hermanos". O como dice el evangelio: la caridad es el criterio de la sabiduría. Recordamos lo que Jesús nos dijo: seréis juzgados sobre el amor (Mt 25).

         Nuestra verdadera fe se verifica en la capacidad que nos da de crear a nuestro alrededor una red de relaciones interpersonales, una red de amor. Lo contrario de esto es el dejarnos llevar por la envidia y las rivalidades. Y eso es, en el fondo, falta de amor. Dios mío, ¡qué necesidad tenemos de ti, para realizar ese programa! Transforma, Señor, mi corazón egoísta en un corazón de amor.

         En cambio "la sabiduría que viene de Dios es rectitud, paz, tolerancia, comprensión, misericordia y fecundidad en beneficios". Sería conveniente detenerse y dejar que, hasta el fondo de nosotros mismos, se deslizaran estas palabras, una a una y gota a gota: rectitud, tolerancia, paz, comprensión, misericordia y abundancia de beneficios.

         La característica fundamental del cristiano, debería ser la dulzura, la ausencia de orgullo, de intriga, de fanatismo. El verdadero sabio trata de vivir en comunión, simultáneamente, tanto con sus hermanos como con sus adversarios, con sus superiores como con sus subordinados, con los que piensan como él y con los que no piensan como él. ¿No es éste el auténtico sentido de las palabras tolerancia y comprensión?

Noel Quesson

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         Santiago nos describe hoy cuál es la verdadera sabiduría que viene de Dios, y cuál hay que considerar como falsa. Se ve que en las primeras comunidades cristianas había muchos que se las daban de sabios y maestros y pontificaban a sus anchas.

         Para Santiago, el que se cree sabio lo tiene que demostrar con "la buena conducta, con la amabilidad propia de la sabiduría". Pues "la sabiduría que viene de arriba es pura, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, sincera".

         Y a la inversa: si uno que se dice sabio tiene actitudes de "corazón amargado por la envidia y el egoísmo", no es tal sabio, sino que "es pura falsedad". La suya en todo caso es una  sabiduría "humana, terrena, diabólica" (recordemos que la palabra diablo significa "el que divide").

         Al final de cada día, es muy saludable hacer un poco de examen de conciencia y preguntarnos, por ejemplo, si hemos sido en verdad sabios en lo que hemos hecho y dicho.

         Como nos aconseja Santiago (y antes Jesús en el evangelio, con la comparación de los  árboles que se conocen por sus frutos) tendremos que preguntarnos qué frutos hemos dado, cuáles han sido nuestras obras y actitudes. ¿Me tengo por sabio? Si es así, ¡que se vea en las obras! ¿Y soy de los que favorecen la paz alrededor mío? ¿O más bien pendenciero y envidioso? ¿Me dejo guiar por la sabiduría que viene de Dios, o por la diabólica?

         Es interesante que Santiago evalúe la sabiduría que decimos tener, no a partir de  conocimientos o juicios prudentes, sino a partir de nuestra actitud de paz y caridad o de amargura y egoísmo. Si siembro paz y justicia a mi alrededor, soy sabio. Si no, no. La verdadera sabiduría es amable, dulce, sencilla, no jactanciosa ni creadora de divisiones.

         Cuando celebramos la eucaristía somos invitados a "darnos fraternalmente la paz". Es una actitud simbólica muy oportuna en ese momento: no podemos ir a comulgar con Cristo  si a la vez no queremos estar en comunión con el hermano. Pero es una actitud que debe durar las 24 horas del día. La caridad fraterna es el mejor termómetro de la sabiduría, para Santiago.

José Aldazábal

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         Valiosa es la sentencia de Santiago: quien se considere sabio, muéstrelo en la cordura de su vida; y no se estime sabio sino por la sabiduría que viene de lo alto con entrañas de amor, paz, tolerancia y misericordia. Y más valiosa aún es la lección de Jesús, confortando nuestra fe y adoctrinándonos en la verdad: no seamos hijos de las dudas, de las incertidumbres, de los temores que surgen desde nuestra debilidad.

         Los discípulos de Cristo hemos de hacer realidad su sentencia de Maestro: "para el que cree todo es posible". Mas eso no significa que nosotros podamos demasiado por nosotros mismos sino que hemos de contar la oración del que implora: "Señor, ayúdame". A Jesús le es suficiente, para venir en nuestra ayuda con que le confiemos humildemente nuestra torpeza y debilidad. La humildad y la confianza son palancas que mueven el corazón de Dios.

         El sabio demuestra que tiene la sabiduría que viene de Dios con su buena conducta y con su amabilidad para con todos. Finalmente es una persona que ha llegado a la madurez, o por lo menos se encamina presurosa hacia ella. La sabiduría de Dios nos hace trabajar por la paz y vivir amando, comprendiendo y preocupándonos del bien de los demás con la misma premura con que Dios lo ha hecho por nosotros.

         Quien se considera sabio conforme a los criterios de este mundo y se ha dejado envolver por ellos vivirá de un modo altivo, esperando que los demás se inclinen hacia él casi dándole culto como si fuera un dios. Esto, en lugar de dar paz al corazón lo llenará de amarguras, de envidias y rivalidades, y hará que la persona se convierta en presuntuosa y que trate de engañar a los demás a costa de la verdad. Si somos de Dios vivamos como hijos suyos amándonos los unos a los otros y buscando el bien de todos con sencillez de corazón.

Dominicos de Madrid

b) Mc 9, 14-29

         Después de bajar del "monte alto", Jesús regresa con sus 3 compañeros donde el resto de discípulos, a quienes encuentra acompañados de un grupo de gente y en plena discusión con algunos escribas. La reacción de la gente al ver a Jesús es de sorpresa, que es común en Marcos como reacción frente a los milagros y enseñanzas de Jesús, pero al mismo tiempo de acogida.

         No se precisa el tema de la discusión, sin embargo, el hecho que la pregunta de Jesús a sus discípulos, tenga como respuesta la petición de alguien de la gente por la salud de un muchacho poseído por un espíritu mudo, sugiere que la razón de la disputa era la duda de los escribas del poder curador de Jesús. A continuación se hace una descripción detallada de los síntomas de la enfermedad. Finalmente, el padre del joven informa a Jesús que le pidió a sus discípulos que expulsaran dicho espíritu, pero no fueron capaces.

         La dura respuesta de Jesús al padre del joven va dirigida a los presentes: discípulos, escribas, enfermos, padre del enfermo, gente. A toda esta generación les falta fe para aceptar el reino de Dios, revelado por Jesús, a favor de los enfermos, los pobres y los más necesitados.

         Las expresiones "¿hasta cuándo tendré que estar con vosotros?" y "¿hasta cuándo tendré que soportaros?" reflejan no tanto la decepción de Jesús frente a sus seguidores y oyentes, sino sobre todo, una amenaza latente de juicio. Jesús, de manera imperativa, pide que le traigan el muchacho.

         Una vez en presencia de Jesús, el espíritu se hace sentir, en demostración de poder defensivo, tal como había sucedido en la curación del endemoniado en la sinagoga de Cafarnaum (Mc 1, 21-28) y en la del endemoniado de Gerasa (Mc 5, 1-20). En nuestro relato el espíritu no puede hablar por que es mudo, por esto, provoca en el muchacho las reacciones que ya había descrito su padre a Jesús, hasta el punto de tirarlo al suelo. Todos estos síntomas suponen que estamos ante un caso de epilepsia.

         Antes de proceder a la curación, Jesús establece un diálogo con el padre a manera de interrogatorio sobre el tiempo de la enfermedad. El padre contesta que desde la infancia, reafirmando así su gravedad. Complementa su respuesta con nuevas situaciones que ponen en peligro la vida del muchacho.

         El padre deja por fin de contar las dolencias de si hijo y pasa con angustia a suplicarle a Jesús que "si puede" tenga compasión de ellos. La duda del padre parte probablemente del fallido intento curativo de los discípulos. Jesús, en acto ya compasivo, le devuelve la pregunta al padre del muchacho ("¿por qué dices, si puedes?"), para explicarle que siempre que haya fe todo se puede ("todo es posible para el que cree"), porque ya no somos nosotros quienes vivimos sino que es la fuerza de Dios que vive en nosotros.

         Queda aquí la más importante exigencia de todo el que quiera seguir a Jesús: tener fe. El padre con un grito reconoce su fe, pero al mismo tiempo pide la ayuda de Jesús porque reconoce que su fe ha sido insuficiente. Ya no sólo el hijo sino también el padre suplican la compasión de Jesús.

         La afluencia de público ambienta el desenlace de la curación. Jesús le da 2 órdenes al espíritu sordo y mudo; "sal del muchacho" (que es la expulsión propiamente dicha del espíritu) y "no vuelvas a entrar en él" (que significa que la enfermedad era temporal, y había momentos en que sufría las crisis y otras donde estaba sano).

         El muchacho, como es común en los ataques epilépticos, queda tendido en el suelo como muerto. Jesús al darle la mano y levantarlo aparece como el Dios que levanta de la muerte a la vida, el Dios de una fe que no se queda en palabras sino en acciones de solidaridad, el Dios que rescata a los excluidos, el Dios que valora la fe de los necesitados.

         En este punto el relato cambia de escenario. La casa es ahora el lugar para la catequesis de los discípulos que preguntan las razones de su incapacidad para expulsar estos espíritus. La respuesta de Jesús es la oración. Así, la fe y la oración son el marco necesario para la acción misionera.

Carlo Martini

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         La discusión que ve Jesús al bajar del monte enfrenta con los letrados al grupo de sus discípulos, al que se asocia una multitud. Por lo que se ve, esta discusión es grande, indicio de la vastedad del problema y de la gran expectación existente. La presencia de los letrados señala la temática común a esta escena y a la anterior (Mc 9, 11), pues según ellos la llegada del Mesías ha de ser preparada por Elías ("que lo pondrá todo en orden; Mc 9, 12).

         Los discípulos, por su parte (así como la multitud), sostienen que hay que pasar a la acción sin esperar más (Mc 9, 11). Jesús, en el reparto de los panes, ha mostrado a los discípulos el camino para solucionar la situación del pueblo desesperado, pero como ellos no han entendido esa alternativa y siguen en las antiguas categorías, no salen de su idea reformista, que, en el fondo, es la misma de la multitud y no resuelve su problema.

         Al notar la presencia de Jesús, la multitud tiene una doble reacción. En 1º lugar de desconcierto, al darse cuenta de que cuando los discípulos han fracasado, Jesús no estaba con ellos. Y en 2º lugar de alegría, porque la presencia de Jesús abre una puerta a la esperanza. Jesús se convierte en el polo de atracción (echando a correr).

         Jesús pregunta a los discípulos de qué discutían con los letrados, y le responde uno de la multitud. En la escena que sigue Marcos representa la situación de la multitud por medio de 2 figuras. La 1ª es el hijo epiléptico, que representa su desesperación, causada por la doctrina de los letrados que promete una salvación milagrosa en un futuro incierto, omitiendo todo esfuerzo para remediar la injusticia. Y la 2ª es el padre, que representa la esperanza de la multitud en Jesús.

         El estado del hijo es grave, pues el espíritu que lo posee lo deja mudo, y su postura es tan extrema que no admite diálogo. Además, le produce paroxismos que lo dejan extenuado. Los familiares del muchacho han recurrido a los discípulos, pensando que Jesús y ellos eran una sola cosa, pero éstos han sido incapaces de ofrecer una alternativa al pueblo.

         Ante la postura de los letrados, y la obcecación de los discípulos, Jesús se exaspera viendo la inutilidad de sus esfuerzos. La generación infiel es la del Mesías, incluidos los discípulos, que no acepta el programa mesiánico (Mc 8, 12.38). Jesús va a actuar por su cuenta.

         El muchacho oprimido y desesperado, poseído por un mal violento ("espíritu inmundo"), se resiste con todas sus fuerzas a que lo acerquen a Jesús. Es decir, no quiere renunciar a su maldad, en la que ve el único medio para su liberación. La situación desesperada del pueblo es mal antiguo en Israel ("desde pequeño").

         La doctrina de los letrados, que no hacen nada por aliviar su situación, lo lleva a buscar solución en conatos de violencia que amenazan con destruirlo. El fuego está en relación con Elías, el reformista fogoso (Mc 1,30; 9,4); el agua está en relación con Moisés (Mc 9, 4), el liberador del mar Rojo. Y el padre, que representa la esperanza de la multitud, pide una solución a Jesús. Pero la situación es tan grave que no confía del todo en que pueda ponerle remedio ("si algo puedes").

         Jesús le reprocha al padre su falta de fe, pero le abre la puerta a la fuerza de Dios: si hay fe, todo es posible. La nueva petición del padre confía en Jesús, pero reconoce su propia ambigüedad.

         Es la 3ª vez en el evangelio que, después de una multitud judía, aparece una 2ª multitud, que representa a los seguidores de Jesús que no proceden del judaísmo (Mc 3,20.32; 5,21.24; 9,14.25). Esta multitud está deseosa de estar con Jesús (acudía corriendo).

         Como en otra ocasión (Mc 7, 33), Jesús no quiere involucrar a estos seguidores en cuestiones que atañen al pueblo judío. Por eso, inmediatamente, y a pesar de su resistencia, libera al joven de su mal violento. El espíritu es calificado ahora de "mudo y sordo", y no deja que el poseído dialogue ni escuche (Mc 7, 37). El mal está tan arraigado que, al renunciar a él, el muchacho "queda como muerto". "Coger de la mano", o levantar, se usan solamente cuando el afectado es judío (Mc 1,31; 5,41). La acción de Jesús le restituye la vida, aludiendo a la resurrección.

         La casa en que entra Jesús es la del nuevo Israel, constituido por los discípulos (3,20; 7,17). Estos "le preguntan aparte", expresión con la que Marcos indica su incomprensión (Mc 4,34; 6,32; 7,33; 9,2) o su fracaso (Mc 6, 7).

Juan Mateos

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         Los detalles del muchacho enfermo de hoy hacen pensar en una epilepsia: "Mi hijo que tiene un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos y rechinar los dientes y se queda rígido. Muchas veces le arroja  al fuego y al agua para hacerle perecer". Ya hemos dicho que los antiguos no tenían nuestros diagnósticos precisos, y en este caso no se trataba de epilepsia, sino de una posesión diabólica.

         Atribuían a los "espíritus impuros" todo lo que ataca al hombre de un modo más espectacular. Por otra parte, la continuación del relato nos mostrará que este muchacho padecía un doble mal: una epilepsia y una presencia demoníaca. Jesús llevará a cabo esta curación en 2 tiempos: 1º un exorcismo que le libra del "espíritu impuro" y deja al muchacho como muerto, y 2º la curación definitiva, hecha más sencillamente a la manera de otras curaciones ("Jesús lo tomó de la mano y lo levantó").

         Este milagro parece haber sido relatado para poner en evidencia el contraste entre la impotencia de los discípulos y el poder de Jesús. Jesús manifiesta sufrimiento. Hay como un desánimo en estas palabras. Jesús se encuentra solo, incomprendido, despreciado. ¡Incluso sus discípulos no tienen fe! Y da la impresión de que tiene prisa por dejar esta compañía insoportable.

         Todo esto nos hace penetrar en el alma de Jesús. A fuerza de verle actuar como hombre, acabamos por encontrar muy natural que Dios se haya hecho hombre. Y no acabamos de comprender en qué manera esta encarnación fue de hecho un anonadamiento, un encadenamiento y un descenso: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo".

         Es evidente que no deben entenderse estas palabras en sentido espacial. Pero sí que hubo momentos en los que, a Jesús, su "condición humana" debió serle terriblemente costosa, por los límites que le imponía, y por la promiscuidad que le deparaba. "¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros?

         "Todo le es posible al que cree", nos dice Jesús. Señor, yo creo, pero ayuda a mi incredulidad. Sí, es fe lo que Jesús necesita. Es la fe lo que pide a los que le rodean. Su gran sufrimiento es que en su entorno las gentes no creen y El sabe las maravillas que la fe es capaz de hacer.

         El padre del muchacho intuye todo esto, y a la invitación de Jesús, hace una admirable profesión de fe, llena de modestia: "Sí, creo, pero todavía no lo suficiente". Señor, ven a robustecer mi pobre fe, pues siento que no creo todavía suficiente.

         Pero ¿por qué no pudieron expulsar al demonio los discípulos? Lo explica Jesús: "Esta especie no puede ser expulsada por ningún medio, si no es por la oración. Se trata del poder de la fe, que es el mismo que el poder de la oración. Los apóstoles por sí mismos, humanamente son radicalmente incapaces de hacer una obra divina: su poder les viene de Dios y encuentra su fuente en la oración.

         El espíritu impuro salió del muchacho dejándolo como un cadáver, de suerte que muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, le levantó y se mantuvo en pie.

         Este milagro tiene un tono pascual: muerte y resurrección. Esto evoca la impotencia radical del hombre, de la cual sólo Dios puede librarnos. La fatalidad última y esencial sólo puede ser vencida por Dios, y únicamente la fe y la plegaria humilde pueden liberarnos de esta fatalidad y de este miedo.

Noel Quesson

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         Hoy contemplamos, una vez más, al Señor solicitado por la gente ("corrieron a saludarle"), y a él sensible a sus necesidades. Cuando Jesús sospecha que alguna cosa pasa, se interesa por el problema.

         Interviene entonces uno de los protagonistas, el padre de un chico que está poseído por un espíritu maligno: "Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido" (vv.17-18).

         Es terrible el mal que puede llegar a hacer el demonio, una criatura sin caridad y ante el cual ¡hemos de rezar!: "Líbranos del mal". No se entiende cómo puede haber hoy día voces que dicen que no existe el diablo, u otros que le rinden algún tipo de culto. Es absurdo. Nosotros hemos de sacar una lección de todo ello: no se puede jugar con fuego.

         "He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido" (v.18). Cuando escucha estas palabras, Jesús recibe un disgusto, sobre todo por la falta de fe. De ahí que les asevere tajantemente: "Esta clase con nada puede ser arrojada, sino con la oración" (v.29).

         La oración es el diálogo intimista con Dios. Ya Juan Pablo II afirmó que "la oración comporta siempre una especie de escondimiento con Cristo en Dios, pues sólo en semejante escondimiento actúa el Espíritu Santo". En un ambiente íntimo de escondimiento se practica la asiduidad amistosa con Jesús, a partir de la cual se genera el incremento de confianza en él (es decir, el aumento de la fe).

         Pero esta fe, que mueve montañas y expulsa espíritus malignos ("todo es posible para quien cree") es sobre todo un don de Dios. Nuestra oración, en todo caso, nos pone en disposición para recibir el don. Pero este don hemos de suplicarlo: "Creo, Señor, pero ayuda a mi poca fe" (v.24). La respuesta de Cristo no se hará rogar.

Antoni Carol

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         Algo que me llama la atención de este pasaje evangélico es la respuesta que da Cristo a sus discípulos a la última pregunta: "Este tipo de demonios sólo se pueden echar con oraciones y ayuno".

         ¿Realmente tiene tanta importancia la oración? Parece que en los evangelios se nos muestra que sí, porque Cristo, cada vez que obraba el bien, elevaba su plegaria a Dios Padre para que le concediera la gracia que le pedía: "Gracias, Padre, porque me escuchaste, aunque Yo sé que siempre me escuchas".

         Además, antes de tomar grandes decisiones, o de llevar a cabo acciones que le implicarían un gran sacrificio, Jesucristo ora. Ora antes de escoger a los discípulos, ora antes de resucitar a Lázaro, y hace una oración que es agonía en el huerto de Getsemaní antes de morir. La oración es el alimento del espíritu de Cristo, es su rato de descanso, en el que penetra en el santuario del amor divino para quedarse allí, solo con su Padre.

         Ante el terrorismo, el aborto, la eutanasia... lo que podemos hacer es rezar. Aprendamos a orar, y no sólo a rezar, para que nuestro rezo sea una ocasión de orar. Porque rezar es simplemente un repetir fórmulas hechas y se puede repetir sin meter el corazón. Orar significa platicar con Dios, decirle lo que sentimos, nuestros problemas, y encontrar en él la paz y tranquilidad en los momentos duros. Orar no es difícil, es como platicar con una persona real que te ve y te escucha. Haz la prueba y verás que él está allí para escucharte.

Rodrigo Escorza

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         En el evangelio de hoy continuamos la lectura continua de Marcos, que nos ha ocupado desde el principio del tiempo ordinario. Esta vez la escena es patética: un caso de aparente epilepsia, con bastantes trazas de la acción del demonio.

         Hay quienes piensan precisamente que el pasaje de hoy es una muestra meridiana de la confusión mítica en que vivía la gente de aquella época, y al parecer Jesús mismo. Según estos, deberíamos aprender del texto de hoy que el demonio es el nombre que aquellos hombres daban a las enfermedades de acusa desconocida.

         Lo malo de este planteamiento es que presupone que el mal del muchacho tenía una sola causa. Nada impide que la acción del demonio concurra con otros malestares, sean físicos, neurológicos o psíquicos. Y ese parece ser el caso aquí. No obstante, curiosa esta epilepsia, que "muchas veces arroja al enfermo hacia el fuego o hacia el agua". ¿Ha oído usted de cosa semejante? Interesante esta epilepsia, que se dispara en cuanto el muchacho "ve a Jesús".

         No negamos, pues, que haya habido una condición cerebral anómala en este joven. Pero sí afirmamos que los síntomas mismos que la tradición nos ha dado permiten hablar de un origen más hondo y oscuro. Y lo importante es saber que también en esa hondonada oscura en que gruñe el demonio sabe desenvolverse Cristo, y dar salud y vida y alegría a cuantos creen en él.

Nelson Medina

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         En pocos relatos del evangelio aparece tanta gente, y en él nos encontramos a los discípulos (discutiendo con unos letrados) y mucha gente alrededor. Cuando llega Jesús, es saludado por la gente, y de entre la gente destaca uno que resulta ser el padre de un muchacho que sufre aparentes ataques de epilepsia, que tanto rabinos como discípulos y gente atribuye a la acción del demonio. Los discípulos, sin embargo, no han podido echar al demonio.

         Jesús achaca esta impotencia a la falta de fe de los discípulos. Éstos, aunque seguidores materiales de su maestro, no han asimilado todavía su estilo de vida ni le han dado su adhesión; por eso no pueden realizar obras liberadoras como Jesús.

         Sólo la presencia del niño ante Jesús hace que uno de aquellos ataques se reproduzca, como si el demonio (que otras veces había intentado la destrucción del niño "arrojándolo al fuego y al agua") pusiese resistencia a la liberación de aquél.

         Ante esa situación, el padre del muchacho le ruega a Jesús que se compadezca de él y de su hijo. Y es la fe de aquél hombre la que anima a Jesús a liberar a su hijo para siempre del poder de Satanás. Los discípulos preguntan entonces a Jesús por qué no pudieron liberar del demonio al muchacho, y Jesús les responde que esto sólo es posible con oración.

         Por el evangelio sabemos que Jesús se retira para orar en 3 ocasiones para pedirle a Dios no caer en la tentación del éxito y del triunfo fácil: al terminar la jornada de Cafarnaum, después del reparto de panes y en el huerto de Getsemaní.

         Sin embargo, nunca se dice de los discípulos que oren en este evangelio, tal vez por no estar del todo dispuestos a seguir el camino del maestro, y estar pensando en el triunfo y los honores. Y por este camino no se puede liberar a los hombres del demonio que los esclaviza. Hace falta que oren para pedirle a Dios comprender que sólo cuando se renuncia a al modo de vida mundano puede comenzar la liberación de los oprimidos.

Severiano Blanco

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         De nuevo nos presenta hoy Marcos, en un solo pasaje, una gran cantidad de material para reflexión. Hoy destacaremos únicamente el hecho de la fe que está a la base de todo el relato. Apenas hace unos días reflexionábamos sobre la identidad de Jesús: "¿Quién dice la gente que soy yo?", preguntaba Jesús a sus discípulos. De nuevo aparece hoy, aunque de otra manera, esta pregunta para la multitud.

         El padre de familia dice: "Si puedes hacer algo por él". Este padre de familia, al igual que muchos de nuestra sociedad, aun no se han dado cuenta que Jesús es verdadero Dios, y que por lo tanto puede hacer todo (no siempre querrá hacerlo, pero pude hacerlo).

         Una de las ideas que nos ha metido este mundo en la cabeza es que Dios es incapaz de resolver nuestros problemas. Y esto ha hecho que muchos busquen otros dioses para resolverlos, siendo que al final se encontrarán en una situación peor. Jesús es verdadero Dios, y por ello hay que creer, y creer como creyó la sirofenicia, el ciego o Marta. Puede ser que nuestra fe sea aun pequeña, pero sigamos pidiendo con sinceridad a Jesús: "Aumenta mi fe".

Ernesto Caro

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         El evangelio de hoy nos presenta el relato de la curación de un epiléptico por parte de Jesús. La descripción del enfermo parece extraída de un manual de patología. Los verbos concatenados transmiten fuerza y dinamismo: "Tiene un espíritu que no le deja hablar; y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso". ¿Qué os parece esta descripción tan precisa y somera de los síntomas? Ojalá pudiéramos expresarnos nosotros de un modo parecido.

         En torno a este muchacho epiléptico descubrimos varios personajes. Cada uno de ellos representa una actitud: la gente (curiosidad), el padre del muchacho (fe y duda) y los discípulos (impotencia). Y por supuesto, Jesús. En este relato ofrece Marcos las diversas reacciones, que van desde la curiosidad y el interés ("¿de qué discutís?", "¿cuánto tiempo hace que le pasa esto?") hasta la energía y la autoridad ("espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él"), pasando por el enfado ("¿hasta cuándo os tendré que soportar?").

         Aunque sólo fuera por esto, nos ayudaría a no tener una imagen de Jesús demasiado hecha. Pero, además, el relato sirve como marco para hablar del poder de la fe ("todo es posible al que tiene fe") y de la oración ("esta especie sólo puede salir con oración").

         Pero ¿qué es un creyente? Es bastante sencillo: alguien que posee el poder de la fe. En estos tiempos de una fe tan devaluada, y como a medias, ¡qué difícil es aceptar que se nos ha concedido una energía capaz de derrotar cualquier mal! Es verdad que la fe se vive en continua tensión ("tengo fe, pero dudo, ayúdame").

         Es verdad que no poseemos la fe como si fuera una herramienta a nuestro servicio, y es verdad que la fe nos desborda siempre. Pero, ¿no os parece que deberíamos profundizar más en la energía que posee para hacernos vivir? Creo que hoy merecería la pena repetir muchas veces las palabras de Jesús: "Todo es posible al que tiene fe".

Gonzalo Fernández

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         La fe es un don divino, y sólo Dios la puede infundir y acrecentar en el alma. Es él quien abre el corazón del creyente para que reciba la luz sobrenatural, y por eso debemos implorarla; pero a la vez son necesarias unas disposiciones internas de humildad, de limpieza, de apertura, y de amor que se abre paso cada vez con más seguridad. Nosotros acudimos a la compasión y misericordia divinas: "Señor, ayúdanos, ten compasión de nosotros".

         Por nuestra parte, la humildad, la limpieza de alma y apertura de corazón hacia la verdad nos dan la capacidad de recibir esos dones que Jesús nunca niega. Si la semilla de la gracia no prosperó se debió exclusivamente a que no encontró la tierra preparada. "Señor, auméntame la fe", le pedimos en la intimidad de nuestra oración. Y no permitas que jamás vacile mi confianza en ti.

         Aquellos que se cruzaron con Jesús por caminos y aldeas, vieron los que sus disposiciones internas les permitían ver. Pero muchos de sus contemporáneos se negaron a creer en Jesús "porque sus obras eran torcidas" y no tenían una voluntad recta.

         La confesión frecuente de nuestras faltas y pecados nos limpia y nos dispone para ver con claridad al Señor, y es el gran medio para encontrar el camino de la fe, y la claridad interior necesaria para ver lo que Dios pide. Hacemos un inmenso bien a las almas cuando les ayudamos para que se acerquen al sacramento del perdón. Es de experiencia común que muchos problemas y dudas se terminan con una buena confesión, el alma ve con mayor claridad cuanto más limpia está y cuantos mejores son las disposiciones de su voluntad.

         Todo nuestro trabajo y nuestras obras deben ser plegaria llena de frutos. Acompañemos la oración con buenas obras, con un trabajo bien realizado, con el empeño por hacer mejor aquello en que queremos la mejora del amigo que queremos acercar al Señor. Esta actitud ante Dios abre camino a un aumento de fe en el alma.

         Pidamos con frecuencia al Señor que nos aumente la fe, sobre todo ante el apostolado cuando los frutos tardan en llegar, ante los defectos propios y ajenos, o cuando nos vemos con escasas fuerzas para lo que él quiere de nosotros.

Francisco Fernández

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         Hoy el Señor nos recuerda que todo es posible para el que tiene fe. Una afirmación demasiado importante, que jamás hemos de perder de vista. Cristo, bajando del monte en el que se transfiguró a algunos de sus discípulos, se encamina hacia su gloria, pasando, porque así lo quiso, por la muerte en cruz, para manifestarnos el amor que nos tiene hasta el extremo. Él nos quiere libres de todo aquello que nos ata al autor del pecado y de la muerte.

         Junto con Cristo hemos de recorrer el camino que nos lleva a la gloria que él posee como Hijo unigénito del Padre, sin eludir el paso por la cruz, no como un momento de dolor buscado de un modo enfermizo, sino como la consecuencia de nuestro amor hacia el Padre y hacia el prójimo. Que Dios nos conceda no ser motivo de dolor, de sufrimiento, de espanto para los demás, sino motivo de gozo, de paz y de amor por la presencia del Señor que nos ha de guiar por el camino del bien.

         Nuestro camino de fe culminará en la unión plena con Dios, donde lo contemplaremos cara a cara y disfrutaremos de él eternamente. Pero mientras llega ese momento, pregustamos los bienes eternos en la celebración del memorial del Señor. Aquí culmina nuestra fe y de aquí manan, como de una fuente, las acciones con las que continuaremos trabajando a favor del reino de Dios hasta que éste llegue a su plenitud en el Reino eterno.

         Nuestra labor, en este aspecto, no puede realizarse sólo con nuestros medios, por muy importantes que estos parecieran conforme a los criterios de los hombres. Por eso es necesario encontrarnos personalmente con el Señor, orar y no tener miedo incluso a ayunar, no como consecuencia de una actitud enfermiza y masoquista, sino como la mejor disposición que tenemos de encontrarnos amorosamente con el Señor, libres de todo aquello que nos impide tenerlo sólo a él como centro de nuestra vida.

         Unidos al Señor, le hemos de pedir que nos conceda su sabiduría y su fortaleza para poder, así, descubrir sus caminos y seguirlos con gran amor. Sólo a partir de entonces podremos proclamar el nombre del Señor a los demás, pues nuestra fe será una fe firmemente afianzada en el Señor y no tanto una consecuencia de nuestros esfuerzos dedicados al estudio, pero no a la oración y al ayuno que son medios eficaces para unirnos al Señor y para convertirnos en testigos suyos.

         Cuántas veces contemplamos nuestro mundo deteriorado por el pecado; casi al borde de su propia destrucción. No podemos dirigirnos a Dios para que él vuelva a nosotros y con su poder disipe las tinieblas de nuestros males. Él ha querido permanecer entre nosotros por medio de su Iglesia.

         A nosotros corresponde continuar la obra del Señor en el mundo y su historia. ¿Somos hombres de fe y trabajamos movidos por el Espíritu de Dios, del que hemos sido hechos partícipes? ¿O por el contrario somos generación incrédula e infiel, inmaduros e incapaces de asumir el compromiso que tenemos y que dimana de la misión que el Señor ha confiado a su Iglesia?

         No podemos vivir bajo el signo de la cobardía, no podemos quedarnos con las manos cruzadas esperando que el Señor venga a poner orden ahí donde a nosotros corresponde darle cuerpo y voz a Cristo a favor de los demás.

José A. Martínez

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         Al bajar del monte de la transfiguración, Jesús cura al muchacho epiléptico y mudo, al  que todos consideran poseído por el demonio y al que los discípulos no han sido capaces de liberar.

         Con sus palabras, Jesús subraya sobre todo la necesidad de la fe para poder vencer el mal. Ante los discípulos se queja, con unas palabras que parecen un desahogo: "Gente sin fe, ¿hasta cuándo estaré con vosotros?". Al padre, que tenía algo de fe ("si algo puedes, ayúdanos") le asegura que "todo es posible al que tiene fe". Y a los discípulos, que aparte le preguntan por qué ellos no han podido curar al poseso, les dice que "esta especie sólo puede salir con oración y ayuno".

         Jesús aparece de nuevo como más fuerte que el mal. Tiene la fuerza de Dios, y al igual que en la montaña los 3 discípulos han sido testigos de su gloria divina, ahora los demás presencian asombrados otra manifestación mesiánica: ha venido a librar al mundo de sus males demoníacos. Los verbos que emplea el evangelista son muy parecidos a los que empleará para la resurrección de Jesús: "Lo levantó, y el niño se puso en pie" (egueiren y aneste).

         Nuestra lucha contra el mal, el mal que hay dentro de nosotros y el de los demás, sólo puede ser eficaz si se basa en la fuerza de Dios. Sólo puede suceder desde la fe y la oración, en unión con Cristo, el que libera al mundo de todo mal. No se trata de hacer gestos mágicos o de pronunciar palabras que tienen eficacia por sí solas. El que salva y el  que libera es Dios. Y nosotros, sólo si nos mantenemos unidos a él por la oración. Esta es la lección que nos da hoy Jesús.

         Lo que pasa es que muchas veces nuestra fe es débil, como la del padre del muchacho y la de los discípulos. Por eso, puestos a hacer de exorcistas para liberar a otros de sus males, fracasamos estrepitosamente, como aquel día los apóstoles. Seguramente porque hemos confiado en nuestras propias fuerzas y nos hemos olvidado de apoyarnos en Dios.

         Cuando nos sentimos débiles en la fe y sumidos en dudas, porque no conseguimos lo que queremos en nuestra familia o en nuestras actividades de la comunidad, por ejemplo las relacionadas con los niños y los jóvenes, será la hora de gritar, como el padre del muchacho enfermo: "Tengo fe, pero dudo, ayúdame".

         En el Sacramento del Bautismo hay una Oración de Exorcismo en que suplicamos a  Dios que libere de todo mal al que se va a bautizar:

"Tú que has enviado tu Hijo al mundo para librarnos del dominio de Satanás, espíritu del mal. Tú sabes que estos niños van a sentir las tentaciones del mundo seductor y van a tener que luchar contra los engaños del demonio. Arráncalos del poder de las tinieblas y, fortalecidos con la gracia de Cristo, guárdalos a lo largo del camino de la vida".

         En la guerra continua entre el bien y el mal Cristo se nos muestra como vencedor y nos invita a que, apoyados en él (con la oración y el ayuno, no con nuestras fuerzas) colaboremos a que esa victoria se extienda a todos también en nuestro tiempo.

José Aldazábal

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         El espíritu maligno del evangelio de hoy es difícil de expulsar, y es la antonimia de la fe aunque se creen que tienen más fe que nadie y que luchan solos contra el mundo. De ahí la reprimenda de Jesús: "Gente sin fe, ¿hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?".

         En el fondo del corazón todos tenemos esa pequeña remesa de envidia y de egoísmo que nos hace revelarnos ante Dios en alguna ocasión. Aquellos que no subieron al monte no habían visto a Jesús transfigurado, algunos se creían con derecho a hacer milagros por ser discípulos de Jesús (aunque no hubieran recibido ese encargo) y otros aprovechan la ausencia del maestro para sembrar la crítica, la discusión y la discordia.

         Así somos nosotros en algunas ocasiones o intentamos asumir papeles que la Iglesia no nos ha confiado y somos mejores que cualquier sacerdote, obispo o papa que nos pongan por delante, o aprovechamos la debilidad de otros para hundirlos.

         Dentro de dos días comienza la cuaresma, mira si tienes adherido a tu corazón algo de envidia y de egoísmo y pídele al Señor que te aumente la fe, que él puede arrancarlo de tu interior y aunque creas que si te falta ese fondo te morirás (a fin de cuentas llevas toda la vida conviviendo con ellos) piensa en el chico del evangelio y ten la certeza de que Jesús te hará lo mismo a ti: "lo levantó de la mano, y el niño se puso en pie".

         "Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno", así que vete preparando para el ayuno de esta cuaresma (y no sólo espiritual, que dejar de comer de vez en cuando sienta estupendamente), y pídele a María que te acompañe en todos tus ratos de oración, de esta manera el Señor te concederá la sabiduría. Merece la pena.

Diócesis de Madrid

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         El reino de Dios exige seguidores dominados por la fe que sean capaces de abandonarse en el poder de Dios. Este abandonarse en el poder de Dios no es igual a caer en pasivismo, sino, por el contrario, junto a Dios ser capaces de vivir una nueva humanidad liberada de toda atadura que esclaviza y deshumaniza.

         El niño que recibe el milagro de Jesús es liberado primeramente de un espíritu inmundo que le causa la epilepsia. Esto ocurre bajo la orden de Jesús: "Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él". El espíritu inmundo sale, pero deja al niño medio muerto.

         Se hace necesaria una segunda acción de Jesús sobre el muchacho: "Jesús lo toma de la mano, lo levanta y él se pone en píe". Para el seguimiento de Jesús no basta con dejar de ser malo. Es necesario, por la misericordia de Dios, llenarse de la fuerza del amor y ponerse de pie, en capacidad de seguir a Jesús. Pero sobre todo es necesario tener fe. Por eso el relato presenta una acción transformadora que realiza Jesús en el padre del niño: lo cura de su incredulidad.

         La falta de la verdadera fe es la que impide conocer, aceptar, y seguir a Jesús. Por eso Jesús polemiza en diversos niveles: 1º con todos (a los que llama "generación incrédula"), 2º con el padre del muchacho (al cual le dice que "todo es posible para el que cree") y 3º con sus discípulos (a quien les explica su impotencia para curar, por falta de oración).

         Asumamos la fe como una realidad necesaria para todo aquel que quiere vivir fielmente el compromiso del Reino de Dios como Jesús lo vivió.

Confederación Internacional Claretiana

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         Tras bajar del monte con sus dos acompañantes, Jesús es saludado por la gente. Quiere saber sobre la discusión entre un grupo de sus discípulos y la gente. Un hombre que le ha traído a su hijo poseído por un espíritu le pide que se lo cure, porque ninguno de los presentes ha sido capaz. Jesús les enrostra su falta de fe.

         Aquel hombre, al sentirse interpelado, toma conciencia, y en el acto de su poca fe le pide ayuda a Jesús para que le realice el milagro. Un Jesús que, tras curar al joven, y ya dentro ya de la casa, dice a sus discípulos con qué elementos se puede expulsar esta clase de espíritus demoníacos.

         El texto nos pone de manifiesto las limitaciones que tienen las personas del tiempo de Jesús para entender el camino él que les ha dicho que deben seguir para llegar a Dios. El 1º inconveniente es la falta de fe, y el 2º la impotencia que sienten sus discípulos (para afrontar los problemas que se les presentan).

         De otro lado, el padre del joven quiere que sea Jesús el único que cure al niño, y Jesús le responde que si él no tiene fe, no será posible. El padre del joven sufre la de falta de fe, y sólo cuando acepta su error, y testimonia su fe, el milagro se realiza.

         Es importante para nuestra vida comunitaria tener en cuenta que la fe en Dios nos abre muchas posibilidades y cualidades que tenemos escondidas y dormidas. Al asumir personalmente la fe, empezamos a ser conscientes de nuestras grandes reservas humanas, las cuales en seguida deben ponerse al servicio de los demás.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelio de hoy de Marcos nos ofrece una de esas escenas tan común en la vida de Jesús, en la que éste se enfrenta con la enfermedad y a la incredulidad de sus coetáneos, dos especies de mal estrechamente relacionadas. Un padre le lleva a Jesús su hijo, aquejado de un mal que se describe como posesión de un espíritu que no le deja hablar. Además, insiste el padre, cuando el espíritu lo agarra lo tira al suelo y le hace echar espumarajos por la boca, hasta que finalmente lo deja tieso.

         Son los síntomas típicos de un ataque epiléptico, que en la antigüedad se confundía fácilmente con una posesión diabólica. En cualquier modo, éste es el caso que le presentan a Jesús, y el padre del chiquillo le pone al día: He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces. Parece que lo han intentado, pero no han podido. El mal se les ha resistido.

         Jesús trae a colación la incredulidad reinante, esa que incapacita para vencer al mal. Tras lo cual, Jesús dice: Traédmelo. Se lo llevaron, y el muchacho (en este caso, el espíritu que lo habitaba) no desaprovechó la ocasión para hacer alarde de sus padeceres (o de sus poderes): Cayó por tierra, y se revolcaba echando espumarajos. Jesús pregunta al padre desde cuándo le pasaba esto, y éste le responde que desde pequeño.

         De inmediato, aquel padre atormentado solicita su ayuda: Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos. De nuevo, se invoca al poder y a la compasión de Jesús. Los discípulos habían sentido lástima de aquel padre y de aquel hijo, pero no habían podido curarlo. Pero de lo que se extraña Jesús no es de que sus discípulos no hubiesen podido, sino de que aquel padre condicionara su poder (si algo puedes), suponiendo una cierta desconfianza. ¿Si puedo?, le responde Jesús, que continúa diciendo: Todo es posible al que tiene fe.

         Si el poder de la fe es tan grande, no lo es en razón de la capacidad del hombre (que tiene fe), sino en razón del poder de Dios (que se activa por obra y gracia de esa fe), y la fe no viene a ser sino tan sólo la llave que abre la puerta al poder divino.

         El padre de ese muchacho tenía fe (así lo confiesa él mismo), pero dudaba. Es decir, tenía una fe debilitada o resquebrajada por la duda (que no sólo debilita la fe, sino que en ocasiones puede convertirse en mortal si persiste dudando).

         Pero aquel hombre, siendo consciente de sus dudas, implora ayuda. Y Jesús actúa, despejando las dudas de aquel padre angustiado. Dirigiéndose al niño, increpó al espíritu inmundo y le dijo: Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él. Sacudiéndolo violentamente, el espíritu salió, y el niño se quedó como muerto.

         Jesús levantó al niño, y éste se puso en pie como despertando de una larga pesadilla. Los discípulos quedaron asombrados, y le preguntaron: ¿Por qué no pudimos echarlo nosotros? La respuesta de Jesús tuvo que sonarles a reproche: Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno.

         Si esto es así, hay que entender que aquellos discípulos no habían hecho suficiente oración y ayuno. Y esto les incapacitaba para realizar semejante milagro. Luego a la fe había que añadir la oración y el ayuno.

         En realidad, la fe se deja ver en la práctica de la oración y del ayuno. Se deja ver y se refuerza, y a más fe más oración y disposición para la renuncia; y a más oración mayor desapego de los bienes del mundo y más vitalidad en la fe. Es evidente que el aumento de la incredulidad reduce la oración, y al menos un tipo de ayuno ligado a la fe y a la oración.

         Sólo manteniéndonos en oración (y en el inevitable ayuno que le acompaña) nos será posible sobrevivir como creyentes en este mundo, en que el aire que se respira está tan contaminado por la incredulidad, el escepticismo y el reduccionismo cientificista. Pero no desesperemos, porque el poder de Dios sigue siendo incomparablemente mayor que el poder humano. En último término, todo depende de él, hasta nuestro poder de resistencia.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 20/05/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A